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La mojigata universitaria

en Hetero: Infidelidad

Durante mis años universitarios estaba más pendiente de salir de fiesta e intentar tirarme a la chavalas que de ir a clase a coger apuntes, la verdad. No es que en clase no hubiese tías, pero todo el mundo acaba dándose cuenta de que un poco de alcohol es un factor bastante elemental para conseguir que incluso esa mojigata del turno de tarde, a la que tantas ganas le tienes, acabe de rodillas atragantándose con tu polla.

Esa mojigata es la chica en torno a la que gira esta historia. Se llama Silvia y tenía un novio en el pueblo que, como estaba ya trabajando o no sé qué mierda, de vez en cuando sacaba un hueco para venirse de fiesta con nosotros por Madrid. La mía era una de tantas típicas pandillas de universitarios en las que hay una tensión sexual tremenda y en la que todos acaban follando con todos, sí.

Salvo esta chica que, encima, resulta que era la que más buena estaba. A decir verdad, no sé si es la que más buena estaba, pero el hecho de no habérmela llevado al huerto fácilmente como a las demás me tenía los huevos dolidos. Para que os hagáis una idea, es la típica pija de Derecho, delgadita aunque con unas piernas de infarto y un culo tremendo, rubia claramente de bote, y bien maquillada y arreglada a cualquier hora del día. Además tenía unas buenas tetas que solía disimular con jerséis o camisas no muy escotadas. Todo coronado con una expresión de siesa permanente, como creyéndose mejor que tú, aunque para hacerle justicia, también tengo que decir que era muy bonita de cara.

Pero no nos distraigamos de la historia, vamos a lo que iba.

El caso es que el noviete de la tipa se presentó un jueves y se emperchó con nosotros. Sin problema, por supuesto, a mí la verdad es que no me importa quién venga o deje de venir, mientras no interfiera con mis posibilidades de pillar cacho con alguna tía buena. De todas formas, a Silvia (eso pensaba al principio) no me la iba a follar de todas formas, con o sin novio. Ella tampoco iba a follar con él, por cierto, porque el notas tenía que quedarse en el piso de unos amigos y ella tenía que volver al Colegio Mayor de pijitas en el que vivía. Y claro, ahí no dejaban entrar a maromos que ultrajaran a las jóvenes e inocentes mujercitas que se alojaban allí, todas muy refinadas y dignas.

Total, fuimos de discotecas y la verdad es que aquella noche yo no estaba teniendo suerte. Ni las italianas de Erasmus, ni las de Enfermería... nada. Así que me volví con mi grupo y me puse a bailar y a hacer el tonto con ellos. Sería que iba ya un poco borracho, pero se me ocurrió la idea de empezar a tirarle la caña a Silvia, que lo cierto es que con la falda de tubo y el top que llevaba puesto, me estaba poniendo malísimo. Su vestimenta acentuaba sus caderas y sus piernas, haciendo que cuando andaba o se contoneaba, uno quedase hipnotizado de su culo. El escote también bien, ya era hora. Pero qué le voy a hacer, soy un hombre de culos.

Aprovechando cada ocasión en la que el novio no miraba, yo me arrimaba a Silvia, mirándola directamente a los ojos y rozando como por descuido sus caderas y su culo como si fuera un accidente clásico de baile. Al principio lo hacía medio en broma, esperando a que me pusiese cara de asco y se alejase, pero luego... lo sorprendente no era que no se retirase en absoluto, sino que me devolvía la mirada y encima, en un momento incluso, juraría que lo hizo mordiéndose el labio. La polla se me empezó a poner morcillona, la verdad, y viendo que con su lenguaje corporal parecía estar dándome alas, empecé a arrimar cebolleta, a ver si se mostraba receptiva con eso también.

¡Y vaya si se mostraba receptiva, la supuesta mojigata! No es que no se retirase como hasta ahora, no. Es que se puso prácticamente a perrearme, a restregarse contra mi paquete, que cada vez era más notable. He de decir, aunque no es por presumir ni nada de eso, por supuesto, y está mal que sea yo quien lo diga, que calzo bastante mejor que la media.

