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Control extremo

en Control Mental

Intentaba no utilizar su poder a menudo por meras cuestiones morales, pero a veces resistir la tentación era simplemente imposible. Bastaba con que él diese una orden para que aquél a quien fuese dirigida tuviese irremediablemente que obedecerla. A veces pasaba sin querer, por lo que tenía que tener mucho cuidado de cada palabra que salía por su boca. Un día, por ejemplo, le dijo a su vecina "que te den por culo" y la pobre mujer acabó en un callejón siendo enculada por un par de delincuentes juveniles. En otra ocasión, dijo a su profesora de Matemáticas, aun en el instituto, que "le comiese el culo por debajo de los huevos". Sí. Adivinad qué pasó. Tranquilos, también ordenó a todos los testigos que aquello tenía que guardarse en secreto. Nadie dijo nada. Tampoco decían nada sus compañeras adolescentes, a las que se follaba salvajemente cada recreo. Tampoco hablaban las madres de sus amigos, a las que sodomizaba cada vez que iba a jugar a la play o a hacer la tarea. Sí, a veces estas cosas no pasaban porque se le escapase nada. A veces simplemente veía a una tía por la calle que estaba muy buena, y le decía "eh tú, bombón, chúpamela", y la chica simplemente lo hacía. Y si iba con el novio, le decía a él "tú, quieto ahí y no hagas ni un ruido, que tu novia necesita concentrarse". Su adolescencia fue increíble.

En cualquier caso, en la actualidad siempre que utilizaba su poder era para salir de situaciones difíciles, no para abusar de nadie. Intentaba ser un chico normal. Sí, es cierto que de adolescente acabó follándose a absolutamente todas las mujeres de su pueblo, al menos las que le agradaban, pero ya era un adulto responsable y no quería volver a repetir eso. Al fin y al cabo, digamos que la estabilidad de su pequeño pueblo estaba... no muy bien. No quería repetir eso allá por donde iba, la sociedad y la civilización tenían que continuar. Y además, un gran poder conlleva una gran responsabilidad.

Iba pensando en todas estas cosas en el coche, camino de la capital de la provincia, donde ahora residía, cuando se topó con un control de la policía. Pensando que no había cometido ninguna infracción, se detuvo y bajó la ventanilla. Un agente fornido y bigotudo se asomó. Era joven y lleno de tatuajes. No daba la imagen de policía sino más bien de segurata de discoteca. No le causó una muy buena primera impresión.

—Buenos días, agente. ¿Algún problema?

—Buenos días —dijo, con un deje de chulería y autoritarismo—. Te has saltado el stop del cruce. Has hecho un ceda, pero la señal es de stop, así que te voy a poner una multa.

Esta era una clásica situación en la que se permitía a sí mismo usar sus poderes. No solo no le daba la gana de pagar la multa, es que encima ese gilipollas no tenía ni una pizca de educación. Sentía un gran respeto por las fuerzas de la ley, ojo, pero no por los chulos perdonavidas.

—No, agente. No me vas a poner la multa. Y sé más educado.

El policía se quedó callado un segundo, confuso.

—De acuerdo, señor. Puede continuar. Tenga un buen día, señor.

En noventa y nueve de cada cien situaciones como esas, se habría detenido ahí. Habría arrancado y se habría ido. Pero una idea se le pasó por la mente, y decidió probar suerte.

—¿Está casado, agente? Responda.

El policía volvió a quedarse callado un segundo.

—Sí —respondió finalmente.

—Magnífico. Y dime, ¿está buena tu mujer?

 

Una vez más, el policía dudó un poco antes de dar su respuesta.

 

—A mí me lo parece, sí.

—Ahórrate la falsa modestia y dime claramente cómo de buena está tu mujer. Sé lo más detallista que puedas, agente. Ah, y también dime cuáles son sus... habilidades sexuales, digamos.

