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La directora

en Erotismo y Amor

La venganza es un plato que se sirve frío, aunque de una satisfacción muy caliente en tu cuerpo, y más cuando te cobras la venganza en la carne del marido de la perra que te ha estado haciendo la vida imposible durante tanto tiempo.

Durante los años que llevo en ejerciendo de profesora en el instituto de secundaria, siempre me sentía feliz con mi trabajo, conseguía motivar a los alumnos, algo que puede parecer una batalla perdida, cuando ellos se creen que lo saben todo, pero que realmente no saben absolutamente nada de la vida, pero hay que enseñarles el camino, hay que encaminarlos, para que cuando lleguen a la mayoría de edad o a la universidad, puedan sentir que son valiosos y que no todo en la vida son las fiestas. Reconozco que aquí donde me veis, era como una perra cuando su dueño le enseñaba el collar y decía la palabra calle, pues como tal cuando salía de fiesta, disfrutaba como una puta perra en celo, si alguno me atraía, no dudaba en tenerlo, tenía armas y conocía las armas de seducción que podía hacer que cualquier hombre estuviera a mis pies para besármelos, aunque prefiero que me coma el coño, creo que es mucho más productivo y ambos disfrutamos.

Sin embargo, llegó al instituto una nueva profesora, que quería posicionarse como la hembra Alfa, una posición que a mí, ni me iba ni me venía, simplemente quería ocuparme de mi trabajo, que era por lo que me pagaban y no quería optar a otros puestos superiores, aunque ya me lo hubieran ofrecido con anterioridad. Esta perra fue escalando hasta llegar a directora, pero como toda víbora que se precie, lo hizo devorando a otros a su paso, hablando rumores, por un lado, criticando por otro, dejando un rastro enorme de personas que callaban. Pero no a mí, y eso siempre jode, que otra no se doblegue y más cuando se trata de una aspirante a quitarle el puesto nunca gusta, por lo que hizo lo mejor que se le daba, joderme la vida como nunca. Empezó a crear rumores sobre mi metodología de trabajo, pero con aquellos con los que hablaban y que realmente me conocían, me daban la razón y sabían que yo era una persona que trataba bien a los alumnos, enseñándoles tal y como se debía enseñar a estos chavales, con claridad, con madurez, que era lo que buscaban que se les tratasen, ellos se veían hombres y mujeres en toda regla, no como adolescentes.

Dentro de su movimiento dentro del instituto, consiguió meter a su maridito en un puesto de conserje, algo que, aunque a ella no le gustaba demasiado, porque se trataba de un puesto para ella menor, prefiriendo los altos empresarios, sin embargo, así le vino y así lo aceptó, porque estaba programado, ya que nadie vería bien a una mujer sin un hombre al lado. Aunque este hombre, no era uno cualquiera, ya que se las traía muy bien, era guapo y atractivo, con un cuerpo atlético de los de quédate conmigo toda la noche y ayúdame a quemar calorías nene. Después de todo lo sufrido, tenía ganas de poner a prueba mis armas que estaban cogiendo polvo, y me propuse seducir a un casado por venganza.

En primer lugar, debía de mirar las posibilidades, ella había descuidado su físico, y a mí me encantaba pasar horas en el gimnasio y a no ser que este disfrutara de un cuerpo caído como el de su mujer, lo pasaría en grande conmigo. Sabía que, como conserje, debía de quedarse en el colegio todo el día, mientras que la querida directora se iba a casa sin despedirse de él a eso de las 12. Durante un par de semanas me quedé hasta las tantas, y fui haciendo amistad, hasta que una noche, mientras el instituto estaba vacío, follamos como locos en el despacho de su mujer. Monté a su marido varias veces, y él me embistió sin rencor sobre la mesa en la que trabajaba su mujer, se le notaba que había estado cohibido durante años que había durado su relación matrimonial.

Al pasar los meses, una tarde se presentó la directora en mi clase, cuando no había alumnos, me agarró por el cuello y me amenazó para que me fuese. Se había enterado de todo por boca de su marido. Pero no podía decir nada al respecto, peligraba su puesto, ni tampoco podía separarse, por el qué dirán. Ahora era yo quien la tenía bien agarrada, y nada de lo que me hiciese iba a dejar mi puesto de trabajo, y menos, dejar de acostarme con el caramelito de su marido, que me hacía recordar cuando era algo más joven y follaba de manera salvaje, sin importar nada, solo para sacar el placer de nuestro interior, y sentirme joven era lo que mi cuerpo me pedía, y esa zorra no conseguiría amargarme los polvos.