 

Total, que la chavala esta debe estar medio borracha a estas alturas o algo, o más caliente que Sevilla en verano, porque ahí estaba venga a ponerme miraditas de cachondona y a resfregarme su culo contra toda mi polla. Y el novio, esto es lo mejor, sin enterarse de una mierda.

En un par de ocasiones le hice gestos a la chica para que se viniese conmigo a un sitio más íntimo a ver si con suerte me la chupaba, pero la mirada que me dirigió fue una de esas que quieren decir "¿estás loco? ¿No ves que tengo al novio a un par de metros?" Así que digamos que lo dejé estar, aunque cada vez que el colega no miraba, le metía la mano en el culo, cada vez más fuertemente. ¿Y sabéis qué? Que la chica empezaba a suspirar y a gemir, como derritiéndose cada vez más. No es algo que pueda oírse en una discoteca, pero sí es algo que puedes notar de sobra cuando tienes a una tía bien cogida por el culo. Alguno de nuestros compañeros vio como le agarraba bien de sus nalgas y sonrieron, pero se enrollaron y no dijeron nada.

Finalmente, la noche tocaba a su fin y todos se fueron yendo. Hablando de camino a casa, tanto el colega como su novia estaban diciendo de pillar un taxi o algo, porque a ambos les pillaba lejos y tal, y ahí fue donde vi la oportunidad de oro.

—¿Y si os acerco, parejita? —dije yo, guiñándole un ojo a Silvia, que ya tenía los tacones en la mano cansada de tanto bailar.

—¿Pero vas bien, tío? ¿No has bebido un poco? —me dijo el pringado de su novio.

Yo me reí un poco, como quitándole importancia.

—Qué va, para nada. En peores plazas he toreado. Además no os voy a cobrar ni nada, que aquí los taxistas ya se sabe como son. Y más si ven que vais tajados; os van a dar vueltas por todo Madrid. Bah, os llevo y sin problema, de verdad.

Y ahí intervino Silvia.

—Sí cari, que yo sé que Fabio controla, y yo estoy reventada ya.

"Reventada te voy a dejar en un rato, guapa", pensé.

—Bueno —concedió él al fin—. Está bien, si ya total...

—¡Pues no se diga más! —proclamé, mientras me puse en cabeza para llevarlos hasta mi coche.

Cuando llegamos junto a él, me di prisa y, con naturalidad, abrí la puerta del copiloto, haciéndole una indicación a Silvia para que se sentase ahí, en lugar de atrás con el novio. Solo faltaría que empezaran a enrollarse en mi coche y me dejaran a mí de sujetavelas. Para mi sorpresa, Silvia aceptó sin dudarlo y el novio se quedó como extrañado, pero no dijo ni hizo nada y se sentó atrás. "Buen chico" pensé. "Tú deja que se siente a mi vera, que esto es mucha hembra para ti".

Una vez todos en el coche, ambos me dijeron dónde iban y, a pesar de que el Colegio Mayor pillaba más cerca, di un poco de rodeo para soltarlo antes a él. Por suerte no había controles y llegamos en un periquete.

—Bueno colega, esta es tu parada, ¿no?

El chaval se quedó como medio extrañado, porque imagino que se habría hecho a la idea de que primero pasaríamos por el Colegio Mayor. Sin embargo, ya sea porque iba mamado o porque es así de pringado, una vez más no dijo nada y se bajó del coche.

—Muchas gracias tío, ya nos vemos. Y tú cari, que descanses, mañana hablamos, ¿vale?

"Mucho no va a descansar, ya te digo yo"

—Si chiqui, mañana hablamos —y le dio un beso algo soso.

Casi interrumpiéndolos, aceleré y dejamos al tío ahí plantado.

—Bueno guapa, pues por fin solitos, ¿no?

Silvia se quedó callada, pero noté cómo se puso bien colorada.

