miprimita.com

El hijo de la vecina

en Sexo con maduras

Aquella noche me desperté sobresaltada y tanteé a mi lado en total oscuridad. Agustín, mi marido, no estaba, se encontraba en uno de sus viajes de trabajo. Entonces volví a escuchar con estupor ruidos al fondo del pasillo. Miré el reloj de la mesilla, eran casi las dos y media de la madrugada.

— ¿Estarán intentando entrar? —pensé preocupada.

A mis cuarenta y dos años había tenido que acostumbrarme a la soledad, pero eso no evitaba el miedo, el miedo a que quisieran robar en casa y estar completamente sola.

De pronto, escuché claramente una risa femenina.

—Tranquila —suspiré.

Nunca me he considerado una fisgona, pero lo cierto es que no pude contener mi curiosidad. Me levanté y caminé a hurtadillas hasta la puerta de casa. Se oía gente afuera, pero ahora no hablaban. La curiosidad por saber que ocurría pudo conmigo, así que abrí la mirilla y eché una ojeada.

Lo que vi me dejó perpleja. Apoyado sobre la puerta de enfrente estaba Róber, el hijo de mi vecina. En cuclillas delante de él, una chica de larga cabellera movía la cabeza adelante y atrás a la altura de su entrepierna. No hacía falta más para saber que aquella rubita le estaba haciendo una mamada.

Róber miraba con arrogancia.

Sé que debía haber dejado de mirar, pero no pude.

— ¡Menuda zorra! —pensé— Ni siquiera ha podido esperar a entrar en su casa.

Es cierto que eran las dos de la mañana, y que la posibilidad de ser sorprendidos “in fraganti” era ínfima, pero allí estaba yo, contemplando su descarado arrebato juvenil.

Me quedé pasmada contemplando los gestos de placer de Róber, aunque la que de verdad me daba envidia era ella. La chica le estaba comiendo la polla con ganas, y a juzgar por los exagerados movimientos de su cabeza el chico debía estar bastante dotado.

Mi vecino debía rondar los veinte años. Siempre había sido guapete, pero ahora su cuerpo había madurado. Era un muchacho alto de tez morena y mirada oscura. Sus hombros habían ensanchado y sus brazos se habían vuelto musculosos. En fin, el chico estaba buenísimo.

Sin querer empecé a imaginar que era yo quién se daba un banquete con su miembro. De tanto jadear se me secó la boca, mi entrepierna en cambió se humedeció terriblemente.

― UMMM ―gemí torturada. Mi boquita inferior babeaba con fervor.

Debí apartarme de la puerta, no estaba bien espiar a los demás. Lo hice, lo juro. Me retiré y cerré la mirilla de la puerta. Sin embargo, cuando intenté dar un paso atrás no fui capaz, mi excitación era mucho más fuerte que mi voluntad.

Volví a abrir la mirilla, pero al mirar por el diminuto agujero me quedé sobrecogida. ¡Róber me estaba mirando!

El hijo de mi vecina ni pestañeaba, observaba al frente con gesto osco y el ceño fruncido. Entonces comprendí que el destello de luz en la mirilla debía haber llamado su atención y ahora parecía verme a través de la puerta. De pronto, su gesto suspicaz se esfumó y en su rostro se dibujó una sonrisa. Róber sabía que les estaba espiando, me había descubierto.

Sin dejar de sonreír, mi vecino agarró la cabeza de la rubita y comenzó a penetrarla oralmente. Si bien al principio sus movimientos eran comedidos, poco a poco éstos se fueron recrudeciendo. Su mirada me decía que era mi boca la que follaba en su pensamiento.

Empecé a tocarme a toda prisa. Mi sexo estaba chorreando.

Aunque la pobre chica consintió aquel enseñamiento, clavó sus uñas en la cintura del chico a la primera arcada.

Unos segundos después, un cóctel de placer y deseo hizo que Róber apartase sus ojos de los míos y mirase hacia abajo. ¡Se iba a correr!

― ¡UMMM!  ¡UMMM!  ¡UMMM! ―gimió la chica con cada chorro de esperma.

Róber comenzó a convulsionar, mientras que la rubia saboreaba su semen con insana delectación y yo contenía el aliento, hasta que también me corrí con un agónico y sordo gemido.

— ¿Te ha gustado? —preguntó la chica.

Mi vecino contestó que “mucho” mirando al frente. Mirándome a mí.

Entonces la chica se hizo a un lado para recolocarse el pelo y la fugaz visión de la polla de mi joven vecino quedó grabada en mi retina. Era exultante. De hecho, no había comparación posible con la de mi marido. No solo por su tamaño, que también, si no sobre todo por una firmeza y una verticalidad casi insultantes.

Vi con desazón cómo la rubia entraba en el piso tras él, y al cerrarse la puerta el silencio volvió a reinar como si nada hubiera pasado.

Me lavé las manos con un calentón como hacía mucho tiempo que no sentía, y después me tomé un vaso de agua bien fría para refrescar garganta.

Luego, en la cama, no podía dormir. Una imagen se repetía una y otra vez en mi cabeza, el momento en el que Róber se había vaciado en la boca de la chica. Mis dedos bajaron a mis braguitas y empecé a acariciarme de nuevo.

Pero el silencio de la noche volvió a ser rasgado.

— ¡UMMM!  ¡Sííí…!

No había duda, era la voz de la chica.

Escuché atentamente, mientras me tocaba como una adolescente. No podía creer lo excitadísima que estaba.

Los gemidos de la chica se volvieron grititos por momentos más intensos, hasta que un “¡OOOOGH!” me hizo saber que esta vez había sido ella la que había alcanzado un fervoroso clímax.

Metí dos de mis dedos en mi ardiente y húmeda gruta imaginando que era el aterrador miembro de Róber el que me llenaba. Aquel reprobable pensamiento logró que un violento chispazo de placer se propagase por todo mi cuerpo.

El choque de sus cuerpos sonaba de forma rítmica, acompañado de un constante golpeteo del cabecero contra la pared.

Por un momento pensé en la posibilidad de que todo aquel escándalo fuese un deliberado espectáculo para mí. Con la piel sudorosa y mis pezones a punto de rasgar el camisón, disfruté de una masturbación como hacía años que no lo hacía.

Sentí un el estallido de aguas termales entre mis piernas y otro intenso orgasmo sacudió todo mi ser.

Para cuando quise recuperarme, volvía a reinar el silencio. Hacía mucho tiempo, años, que no me masturbaba dos veces seguidas. Recuerdo que salí a la terraza para refrescarme, ya que la visión de la polla de Róber en erección no se me iba de la cabeza.

Mi marido regresó unos días más tarde. Ni que decir tiene que él salió beneficiado sin saberlo del estado de excitación en que había quedado sumida tras aquella noche de fervor juvenil.