El policía parecía profundamente irritado, con la vena del cuello hinchándosele por momentos. Pero, tras un segundo de pausa, respondió:

—... Pues la conocí en el gimnasio de mi ciudad, así que es la típica putilla de gimnasio, muy en forma, con unas piernas y un culo de infarto moldeados a base de sentadillas, un vientre totalmente plano y unas tetas naturales preciosas y muy buen puestas en su sitio. Fíjate si está buena que tiene miles de seguidores en Instagram, y solo sube fotos en bañador... Todo su cuerpo está muy bien tonificado, sin llegar a ser demasiado musculoso. También le molan los tatuajes, y tiene uno en la parte baja de la espalda, otro en el cuello y otro en el muslo. Quedan genial cuando se le está dando a cuatro patas. Tiene el pelo moreno, largo y ondulado, y unos ojos verdes y profundos que lucen increíbles cuando chupa polla. Además, le enseñé a evitar el reflejo de las arcadas, así que hace la garganta profunda de maravilla. Tiene hecha la depilación láser por todo el cuerpo salvo en el coño, donde se recorta el vello, quedándole un arbusto natural a la vista pero perfectamente cuidado. Le pone que la domine, que la coja en brazos o que la reduzca con llaves de judo y la reviente a pollazos contra el suelo. Va de chunga pero es sumisa que te cagas. Se deja dar por el culo y se traga el semen. Además toma la píldora, por lo que follamos a pelo y, cuando me apetece, me corro dentro de su coño. También le pone cachonda que le dé azotes y la ahogue con mi polla, casi literalmente. Es bastante extrema y tiene mucho aguante. Tiene buenas tetas para hacer pajas cubanas, le pone cachonda que me corra en su cara y disfruta comiéndome los huevos y el ojete del culo.

—Uhm, está muy bien, agente. Suena cojonudo, me lo has sabido vender. Y dime, ¿cómo se llama esa putilla?

—Carolina.

—Bonito nombre. Ahora dime la dirección de su casa. ¿Está allí ahora? Ah, y también me dices su número de teléfono.

—La dirección es *** y su número es ***. Ahora no está en casa porque estará en el gimnasio.

—Vaya. Bueno, pues llámala en cuanto me vaya y le dices que vaya para casa, que es importante. No necesitas darle más detalles. ¿Tienes una foto en el móvil? Enséñamela, que yo la reconozca.

El policía se sacó el móvil del bolsillo con manos temblorosas. Buscó unos segundos y luego le mostró la pantalla. Una mujer joven, de veintitantos, tal como la había descrito, sonreía en bikini frente al espejo. Estaba más buena de lo que se había imaginado. 

—Vaya diosaza, ¿eh? Bueno, pues ahora la llamas como te he dicho, que yo me piro para allá. Ya te mandaré vídeo cuando terminemos. ¡Jajaja! Y lo que queda del día, hazlo como de costumbre. Y ni se te ocurra buscar mi matrícula ni hacer que nadie la busque por ti. Ah, y por supuesto nada de comentar este incidente con nadie, nunca. Si tu compañero te pregunta, te inventas una excusa que cuele, que yo no sé de procedimiento policial ni hostias. ¡Adiós, pringado!

Dicho esto, arrancó y se fue a toda pastilla. El policía quedó confuso un rato. Luego, siguió con sus controles como de costumbre, como si no hubiese dado los datos de su mujer, con la que se había casado hacía tan solo un mes, a un desconocido con pinta de depravado sexual que era inusitadamente persuasivo. 

Media hora después, cuando llegó frente al apartamento, aparcó y quedó a la espera. Normalmente no hacía esto, pero la tía estaba demasiado buena como para no hacer nada al respecto y aquel policía le había caído como el culo. Querer multarle a él... Además, su pinta de chulo de gimnasio le había caído peor aun. Y es que la tía esa, Carolina... Madre mía. No mentía si afirmaba que era la tía más buena que había visto en mucho tiempo. Ahora faltaba por ver si en persona estaba tan buena.

Al cabo de un cuarto de hora, vio aparecer a Carolina al final de la calle. Iba vestida de forma deportiva, con mallas de yoga negras y un top rosa, con el ombligo al aire y el pelo recogido en una trenza de boxeadora. Con cara de preocupación y paso ligero, se acercó a la puerta de su apartamento con las llaves en la mano. Efectivamente, estaba buenísima. Este era el momento de la diversión...

