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en Hetero: General

Después de tantos años de carrera y el último de máster, lo único que le quedaba por hacer era cumplir su sueño de abrir su propia consulta. Y lo que siempre había parecido el obstáculo más fácil de salvar, había resultado ser la peor experiencia de su vida. Con apenas un año de experiencia laboral, se sentía sobrepasada por las circunstancias.

Laura era una joven psicóloga de 27 años, con unos preciosos ojos almendrados de color castaño que enamoraban a cualquiera que los miraba, sus labios carnosos eran la delicia de quien tenía la suerte de besarlos y su castaña melena era una cascada de rizos rebeldes, que moría en su cintura de avispa. Tenía el cuello largo y esvelto, la clavícula marcada, y unos pechos grandes, preciosos, que solía enmarcar en escotes de infarto. Su cintura era estrechita y fácil de rodear en un abrazo, y sus caderas femeninas y suaves, eran solo el preámbulo de un culo respingón. Siempre se quejaba de tener las piernas cortas, pero sus muslos suaves eran dignos de ser besados, centímetro a centímetro.

Y sin embargo, a menudo se despreciaba, cuando se miraba al espejo odiaba a la chica que le devolvía la mirada. Sentimiento que no había hecho más que incrementar desde que la ansiedad se había apoderado de su vida.

Todos sus años de estudios y de carrera solo habían servido para acabar golpeando con la realidad, al darse cuenta de que no era su intelecto, sino su limitado bolsillo, lo que impedía que su sueño pudiera ver la luz.

Ya no sabía qué hacer, ni cómo conseguir el dinero. Le habían sugerido mil cosas, desde solicitar un crédito, a medidas mucho más escabrosas solo dignas de ser mencionadas en oscuras fantasías eróticas.

Sabía que si acudía a un banco sin aval jamás le concederían un crédito, así que decidió investigar otros métodos.

Encontró en Internet un buen aliado. Había gente dispuesta a pagar por cualquier cosa.

Empezó a vender ropa interior usada. Le daba un poco de asco imaginar qué podría hacer la gente con ella, pero decidió que ese no era su problema, sino el del comprador.

Pronto descubrió que eso no era suficiente. Aunque ganaba dinero, no era suficiente para pagar la colegiatura, la cuota semestral de la misma, la de autónomos y el alquiler y acondicionamiento del local que iba a usar para llevar a cabo sus sesiones.

Le sugirieron entonces dar un paso más, y probar los shows en vivo con webcam. Le horrorizó la idea, pero al probarlo una vez, se dio cuenta de que era deseada, que había muchas personas que estaban dispuestas a pagar por verla, desnuda, jugando con sus pechos y acariciando el delicioso tesoro que tenía entre las piernas.

Entre todos los seguidores de Laura, había uno que destacaba. Se implicaba en el chat, le hacía peticiones y a menudo la invitaba a mantener shows privados, estando dispuesto a pagar grandes sumas de dinero.

A Laura le encantaba las atenciones que le prestaba ese fan en particular. No sabía por qué, pero había algo especial en el él. O ella lo sentía así.

Después de varios meses de show, consiguió reunir el dinero suficiente para poder hacer frente a todos los pagos que comportaba hacer realidad su sueño. Y así lo comunicó en un video en directo, en el que explicó que iba a dejar de hacer shows y daba las gracias a todos los que la habían seguido.

Su fan número 1 le solicitó un último show particular, y ella se lo ofreció, esta vez, sin pedir nada a cambio, solo a modo de despedida.

Sintió por primera vez el placer especial de hacerlo por gusto. Se acarició los pechos hasta que se tornaron rojos mientras al otro lado de la pantalla veía como alguien sin rostro se pajeaba al verlo. Abrió las piernas y se acarició el clítoris sintiendo esas punzadas de gozo que la hacían mojar como jamás lo había hecho, y deslizó suavemente dos deditos en su interior mientras escuchaba la suave voz con acento latino que le susurraba en el ordenador que imaginara que era su polla la que la penetraba. No tardó en correrse, cuando vio el homenaje que le dedicaba el chico del ordenador, mientras se corría solo para ella.

