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El rebaño (1)

en Dominación

En una calle cualquiera de una ciudad  cualquiera, una pareja joven espera en el portal de un edificio de viviendas; ambos tienen buena presencia y van, aparentemente, bien vestidos, pero, curiosamente, permanecen en silencio en la acera, soportando el frío de la mañana, cerca el uno del otro, pero sin tocarse ni dirigirse la palabra; al cabo de un momento, una muchacha, también joven y bien vestida, se acerca al lugar en el que ambos se encuentran y se coloca a su lado; no se dicen ni una palabra, simplemente se han reconocido con la mirada y se saludan con un leve gesto de cabeza para, enseguida, permanecer, los tres, juntos, quietos y en silencio.

Al rato, un mini autobús oscuro y sin distintivos, se detiene a su altura y abre la puerta; sin decir ni una palabra, los tres se disponen en fila, primero las dos mujeres, seguidas por el hombre, y suben al autobús, deteniéndose a la altura del conductor quien, sin pronunciar una sola palabra, los va examinando de arriba a abajo, uno a uno.

Los tres permanecen con la mirada baja y, conforme se llegan a la altura del conductor, se abren la prenda de abrigo, exhibiendo sus cuerpos desnudos e inclinándose ligeramente para acercar a la vista del conductor la placa que, cada uno de ellos, lleva colgada del cuello, sujeta a un fino collar de cuero; sin mostrar un interés especial por ninguno de los tres cuerpos desnudos que se le han exhibido, el conductor mira la inscripción de cada placa, comprueba que el número que llevan grabado aparece en la pantalla de su ordenador y, con un gesto, le indica a cada uno de los tres un número de asiento; sin decir ni una palabra ni molestarse en cerrar e abrigo y tapar su desnudez, los tres jóvenes, obedecen al conductor, dirigiéndose al lugar que les ha sido señalado tomando asiento y adoptando la misma postura que los demás ocupantes del vehículo, cinco hombres y trece mujeres de una edad similar; todos ellos están sentados con la espalda recta, las piernas ligeramente abiertas, las manos posadas sobre los muslos, la boca entreabierta, la mirada baja, inmóviles y en silencio.

Cuando el conductor comprueba que los tres nuevos viajeros han ocupado sus asientos, reinicia la marcha, se dirige a la salida de la ciudad y toma una carretera secundaria para, al cabo de unos kilómetros, desviarse por un camino asfaltado en el que no existe indicación alguna.

Media hora después, el conductor detiene la marcha al llegar a una valla que se abre cuando oprime un mando a distancia.

Mientras se abre la barrera, antes de reiniciar la marcha, el conductor se gira hacia los pasajeros y les ordena "fuera ropas, todos preparados"; inmediatamente, todos los ocupantes del autobús se quitan sus prendas de abrigo, las dejan caer en el suelo del pasillo y vuelven a sentarse mostrando, sin ningún pudor, sus cuerpos desnudos; todos ellos llevan, al cuello, un collar de cuero del que cuelgan una argolla y una pequeña placa en la que hay grabado un nombre y un número; ese collar y el calzado son sus únicas prendas.

Al cabo de un rato, el autobús llega a la altura de lo que parece un puesto de control, ante el que se detiene, abriendo la puerta delantera; de la caseta salen dos guardias uniformados que suben al autobús y, después de saludar al conductor, se giran hacia los pasajeros a la vez que, con voz firme, uno de ellos, ordena: "up".

Al escuchar la orden del guardia, todos los pasajeros se ponen en pie, en sus asientos, permaneciendo siempre con la mirada baja, los brazos pegados al cuerpo y las piernas ligeramente abiertas. Uno de los guardias, le pregunta al conductor:

- ¿qué tipo de animales traes?

El conductor, sin abandonar su puesto, le indica:

- Según la lista, traigo un criado, dos mayordomos, dos siervos, nueve esclavas y cuatro doncellas, un buen rebaño. Daros prisa, porque estoy agotado, llevo todo el día de recogida y estoy deseando llegar, meterlos en el establo y descansar un poco; me temo que los próximos días van a ser duros y hay que estar preparados.