De joven había sido una mujer atractiva. Nunca me faltaron los pretendientes. Mi intensa mirada y la prominencia de mis curvas eran irresistibles para los hombres. Sin embargo, a mis cuarenta y dos años la juventud era poco más que un vago recuerdo. Afortunadamente, había conseguido no ir cogiendo kilos con el paso de los años como les había pasado a muchas amigas. Además, mantenía unas facciones marcadas y una abundante melena morena, que regularmente teñía.

Me sentía orgullosa de haber alcanzado la madurez en buenas condiciones, gracias entre otras cosas a que, desde que di a luz a mi última hija, acudo religiosamente al gimnasio tres veces por semana. Tanto es así, que mi marido siempre tiene ganas de metérmela, y así, Agustín hizo que me olvidara del vecino, durante unos días…

Aquella tarde había quedado a tomar café con Pilar, mi vecina, mientras mis hijos estaban en inglés. Ese día se me ocurrió comentar que estaba desesperada con mi ordenador portátil. Funcionaba fatal, iba tan lento que tratar de hacer en casa los deberes de la Escuela de Idiomas era un autentico incordio.

— Róber podría echarle un vistazo —me propuso— Se le da bien.

Con sólo escuchar su nombre se activaron todos mis perturbadores recuerdos.

— Gracias, Pilar, pero no hace falta, de verdad —dije sin demasiada convicción— A ver si Agustín lo lleva a reparar.

— ¿Molestia? Si seguro que está encantado de meterle mano —contestó.

“Meterle mano” ―mi imaginación echo a volar.

— Déjalo, de verdad. No quiero poner al chico en un compromiso ―volví a replicar, aunque cada vez tenía más ganas de tener cerca su hijo.

— Que no mujer, que no es ningún compromiso —exclamó desenfadada— Seguro que él mismo se habría ofrecido si estuviera aquí.

— Bueno, en fin, gracias —acabé cediendo— Luego me dices cuando se puede pasar. No me extraña que estés orgullosa de él, se le ve buen chico…

— Pues claro, yo se lo digo y que se pase mañana por la mañana —concluyó― ¿Te viene bien mañana?

— Sí, claro —contesté sin nada que objetar― Mientras, aprovecharé para limpiar la cocina que falta tiene.

A la mañana siguiente, me puse a limpiar en cuanto en cuanto Agustín se marchó a trabajar. Estaba súper nerviosa, en teoría, esa misma mañana vendría mi vecino para “meterle mano” a mi ordenador.

De pronto sentí un súbito sofoco, y si decidía venía pronto. ¡Sólo llevaba puesta una camiseta vieja y unos mini-shorts!

Como tenía intención de ir al gimnasio después de que el muchacho terminase, me puse unas mayas y una camiseta de licra de color fucsia. Por último, recogí mi melena con una trenza. “Así está mejor”, me dije orgullosa de mi trabajada voluptuosidad.

A eso de las diez sonó el timbre, ¡por fin! Había empezado a pensar que a mi vecina se le había olvidado pedirle a su hijo que viniese.

— Ma… ¡Madre mía! —exclamó contemplándome de pies a cabeza.

En ese momento, comprendí que en mi intención de ahorrar tiempo para ir al gimnasio me había vestido con prendas muy ajustadas, realzando así cada una de mis curvas. Mis omnipresentes pechos parecían querer escapar a través del escote, y mi hermosísimo trasero estaba poniendo a prueba la costura de las mallas.

Aunque debería haberme dado vergüenza, la verdad era que estaba encantada de haberle impresionado a mi edad.

― Buenos días, señora.

— Buenos días, Roberto —contesté sonriente― No me llames “señora”, me haces sentir mayor.

— ¿Mayor? —dijo escaneándome con la mirada— No diga tonterías. Está usted para darle unos buenos azotes, con perdón.

— ¡Unos buenos…! —su descaro me dejó conmocionada.

― Cuidado con esa lengua ―le advertí lo más seria que pude. En realidad me había encantado su piropo: “unos buenos azotes”…

― Perdone, no era mi intención.

El brillo de sus ojos dejaba claro que no estaba arrepentido en absoluto. Yo también me había fijado más de una vez en su torso. Con sólo veinte añitos, Róber era un pecado más que tentador.

Vestía una camiseta blanca que le quedaba de escándalo. Aquella sencilla prenda apretada los músculos de sus brazos y hacía intuir un abdomen irresistible. Sus pantalones vaqueros estaban tan desgastados que una de las rodillas estaba deshilachada, pero lo cierto era que no le habrían sentado mejor ni aunque se los hubieran hecho a medida.

Por un instante fui víctima del magnetismo de su mirada. Noté como mi temperatura comenzaba a aumentar. Era guapo, y su barba de tres días junto a su alborotado cabello le daba un aire salvaje.

― Vienes por lo del ordenador, ¿verdad? —rompí el hielo.

— Sí. Mi madre me ha dicho que tienes un problema. Si quieres le echo un vistazo.

— Sí, sí. Pasa, por favor.

— O.K. Por cierto, llámame Róber. Todos me llaman así.

Al guiarle por el pasillo supuse que el muchacho estaría mirando cómo se contoneaba mi culo, y sentí cómo mis pezones se revelaban contra mi sujetador. A todas nos gusta sentirnos guapas y deseadas y, el mero hecho de despertar el instinto de un hombre constituye en sí mismo, un subidón de autoestima que pasados los cuarenta una no debe despreciar.

— Aquí está —dije mostrándole mi portátil— Tarda una eternidad en arrancar y a veces se me queda bloqueado.

— Es un equipo potente, es raro que no esté satisfecha con él ―dijo con picardía.

Volví a sentirme ruborizada, y él sonrió. Afortunadamente, se giró para poner toda su atención en el maldito ordenador.

Estuvo un rato trasteando. Primero le pasó un antivirus y luego se metió en pantallas de mi ordenador que yo no sabía ni que existían.

La verdad es que no presté mucha atención a lo que hacía, mis conocimientos informáticos son prácticamente nulos, así que, aprovechando mi perspectiva, de pie tras él, eché un vistazo a su marcado paquete. “Ufff”

— Bueno, esto ya está —dijo de pronto.

— ¿Ya? ―pregunté sorprendida— ¿Tan rápido?

— Sí, pero no soy igual de para todo ―se rió.

De pronto recordé la pared de mi habitación retumbado cuando se follo a la rubia el fin de semana anterior.

— Sólo le he puesto un poco de orden para que funcione mejor. Si quiere que consiga un rendimiento óptimo tendría que meterle mano a fondo —añadió atravesándome con sus ojazos oscuros.

Notaba mi respiración apurada. “¿Por qué me parecía que todo lo decía con segundas?”.

— Gracias, Róber. Ya has hecho bastante. Llevo meses diciéndole a Agustín que lo lleve a reparar —acerté a decir.

― No necesita que lo reparen, sólo que le hagan un poco de caso ―contestó.

