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Mi nueva vida (1)

en Hetero: General

El relato que os voy a contar se lleva desarrollando desde hace casi dos años y espero que no termine nunca.

Me llamo Marta y tengo 43 años. Todo empezó cuando me mudé a un ático en un pueblo del norte de Madrid, poco después de mi divorcio. La experiencia fue muy dura por lo que este sitio comenzó a ser la salida del túnel y, además, me quedaba fenomenal para ir a trabajar. El piso era muy chiquitín, pero suficiente para mí. Todo estaba junto, cocina, salón y dormitorio, pero lo mejor era una terraza bastante ancha a lo largo de todo el piso con mucha intimidad.

De cuerpo me considero una persona muy normal, más bien delgada, poco pecho pero, sobre todo, me gusta como soy.  Mi carácter es más bien tímido, pero tampoco en exceso.

No he practicado mucho el nudismo, pero cuando iba a playas naturistas con mi marido me encontraba bastante cómoda. A mi me gustan las playas en las que todo el mundo está como quiere. Ves parejas vestidas, desnudas o incluso uno de la pareja vestido y el otro desnudo.

Cuando llegué a la casa era invierno y la terraza solo se podía usar en días muy soleados, pero a medida que avanzó la primavera, cada vez la usaba más. Hacía que la casa pareciera mucho más grande porque cada vez pasaba más tiempo en ella, y en primavera ya empezaba a hacer días de más calor, lo que me provocaba que esos días siempre que estaba en casa, estaba desnuda. La verdad es que fui tomando un color precioso y sin una sola marca, sin proponérmelo.

Cuando comenzó la temporada de verano y abrieron la piscina, la verdad es que no me apetecía mucho bajar, porque aunque conocía a gente de la urbanización, la verdad es que cada vez llevaba peor el hecho de no poder estar desnuda. Bajaba de vez en cuando, nadaba un buen rato y me subía a mi terraza que daba a un pinar precioso y era difícil que me vieran, aunque tampoco imposible. Pero yo le daba cada vez menos importancia y me paseaba desnuda por toda la terraza.

La separación con las terrazas de los vecinos a ambos lados es un cristal translucido, que aunque ves que hay alguien ahí, no se distingue nada. El cristal llega casi hasta la barandilla, por lo que si quieres asomarte tampoco es muy difícil, pero nos respetábamos bastante.

A mitad de verano se mudó un chico a la casa siguiente. Se llama Carlos y es un poco mayor que yo. De físico agradable pero, también, muy normal. La verdad es que me pareció muy agradable y desde el principio nos llevamos muy bien, nos pedíamos cosas que nos faltaban para la comida o ayuda en alguna tarea doméstica.

Como ahora era más fácil que sonara el timbre, yo solía tener una camiseta larga colgada cerca de la puerta para no abrir la puerta completamente desnuda. Carlos me gustaba pero no sabía nada de él, ni si tenía pareja ni nada. Yo no forcé nada la situación con él porque me encontraba muy relajada sola y prefería que hiciéramos cada uno nuestra vida.

Un sábado de final de verano, que hacía muchísimo calor, estaba preparando la comida pues se me había ocurrido hacer una especie de paella inventada, que me salen riquísimas. Cuando fui a medir el arroz, para ver lo que tenía que echar, vi con terror que no tenía ni un solo grano y me daba una pereza terrible vestirme, coger el coche y acercarme al super a comprar. Entonces decidí preguntarle a Carlos si me podía prestar algo de arroz.

Pregunté desde la puerta que da acceso a la terraza: “Hola Carlos, estás ahí?”

Me respondió enseguida: “Hola si, dime”

Mientras le iba contando lo que me sucedía, me iba acercando a la barandilla para asomar la cabeza y contárselo cara a cara. Yo estaba desnuda pero pensaba que como me iba a asomar yo a su terraza y por la posición del sol, él no se daría cuenta de cómo estaba. Mi sorpresa fue que, al asomarme, vi que él estaba también desnudo, haciendo no sé qué tarea de bricolaje. Me quedé bastante cortada y me disculpé, porque él había visto que yo le había visto desnudo. La verdad es que se me olvidó lo que le estaba diciendo, solo podía decir que lo sentía y que me sentía fatal. Además casi ni me fijé en su cuerpo.