Mientras el conductor habla con uno de los guardias, el otro se ha dirigido a la parte trasera del autobús, recorriendo el pasillo y repasando con la mirada los cuerpos de todos sus ocupantes; en alguna ocasión se detiene para manosear unos pechos, un trasero o el sexo de algunos de ellos; ninguno de los pasajeros hace el menor movimiento, ni siquiera se inmutan ante las groseras manipulaciones a las que son sometidos. Tampoco dan muestras de ninguna emoción cuando ven que, al llegar al fondo del autobús, el guardia coge del brazo a una de las mujeres de la última fila, la saca de su sitio y la coloca frente a él; sin necesidad de recibir ninguna orden, la joven elegida se arrodilla ante el guardia y se mantiene en esa posición, con la mirada fija al frente y los labios entreabiertos mientras el hombre toma asiento y se desabrocha la bragueta; sin inmutarse, la muchacha arrodillada se acerca hasta colocarse entre las piernas abiertas del hombre y, con una mano, saca la polla del guardia para, con delicadeza, metérsela en la boca permaneciendo quieta en esa posición mientras sujeta, o más bien acaricia, con sus manos los testículos, hasta que, al sentir una ligera presión en la nuca, inicia un lento movimiento de vaivén de adelante a atrás, absorbiendo el cada vez más duro miembro masculino, no se detiene hasta que, una vez aliviado, el propio guardia vuelve a darle un ligero golpe en la nuca, en ese momento, la mujer retira la cabeza hacia atrás, saca el sexo masculino de su boca y procede a lamerlo y limpiarlo con su lengua, para terminar secándolo con su propio pelo; al concluir, lo introduce, con suavidad y delicadeza, dentro de la bragueta, y retorna a su postura inicial, de rodillas frente al guardia, con la boca entreabierta y la mirada baja, a la espera de nuevas órdenes.

Satisfecho, el guardia aparta bruscamente con la mano el cuerpo de la esclava y, sin dirigirle ni una mirada, se levanta para volver a la parte delantera del autobús donde le espera su compañero. Conforme el hombre se va alejando, la mujer se levanta y, siempre en silencio, vuelve a adoptar la misma posición que todos sus compañeros, quienes han permanecido en pie, quietos y en silencio, completamente ajenos e indiferentes a lo sucedido.

Al llegar donde están el conductor y el otro guardia, comenta:

- Bueno, acabo de comprobar que el rebaño que traes está bien amaestrado y disciplinado, y parecen todos dóciles y sumisos; ¿van a usarse para la fiesta o además, les vas a pasar la revisión?

El conductor, sentándose y poniendo el motor en marcha, comenta:

- Claro que están bien adiestrados, casi todos han pasado por mis manos, y puedo decirte que están bien domados para mantenerse sumisos y serviles; desde luego, todos ellos servirán en la fiesta, pero los he traído antes para pasarles una revisión completa, sobre todo a las esclavas y a los mayordomos, unos pocos van a ser sometidos a la última fase de adiestramiento y doma, e incluso, creo que voy a tener que cambiar la programación de alguno de ellos, porque sus Amos quieren modificar su uso y dedicarlos a nuevas funciones.

Dicho esto, los guardias bajan del vehículo y el conductor vuelve a poner en marcha el vehículo, a la vez que grita "sit" haciendo que todos los pasajeros vuelvan a sentarse en sus plazas, en la misma posición que tenían antes. El autobús se toma el camino que dirige hacia unas construcciones que, hasta ese momento, habían permanecido ocultas por un tupido frente de árboles que ocupa prácticamente todo el margen del camino.

Finalmente, el autobús, se detiene en el lateral de lo que parece una especie de plaza rectangular situada en la parte de atrás de los edificios y que está rodeada de construcciones sencillas de una sola planta, justo al lado de un portón abierto que da acceso a lo que parece un almacén.

El conductor abre las puertas y baja del vehículo, y se acerca a las dos mujeres que esperaban junto a la puerta y que le saludan con una respetuosa y exagerada reverencia inclinando sus cabezas, levantando con ambas manos los pliegues de las faldas de sus vestidos por encima de la cintura, mientras que, en tono respetuoso y suave, le saludan:

- Bienvenido, señor, a su servicio.

Sin molestarse siquiera en contestarles, el conductor introduce la cabeza en el autobús y con tono imperativo, ordena: "vamos, todos fuera".

Al escuchar la orden, los pasajeros van descendiendo del vehículo, en orden y en completo silencio y, obedeciendo las señas del conductor, se sitúan en una fila al lado de la puerta del almacén. Conforme se van deteniendo, una de las mujeres que esperaba, va enganchando la argolla de cada collar a una cadena, de manera que, casi enseguida, todos están sujetos y encadenados en la misma fila.