“¡Ufff! Lo ha vuelto a hacer” pensé.

― Con que no se bloquee me conformo. No te molestes.

— Lo haría todo encantado. Es una pena que un equipo tan bueno no vaya como es debido ―aclaró con demasiada sinceridad.

“¿Por qué me haces esto?” me lamenté sin saber que responder.

— Vendré mañana por la mañana —sentenció Róber— Te voy a meter un software que lo flipas.

— ¿Cómo? —pregunté con estupor, sin poder creer lo que lo que acababa de oír.

 ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ―se rió Róber de nuevo.

— Quiero decir que te instalaré un programa que optimiza el rendimiento y también un “firewall” que previene la mayoría de los “malwares” de internet ―aclaró con desfachatez, como si yo no supiese lo que realmente había querido decir… “Te voy a meter un software que lo flipas”, ¡estaba clarísimo!

— Bueno, no sé… Si crees que hace falta… Estaré en casa… Ven cuando quieras —contesté atropelladamente, de tan turbada y mojada como estaba. ¡Por Dios, menudo calentón tenía!

“¡Qué coño he hecho! ¡Le he invitado a que vuelva mañana!” ―me reproché a mí misma caminando de vuelta a la puerta entrada, con la mirada en el trasero del chico.

— Por cierto —añadió Roberto antes de salir— me he dado cuenta de que vuestro dormitorio está al lado el mío…

— ¿Ah, sí? ―fingí no saberlo— No tenía ni idea.

— Sí, estoy seguro. Espero no molestarte con la música. Estas paredes parecen de papel.

— ¡No, qué va! —negué sujetando la puerta.

En su rostro volvió a dibujarse una sonrisa picarona.

— Bueno, entonces hasta mañana, Pilar.

— Eso, hasta mañana.

Aunque resoplé aliviada, en cuanto cerré la puerta miré por la mirilla para verle. “¡Por Dios, qué bueno que está!” pensé sin control de mi misma. Entonces, justo cuando iba a entrar en su casa Roberto miró hacia mi puerta y sonrió. Hasta el último soplo de aire escapó de mi cuerpo, hacía tantos años que no vivía una situación de tanta tensión sexual. Hasta ese día sólo había cruzado con él un simple saludo y poco más.

“¡Joder, no puede ser! ¡Tengo veinte años más que él!” ―me recriminé a mí misma mientras bajaba las escaleras a toda prisa. Aquel día sudé sobre la bicicleta elíptica más que en toda mi vida, necesitaba quemar toda la energía que mi cuerpo había preparado para follar.

A la mañana siguiente la ducha me sentó mejor que nunca ya que, a pesar de la intensa sesión de gimnasio, había tenido que masturbarme para poder conciliar el dueño. No recordaba que nunca antes hubiese acabado tan agotada de tanto tocarme. No podía parar, de hecho, me quedé dormida con la mano entre las piernas.

 Me puse a hacer una redacción mientras esperaba que sonara el timbre. Tenía los nervios a flor de piel. No dejaba de darle vueltas a la frase que Roberto me había dicho sin aparente malicia: “Te voy a meter un software que lo flipas”. ¿Había sido tan osado como para flirtear conmigo, una mujer casada veintidós años mayor que él o eran todo imaginaciones mías? Y si el chico quería tontear conmigo, ¿debía pararle los pies a la primera insolencia, o quizá seguirle el juego para comprobar si de verdad tenía suficientes agallas como para ponerle los cuernos a mi marido?

Aunque a veces me sentía sola, era feliz con mi marido. En ningún momento había contemplado la posibilidad de una infidelidad, sólo en mis fantasías íntimas. Tampoco iba a negar que era muy agradable sentirse atractiva, y para mí sólo se trataba de un juego emocionante y divertido, nada más.

Ante la evidencia de que a Roberto le habían gustado cómo me quedaban las mallas, decidí enfundándome unos leggings grises y un top blanco bien ajustado.

Justo cuando revisaba en el espejo del dormitorio mis poderosas armas de seducción, sonó el timbre.

— Buenos días, Roberto.

— Róber. Llámeme Róber, por favor —volvió a rogarme antes de pasar.

― Perdona, me he despistado.

— Sí que son buenos ―contestó boquiabierto― ¡Encantado!

— Qué amable, encima de que vienes a hacerme un favor.

— Le haría más de uno, se lo aseguro —soltó con descaro.

— ¿Cómo dices? —pregunté haciéndome la tonta.

— Que puedes pedirme lo que quieras, para mí es un placer ayudarte.

— Ya, claro, eres un encanto.

Sin duda, ese chico era un auténtico desvergonzado. Cada vez me sumía más en unos deseos que hasta entonces no habían sido más que inocentes fantasías.

De camino al dormitorio, marqué el contoneo de mis caderas sintiéndome más sexy que nunca.

Róber se puso manos a la obra, y al igual que el día anterior, yo no pude evitar fijarme en como el bulto de su pantalón evidenciaba un pene de buen tamaño. Por desgracia, el muchacho me cazó con la vista clavada en su paquete.

— Si quieres, te dejo trabajar tranquilo— dije tratando de ponerme a salvo.

— No hace falta, no tardaré —contestó— Además, no me gustaría renunciar a una compañía tan… estimulante, como ya has visto. Estaré encantado de que puedas admirar mi “software”. Incluso te enseñaré a manejarlo…

Me quedé sin aliento.

— Aquí lo tengo —aclaró, sacándose un pendrive del bolsillo― Quieres que te lo meta, ¿no?

Mi entusiasmo se acrecentó dejándome muda.

― Sí, claro. Mete lo que haga falta ―conteste con desatino.

Intenté recordándome a mí misma que la madura era yo, y que si estaba dispuesta a seguirle el juego era sólo por diversión. Volví a mirar su entrepierna mientras él saltaba de pantalla en pantalla.

— ¡Listo! ―dijo triunfal— Ahora ya puedo meterte lo que he traído para ti.

— Ummm ¡Qué bien! ―contesté con tono meloso— ¿Seguro que entrará todo?

― No te preocupes ―me tranquilizó― Lo he hecho muchas veces.

Róber introdujo el pendrive en mi ordenador mirándome de reojo. Primero instaló el programa y después hizo algunas comprobaciones.

— ¿Ya está? ―pregunté haciéndome la sorprendida— Como dijiste que tu software era tan potente pensé que, tal vez, no me cabría todo…

Al chico se le escapó una sincera carcajada.

— Eso es porque para que te enteres de verdad, tienes que ser tú la que lo maneje… —contraatacó con su cautivadora mirada clavada en mí.

Para mi sorpresa, rodeó mi cintura con su brazo izquierdo e hizo que me sentara sobre su regazo. Me quedé paralizada al sentir su duro bulto en mi trasero.

Aprovechando mi desconcierto, tomó mi mano derecha con la suya y la llevó hasta el ratón del ordenador para manejarlo juntos.