—Y ahora a la camita y a dormir, ¿no?

—Sí... —dijo tímidamente.

Seguimos unos cuantos minutos en silencio. Parecía que su respiración estaba un poco agitada. No sé si se había asustado o que estaba cada vez más cachonda.

—Y bueno guapa, no hemos hablado de cómo me vais a compensar por el paseíto, ¿no? Que está el diesel ultimamente... bastante caro, ¿eh?

Silvia miró abajo como cortada, pero pude notar claramente una sonrisita. La típica sonrisa de "ya sabía yo..."

—Pues no sé qué quieres que te dé, estoy tiesa...

—¡No tienes nada que ofrecerme! ¡Pues habrá que llegar a un trato o nos vemos en los tribunales! —bromeé.

Mientras flirteábamos de esa manera, llegué a un polígono industrial que parecía bastante tranquilo. Paré el coche y me volví hacia Silvia.

—¿Y bien? ¿Se te ha ocurrido algo para compensarme?

—Uf... —suspiró. Estaba clarísimo que estaba luchando internamente entre dejarse llevar o mantenerse fiel al parguela de su novio y acabar con mis chorradas con una bordería.

—¿Cómo? No te entiendo, Silvia

—¿Qué es lo que te gustaría a ti?

Me quedé pensando un poco. O más bien, haciéndo como que pensaba. Tenía muy claro todo lo que quería hacer con Silvia desde el principio de la noche.

—Pues mira, para empezar, quiero hacerte una pregunta —dije, sacándome la polla. Ya se acabó de tanto marear la perdiz.

—Oh... Eh tío, qué haces, guárdate eso —dijo mirando para otro lado rápidamente.

—Ah no, quiero hacerte una pregunta. Quiero que me mires la polla y me digas quién la tiene más grande, si tu novio o yo.

Para entonces, mi polla tenía la consistencia del diamante y había alcanzado todo el tamaño que podía alcanzar, que no era poco.

Tímidamente, Silvia se volvió a mirármela. Se quedó con los ojos como platos.

—La madre que te parió chaval... ¡la tienes enorme!

Sonreí. Parecía realmente impresionada.

—Pero no has respondido a mi pregunta, Silvita. ¿Quién la tiene más grande, tu novio o yo?

—Uf... joder... Tú, desde luego. Madre mía... —seguía alucinando. Ahora no le quitaba ojo.

—Vaya, parece que estás muy impresionada. ¿Cómo de grande en comparación?

—Joder... no sé, por lo menos el doble de largo y de ancho... ¡Tío, vaya pedazo de polla, joder! —dijo, mordiéndose de nuevo el labio, ansiosa.

Por la postura que estaba adoptando estaba deseando de inclinarse y comérsela entera. Lo único que la retenía, supongo, es que no sabía si debía. Aun quedaba mucho de mujercita pija y digna en su interior. Chorradas.

—Se me ocurre un buen trato que creo que nos dejará satisfechos a los dos —dije. Silvia no quitaba ojo de mi polla y mis huevos—. ¿Qué tal si me haces una buena mamada? Pero una buena de verdad, mejor que las que le haces a tu novio.

Silvia simplemente asintió antes de encorbarse y meterse todo lo que pudo de mi polla en la boca. Empezó a chupar con bastantes ganas, pero solo le cabía en torno a la mitad. Para mí eso no era aceptable en absoluto.

—Espera, Silvita, espera, que vas a ver —dije, mientras la agarraba firmemente del pelo y le agarraba la cabeza—. Te ayudo, mira. A esto me refiero.

Y empecé a follarle le boca como un loco. Al principio es como que se resistía un poco porque no estaba preparada, pero poco a poco empezó a ceder y más y más carne en barra fue entrando primero por su boca y luego por su garganta. Seguí follándole la boca durante un rato, sin importarme las arcadas que le daban. Cuando tuve suficiente, le levanté la cabeza y la miré. De las arcadas se le habían saltado unas cuantas lágrimas y su rímel se había corrido, Además, hilillos de líquido preseminal y babas le goteaban de la comisura de los labios. Tenía los ojos rojos y jadeaba. Pero en lugar de manifestar descontento de alguna forma, se relamió y empezó a morderse el labio una vez más.