En ese momento, un pastor alemán se acerca al conductor, que, acariciando su lomo, lo saluda con familiaridad y señalando a los pasajeros recién descendidos del autobús le dice: "Hola, dingo, ¿me has echado de menos?, mira la mercancía que te traigo ¿quieres probarla?..."

El perro, al oír al hombre y como si le hubiera entendido, se dirige a la fila y, de uno en uno, lentamente, se entretiene olisqueando y lamiendo cada uno de los cuerpos desnudos, tanto por delante como por detrás; todos los integrantes de la fila aceptan con la mayor naturalidad la inspección canina, y ninguno de ellos se atreve a hacer el más mínimo movimiento que pueda parecer un rechazo, al contrario, todos adoptan la postura más adecuada para facilitar al perro que pueda husmear o lamer sus cuerpos.

Casi al final de la fila, cuando el perro llega a la altura de una de las últimas mujeres, se detiene, metiendo completamente su hocico en el sexo femenino a la vez que, sacando la lengua, empieza a lamer la entrepierna; la afectada, lejos de rechazar la invasión, profiere su pubis hacia adelante, flexionando y abriendo sus piernas ligeramente, en una postura obscena a la vez que ridícula, pero que tiene como objeto el facilitar el acceso de la lengua a la entrepierna de la esclava; Dingo aprovecha para meter la lengua directamente en el coño que se le exhibe tan descaradamente haciendo que la mujer emita un ahogado gemido de placer; al cabo de un momento, el perro deja de lamer la entrepierna, da la vuelta al grupo y, se sitúa por detrás del cuerpo de la esclava para olisquear y lamer su trasero, la muchacha cambia de postura inclinándose hacia adelante a la vez que se abre las nalgas con sus propias manos, en una posición tan forzada e indecente como la anterior pero que, también, tiene como único objeto hacer más cómodo el acceso, para que el animal satisfaga, sin obstáculos, el que parece ser su capricho.

Al darse cuenta de lo que ocurre, la mujer que sujeta en sus manos la cadena desengancha el collar de la esclava objeto de la atención animal, apartandola ligeramente para que se separe del resto de la fila.

Pasados unos momentos, el pastor alemán saca su hocico del trasero femenino y, sin dejar de husmear en la entrepierna, ladra dos veces, lo que hace la esclava reaccione como si lo hubiera entendido, colocándose a cuatro patas, a la vez que empieza a acariciar con suavidad y dulzura el sexo del animal con sus manos para, enseguida, meter su cara entre las patas traseras, lamiendo la polla con su lengua, para sin la más mínima vergüenza o repulsión, empezar a hacerle una mamada, hasta que el perro emite un corto y seco ladrido; al oirlo, la muchacha detiene sus caricias, se gira, apoya la cabeza en el suelo, levanta su trasero abriendo al máximo las piernas y, con ambas manos, vuelve a separarse y abrir las nalgas, exhibiéndose obscenamente y mostrando impúdicamente que tanto su sexo como su ano están abiertos, ofrecidos y accesibles.

Desde esa posición, como si fuera la cosa más natural del mundo, con voz sensual y en un tono que denota, no sólo costumbre sino autenticidad, entrega, e incluso deseo, se dirige al perro:

-        “Dingo, cariño, aquí tienes el coño, el culo y la boca de tu hembra, dispuestos y abiertos deseando servirte y complacerte, la esclava está a tu servicio para ser usada y montada como prefieras; anda, perro bonito, mete tu magnífica polla en el agujero que más te apetezca y disfruta usando a tu esclava”.

Como si hubiera entendido las palabras de la esclava, sin esperar nada más, con toda naturalidad, el perro se sitúa detrás del trasero que se le exhibe y ofrece, olfatea durante unos instantes el sexo que se le muestra de manera tan descarada y, finalmente, apoya las patas delanteras en la espalda de la mujer para, con un fuerte empujón, introducir su miembro en el coño de la esclava, procediendo a montarla; al sentir la embestida, la muchacha no puede evitar emitir otro gemido de placer, mientras, con toda docilidad, adapta su posición a los movimientos del perro para acoplarse, de la mejor manera que puede, a las embestidas del animal facilitando, de esta forma, la máxima penetración posible.