— ¿Ves? ―dijo susurrando en mi oído— Tienes que apretar aquí y luego aquí…

Empecé a jadear mientras él me guiaba por el programa informático acariciando mi mano con la suya, explicándome cómo utilizarlo. Me acomodé para que aquella barra se instalase justo entre mis redondeces.

Cuando por fin terminó de darme hasta la más mínima explicación, yo estaba excitadísima. No me había enterado de nada que no fuesen sus manos, su aliento y su polla encajada entre mis glúteos.

Estaba a punto de hacer una locura, pues mi cuerpo lo pedía a gritos, cuando el sonido de mi teléfono me hizo dar un salto.

— Perdona, es mi marido ―dije apurada.

— Claro, claro ―contestó Róber levantándose él también y colocándose bien la polla sin ningún pudor— Me marcho. Ya nos veremos.

Tan solo pude hacer un gesto de adiós.

— Hola, cariño… Pues nada, aquí, con el ordenador…

Esa noche no me podía dormir. Estaba completamente desvelada. De hecho, había pasado toda la tarde incapaz de centrarme, pensando en él y en nuestra excitante conversación cada tres por dos. Sentir su duro miembro bajo mi trasero había sido el colmo.

Serían las dos de la madrugada cuando decidí tomarme una copa en la terraza, un Baileys. Estar allí tumbada observando las estrellas era un lujo, cuando de pronto me pareció escuchar voces en la terraza de al lado.

Me deslicé sigilosamente hasta el muro que separaba ambas viviendas y eché una ojeada sintiendo mi corazón latir a toda velocidad. Me encantaba notar la adrenalina correr por mis venas. Espiar a mis vecinos se estaba convirtiendo en un vicio.

Efectivamente, vi una silueta a través de los agujeros de la celosía de madera. Era él, estaba de pie y completamente desnudo. Había alguien más, la chica rubia estaba a cuatro patas sobre una de las tumbonas. El miembro de Róber entraba y salía de entre sus labios. Mientras ella se comía aquella maravilla, Roberto le refregaba el clítoris cortésmente.

A pesar de la voracidad de su novia, el rostro de Róber permanecía impasible. Los suculentos músculos de mi vecino se tensaban cada vez que ella lograba tragarse más que la mitad de su potente miembro. Aquel era un verdadero bombón que a cualquier mujer le apetecería saborear.

Me resultaba terriblemente excitante espiarles sin que ellos se enterasen de nada. Me sentía todopoderosa, de hecho, tenía un asiento en la primera fila de aquel espectáculo. No dejaba de sorprenderme como la chica jugaba con la polla más impresionante que yo hubiera visto en toda mi vida.

De que me di cuenta tenía el coñito en su punto, bien pochadito. Desgraciadamente, yo no tenía la polla de Róber para que me consolase, pero sí tenía cinco traviesos deditos en cada mano

Por sus agónicos resoplidos, comprendí que hacía rato que el espectáculo había empezado. De hecho, la actitud de ambos vaticinaba que estaban a punto de acabar.

Apretando los dientes, Roberto aceleró la velocidad de su mano masturbándola con tanta furia que la chica no tardó en convulsionar. Entonces el muchacho dio “otra vuelta de tuerca”. El muy canalla la sujeto con firmeza de la nuca obligándola a gozar de aquel orgasmo con su polla dentro de la boca.

— No conozco a ninguna chica que le guste tanto como a ti ―sentenció Roberto, con un denso hilo de saliva colgando de su miembro.

― ¿Es un piropo? ―preguntó la rubia.

― Por supuesto.

Pedro metió uno de sus pulgares en la boca de la chica y está comenzó a chuparlo. La muchacha tenía ganas de jugar.

— ¿Estarás deseando que te folle?

Ella empuñó su verga y sonrió.

Entonces intercambiaron sus posiciones, Roberto se echó sobre la tumbona y la rubita se sentó sobre él, encajando ella misma la polla del chico entre sus piernas.

― ¡AAAGH! ―jadearon de placer.

“Joder, que envidia” ―me lamenté pasando la mano por debajo del pijama y metiendo dos dedos en mi conmocionado sexo. La contemplé montar a Roberto como una experta amazona, rebotando sobre él con movimientos amplios y contundentes. No me sorprendió escucharla dar un alarido al alcanzar otro orgasmo. Sonreía de oreja a oreja.

Entonces Róber hizo algo que yo sólo había visto en las películas.

— ¡Arriba! ¡Vas a cabalgar hasta que te desmayes!

Róber se puso en pie sujetando a la chica en vilo. Ella le abrazó con fuerza enlazando las piernas alrededor de su cintura. Por el grito que dio y su cara de susto quedó patentemente que aquello no era algo que solieran hacer. La muchacha tenía bien clavada la polla de Roberto y no tardó en ponerse a menear el culo con rabia. Estaba decidida a lograr que el muchacho se corriese y sus caderas se contoneaban en el aire con temeridad, unas veces en sensuales círculos y otras con violentas arremetidas. 

Verla tan exultante hizo que una pizca de envidia se apoderase de mí. Sin duda aquella era una postura no apta para cualquiera. Sería insensato intentar imitarla, ni mi peso, ni mi edad eran los de aquella muchacha, tampoco mi marido era como Roberto.

Los acompasados golpes y jadeos fueron “in crescendo” hasta que Róber acabó claudicando ante la arrolladora fogosidad de la chica. Mi portentoso vecino eyaculó apretándola con fuerza contra él y arrastrándonos a ambas al orgasmo.

Afortunadamente para mi cordura, los días siguientes pasaron sin sobresaltos. En cuanto sus padres volvían a casa cada domingo por la tarde casi ni me enteraba de la presencia de su hijo. La verdad es que agradecía la vuelta a la rutina, aunque ahora la rutina incluyera masturbarme pensando en él.

Roberto seguía presente en mis pensamientos. No podía sacármelo de la cabeza. Su cuerpo era imposible de olvidar, tampoco las cosas que le había visto u oído hacer con esa chica o cada libidinosa frase que me había dicho en sus dos visitas a mi casa, de forma que cuando regresaba del gimnasio y me metía en la ducha daba rienda suelta a la imaginación y a mis dedos.

Cuando volvió mi marido de viaje le di un repaso que le dejó exhausto. Yo me sentía fatal por fantasear con Roberto mientras me follaba, pero él estaba entusiasmado con mi renovada fogosidad. Cada noche le exigía una nueva ración de sexo con la que poder sofocar mi fuego. Lamentablemente, mi marido ya no estaba en condiciones de entrar en el cuerpo de bomberos ni mucho menos. A su edad, y con su precario estado de forma, ya no lograba extinguir mis llamaradas.

Una de aquellas tardes volví a quedar a tomar café con Paula, la madre de Roberto.

— Roberto me dijo que te ha arreglado el ordenador —me dijo a modo de pregunta.