—¿Puedo seguir, por favor, señor? —me dijo. ¡Señor! Así que esta perra era realmente una sumisa, debajo de todo ese rollito de mojigata recatada y siesa.

—No, Silvia —le dije—. YO voy a seguir.

Apenas le dio tiempo a gemir al escuchar mi respuesta cuando la agarré y volví a meterle la polla en la boca de sopetón. Agarrando su cabeza bien fuerte, hacia arriba y hacia abajo, le follé la cara hasta la traquea. Solo cuando veía que la pobre puta no podía más, aflojaba y la subía hacia arriba. Y todas las veces, la puta de Silvia se relamió los labios y abrió la boca, como diciendo "estoy lista, quiero más".

—¿Te trata así de mal tu noviete, Silvia?

Silvia negó con la cabeza rápidamente.

—¿Y te gusta que te trate yo así de mal?

En esta ocasión asintió, también rápidamente. Ya no hablaba de lo cachonda que estaba. Seguro que me estaba poniendo el asiento del coche perdido.

—Mira que os gustan los cabrones a las pijitas, ¿eh? ¿Te mola que sea un cabrón contigo, Silvita?

Una vez más, Silvia asintió rápidamente.

—Pues ahora me vas a dar las bragas, que te las vas a poner perdidas, ¿no es así?

Silvia asintió rápidamente antes de apresurarse a obedecer mis órdenes. Se subió un poco la falda y se quitó sus braguitas, sin dejar que viese nada. Sería su costumbre de niña bien. No era un tanga, eran braguitas, como yo ya había notado agarrándole el culo en la discoteca. Y vaya si estaban empapadas.

—Ahora vamos a ver lo que has aprendido, Silvita. Esta vez no te voy a guiar yo, me las vas a chupar tú sola. Pero la falda te la vas a subir y te vas a poner a cuatro patas, que quiero ir probado un poco ese coño tan mojadito.

Silvia se apresuró en obedecer mis órdenes. Estaba claro que nunca la habían dominado sexualmente y que estaba descubriendo lo mucho que le encantaba. Primero se subió la falta y luego se puso de rodillas en el coche, inclinándose hacia mí. Podía verle el culo reflejado en la ventanilla. Un culo increíble.

Mientras ella se afanaba en meterse la polla lo más dentro posible de su garganta y al mayor ritmo que era capaz, yo me entretuve metiéndole los dedos en el coño, comprobando que estaba absolutamente inundado de flujo vaginal. A cada una de mis tocamientos, Silvia respondía con un pequeño gemido que se unía a los ruidos de succión que hacía al comérmela. 

Dejé de jugar con su coño un momento para chuparme los dedos y probar el sabor de Silvia. Ella lo notó y tuvo un espasmo de excitación. Pobrecita, cada vez estaba más claro que su vida sexual había sido un aburrimiento tremendo.

Tras un rato de mamada, decidí que tenía el coño listo para una buena ronda de embestidas. Inmediatamente la agarré del pelo, me acerqué su oreja a mi boca y le susurré que se fuese al asiento de atrás y que se quedase a cuatro patas. Ella obedeció en cuanto la solté de los pelos. Tenía un culo demasiado tremendo como para no gozar de su visión mientras partía a la pobre Silvia en dos.

Salimos fuera y y ella abrió la puerta y se metió dentro, cerrando tras de sí. Pero yo volví a abrir, la cogí de las caderas, y la acerqué hasta el borde del asiento, dejando su culo fuera del coche. Cualquiera que siguiera en alguna oficina o lo que sea podría ver perfectamente cómo de bien me lo iba a pasar dándole lo suyo a la recatada Silvia al estilo perrito. Ella, bien sumisa, arqueó su espalda, abriendo de par en par su culo y la entrada de su vagina. "Buena chica".