Dos días después, tenía en las manos las llaves de su consulta, y decoraba las paredes con sus títulos y una amplia sonrisa en esos labios carnosos.

Todo iba viento en popa, tenía pacientes asiduos, ingresos regulares y se sentía plenamente realizada. La vida nunca había sido mejor.

Hasta que un día, al abrir el buzón de su correo electrónico, descubrió un mensaje desconcertante: “Sé quién eres”. Descargó el archivo adjunto, una captura de pantalla de uno de sus shows.

El mundo se le cayó a los pies.

El mensaje no incluía nada más. No era una amenaza, no era una invitación. No era absolutamente nada más que 3 palabras y una captura de pantalla.

Pensó en denunciarlo, pero desechó rápidamente la idea, pues ahora que por fin había conseguido ser una psicóloga respetada, lo último que le convenía era que la relacionaran con algo así.

Decidió revisar la lista de usuarios que se conectaban a su show, y cruzarla con la dirección de correo electrónico que había mandado el mensaje. Nada, sin coincidencias. Comprobó su agenda y los nombres de los pacientes. Nada. No había nada con lo que pudiera relacionarse.

Esa noche no durmió.

Al día siguiente acudió a la consulta con los ojos hinchados y rojizos. Lo primero que hizo fue comprobar el correo electrónico. Otro mensaje. “Quiero volver a verte”. Esta vez sin archivo adjunto.

Esos mensajes empezaban a rozar el acoso. Y ella no iba a permitir que la acosaran así. Si otra podía permitirlo, perfecto, pero ella no.

Contestó a ese mensaje. “Me parece perfecto que sepas quien soy, ahora quisiera saber quién eres tú”.

Mandó el mensaje y esperó. Y esperó. Y esperó.

No recibió respuesta, ni ese día, ni al siguiente, ni al siguiente.

Finalmente, cuatro días después y cuando ya se había dado por vencida, recibió la respuesta. “Nos vemos el sábado, en tu consulta”.

Nada más.

Se asustó. La verdad es que se asustó muchísimo pero… ¿A quién podía acudir?

Decidió que no iba a acudir a nadie. Era psicóloga y su trabajo era precisamente ese, enfrentar a personas que necesitaban ayuda para que pudieran seguir adelante por sí mismas. Y obviamente, alguien que hacía eso, solo podía ser una persona que necesitaba mucha ayuda.

Llegó el sábado. Se vistió rápidamente con unos vaqueros ajustados a su preciosa silueta y una camiseta negra que dejaba a la vista sus estrechos hombros. No se peinó, pues voló a la consulta y esperó toda la mañana, sin que apareciera nadie. No pudo comer, y a media tarde empezaba a adormilarse cuando sonó el timbre.

Abrió y lo que encontró al otro lado de la puerta la sorprendió.

Era un chico joven, tal vez un poco más joven que ella. Tenía una mirada determinada, vestía con un traje elegante de color gris, camisa blanca y corbata oscura. No costaba mucho ser más alto que ella, pero le sacaba dos cabezas y tenía el pelo alborotado. Respiraba apurado, hecho que no le hacía perder su sonrisa irónica, que se le clavaba a Laura en lo más hondo del alma.

-Yo soy el de los mensajes - dijo simplemente, con acento latino.

Ella no sabía qué hacer, si echarlo de allí a patadas, gritarle que era un desgraciado, o invitarlo a pasar. Finalmente, ganó la opción menos sensata: le dejó pasar.

-¿Qué quieres de mí? – fue lo primero que salió de los labios de Laura.

Él sólo entró, con esa sonrisa inmutable. Y cerró la puerta tras de sí.

Laura no había visto tanta seguridad junta en su vida. Pero, al contrario de todo lo que había sentido hasta ese momento, no estaba asustada, solo muerta de curiosidad.

-Sólo quería conocerte – el chico se encogió de hombros y dio un paso hacia ella – no se me ocurrió otra manera.

-Oh, bueno, genial. Yo podría haberte aconsejado mil maneras más de conocerme que no fueran tan creepys y desagradables, pero gracias por tu interés – ironizó Laura – . Y ahora que ya me conoces, explícate antes de que llame a la policía.