— Sí, gracias —contesté.

— De nada, mujer, para eso están los vecinos, para ayudar en lo que sea posible, ¿no?

― Claro, pero de todas formas “te debo una” ―afirmé― y toma dale esto de mi parte ―le dije sacando un billete de mi bolso.

― ¡Qué no, mujer! ―replicó rechazando el dinero― A Róber le encanta la informática, seguro que para él ha sido un placer.

“No te haces una idea” pensé al recordar su erección bajo mi trasero.

― Tienes un hijo encantador.

— Sí. La verdad es que me siento orgullosa de que sea tan responsable y trabajador —confesó henchida de orgullo.

— ¿Ha encontrado algo ya? —pregunté refiriéndome a un trabajo.

— Le han llamado para una entrevista pasado mañana.

― ¡Qué bien! Seguro que lo contratan. Es muy… locuaz —terminé diciendo, aunque lo que pensé fue otra cosa.

— Sí, y cuando se propone algo no para hasta conseguirlo.

Sonreí preguntándome si estaría yo en la lista de su hijo.

Los días se sucedieron tediosamente, especialmente por las mañanas, cuando estaba sola. Al principio me inquietaba la posibilidad de que Roberto se presentase en casa con cualquier escusa, pero no apareció y el alivio se fue convirtiendo en decepción, igual que el temor en expectación. Aunque me da vergüenza reconocerlo, una semana más tarde corría para verle a través de la mirilla de la entrada.

Por suerte una tarde su madre acudió en mi ayuda sin saberlo, el sábado estábamos invitados a comer en su casa. Fue como si me hubiera tocado la lotería. Sí, me ilusioné. Tenía tantas ganas de verle que ya me daba igual que fuera en público o en privado.

Ese viernes decidí madrugar para ir temprano al gimnasio. Al volver a casa, Agustín ya se había marchado a la oficina, por lo que me apliqué con las redacciones de francés con mi té frío al lado. Mis dedos revoloteaban sobre las teclas del ordenador. ¡Esta vez estaba escribiendo un relato erótico! Para redactar siempre me servía de dos páginas web, Reverso y el traductor de Google, me estaba volviendo una fervorosa autodidacta.

A media mañana, sonó el timbre.

“El cartero”, me dije con muy mala leche. Justo cuando mi relato se ponía interesante. Además, después de la ducha me había quedado con unos shorts y una camiseta de tirantes bastante escasa.

— ¡Buenos días! —voceé con enojo.

— Buenos días, Pilar —contestó Roberto.

— ¡Qué sorpresa!

— Ya veo —dijo sonriendo y mirándome descaradamente las tetas.

¡JODER, NO LLEVO SUJETADOR!

― ¿Qué pasa? ―pregunté abruptamente.

— Empiezo a trabajar el lunes, así que he venido a terminar lo tuyo ―explicó.

— ¿Ah, sí? ¡Qué bien! —dije, pero después añadí―…que te hayan contratado, quiero decir.

Sentí cómo me ruborizaba. Él sabía que me alegraba de que hubiese venido otra vez.

— ¿Puedo pasar? —preguntó educadamente.

― Sí, claro. Pasa, pasa ―le dije haciéndome a un lado. “¡Qué alto es!”

— En realidad a mí me parece que ya funciona bastante bien —dije— pero si quieres echarle un vistazo precisamente estaba…

¡¡¡MIERDA, EL RELATO!!!  ¡¡¡NO LO HE CERRADO!!!

― ¿Sí…? ―preguntó Roberto.

― Nada, que estaba haciendo cosas.

― “Cosas” ―dijo extrañado.

― Unas redacciones para la Escuela Oficial.

— Perfecto. Tú sigue con lo que estabas haciendo que vea si sigue ralentizado, será un segundo.

Al sentarme delante del ordenador abrí rápidamente otro documento y cerré discretamente el que estaba escribiendo. Mi mano comenzó a manejar el ratón, pinchando aquí y allá, pero mi pensamiento empezaba a atascarse. “¿Estaría mirándome las tetas?” “¿Se me marcaban los pezones?”

— ¿Va todo bien? —pregunté, aunque al girar la cabeza… “¡Oh, Dios! ¡Está empalmado!”

— Va justo como tiene que ir —contestó con una encantadora sonrisa. Me había sorprendido mirándole el paquete.

— Entonces, ya está, cierro todo —dije azorada y clicando las ventanas abiertas para irlas cerrando.

Por haber querido cerrar todo demasiado rápido la pantalla del ordenador se quedó en negro. Sobre ella nos vi a ambos reflejados, revelándose cómo mi vecino tenía sus ojos clavados, no en el portátil, sino en mi escote. Desde su privilegiada perspectiva cenital, el muchacho me devoraba con la mirada.

Un impulso me hizo girarme sobre la silla para encarar a mi asaltante. Sin embargo no fue un verdadero cara a cara lo que provoqué, si no que al girarme lo que quedó frente a mí fue su abultado paquete.

“¡JODER!” maldije corroborando cómo su miembro se marcaba con claridad hacia el bolsillo izquierdo de su pantalón.

— Ya está, ¿lo ves? —conseguí decir― No sabes cuánto te agradezco el favor que me has hecho, de verdad.

— Entonces agradécemelo —sentenció él con voz grave― Lo estás deseando.

— ¿Qué quieres decir? —pregunté obviando el más que evidente significado de sus palabras.

— Lo sabes perfectamente —sus ojos brillaban cargados de excitación— Te gusta este juego tanto como a mí.

— ¡Eres un descarado! —traté de defenderme con un buen ataque.

— Descarado es espiar a los vecinos mientras follan.

— Yo…

— Deja de hacerte la tonta de una vez ―me recriminó.

— ¡Joder, es que no eres nada discreto! —estallé al fin.

― No te entiendo, Pilar.

― Ni yo a ti, aunque creo que es mejor así.

— Por qué te conformas con mirar lo que podrías disfrutar tú misma.

— ¡Qué estás insinuando, muchacho! ¡Podría ser tu madre! —pregunté indignada.

— Mi madre no me la pone así ―sus mirada se ensombreció― ¿Quieres verla?

Roberto no esperó mi respuesta, se bajó la cremallera del pantalón y exhibió ante mí su espléndida erección.

— ¡JODER! —exclamé boquiabierta.

Me quedé sin respiración. Su miembro era realmente impresionante, al menos yo nunca había visto nada igual y mucho menos tan de cerca.

Su pollón se erigía en el aire como una columna romana. Varias venas la recorrían realzando su soberbio aspecto, retorcidas y adheridas al grueso fuste como enredaderas. En lo más alto, el amoratado ariete me señalaba con ganas de bronca, acusándome de su furibundo estado.

— ¿La ves bien? —preguntó con sarcasmo.