En ese momento, el conductor, dando una fuerte palmada en el trasero del primero de los cuerpos que forman la fila y dirigiéndose a las dos mujeres de la puerta, ordena:

"Bueno, vamos a dejar que Dingo disfrute tranquilamente de su coño y se relaje sin que lo molestemos; Lena, llévate el rebaño al establo, haz que abreven un poco y me los dejas preparados para la limpieza; Lisa, tú quédate aquí y atiende a Dingo en lo que necesite, ayudale para que saque la polla en cuanto acabe de usar ese coño, sin llegar a abotonarse dentro y, en cuanto Dingo se quede satisfecho y relajado y haya acabado con vosotras, me traes a la esclava al lavadero."

Dando un ligero tirón de la cadena, la esclava Lena, se introduce por la puerta del almacén seguida, dócilmente, por la traílla de encadenados; por su parte, la esclava llamada Lisa se queda de pie, con la mirada baja, las piernas ligeramente abiertas y con su falda levantada mostrando el sexo, y permanece al lado del pastor alemán, observando como éste sigue montando el cuerpo de la esclava, que, con los ojos cerrados y la boca entreabierta, se adapta a los embates del animal gimiendo ligeramente con cada embestida.

Tal y como le había sido ordenado, Lena estira de la cadena para conducir al “rebaño” que le sigue dócilmente hasta llegar a un abrevadero situado en el interior del almacén, una vez allí, en voz baja y como si le diera miedo ser oída, se dirige a la fila diciendo: "podéis beber"; sujetos como están por la misma cadena, todos los integrantes del grupo han de inclinar sus cuerpos para beber directamente de forma que, incluso quienes no tenían sed, se ven obligados a introducir las cabezas en el agua, arrastrados por los demás.

Transcurridos unos minutos, el conductor se acerca a Lena, y dándole una fuerte palmada en el trasero, le ordena: "Ya basta, llévatelos al lavadero!!". Obediente, la esclava da un tirón de la cadena y sin esperar más, se dirige a un lateral del establo en el que hay un espacio con baldosas en el suelo y en la pared con varios sumideros para el agua; la esclava estira de la cadena para organizar la fila dentro del espacio señalado y, sin soltar la cadena, se coloca fuera de la zona embaldosada.

El conductor coge una manguera y se coloca en el centro del espacio, desde donde ordena: "Ve soltándolos de uno en uno y que se estén quietos", y Lena, obediente, va soltando de la cadena y situando uno a uno a todos los integrantes de la fila, que son rociados con agua a presión; tal es la docilidad de los integrantes del grupo que permanecen en pie, recibiendo el baño de agua fría, sin moverse hasta que la propia Lena se encarga de darles la vuelta para que sean remojados por delante y por detrás.

Mientras tanto, en el exterior del establo, Dingo sigue montando a la esclava que se presta dócilmente las embestidas cada vez más rápidas y violentas del perro, e incluso va modificando su postura para facilitarle la brutal penetración, hasta que nota que éste, con un sordo gruñido, se queda quieto, y derrama en su interior el líquido caliente que demuestra que el animal ha alcanzado el clímax; al escuchar el gruñido del perro y comprobar que ha quedado satisfecho, la esclava Lisa se acerca y agachándose, pone una mano en el trasero de la esclava, a la vez que con la otra sujeta la polla del animal estirando hasta que ésta sale del coño y se separa del cuerpo de la esclava, antes de que se produzca el abotonamiento; conseguido ese objetivo, la propia  Lisa empieza a acariciar suavemente los genitales del animal para acabar de tranquilizarlo a la vez que, sin el más mínimo reparo, se deja lamer, aceptando con toda naturalidad, sin apartarse ni un milímetro y sin un gesto de rechazo o disgusto, que éste le pase la lengua por la cara e incluso que la introduzca en su boca entreabierta.

Por su parte, la esclava, nada más notar que el perro ha quedado satisfecho y que, con la ayuda de Lisa, ha dejado de montarla, se incorpora desde la humillante e incómoda posición en la que ha permanecido, se da la vuelta, siempre a cuatro patas, y se coloca debajo del animal, para, con todo cuidado y también con dedicación, lamer y limpiar con su boca el glande del pastor alemán que, finalmente, se pone en pie y se marcha satisfecho.