-No vas a llamar a la policía – rio él – No represento absolutamente ningún peligro para ti.

Sin que Laura se diera cuenta, él había ido ganando terreno en la pequeña consulta y ahora dominaba la estancia, situado en el centro, mientras ella se sentía desagradablemente cerca de la pared.

Él sacó la mano del bolsillo delantero del pantalón de su traje, y cuando ella miró en su dirección se dio cuenta de que se la tendía en un gesto amistoso.

-Me llamo Alejandro – buscó el contacto directo con los ojos de ella -, soy bróker.

Ella abrió los ojos como platos. Alejandro… Bróker… ¿Y?

-Ajá… me parece estupendo – contestó ella, con más fuerza de la que sentía – Yo Laura, psicóloga – arqueó una ceja – pero imagino que eso ya lo sabes, ¿no?

Él volvió a reír, ¿qué le haría tanta gracia?

-La verdad es que es difícil dejarme sin palabras, pero tú siempre lo consigues.

¿Siempre? Entonces, ¿ya había hablado antes con él?

Boqueó un par de veces, sin saber que decir. Suspiró.

-Entonces, me conocías de antes, ¿es eso?

-Sí, pero no pienses nada malo de mí, solo quería llamar tu atención – dio un paso más.

-Bueno, lo has conseguido, ahora dime qué quieres.

Él no contestó, simplemente se aflojó el nudo de la corbata y se quitó la americana del traje, que dejó sobre la silla que solían ocupar los pacientes.

-¿Has quedado con alguien más?

Ella tardó demasiado en contestar, y cuando quiso hacerlo, se dio cuenta que él no iba a creer lo que le diría.

-Intuyo que no – ahora fue él quien arqueó una ceja -. Está bien, así podré explicarte de qué va todo este lío.

Alejandro se apoyó en el escritorio, y acarició el Macbook que descansaba en su superficie.

-Estaba de viaje de negocios con un compañero del banco cuando, después de volver del restaurante, le descubrí en la habitación hablando con una chica española. Tú – la señaló de arriba abajo -. Me contó que tenían tiempo hablando y masturbándose juntos, y que incluso le había ofrecido mucho dinero para tenerla solo para él -suspiró.

-Sí, supongo que sé quién es tu amigo – dijo Laura, cruzándose de brazos y apretando los labios, sintiéndose descubierta - ¿Qué tienes que ver tú con todo esto?

-Ya llego, espera – volvió a decir él con una sonrisa -. A mi compañero se lo complicó la noche, y la vida, por decirlo de alguna manera, así que me dijo que esa iba a ser la última vez que hablara con ella; contigo. Decidí dejarle intimidad y me fui a fumar a la terraza del hotel – se desabrochó los puños de la camisa -. Entonces, me dio las gracias y me dijo que me pasaba su cuenta, por si quería hablar contigo con total anonimato. Me aseguró que eras hermosa, tanto por fuera como por dentro. Y con el paso del tiempo, me di cuenta de que era verdad – abrió los brazos – Y desde entonces, te he buscado para conocerte ¡Y al fin te tengo delante!

Laura, que había escuchado toda la explicación con los labios fruncidos en un gesto desafiante, sintió que un millón de respuestas se le agolpaban en la mente. Trató de ordenarlas, para poder expresarlas.

-Eres un acosador, entonces – dijo finalmente –. Un puto acosador que, además de fingir ser quien no es, ¡ha estado investigándome!

Él volvió a reír.

-¡Deja de reírte, maldita sea! – gritó.

-No soy un acosador, simplemente un fan – se encogió de hombros -. Estoy fascinado por ti desde el momento en que te conocí, eres… diferente.

-Ah… además, soy diferente – ironizó ahora ella.

-Pero siempre en el buen sentido, claro. Las mujeres que conozco no son como tú. Has luchado por tu sueño, no te ha importado trabajar por él y lo has sacado adelante ¡Eres realmente admirable, bebé!

-No me llames bebé, no tienes derecho a eso.

-Disculpa, no quería ofenderte – respondió el chico, que por un momento, pareció abatido.