—¡Carolina, espera! —dijo, bajándose del coche.

Confusa, la atractiva muchacha se detuvo en seco, como una estatua.

—¿Sí? ¿Quién eres?

—¡Eso no importa! —respondió nuestro protagonista con alegría. Conforme más se acercaba, más increíblemente buena la encontraba. Sus ojos eran absolutamente increíbles— Lo que importa es que nos lo vamos a pasar genial. Ahora cállate, abre la puerta y vamos al dormitorio.

Inmediatamente, Carolina proceció a obedecer, aun con cara confusa y asustada.

—Oh... ¡pero alegra esa cara, mujer! Verás como somos grandes amigos...

La chica empezó a relajar el gesto y sonrió. Parecía estar verdaderamente contenta.

—Mucho mejor...

Entraron en el piso y se dirigieron directos a la habitación. Por el pasillo, le palmeó con fuerza el culo, comprobando lo tonificado y terso que estaba. Le encantaban las chicas saludables y fitness.

—Dime, ¿tienes algún equipo de grabación, trípodes, cámaras o algo así?

—Ten... tengo una GoPro y un adaptador para ponerla en la cabeza, para grabar cuando hago escalada.

—¡Qué maravilloso! ¡Nunca he usado un chisme de esos! ¡Va a quedar una peli estupenda! ¡Jajajaja! Bueno, ¿a qué esperas? ¡Tráemela! Mi primera peli P.O.V., qué nervios...

La chica se apresuró en obedecer las órdenes.

—¿Ya está grabando? ¡Estupendo! Pues vas a esforzarte para que quede un buen recuerdo de mi visita, ¿estamos? ¡Saluda a tu maridito!

—Hola cariño... —dijo tímidamente la chica a la cámara.

—No, ¡pero con más entusiasmo!

Carolina sonrió, como si realmente fuera el mejor momento de su vida.

—¡Hola cariño! —dijo, con una inocente sonrisa de oreja a oreja.

—Ahora, acércate y dame un beso. Pero bien apasionado. Ven, vamos junto al espejo para que se nos vea bien...

Carolina se le acercó lentamente y se abrazó a él. Su mirada era increíble, casi causó un mareo a nuestro protagonista. Su cuerpo era firme, suave y cálido. Mientras se fundían en un sensual y húmedo beso, le metió la mano por debajo de las mallas, estrujando bien su culo. Se aseguró de que se notase cómo le metía la lengua hasta el cuello. Todo quedó bien grabado en la GoPro.

—Así me gusta. Ponte de rodillas —la chica se puso de rodillas inmediatamente, aun sonriente y con cara lujuriosa, como ida—. Me ha dicho un pajarito que no tienes reflejo de arcada. Sácame la polla del pantalón, muy sensualmente, y hazme la mamada como si te fuera la vida en ello. Las que sabéis hacer eso escaseáis... Quiero que lo hagas con muuuucho entusiasmo, mirando a cámara y todo el rollo. ¡Disfrutando, vaya!

La chica procedió a hacer lo que le ordenaban. Lentamente, con cara lujuriosa, desabrochó el cinturón y bajó la cremallera de nuestro protagonista. Bajó los calzoncillos y una polla de tamaño bastante considerable apareción ante su cara. Carolina la agarró, la besó en la punta y, tras escupirla, empezó a chuparla con muchas ganas, haciendo un ruido tremendo de succión.

—Ohhh... Madre mía, qué bien la chupas, putón. Tu marido no hizo mucha justicia cuando describió tus habilidades...

En ese momento, Carolina empezó a metérsela hasta la garganta. Los huevos tocaban con su barbilla. La muchacha sacó la lengua por debajo de su polla y empezó a lamerlos.

—¡Vaya, eso sí que no me lo había mencionado! ¡Aguanta ahí, que me toca a mí ahora!

Inmediatamente, la agarró de la cabeza y empezó a follarle la cara como un animal, haciendo que casi se ahogara con su polla. Las babas salían por la comisura de la boca mezcladas con su líquido preseminal. Los lagrimones empezaron a deslizarse de sus ojos, corriéndole todo el rimel.