Al ver que el perro se aleja, la esclava Lisa, desenrolla de la cintura una pequeña correa de cuero, la engancha al collar de la esclava y, sin decir palabra, tira de ella conduciéndola hacia el abrevadero, no sin antes pasarle la mano por el coño, metiendo uno de los dedos que vuelve a sacar impregnado de fluidos y semen del perro; como si se tratara de un manjar exquisito, la esclava Lisa se lleva la mano a la boca y chupa los dedos con gesto de satisfacción, deteniendose para permitirle tomar unos breves sorbos de agua, y posteriormente acercarla al lugar donde el conductor está remojando a los demás integrantes de la fila.

Después de situarla en último lugar, se coloca a un lado pero ligeramente detrás del hombre que porta la manguera, permaneciendo de pie, una vez más, con las piernas ligeramente separadas, la falda abierta, la mirada baja y los brazos caídos en los costados del cuerpo.

El hombre va apuntando con la manguera a cada uno de los cuerpos que se le exhiben sin resistencia alguna, remojándolos a conciencia, hasta que llega el turno de la muchacha que acaba de ser montada por el perro; al verla, el hombre le ordena: “Abre bien todos los agujeros” y procede a limpiar a conciencia el cuerpo de la esclava de cualquier resto de fluido animal.

Concluida la tarea de remojado de los cuerpos de todos los integrantes de la fila, el conductor se acerca a Lisa poniéndole la mano en el trasero y dirigiéndose a Lena, le ordena: "Tráelos a la cuadra".

Lisa, al notar que el hombre le acaricia el trasero, se abre completamente el vestido, levantando los pliegues de la falda hasta la cintura para facilitar el libre acceso de la mano y separando y flexionando ligeramente las piernas para hacer más cómodo el uso que intuye se va a hacer de su cuerpo; el conductor, haciendo caso omiso de las facilidades que le ofrece la esclava, le da una orden ("tráeme la lista") y se dirige a lo que parece una hilera de celdas con puertas enrejadas, frente a la que la esclava Lena ha situado al grupo encadenado.

Mojados y tiritando, los integrantes del grupo van siendo situados por Lena frente a cada una de las puertas de las jaulas, donde permanecen siempre con la mirada baja y los brazos caídos; al terminar de cumplir la orden, la esclava se dirige hacia el conductor y, al llegar junto a él, repite la operación de abrirse los pliegues de la falda ofreciendo tanto su coño como su trasero y, haciendo una reverencia, permanece quieta a la espera.

La esclava Lisa, por su parte, vuelve junto al conductor, le entrega unas hojas de papel mecanografiado y, se coloca ante él ligeramente inclinada, como si de un atril se tratara, para que el hombre pueda depositar los papeles sobre la espalda de la muchacha de forma que no tenga más que bajar la vista para acceder a los datos que le interesan; como si estuviera adaptando la posición de un mueble, el hombre mueve el cuerpo de la esclava hasta colocarlo en la posición que le es más cómoda para leer, y para que no quede ninguna duda, le dice "así, quieta" mientras acaricia brevemente al trasero que se le ofrece, y, después de echar un vistazo al contenido de los papeles, se dirige al grupo y les ordena:

- "Cada uno de vosotros va a ser colocado en la cuadra que tiene asignada; una vez se os deposite en ella, permaneceréis de rodillas y en posición de uso hasta que se cierre la puerta, después de eso, podéis tumbaros o moveros como queráis, incluso podéis hablar o ladrar entre vosotros; tenéis comida y agua en cada cuadra, comed y bebed y cuando estéis saciados, descansad para estar bien frescos y dispuestos para que mañana seais usados de la forma que dispongan vuestros Amos. No hace falta que os diga que en el momento que algún criado entre en vuestra cuadra, debéis adoptar, inmediatamente, la posición de sumisión y permanecer así hasta que se os ordene."

A continuación, comprobando los nombres de la lista y los números de las jaulas, va empujando a cada miembro del grupo a su cuadra individual, para finalmente, tras asegurarse que todo está en orden, cierra las puertas y se dirige a la salida del establo; al pasar a la altura de las dos esclavas, con un chasquido de los dedos, dice "Vamos" e inmediatamente, ambas muchachas siguen al hombre, un paso por detrás suyo, que se dirige a una construcción de dos plantas situada se encuentra en uno de los laterales de la plaza.

(………….continuará………….)