Ella se sintió mal por haber sido tan brusca, pero tenía derecho a serlo. Un tío al que no conocía de nada había cruzado medio mundo para conocerla, pero lejos de ser algo halagüeño, no era más que un acosador que se había obsesionado.

-Me ofende tu actitud, me ofende que me hayas buscado y me hayas encontrado, y que me hayas coaccionado para tener este encuentro.

-Disculpa, pero como te dije, no sabía cómo hacerlo de otro modo.

Él la miró a los ojos, y ella supo que, en el fondo, tenía razón. Alejandro recuperó su posición segura, después de unos segundos de impresión en los que sintió la penetrante mirada de la chica en su pupila.

-Ya me has conocido. Ya puedes irte por donde has venido – respondió ella.

Él se echó a reír, una risa de esas que no presagia nada bueno.

-Me temo que no es tan sencillo, amor – respondió, mientras recorría despacio el último metro que los separaba –. Verás, mi historia puede no sonar romántica, o incluso stalker… Pero a lo que yo vengo es a otra cosa.

Acabó de recorrer la distancia y apoyó, en la pared que la joven tenía detrás, una de sus grandes manos, mientras posaba la otra en la barbilla de ella.

-He venido a robarte un beso.

Acercó sus labios a los de ella, mientras le sujetaba fuertemente la barbilla, y la besó. Fue un beso breve, dulce y amargo a la vez, pues ella intentó zafarse. Él la sujetó con más firmeza, dejó que su lengua paseara por los labios de Laura, y le mordió suavemente el labio de abajo, para probar ese dulce bocado.

Ella le empujó y escapó por debajo de su brazo, pero tropezó con el escritorio y no pudo huir muy lejos.

-Mira, bebé, tienes dos opciones – dijo él, desde atrás, levantando las manos, en símbolo de tregua –. Por las buenas, o por las malas.

Laura se fijó en la palma de la mano derecha de él y vio que brillaba una llave. Dedujo rápidamente que en algún momento de distracción la había cogido y, por lo tanto, era la única salida a la libertad.

-Estás enfermo, tío – respondió ella, desafiante.

-Lo que tú digas – sonrió él – pero sin esto no te vas a ninguna parte.

Alejandro escondió la llave en alguna parte de su anatomía, más allá de la cintura de su pantalón, y Laura supo que estaba perdida.

Todo pasó en una milésima de segundo. Él se abalanzó sobre ella, que no pudo huir.

Sintió como el cuerpo de él se clavaba en su espalda, y como sus grandes manos le acariciaban firmemente la cintura, hasta llegar a sus pechos. Los tomó, y apretó, los juntó y después los masajeó, mientras rozaba su pelvis en el culo de ella.

Alejandro se apoyó aún más en ella, y sintió como le olía el pelo, y le mordía el cuello desde atrás. La respiración entrecortada en su nuca hizo que se le erizara la piel, y cuando sus pezones empezaron a endurecerse por los manoseos de él, supo que había llegado demasiado lejos.

Intentó escapar de nuevo, pero la fuerza del chico era muy superior a la de ella, y el movimiento solo consiguió que notara, en sus nalgas y a través del pantalón, una notable erección.

-Venga, bebé, sé que lo deseas también – susurró él en su oído, justo antes de morderlo.

-¡Joder, déjame cabrón, no me toques! – gritó, desesperada.

Él rio, apartó las manos de los pechos de ella, y con una la tomó del pelo, mientras con la otra recorría su cintura. Al llegar a la cadera, siguió la trayectoria descendente y le dio una firme nalgada, tirando a la vez de esa melena castaña.

-Mira, ya te dije que tenías dos opciones – musitó él, con la voz inyectada de deseo – y a mí me gustaría que fuera por las buenas, pero si tu no quieres… lo haremos por las malas.

Le dio otro azote, esta vez más fuerte. Después busco una de las manitas de ella, se la puso detrás de la espalda y rozó su erección en ella.

-Así es como me tienes…

Volvió a rozarla y se deshizo del cinturón, que dejó sobre la mesa, preparado para ser usado en caso de necesidad.