Carlos se acercó a la barandilla y por el camino se tapó un poco con una toalla que tenía por ahí, me llamó y encima va el tío y me pide disculpas a mí. Yo no me podía asomar de nuevo por el corte que sentía, pero él me empezó a decir que estaba muerto de calor y que le encantaba sentirse desnudo siempre que tenía ocasión.

Me dijo: “Asómate, por favor”.

Vencí mi corte y volví a pasar la cabeza a su terraza. Él se estaba tapando sus genitales con una toalla pequeña. Estábamos a menos de un metro y yo incluso me olvidé que estaba desnuda también.

Antes de que yo dijera nada, él siguió: “Lo siento mucho, no pensaba que fueras a asomarte, pero ya lo sabes, yo casi siempre estoy desnudo en casa. Sé que no es muy normal, pero me siento mucho mejor.”

“¿Sabes una cosa?” le pregunté, a lo que él puso cara de interés. “Que yo también estoy desnuda, y casi siempre que hace sol estoy así”.

“¿A que es un gustazo?” entonces dejó la toalla encima de una hamaca y se me volvió a mostrar de la misma manera qué estaba antes. “¿Qué me ibas a pedir?”.

El corazón me latía a mil por hora. Yo creo que se dio cuenta porque me salía la voz entrecortada. “¿Qué si tienes arroz, porque voy a hacer una paella y no me acordaba que no tengo nada?”.

“Espera un segundo” dijo él y se fue hacia la cocina a buscarlo.

En ese momento le pude observar bien y la verdad es que tenía un cuerpo muy agradable. Un pelín gordito pero bien proporcionado, espaldas anchas, fuerte, y también un moreno integral. Su pene no era de los más grandes que he visto pero no estaba mal, y su culo estaba bastante bien. A pesar de los kilos de más, se notaba que se cuidaba.

“Lo debo tener guardado en alguna de las cajas que me quedan por abrir de la mudanza” me decía mientras volvía. En ese momento le pude observar de frente y mi opinión seguía igual, me parecía un tío muy interesante.

Me dijo: “Déjame que busque la caja en la que está, pero seguro que tengo algún paquete. En cuanto lo encuentre te lo acerco”.

“Carlos” le dije “asómate tu ahora para verme desnuda, así estamos en paz” mientras me retiraba de la barandilla.

Entonces él se acercó y se asomó. Yo noté como se me puso el corazón otra vez a mil por hora. Me ha visto desnuda mucha gente pero jamás me había mostrado de esa manera. Tras un rato de observación me dijo “eres preciosa” y alargo un brazo para cogerme de la mano y me dio un beso en la mejilla. Por la posición del sol yo si podía verle a él y me di cuenta que su pene había crecido un poco.

“¿Porqué no te vienes a comer?” le pregunté “ya que nos conocemos un poco más, podemos compartir nuestra afición nudista”.

“Vale” me dijo sin dudarlo “En cuanto encuentre el arroz voy a tu casa”.

“Pero no te vistas” dijo él entre risas mientras nos íbamos cada uno a nuestra casa.

La verdad es que estaba un poco nerviosa pero me apetecía un montón el plan. Era una mezcla entre deseo y nervios que me hacía estar bastante patosa. Me miré un rato en el espejo por los nervios, y a continuación pensé que lo mejor en estos casos era abrir una botella de vino fresquito para tranquilizarme. Carlos no tardaría y gusta mucho que te reciban con un vino.

A los 10 minutos sonó el timbre. Sin duda sería él y no se me ocurrió ni por asomo ponerme la camiseta que tengo cerca de la puerta para cuando viene algún mensajero. Al abrir la puerta, Carlos entró como un rayo, había venido desnudo por el pasillo. Lo único que traía era el arroz,  unas chanclas y las llaves de su casa. No son muchos metros pero si algún vecino hubiera aparecido, le habrían visto.

“¿Estás loco?” le pregunté, “¿Cómo vienes así?”.

“Si te digo que no te vistas, yo tampoco me puedo vestir.” Dijo entre risas “Menos mal que has abierto pronto porque se estaba abriendo la puerta del ascensor y no me han pillado en pelotas por segundos.”

