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Un Dedo y Aceite (1)

en Fantasías Eróticas

Sentado en una cama en el castillo de Menternesse, el príncipe Yoflu se sacó los pantalones. Pronto volvió a taparse el pene flácido, porque la sirvienta de cámara del conde entró a preguntar si necesitaba comida, bebida o compañía. Hay que decir que el príncipe se sonrojó como nunca y la camarera empezó a reírse.

  -Hombre, que no es para tanto-dijo Ruby-. Anda que no he visto yo tíos desnudos. Si me dieran un penique por cada...

  -¿Y cómo son?

  -¿Quién?

  -Los desnudos.

  -¿Te has desviado, Yoflu?

  -Siento cierta curiosidad. ¿Qué me dices?

  Ruby encandiló a Yoflu exhibiendo una sonrisa seductora con la que lo hipnotizó hasta el momento en el que ocupó, con el culo, la esquina derecha de la cama, subiéndose la falda negra hasta las rodillas para que no se le manchase el dobladillo con el polvo que había en el suelo.  

  -Suelen ser peludos y oler a rayos.

  -¿Y sus penes?

  -Les cuelgan las pelotas por los lados.

  ¿A dónde iba la conversación?, se preguntó Ruby. Sabía por una charla del día anterior —la cual comenzó igual que la de hoy, al preguntarle por orden del duque de Menternesse si deseaba compañía de alcoba— que Yoflu estaba muy interesado en los hombres desde que había salido de Tereny. La ciudad de las mujeres la llamaban. Para no faltar a la verdad, la ciudad de un sólo príncipe rodeado de una Reina-Madre, las princesas y miles de guerreras, todas preparadas para entablar combate. Y sí Yoflu las miraba por encima del hombro no hacía falta recalcar que sucedería...

  -A todos los veo únicos. Te refieres a la homosexualidad como una cualidad que esconder en privado, ¿no? Eso entendí ayer, Ruby. Pero no soy homosexual, no he tocado ningún pene. Solo tengo tantas preguntas sobre los imbéciles de los que he oído muchas historias horribles y qué, al saludarlos, charlar y hasta hacer de ellos mis amigos, no odio, no siento ganas de apalear, tampoco de encerrarlos en el calabozo.

  -¿Has estado con mujeres, príncipe Yoflu?

  -Sí, las concubinas de palacio me desvirgaron. Ellas lo hicieron con bocas de miel, besaron mi pene erecto y después dejaron que se lo metiera-Joflu puso las manos en el dosel de la cama-. ¿Te has vuelto loca? Que va. Nunca jamás podría tocar a una ciudadana de Tereny. Les repugna mi genero. Mis hermanas comerciarían con mi piel. La venderían cara: “a la venta pelo de violador” anunciarían en el mercado de la capital. Son muy feministas.

  -Entonces deduzco lo que deduzco y por ello he preparado un juego, joven príncipe en misión diplomática. ¿Qué clase? El que más les gusta a los hombres.

  Ruby descargó la presión que sentía en la espalda, producto de las cuerdas y cierres de su corsé negro. El resorte abierto dejó que sus pezones acariciaran por fin el aire libre, doce horas después de que los encerrase en la prisión de terciopelo. El príncipe Yoflu observó las tetas de la camarera y negando, sin mucha concentración, puso una mano sobre la aureola de una de ellas.

  -Para ser una camarera los tienes firmes-Ruby no vio nada en pie bajo la sábana que cubría a Yoflu.

  -Qué expresión más estúpida. Las tetas crecen como les viene en gana.

  -Lo siento, hablé sin meditarlo.

  Ruby negó de manera triste y múltiple: una vez movió el mentón y otra se mordió los labios en un mohín resignado. Para los demás hombres sería una amiga estupenda. Conocía penes que se abrían paso entre sus piernas aún un segundo antes de que el corsé concediese en firmar la carta de libertad a sus pezones.

  -¿Se te ha puesto dura?

  -No.

  -¿Sientes el picor?

  -En reposo, Ruby. Vivo condicionado ante los caprichos de las princesas.

  -¿Y cómo hacen ellas para criar niñas?

  -No es ningún misterio, Ruby. Existen unos botes de gusanitos blancos en Tereny que nos proporcionan ciertos pueblos norteños, son almacenados bajo muchos metros y en frío hielo durante el verano y el invierno. Cuando una princesa o una guerrera siente la necesidad maternal, las doctoras del laboratorio le insertan gusanitos hembras seleccionados y el ciclo de las niñas vuelve a empezar.

  -¿Y qué ocurrió el día que cocinaron al heredero al trono de Tereny?

  -La científica jefe le gastó una broma pesada a mi madre. Se amaban de jóvenes, pero la Reina la desatendió al coronarse. Una vieja historia. Por suerte, ella no me mató en la cuna y aquí estoy.

  -En fin, quítate la sábana de encima.

  El príncipe Yoflu cumplió la demanda de Ruby con mucha premura, idéntica a cómo lo hacía en Tereny ante las peticiones del 99’99% de las personas a quienes rendía pleitesía por su educación feminista. Ruby abrió las piernas y puso el clítoris sobre el pene alicaído de Yoflu.

  -Verás, cómo ayer no logramos hacerlo, hoy he pensado tratarte igual que ellos me tratan a mí. Te pondrás a mil, te lo prometo.

  El experimento de Ruby consistió en untarse cierta cantidad de aceite en las manos y pedirle a Yoflu que mantuviese la boca abierta. Introdujo un dedo en sus labios. Lo balanceó entre la lengua y el paladar del príncipe. Contra el clítoris de Ruby la victoria tomó la forma de un hierro.

  -Ves, homosexual abierto o no, esto te gusta. Ahora, voy a mamártela.