No respondí, estaba completamente ofuscada, no en vano hacía semanas que fantaseaba con ese momento: tener su polla al alcance de…

Haciendo realidad mis pensamientos, mi mano se alzó y la agarró.

“Qué burrada”, pensé evaluando el diámetro de aquella cosa.

— Eso es, preciosa. Es toda para ti.

— Róber yo… —me perdí en el magnetismo de su mirada y no logré acabar la frase.

Sus ojos refulgían manteniéndome hipnotizada. Cuando quise darme cuenta de que Roberto me empujaba hacia delante ya no había remedio. Su miembro se abrió paso llenando mi boca por completo. Cuánto tiempo esperando ese momento.

Mi libido subió de nivel. Me excitaba cómo su pollón se deslizaba hacia fuera para después volver a chocar con mi paladar. Aquel jovencito esperaba que su madura vecina le comiese la polla como Dios manda y yo no pensaba decepcionarle. Gracias a mi propia saliva, su polla entabló un fluido vaivén con el que Roberto empezó a follarme la boca delicadamente.

Al principio, los gemidos del muchacho me alentaron a tolerar aquel trato descortés, pero para qué negarlo, pronto fue mi propia excitación la que hizo que me sometiera y le permitiera utilizar mi boca para gozar.

— ¡Venga, ahora tú! —me azuzó a que tomara la iniciativa.

 No me lo tuvo que pedir dos veces. Me lancé a chupar su tarugo como buena esposa que era, cosa que Roberto me recompensó amasando con su mano uno de mis pechos. El frenesí me hizo gozar con sólo lamerle la polla. Aquel manjar que me hacía salivar profusamente. Me sentía exultante.

— ¡Menudas tetacas tienes, cabrona! ―bramó airadamente— ¡La de pajas que me habré hecho en tu honor!

La fuerza con que amasaba mis tetas, y el vigor de su polla en mi boca me llevaron al delirio. Jamás había deseado tanto comerle la polla a un hombre.

— ¡Joder, qué bien la chupas! ―me alabó― Lo contento que debes tener a Agustín.

“¡Agustín!” pensé escandalizada al darme cuenta de que le estaba poniéndo los cuernos.

Entonces miré hacia arriba para comprobar que la polla que estaba chupando no era la de mi marido, y naturalmente fue la ardiente mirada de mi joven vecino la que hallé.

— ¡Sigue, preciosa…! ―exhortó con pasión.

Escuchar cómo el chico me pedía que siguiera fue suficiente para que toda culpabilidad se desvaneciera. Sabía que pronto llegaría el momento en que Róber no pudiese seguir resistiendo, y como esposa adúltera me dispuse a terminar de ponerle los cuernos a Agustín.

― ¡PREPÁRATE!  ¡ME CORRO, PILAR!

Me sorprendió que el educado muchacho me avisara de que se acercaba el final del banquete. Sin embargo, cuanto intenté retirarme su mano me lo impidió. Roberto no había pretendido advertirme para que me apartara si no para que estuviera preparada para recibir su semen en mi boca.

― ¡OOOOOOGH! ―gruñó con desesperación.

Comprendí que Roberto era un macho joven, pero dominante, y me iba a hacer saborear su semen por no haberme dado cuenta a tiempo. Una sacudida más, y su primer chorro a presión fue a parar directamente a mi garganta.

Sin embargo, lo realmente desconcertante para mí fue tener un orgasmo mientras él seguía eyaculando. Ni siquiera me había dado cuenta de cuando había empezado a masturbarme hasta que el placer del muchacho desencadenó mi propio clímax, y un súbito estremecimiento me atravesó obligándome a abrir la boca para jadear.

 Aún no entiendo como pude lograr que su esperma no se derramase. De haber sucedido eso habría puesto todo perdido de leche, porque aquel hombretón me había llenado la boca a conciencia.

Evidentemente, mi marido me tenía acostumbrada a unas corridas abundantes. Hacía casi quince años que Agustín tenía que pasar hasta una semana de viaje a causa de su trabajo, a veces incluso me avisaba desde el portal de su llegada para que me estuviera de rodillas cuando él pasara por la puerta.

A pesar de todo, recuerdo perfectamente cómo tragué con glotonería todo el caldo caliente y almibarado del hijo de Paula. “Hasta su semen es delicioso” me dije después de haber succionado de su polla hasta la última gota.

Sin mediar palabra, Roberto me tomó de la barbilla obligándome a ponerme de pie. Prácticamente me arrancó la camiseta liberando violentamente mis pechos, que botaron ante su pasmosa mirada.

— Menudo par de tetas… —refunfuñó entre dientes.

De igual modo, se puso en cuclillas y de un tirón me bajo al tiempo el short y las bragas dejándome desnuda ante él.

El muchacho me contempló como quien va a darse un atracón tras un mes haciendo dieta.

Me empujó sobre la cama, colocándose inmediatamente sobre mí, agarrándome las tetas con maldad y devorando ansiosamente la punta de los pezones. Reí y gemí loca de excitación.

El chico descendió por mi abdomen con su boca hasta que su cabeza se perdió entre mis piernas abiertas. Entonces, me lamió el coño sin más, arrancándome un profundo y sincero suspiro. Sus labios se acoplaron a mi vulva y su escurridiza lengua se abrió paso hasta dar con mi duro clítoris.

— ¡OH, DIOS! —grité, derretida de placer.

Acababa de alcanzar un orgasmo, así que tras unos pocos lametones otro potente clímax arrancó un aullido de mi garganta.

— ¡AAAAAAGH!

Mi espalda se arqueó sobre la cama, pues mi amante siguió comiendo hasta que mi cuerpo volvió a bajar del paraíso. Aún así, siguió comiéndome el coño haciendo diabluras con su lengua.

— Róber, ¿qué me haces? ¡Para! —supliqué metiendo mis dedos entre sus cabellos.

Entonces, uno de sus dedos me penetró haciéndome jadear.

— ¡AAAGH!

Y pronto, otro dedo más irrumpió en mi vagina haciéndome ver las estrellas de gusto.

— ¡PARA!  ¡PARA! —supliqué, pero sus dedos entraban y salían de mi coño llenándome hasta donde podían alcanzar. El hijo de Paula supo darme tanto placer que pronto no me cupo entre las piernas.

― ¡AAAAAAGH! ―volví a temblar.

Aquello era desquiciante. Yo pataleaba y le tiraba del pelo para sacarle a la fuerza de entre mis piernas

Finalmente, sentí brotar un géiser de mi interior y tuve la sensación de orinarme. Entonces sí apreté su cara entre mis muslos. Me corrí en su boca obligándole a beber de mi coño como si éste fuera un manantial de vino blanco.

Me derrumbé completamente extenuada y Roberto se irguió entre mis piernas con el rostro resplandeciente. Echó mano de mi short que había quedado tirado sobre la cama y se limpió con él.

— La súper mamada que me has hecho se merecía una súper comida de coño, ¿no crees? ―dijo sonriente.

