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Rabo de semental

en Gays

Durante un servicio de mediodía, atiendo una mesa con 6 comensales, y me fijo en uno de ellos, de unos 49 años de edad, alto, con pelo canoso, piel suave, sin barba, de sonrisa amplia y dientes perfectos; va vestido informal, con unos tejanos que le marcan un buen físico, camisa abrochada hasta el penúltimo botón que le dejan entrever un pecho peludo y marcado (me vuelve loco un pecho peludo). Es agradable en el trato, muy cordial, respetuoso y cercano, tanto que es de los que no duda en rozarte cuando te habla, y viniendo de él, me gusta y mucho.

El servicio transcurre bien, entre alagos, bromas, buena sintonía con todos los integrantes de la mesa, pero con él en especial, cruce de miradas, agradecimientos y algún que otro roce. No dudaré que me centré mucho en su confort, y no desaprovechaba ocasión para pasar por su lado, observarlo, intercambiar miradas y hacer un buen repaso de su cuerpo.

Al acabar el servicio, el restaurante se fue vaciando y se quedó únicamente su mesa mientras recogía y preparaba el resto de mesas ya vacías. Durante la conservación que mantenían hablaron, y me incluyeron, sobre un restaurante muy conocido por su rabo de toro, toda su especialidad. Con inocencia, o no, confirmé lo bueno que estaba ese plato de rabo de toro. 

Finalmente pidieron la cuenta, hicieron el pago, se despidieron y marcharon.Ya me había quedado solo en el restaurante, y no me podía quitar de la cabeza a Rober (así me dijo que se llamaba). Al cabo de unos minutos apareció de nuevo Rober, necesitaba ir al baño, y creo que la sonrisa me traspasó los límites de la cara. Al regresar de los servicios volvió a agradecerme la atención prestada y empezamos una conversación que cada vez iba entrando más en temas personales; de ahí pude averiguar que Rober venía con unos amigos que querían ir a visitar unos museos de la zona y que él prefería pasear, con lo que estaría toda la tarde libre para conocer la zona. Soltero, sin hijos, trabajador social, buen conversador, interesante. Teníamos tiempo, así que nos sentamos a tomarnos una copa juntos y en un momento de la conversación retomamos el plato de rabo de toro... en uno de los momentos, no recuerdo cómo ni por qué, me dice que a él también le gusta el rabo de toro, y el de semental, diciéndome abiertamente que es gay y que su debilidad son los hombres como yo. Ahí ya me desmonta, le confieso que durante todo el servicio ni he podido, ni he querido, quitármelo de la cabeza. Ahí nos acercamos el uno al otro, nos miramos a los ojos, abrimos las bocas y nos besamos con lujuria y pasión. Besa muy bien, con muchas ganas, con necesidad de más; siento su lengua entrando en mi boca, la mía jugando con la suya, suspiramos, nos animamos y subimos el tono y los gemidos. No puedo más, me lanzo a su paquete que empieza a endurecerse con fuerza, y con mi roce consigo volver a hacerlo gemir. Él me hace lo mismo, me soba mi paquete, me lo pone duro y caliente. 

Mi debilidad son los pechos, así que no tardo en abrirle la camisa, en sentir con mis manos su vello rozando mi mano; mi imaginación se desata, mi vicio crece y mi polla pide a gritos salir de la carcel en que la tengo encerrada. Me separo de su boca para admirar ese pecho peludo, con los pezones duros mirándome y no puedo resistirme en lanzarme a sus pezones, chuparlos, morderlos, noto cómo se endurecen y oigo sus gemidos de placer. Me recreo en chuparle y lamerme bien por todo el pecho, sus sobacos, y subo por su cuello hasta reencontrarme con su boca abierta pidiendo boca y lengua.

Las manos vuelven a recorrer su pecho, bajan a su estómago y llego hasta el borde de sus pantalones; retiro el cinturón, desabrocho el botón y bajo la bragueta, necesito su polla. Él hace lo mismo con los míos, dejándome al fin la polla más libre. Nos bajamos los pantalones, dejándonos los calzoncillos puestos, sufriendo por la presión de polla que tienen. Me encanta ver su paquete duro, pidiendo salir, humedeciendo el calzón con su preseminal. Qué ganas de olerla, de tenerla para mi. Con la mano la palpo, tiene un buen rabo, duro, de un tamaño estándar y muy caliente, irradia calor.

Me arrodillo entre sus piernas, meto su bulto a través del calzoncillo en mi boca. Noto su calor quemándome los labios, su polla palpitando pidiéndome más. No quiero esperar, así que la saco de la carcel de algodón en que la tengo escondida, y es olerla y sentirme perdido. Con la punta de la lengua le recojo las gotas de presemen que le asoman, es elixir, es embriagador. Lamo todo su tronco y de una estocada me la meto entera en la boca, no quiero perderme ni un milímetro de su sexo. No os podéis imaginar el gemido que sale de su interior, lo miro, me mira a los ojos profundamente, irradian placer, pidiendo más. No puedo negárselo, así que empiezo con un mete-saca digno de su nivel de vicio, saboreando su polla, jugando con mi lengua, degustando ese líquido que me indica que estoy haciendo un buen trabajo. Ceso en mi mamada para subir por su pelvis, el ombligo, siguiendo el camino de pelos hasta su pezón derecho, asciendo por el cuello hasta encontrarme de nuevo con su boca, dejándole saborear mi boca con sabor a su polla. Me levanta, me baja los calzoncillos y se mete toda mi polla en su boca. Estoy muy muy muy excitado, y su gran trabajo va a hacer que me corra bien pronto. No deja de mirarme a los ojos, y a duras penas puedo mantenerlos abiertos del placer que me está dando. Esa boca grande es una experta comepollas. Le aviso que si sigue así me correré, y lo provoca de tal manera que acelera la comida; cuando siente que me vienen los primeros espasmos, abre bien grande la boca para que vea cómo me corro dentro de ella; 6 grandes lefazos le llenan la boca con mi corrida, que me muestra con orgullo, cierra la boca, asciende hasta la mía y me da el beso con más semen de la historia, jugando a pasarnos mi corrida, a dejarnos embriagar por su sabor a sexo. Finalmente nos lo tragamos y abre mi apetito de más, así que vuelvo a bajarme a su entrepierna para acabar mi trabajo y conseguir mi recompensa. Unos buenos chorros de semen caliente y sabroso, con gusto a placer, que me llenan la boca y escapan por la comisura de mis labios. Sin dudarlo me levanto y compartimos la recompensa de sentirnos bien satisfechos de nuestros trabajos.

Efectivamente, ambos comimos un buen rabo de semental. 

Después de recomponernos, limpiarnos de nuestra tarde de sexo oral, nos vamos no sin antes intercambiar teléfonos para repetir menú de besos, rabo y leche caliente de semental.