—Madre mía qué garganta tienes, zorra. ¡Y todavía ni te he visto ese trabajado cuerpo tuyo! —dijo, al tiempo que le sacaba la polla de golpe de la boca a Carolina, entre varios hilos de babas. La chica tosió y se limpió la boca con el dorso de la mano. Su cara era una mezcla de confusión y de pura excitación.

—¡Me sorprende gratamente que no te hayas desmayado! Muchas chicas ya estarían inconscientes, o me habrían potado en el rabo... Qué recuerdos de mi adolescencia... ¡Mis felicitaciones! Ahora... de pie y quítate la ropa. ¡Y hazlo de forma sensual, por supuesto! ¡Tiene que quedar bien en la peli de tu maridito!

La mujer se empezó a desnudar mirando directamente a cámara, lentamente y adoptando poses sensuales. Primero, se quitó el top intentando taparse los pezones con un brazo, para luego descubrir sus preciosas tetas naturales poco a poco. Apretando los brazos hacia dentro, hizo que sus pechos se juntaran más y crearon un efecto increíble, rebosando hacia arriba. A continuación, se dio la vuelta y procedió a bajarse las mallas con los dedos pulgares, poco a poco, dejando a la vista su tonificado culo, dejándose el tanga puesto. La chica se puso a cuatro patas en el suelo y fue gateando por la habitación, con actitud sumisa, hasta subirse a la cama. De espaldas a la cámara, y con el culo totalmente en pompa, empezó a quitarse el tanga usando las dos manos, dejando a la vista un precioso coño, tal como lo describiera el agente de policía que solía penetrarlo.

—¡Magnifico! ¿No has trabajado nunca de stripper? ¡Tendrías futuro! ¡Jajaja! Ahora, déjame que vea cómo está ese coñito tuyo, que parece muy sabroso.

Se acercó y empezó a meter los dedos en el coño de Carolina. Estaba empapado de sus jugos, tal como solía pasar. Aunque no solieran querer obedecer sus órdenes, todo el juego previo al que solía someter a sus víctimas acababa por activar los mecanismos biológicos de sus partes más íntimas, que a este punto solían estar chorreando de deseo.

—A ver cómo sabe... —dijo llevándose los dedos a la boca. Luego, hundió su lengua en las profundidades de Carolina— Uhm... Delicioso, delicioso. ¡Ahora, mastúrbate el clítoris mientras te meto la polla, guapa! Que se viene lo bueno...

Inmediatamente le clavó a pelo su polla, que se hundió en los fluídos de la joven con suma facilidad. Era increíble lo húmedo y cálido que estaba. Realmente Carolina estaba muy cachonda. De hecho, al poco de recibir sus crueles embestidas, empezó a gemir como una auténtica puta, y eso que no había dado tal orden.

—¿Oyes eso, colega? —dijo a la cámara— ¡Esta perra está gozándolo de verdad! ¡No le he dicho que gima así! ¡Jajaja!

Al oír esto, Carolina empezó a gemir todavía más y a morder desesperada la almohada. Retorcía las sábanas que tenía a mano con fuerza.

—¡Sí que lo goza, sí! ¡Jajaja! ¡Se ve que le pone cachonda que la trate así! —dijo— Ahora que me acuerdo... ¿no le ponía que la azotasen? 

Y, según terminó la frase, lanzó una potente cachetada en el culo de Carolina. La chica soltó un gritito.

—Vaya, sí que le gusta. ¡Jajaja! ¡A ver cuánto aguanta! ¡No te muevas, que voy!

Sacó su polla, que estaba chorreando de flujo vaginal, y la emprendió a cachetadas con la pobre muchacha. La chica gemía mordiéndose el labio con fuerza a cada uno de sus golpes, pero no se movió de donde estaba, permaneciendo con el culo en pompa y la cara apoyada en la almohada.

Siguió dándole golpes hasta que el culo adoptó un color rojo amoratado. La chica respiraba con dificultad pero, sin que nuestro protagonista dijera nada, empezó a masturbarse de nuevo.