No pude reprimirme, me lancé a sus labios, pegando mi ardiente cuerpo al suyo, aplastando mis “tetacas” contra sus fuertes pectorales. Róber recibió mis labios con sabor a coño en su boca.

Sus manos atenazaron mis nalgas, estrujando mis firmes glúteos con fuerza. Roberto hizo que me derritiera al besándome con una pasión desenfrenada, hasta que tuve que separarme de él para recobrar el aliento.

Me mordí los labios. Por increíble que parezca, seguía con ganas.

Instintivamente miré hacia abajo, y…

— Sí, has vuelto a ponérmela dura. ¿Ahora qué? —preguntó Roberto echándose hacia atrás para dejarme ver bien su esplendida erección.

Toqué el cerco de humedad que acababa de dejar en las sábanas.

― Te voy a follar hasta que empapemos toda la cama ―susurró.

Me mordí los labios, esta vez imaginando todo aquel falo entrando dentro de mí. Suspiré profundamente ante tal perspectiva, sintiendo mis pezones punzar su piel y el familiar cosquilleo entre las piernas.

Dándome un buen azote, Roberto se puso en pié y sacó un par de condones de su bolsillo. Los echó a mi lado y se desnudó en menos de tres segundos. Después volvió a subirse a la cama de rodillas.

― Pónmelo ―fue su orden.

Lo miré unos segundos. Aquello no estaba bien, yo era una mujer casada y él el hijo casi adolescente de mi vecina. Sin embargo, aquel dilema se resolvió por sí solo. La infidelidad ya estaba hecha. Así que mientras desenrollaba el condón a lo largo de su potente erección mi pregunta era otra. ¿Qué pensaría de mí aquel muchacho si supiera cual era mi pequeño vicio?

Segundos más tarde y con su lanza enfundada en un preservativo que no llegaba a cubrirla por completo, me hizo incorporarme frente a él instalando su poderosa arma entre mis muslos. ¡Llegaba a notarle entre mis nalgas!

Me contoneé para que mi vulva embadurnase toda su polla. Sus labios se apropiaron de los míos, y su lengua invadió mi boca fundiéndonos en un tórrido beso con el que mi hizo completamente suya.

Roberto jugó a deslizar su estaca por mi coño, perineo y nalgas. Mientras, su boca descendió por mi cuello y hasta succionar mi pezón izquierdo.

Ebria de sensaciones, notaba como su dura polla se deslizaba adelante y atrás frotando mis zonas erógenas.

Sentí de manera inconfundible cómo la polla de Róber incidía entre mis labios mayores y entraba dentro de mí con inesperada facilidad.

— ¡DIOS! —exclamé complacida.

— Te morías de ganas, ¿eh? —afirmó con chulería.

— A ver si sabes follar a una mujer de verdad —traté de defenderme con una provocación.

— ¡AAAGH!

Roberto me arrancó un profundo gemido al abrirse paso en mí por segunda vez. Su polla era la mayor que me había puesto a prueba hasta entonces.

— ¿Quieres que siga así, despacio? —preguntó en un susurro.

— Sí, pero no pares —pedí con lujuria.

Para mi sorpresa, Roberto me empujó sin avisar haciéndome caer sobre la cama. En cuanto le vi apoyar su rodilla separé mis piernas para él. Se puso sobre mí y sentí su ariete abrirse paso con dulzura.

— ¡Qué calentita estás! —susurró en mi oído a la vez que me penetraba con su polla de acero.

Sus contundentes arremetidas me sumieron en un éxtasis lisérgico. En pleno delirio, entrelacé mis piernas en su espalda y clavé mis dedos en los musculosos brazos de aquel chulazo de sólo veinte años.

 Me embebí en su mirada de fuego. Róber hizo que todo mi cuerpo se estremeciera con un apasionado bombeo que, a golpe de cadera, me dejó sin aliento y acumuló un placer inmenso dentro de mí. 

Menos mal que mi marido fijó la cama a la pared años atrás. Lo hizo justo después de descubrir casualmente lo cachonda que me ponía simular situaciones en las que otro hombre se “aprovechaba de mí” en su ausencia. Unas veces era un amigo suyo que acudía a recoger algo a casa, y otras, un ladrón que me sodomizaba a cambio de no llevarse mi sortija de compromiso, pero al final siempre era yo quien acababa dejando exhausto a mi supuesto “asaltante”.

¡CLACK!  ¡CLACK!  ¡CLACK!  ¡CLACK!

Roberto siguió contrayendo su hermoso abdomen una y otra vez, y mientras yo recorrí con mis manos su ancha espalda hasta llegar a su enérgico trasero. Entonces, en uno de sus arreones la punta de su polla debió entrar en mi útero provocando mi catarsis.

— ¡OOOOOOOOGH! —me estremecí.

Mi sexo se convirtió en una caldera y las poderosas contracciones de mi vagina oprimieron su duro miembro. Mi espalda se encorvó sobre el infausto lecho conyugal, y durante unos maravillosos segundos me sentí en el Olimpo de los Dioses.

— Pensaba que ibas a arrancarme la polla ―dijo jovial.

— Sí, eso es justo lo que debería hacer.

Contemplé los ojazos oscuros de aquel insolente. ¡Su miembro seguía duro dentro de mí! Era increíble, al haber hecho que se corriese en mi boca le había convertido en una máquina sexual.

A la desesperada, le hice apartarse, me giré boca abajo y me puse a cuatro patas con el trasero en guardia.

— ¡Guau! ―alucinó el muchacho— No podrías ser más sexy.

Sentí su mano acariciar mis hombros y bajar por mi costado. Roberto recorrió mi sinuosa silueta para acabar agarrándome el culo con fuerza. Noté cómo la humedad salía de mi coñito, pero mantuve la compostura.

— Qué culo tienes, cabrona —escuché.

No pude evitar una mueca de orgullo.

¡PLASH!

Roberto hizo vibrar mi pandero con un enérgico azote.

― ¡OOOH SI! ―gemí de inmediato.

— ¿Te gusta? —me preguntó al oído.

― Sí ―jadeé como una perra.

No podía evitarlo, me encantaba ese juego. Eche mi trasero hacia atrás buscando su polla como una vulgar desesperada.

Roberto apoyo su pesado rabo a lo largo del surco formado por mis nalgas y después, sopesó mis pechos con ambas manos.

— Que suerte tiene tu marido ―comentó estrujándome las tetas.

Sin saberlo, Roberto había dado en mi punto débil. Siempre había fantaseado con la posibilidad de serle infiel, y como ya he comentado, ese se había convertido precisamente en uno de nuestros juegos favoritos.

— ¿Qué me vas a hacerme ahora? ―dije haciéndome la asustada, pero aplastando mi culo contra su ardiente estaca.