Alejandro tiró de la melena de Laura, que tenía agarrada en el puño, y la hizo apoyarse en su pecho. Con la otra mano le desabrochó el sujetador y luego la coló bajó la camiseta para poder sobarle libremente esos grandes y deliciosos pechos que había visto en internet.

Laura sentía como su cuerpo la traicionaba constantemente. No quería estar excitada pero no podía evitarlo. La firmeza en las caricias de él la estaba haciendo enloquecer, y el morbo prohibido de tener sexo con un extraño hacía que, por el mero hecho de pensarlo, se le humedecieran las braguitas. Obviamente sabía que eso estaba mal y que la estaba forzando a tener un contacto sexual que no deseaba, pero… ¿Y si en el fondo ella era tan depravada como cualquiera de los que veían su show?

No. Sabía que debía parar eso, conseguir la llave, irse lejos y llamar a la policía. Porqué… ¿era eso lo que quería, verdad?

Alejandro, ajeno a todos los pensamientos de la morena, seguía endureciendo esos pezones grandes, rosados y deliciosos. Los sentía contra la palma de su mano mientras pellizcaba los dos a la vez. Solo deseaba chuparlos.

De un empujón casi brusco la obligó a ponerse frente a él, con ese precioso culo apoyado en la mesa. Le subió la camiseta, y besando desde la tripa al ombligo, y más arriba, empezó a morder con cuidado esos enormes pechos que no le cabían en las manos.

Con la lengua lamió las aureolas, y sin perderla de vista al oírla jadear, usó la punta para juguetear con sus pezones. Ella volvió a estremecerse de placer, y él supo que había ganado.

Le tomó ambos pechos con las manos, los juntó, y jugueteó con su boca con ambos a la vez, mientras Laura no podía hacer otra cosa que deshacerse en gemidos y hundir sus deditos en su pelo.

Alejandro se deshizo de la camiseta y el sujetador, bajó las manos por la cintura de la morena y siguió bajando hasta colarlas por la cintura de su vaquero y colocarlas sobre las nalgas. La apretó contra sí y siguió chupando sus pechos, mientras ella bajaba las manos por sus hombros y los arañaba.

-Te dije que te iba a gustar… - jadeó el chico, con un pezón entre los dientes – que lo ibas a disfrutar, amor.

Ella gimió y echó la cabecita hacía atrás, dejando en suspensión esa preciosa cascada de cabello rizado, mientras él succionaba de su pecho y la atraía más a sí.

Las succiones y lamidas pronto se transformaron en mordiscos de puro placer, y aquellos pechos blancos fueron adquiriendo un tono más rojizo. Paró de morderlos, y los besó con sumo cuidado, intentando reparar el daño que tanta pasión había hecho.

Pero un roce de su polla con los muslos de ella le hizo volver a la realidad. Tiró de ella, poniéndola de pie, y le dio la vuelta de nuevo contra el escritorio.

Le bajó de un tirón el pantalón vaquero, que quedó en sus rodillas, y admiró el precioso culo de la joven, escondido tras un culotte de satén blanco con puntitos negros.

Alejandro se agachó y mordisqueó las apetecibles nalgas que asomaban por las braguitas. Las tomó con las manos, apretó y las separó, ganando un mayor espacio para introducir sus dedos pulgares entre ellas, y poder acariciar con ellos el interior de estas.

Sintió el calor y la humedad que irradiaba ese coñito al que deseaba llegar, pero primero demoró en acercar su boca a las braguitas y comérselas, mojándolas de saliva, mordisqueándolas.

Laura arqueó la espalda sobre la mesa y, instintivamente, abrió más las piernas, quedando su culito en pompa. Notó como los habilidosos dedos del joven se introducían en su anatomía, mientras él iba haciendo a un lado esas braguitas.

Un corriente eléctrico recorrió la espalda de la joven, al notar por primera vez la lengua de él introduciéndose en su zona más íntima y secreta. Él seguía separándole las nalgas y jugueteando con sus dedos mientras lamía los labios desde atrás.

Subió una mano y la puso en el hueco de la espalda de Laura, que abrió más las piernas y se arqueó. Alejandro aprovechó ese momento para introducir su lengua un poco más en esa rajita húmeda, y lamerle los labios internos, mientras pasaba la otra mano entre las piernas de la chica para acariciarle el clítoris.