Una vez a salvo, nos servimos una copa de vino, pusimos el arroz en la paella y nos fuimos a la terraza mientras se hacía. Yo seguía muy nerviosa pero estaba muy a gusto, sintiéndome examinada (cosa que yo también estaba haciendo) por un casi desconocido y completamente desnuda. Él estaba también nervioso, pues luego me lo confesó, pero estábamos teniendo una conversación muy agradable y eso nos hizo tranquilizarnos poco a poco.

El arroz estaba buenísimo pero, yo creo que debido a los nervios, ninguno de los dos comimos mucho. Comimos en la terraza, bajo una sombrilla, y al terminar solamente quitamos los platos de la mesa para terminar el vino. No sé cuantas botellas de vino tomamos, pero yo estaba cada vez más a gusto en la sobremesa, incluso recliné mi silla hacía atrás sin importarme que Carlos tuviera una mejor vista de mi cuerpo. A él también se le notaba muy a gusto pero ninguno dimos paso a hacer nada más.

Estuvimos cerca de dos horas charlando animadamente, contándonos nuestras vidas. Él me contó que también estaba recién divorciado y que buscaba tranquilidad, no tenía prisa por tener pareja. Cada rato que pasaba me encontraba mejor y todos los nervios por estar desnuda habían desparecido, incluso creo que, cuando le iba a enseñar unos desperfectos en el suelo, me incliné hacia delante dejando verle mis partes más íntimas.

Yo estaba cada vez más excitada pero no veía lo mismo por parte de Carlos así que decidí no forzar nada y esperar a ver como se iba desarrollando todo.

Para provechar los últimos rayos de sol, y por las tres botellas de vino que nos habíamos tomado, decidí tumbarme en una hamaca que estaba justo al lado de Carlos. Él giró su silla para tenerme enfrente, no sé si porque estábamos hablando o para verme mejor.

Al cabo de un rato me dijo “¿tienes crema protectora? Porque te estás poniendo roja como un cangrejo”

“Si, en el baño” dije yo, y en ese momento noté como mi clítoris me empezaba a doler un montón, imaginando que me fuera a dar crema.

Él volvió enseguida con un bote de crema solar, y sin preguntarme ni nada comenzó a masajearme la espalda de una manera que me estaba volviendo loca. Este tío es todo delicadeza y cariño, no sé como su mujer le mandó a la mierda. Quizá tenga algo que aún no conozco, pero lo que he visto hasta ahora me está encantando.

Cuando terminó la espalda, siguió dándome crema en el culo y las piernas. La verdad es que yo hubiera preferido que se hubiera entretenido más en alguna zona, que tenía a punto de explotar, pero a pesar de la excitación que tenía volvía estar un poco superada y en esos casos es mejor esperar. Al terminar la parte posterior me di media vuelta, dando por hecho que iba a continuar con aquella delicia que me estaba proporcionado. Cada paso que yo estaba dando me hacía sentir más excitada, incluso creo que se me cayó alguna gotita de flujo de entre mis labios vaginales.

Continuó el masaje por mis hombros, brazos y tetas, que toco con gran dulzura y de vez en cuando repetía “eres preciosa”. Siguió por la tripa, deteniéndose en mis caderas que al estar tumbada boca arriba se me marcaban un poco, pero estaba disfrutando como hacía tiempo que no lo hacía.

A continuación llegó a mi pubis. Él no me preguntó si podía, pero tampoco hice nada por impedirlo. Es más, creo que involuntariamente abrí un poco más las piernas para facilitar el acceso. Yo suelo llevar los labios depilados con cera y un triangulito encima, con lo que Carlos tenía una visión perfecta de mi vulva. Yo estaba en las nubes en ese momento.

El masaje en el pubis me sucedió lo mismo que con el del culo, que aunque me tocó sin dudarlo y por todas partes, prefería que hubiera sido más exhaustivo, ya que yo estaba a punto de morir de dolor de clítoris. Para el masaje en las piernas, Carlos se sentó en un lado de la hamaca y flexionó mis piernas, que al estar entreabiertas creo que le dejaba una vista magnifica y estuvo un buen rato masajeándome los muslos desde la misma ingle hasta la rodilla. Cada vez que iba y venía siempre se producía algún roce con mis labios o incluso con mi ano. Yo ya estaba desesperada.