Acerqué la punta de mi polla a su coño, que prácticamente estaba rogando por ser penetrado. Sin embargo, esperé unos segundos frotándolo con el clítoris y los labios, para ver la reacción de mi recién adquirida esclava sexual. Ella empezó a impacientarse y se volvió a mirar por qué no la reventaba de una vez.

—¿Qué haces? ¡Venga ya!

Mi respuesta fue darle una cachetada tremenda en su culo, dejándole la mano señalada.

—¿Cómo se piden las cosas, puta de los cojones?

Silvia se dio cuenta de a qué me refería. Volvió a gemir y a morderse los labios y dijo:

—Por favor, señor, ¿me la puedes meter?

—Con mucho gusto —dije sonriendo, mientras le clavaba todo mi pollón en su coño prieto y húmedo.

—Oooh... joder... —se le escapó. Ni de coña había probado esa perra una polla como la mía.

Ignorándola, seguí embistiendo su dulce coño, procurando que absolutamente toda mi polla entrase en cada estocada hasta el fondo de su tesorito, sintiendo como cada vez entraba con más y más facilidad. Le iba a bailar al novio la próxima vez que se viesen.

—¡Cuidado, no tan fuerte!, ¡Que me caigo para adelante!

Mis embestidas cada vez la estaban desplazando más y más al interior del coche. Yo seguí de todas formas. Si no aguantas y te caes, es tu problema.

Tras unas cuantas embestidas más, Silvia cayó bocabajo en el asiento de atrás. Yo, sin llegar a sacarla, caí con ella y seguí follando de todas formas, notando cada vez más espasmos tanto en su coño como en su cuerpo. Le quedaba muy poco y no llevaba follándomela ni cinco minutos.

Finalmente llegó. Gimiendo como la perra en la que la había convertido, todo el cuerpo de mi puta personal convulsionó. Apenas podía articular un "joder" mientras temblaba y se retorcía bajo mi cuerpo, sudando.

—J-Jooo-OOO-oderrrr...

Pero yo no había terminado, así que la agarré de los pelos y la saqué fuera del coche.

—De rodillas perra, aun no he acabado contigo.

Dócil, Silvia se arrodilló y abrió la boca de par en par, sacando la lengua.

—P'adentro —dije, y le metí mi barra de carne empapada de flujo vaginal en la boca.

Le metí la polla entera dentro de la garganta, y mis huevos se apretaron contra su barbilla. Pero en lugar de una arcada, la muy puta sacó la lengua por debajo y empezó a lamerlos. Increíble de lo que son capaces algunas cuando se las trata como corresponde.

Ya estaba medio apunto cuando la puse de rodillas, así que no tardé demasiado en correrme. Le llené la boca y la garganta de lefa a la muy puta, que abrió de par en par los ojos de notar de pronto inundada con toda mi descarga. Intentó zafarse un momento pero yo todavía tenía unos cuantos chorros de cremosa leche que derramar en ella, así que la aguanté con fuerza. Como siguió insistiendo, la dejé ir, que tampoco es plan de propasarse demasiado. Tosiendo semen, con la cara colorada y los lagrimones de las arcadas corriéndole por la mejillla, destrozando aun más su maquillaje, terminé la obra de arte con unos cuantos más chorros de corrida, los últimos que me quedaban, que cayeron en su nariz, en la ceja derecha y en la comisura de la boca. El top se le había puesto perdido, qué le voy a hacer. Culpa mía, cariño.

—Bueno, me doy por satisfecho con este pago. Siempre que necesites que te acerquen, dame un toque y te llevo.

—Ca-cabrón... Estás hecho un hijo de puta —dijo, todavía tosiendo mi lefa.

—¿Cabrón? ¿No te ha gustado, pedazo de puta?

Silvia se limpió un poco más de semen que le chorreaba por la cara.

—¿Que si me ha gustado? —sonrió radiante, mientras empezaba a acariciarse el coño, aun de rodillas— Me ha encantado, señor.