El joven amasó mis pechos con lujuria magnificando mi placer, obligándome a esforzarme para mantener la compostura de mujer decente. Tenía el coñito hirviendo y no paraba de lubricar.

— No estarás pensando...  —tuve que morderme la lengua para no suplicarle que me la metiese de una vez.

— Lo estás deseando ―insinuó— Primero la boca, después el coño y ahora quieres que te folle el culo, ¿verdad?

— Yo...  —rezongué— Róber, por favor.

Entonces, el muchacho me tomó por las caderas y dio un largo lametón por toda mi zona genital, arrastrando los jugos de mi coñito hasta la diminuta entrada de mi trasero.

— RÓBER… —gemí entre dientes.

Su lengua volvió a recorrer el mismo sendero tres o cuatro veces antes de empezar a sondear mi agujerito.

— ¡Me haces cosquillas! —reí a causa de su insólita caricia.

Sus fuertes manos separaron mis glúteos para que su lengua se moviera con holgura en torno a mi esfínter.

— Me vas a destrozar —protesté con la voz quebrada.

— ¿No querías saber de lo que soy capaz?

― ¡Ummm! ―una terrible excitación me hacía ronronear como una gatita, pero su intrépida lengua continuaba retorciéndose en mi pequeño orificio embadurnándolo a conciencia.

— ¡OOOGH! —jadeé cuando de pronto Roberto me metió un dedo.

Aquel dedito empezó a entrar y salir de mi culo, devolviéndome una sensación familiar que hacía más de un mes que no sentía.

Por mucho que intenté mantener la compostura, Roberto me hizo jadear. Aquello era demasiado libidinoso como para no dejarse llevar, y cuando un segundo dedo forzó mi esfínter me puse a gruñir sin parar.

El hijo de mi vecina traía muy bien aprendida la lección de “Sodomizar a las vecinas maduras”. Al mismo tiempo que trabajaba mi ano con esos dos dedos, con la otra mano frotaba mi sexo con furor. Roberto sabía que el secreto para derribar cualquier reticencia femenina a recibir una buena sesión de sexo anal pasaba sí o sí por excitarla al máximo.

— ¡AAAAAAAAAAAAAAH! —mi quejido era continuo. No teníamos toda la mañana, así que al cabo de un minuto sus dedos ya entraban y salían con brío de mi agujero. El muy canalla me estaba dejando descompuesta, y lo que de ningún modo estaba dispuesta a consentir era tener un orgasmo siendo masturbada disponiendo de un pollón como el suyo todito para mí. Así que aun a riesgo de parecer un autentico putón decidí que era la hora de la verdad.

— ¡FÓLLAME DE UNA VEZ, NIÑATO! —exigí.

Roberto me sacó los dedos del culo y colocó el agudo vértice de su miembro en la ventanilla de recepción. Me causó pánico, pero la verdad es que todo fue mucho más rápido de lo jamás habría imaginado. A pesar del singular tamaño de su herramienta, mi esfínter se abrió al primer empujón.

— ¡AAAGH! —grité horrorizada.

Mi lamento no sirvió para nada, ya que el muchacho debió clavarme la mitad de su polla del primer empujón.

— ¡Joder, lo sabía! Estás acostumbrada, ¿verdad? ―soltó mi joven vecino en tono de acusación.

― Y, ¿qué esperabas? He vivido casi el doble que tú.

Apartando su mano empecé a frotar yo misma la perlita de mi coño, y antes de ser consciente de ello mi respiración se había convertido en un ronco y repetitivo jadeo. Si bien no era la primera vez que me enculaban, mi vecinito estaba poniendo a prueba el retén de mi trasero.

Con los ojos cerrados, me concentré en el masaje de mi clítoris mientras su pollón continuaba deslizándose dentro de mí.

Con gusto sentí cada penetración como un nuevo logro. La polla de Róber convertida en exitoso taladro, me perforaba cada vez más adentro, descubriéndome la capacidad de mi entrada trasera para ampliarse sin dejar de oprimir al implacable invasor.

Podía oír los leves gruñidos del muchacho. Sin duda, él también estaba disfrutando. Le miré por encima del hombro. Estaba concentrado en su tarea, observando con orgullo cómo insertaba su falo entre mis nalgas.

 — ¡Sí, la quiero toda dentro de mí! ―le hice saber.

Mi exigencia hizo sobrevenir el delirio. Sujetándome de las caderas, Roberto empezó a embestir salvajemente contra mí, ensartando toda su carne a través de mi agujerito y haciendo que sus pelotas chocaran contra mi vulva.

¡AY!  ¡AY!  ¡AY!  ¡AY! ―me oía repetir a mí misma.

Su ariete arremetía con contundencia en mi estrecho conducto, pero Roberto me mantenía firmemente sujeta para que aguantase cada embestida.

¡AAAH!  ¡AAAH!  ¡AAAH!

Aunque mis tetas se zarandeaban de forma escandalosa, yo tuve que agarrarme a las sábanas para aguantar como una leona el severo castigo al que me estaba siendo el joven macho.

¡AY!  ¡AY!  ¡AY!  ¡AY!

El vaivén era contundente y constante. Mi cabello se agitaba delante de mis ojos y el sofocante calor hizo que el sudor cubría toda mi piel.

— ¡AAAAAAAAAAAGH! ―resoplé como una yegua al ser catapultada hacia el clímax.

En pleno éxtasis, Roberto me metió algo en la boca y tiró de mi cabeza hacia atrás. En ese momento de frenesí no me percaté de que Roberto había usado mis propias braguitas como si de unas riendas se tratase, y tirando de ellas mientras me seguía sodomizando.

¡CLACK!  ¡CLACK!  ¡CLACK!  ¡CLACK!

El chico presintió que su polla estaba a punto de entrar en erupción, y yo misma noté su polla, demencialmente gorda, palpitando en mi interior, escaldándome con cada descarga de esperma.

Aunque no llegué a desmayarme, creo que sí que perdí el conocimiento por un instante. Cuando abrí los ojos vi que seguía agarrada a las sábanas bañada en sudor.

— Joder, ha sido brutal —resopló.

Sentí mis mejillas arder de vergüenza. ¿Cómo iba a mirar a Paula a la cara a partir de ahora? Acababa de permitir que su hijo me sodomizase.

Observé en silencio cómo el joven guarecía su abatido miembro bajo el bóxer y cómo se enfundaba su pantalón y su camiseta.

— Ha sido un placer ayudarte, Pilar. Si el ordenador vuelve a darte problemas, ya sabes dónde estoy. Avísame cuando tu marido esté fuera y veremos que se puede hacer. Ciao.

Róber se marchó dejándome tirada sobre la cama. Miraba al techo intentando comprender cómo demonios había dejado que aquello hubiese ocurrido, pero hay veces que las cosas pasan porque tienen que pasar y no sirve de nada darle más vueltas, simplemente una debe aprender de sus errores.

FIN. 

Remake de "Paredes de papel".