Cuando dio por terminado el masaje, yo me quedé como estaba con los ojos cerrados pues había experimentado un placer increíble, oí como cerraba el bote de crema y lo dejaba encima de la mesa. En esto se arrodilló junto a mí y acercando su cara a la mía me preguntó: “¿te ha gustado?”, a lo que yo no pude o quise pronunciar palabra y me fundí con él en el beso más apasionado que nunca he dado a nadie.

“Pensaba que no me ibas a besar nunca” le dije casi sin separar mis labios de los suyos “casi me matas de placer” y así seguimos besándonos abrazados (unas veces estaba yo arriba y otras él) durante bastantes minutos.

El pene de Carlos estaba duro como una piedra, y me pareció oportuno gratificarle a él de la misma manera que lo había hecho conmigo. Entonces me puse a horcajadas encima de él y comencé a masajearle los hombros, el pecho y vientre. Su pene estaba entre mis piernas y no estoy muy segura quién estaba disfrutando más, pues a cada movimiento de mi culo notaba como me recorría desde el ano hasta el clítoris y notaba perfectamente lo húmedo que estaba mi agujerito.

Cuando terminé el torso, me di media vuelta y me puse mirando a sus pies encima de su tripa. Al agacharme sobre su pene, era inevitable dejar mi vulva y mi ano perfectamente depilados, a un palmo de su cara. No se la iba a chupar todavía, quería alargar ese momento el máximo tiempo posible y que él estuviera tan excitado como yo, y solamente le di algún beso en el glande. Estaba casi deshidratada por todo el flujo que estaba produciendo, y me faltó un pelo para metérmela en la boca y terminar en una gran mamada cuando él alargo el cuello y me empezó a comer el culo, casi me muero de gusto pero me esperé.

Le fui besando a lo largo de todo el pene, los testículos e incluso metí mi cabeza entre sus piernas para comerle más abajo. Me hubiera gustado ver su cara, pero por los movimientos de cadera puedo asegurar que lo estaba pasando muy bien.

A continuación le flexioné las piernas para hacerle un masaje en las piernas parecido al que me había hecho él hacía un poco. Se juntaban los olores de sudor de los dos con todo el flujo que había derramado sobre él, y me estaba volviendo loca. Al acercar mi culo para poder alcanzar bien las piernas, volví a colocarme de tal manera que su pene me rozase el clítoris. En cada movimiento veía las estrellas y debido al tiempo que llevaba sin tener sexo y a todas las experiencias del día, no pude espera más y tuve el orgasmo más brutal que he tenido en mi vida. Casi pierdo el conocimiento y caí como un muñeco entre sus piernas. Su pene seguía colocado entre mis labios y solamente de los movimientos de la respiración, me seguía dando un placer bestial.

Cuando recuperé la compostura me abracé a él como una loca y comencé a besarle. La verdad es que había tenido la sesión de sexo más placentera y grata de mi vida, pero me di cuenta de una cosa, él no se había corrido y eso no se podía quedar así.

Como ninguno de los dos nos esperábamos esto e íbamos de solteros, no teníamos preservativos y decidimos no tentar a la suerte, pues demasiadas movidas teníamos ya. Entonces me bajé un poco y comencé a besarle el pene. A la vez que lo metía en mi boca le empecé a masturbar con la mano muy lentamente. Él cerró los ojos y gemía como un gato chiquitín, hasta que comprobé que se le empezó a acelerar el ritmo y, cuando se iba a correr, me toco la mejilla para que la sacara de mi boca. Menos mal que me la saqué, porque el primer chorro de semen que salió le superó la cabeza. Creo que me habría atragantado. El resto cayó sobre su tripa y pude comprobar que este tío llevaba bastante tiempo sin estar con nadie. A mí no me gusta mucho el sabor del semen pero no pude evitar mojarme un poquito los labios y besarle en la boca. Jamás había compartido tantos flujos ni buenos momentos con otra persona.

Este relato es el comienzo de mi relación con Carlos, perdón por la extensión pero me parecía importante que supierais los detalles. (Continuará……………….)