—¡Vaya! ¡Sí que le gusta que la azoten, pues! ¿Ves eso que está haciendo? ¡Yo no le he dicho que lo haga! ¡Jajaja! Vais a tener que tener una conversación bastante seria cuando acabe con ella... Pero basta de cháchara. Hay un agujerito que no he usado todavía...

Carolina no pudo disimular una mueca de horror, pero empezó a masturbarse con más fuerza.

—Vaya... qué bestia es esta tía... Sí, sí, definitivamente voy a tener que venir más por aquí. Quizá hasta te haga un show privado, colega. 

Nuestro protagonista se subió en la cama, justo encima de la chica. Se humedeció la polla restregándola por su coño, que estaba literalmente chorreando y, sin ninguna delicadeza en absoluto, empaló a la pobre Carolina. La chica, bien acostumbrada al sexo anal, recibió la polla muy rápido, aunque sí se le escapó un gritito mientras mordía de nuevo, esta vez con más fuerza, la almohada.

Nuestro protagonista siguió percutiendo a la pobre Carolina hasta que se corrió dentro. Los primeros chorros los vertió en el fondo del culo de la chica, tras lo que la sacó y, aun aguantando más leche, los derramó en la cara de la chica, en el lado que no estaba apoyado en la almohada. Esta ni se inmutó, tenía la mirada perdida. Sin ya casi reservas, la metió en el cálido y húmedo coño de la mujer, y siguió dando unas suaves estocadas hasta que los espasmos de su orgasmo fueron desapareciendo del todo. Luego, sacó su polla y, con cuidado de que la cámara lo captase bien, se la limpió en una de las enrojecidas nalgas de Carolina. Su piel estaba ardiendo a causa de los golpes, lo que sumado a su suavidad, produjeron un gran placer en el glande de nuestro protagonista.

—Bueeeno... Pues ya hemos acabado, cariño. No has dicho ni una palabra desde que hemos subido, no creas que no me he dado cuenta. Dime, y sé sincera... ¿Te ha gustado?

Carolina tardó un momento en responder.

—Sí.

—¡Jajá! ¡Lo sabía! ¿Lo has oído, tío? ¡Ha dicho sí! Ahora bien, no te voy a preguntar si te ha gustado más que con tu marido, pero... Bueno, qué más da. Dime, y sé sincera... ¿Te ha gustado más que con tu marido? Y razona tu respuesta, jaja.

Carolina se tomó otro segundo antes de responder. Parecía como si intentara resistirse. Pero no podía.

—Sí. Mi marido la tiene más pequeña y además no me pega tan fuerte, creo que porque le da miedo hacerme daño. Digamos que me folla con intensidad media alta y con respeto... A mí me gusta que me traten como a una auténtica puta, que me degraden y me apaleen.

 —¡Jajajajaja! ¡No me lo puedo creer! Con lo machote y lo chulo que parece tu maridito el cornudín... ¡Jajaja! Entonces, respóndeme a otra pregunta... Y sé sincera. Si de ti dependiera, aunque no depende de ti, ¿querrías que volviera por aquí de vez en cuando a desahogarme contigo como ahora?

Carolina tardó un par de segundos más en responder. Sí, desde luego intentaba resistir. Una vez más, dio igual. Nadie podía resistirse.

—Sí.

Y así fue. Cada dos o tres días, nuestro protagonista se acercaba al piso de la dulce parejita. Antes le había preguntado su teléfono a Carolina, claro, para asegurarse de que estuviese en casa. A veces, su marido también estaba en casa. Lo que hacía en esas ocasiones era ordernarle que se sentase en una silla en la esquina de la habitación y que mirase atentamente mientras se masturbaba. Otras veces, que cogiese una cámara y se pusiese a grabar, y otras, que le comiese el coño a su mujer mientras él se la follaba. Y siempre, siempre, siempre, le hacía que limpiase a su mujer a lametones al terminar con ella. Había veces en los que pasaba los fines de semana enteros viviendo en la casa. Por supuesto, él dormía con Carolina y su marido... su marido dormía en el suelo a los pies de la cama. 

Y pensar que todo esto podría haberse ahorrado si no le hubiese querido poner una puta multa a nuestro entrañable protagonista... Pero como dice el refrán, "no hay mal que por bien no venga".