Ella movía rápidamente las caderas, al mismo ritmo que él la lengua, que dejaba dura para poder acceder a zonas a las que no podría haber accedido de otro modo. Así, con la punta de la lengua, lamió el clítoris mientras habilidosamente se abría paso con el dedo hacia el interior de ella.

Los gemidos de Laura llegaban a oídos de Alejandro, que sentía su erección estrangularse contra el apretado bóxer que llevaba bajo el traje.  Pero no paró, pues quería que la primera -de muchas- corridas que tuviera Laura, estallara en su boca.

Siguió bebiendo de ese tesoro, hasta que pudo introducir dos dedos. Aumentó la presión de sus lamidas y succiones a ese coñito delicioso y pudo sentir como ella empezaba a temblar, arqueando la espalda, corriéndose en un orgasmo que le pareció el más delicioso que hubiera probado nunca, y que se replicaba cada vez que él movía la lengua o los dedos. Efectivamente, la chica era una bomba de relojería y sus múltiples orgasmos, un placer.

Aprovechó un momento de relajación de ella para darle la vuelta a la mesa. Se colocó a su lado y se desabrochó el pantalón. Le mostró a Laura, que lo miraba con los ojos muy abiertos, esa erección que rozaba límites insospechados y que incluso a él le sorprendió.

Bajó el bóxer húmedo, y su polla salió con una fuerza brutal, apuntando al techo. Estaba brillante, húmeda de líquido preseminal, y era grande y de grosor considerable, con algunas venas que la surcaban, marcadas y deliciosas. El glande asomaba, enrojecido, brillante y sabroso, con una gotita que sólo ella había sido capaz de provocar.

Alejandro la tomó con su mano, y la acercó a los labios de Laura. Rozó la punta de su polla con los carnosos labios de ella, dejándolos húmedos y brillantes, con un hilito que los unía a su polla. Se veía aún más preciosa con ese líquido preseminal actuando como gloss en esos labios rojos y apasionados.

Se separó, cortando el hilito, y esta vez acercó sus huevos para que los probara. Ella, que ya había perdido cualquier noción de lo que era o no adecuado, los chupó y los succionó, mientras con su mano agarraba la base de ese falo que le acariciaba la frente y le humedecía el flequillo.

Él volvió a separarse y le tendió una mano para ayudarla a levantarse. Ella se la tomó y se lamió los labios. Delicioso, mucho más de lo que jamás habría pensado.

Alejandro colocó una mano en la nuca de Laura y la atrajo de nuevo hacia sí, para darle un profundo beso, esta vez sí, correspondido. Sus lenguas se entrelazaban y sus dientes mordían los labios del otro. Ella jugueteaba a colarle la lengua en su boca mientras él jadeaba, y sentía su polla palpitante apresada entre los cuerpos de ambos.

Ella no necesitó mensaje alguno. Se apartó de sus labios y le mordió y succionó el cuello, mientras iba bajando con su lengua por su pecho, y más allá de la zona de la pelvis, donde se demoró unos segundos. Ese caminito de placer la volvía loca.

Alejandro se impacientó un poco, y colocó la mano en el pelo de ella, presionando suavemente para que siguiera bajando. Laura miró hacia arriba y sonrió, demorando un poquito más hasta llegar al mástil que la esperaba.

Besó la polla del chico, desde la base hasta el glande, con una mano en sus huevos, masajeando suavemente. Sacó la lengua y lamió el tronco, entreteniéndose en las pequeñas venitas, empezando con la manita el movimiento de una paja que dejaba asomar, aún más, el glande.

Sonrió al colocar el glande entre sus labios, y paseó la lengua por esa punta suave, antes de introducirla, poco a poco, en su boca. Sintió el sabor en el alto paladar, mientras la polla iba llenando su boca. A su tiempo, Alejandro sentía los surcos del paladar de la chica en el glande y el tronco, mientras ella no dejaba de mover la lengua por el resto.

Laura la encajó lo más adentro que pudo, dándole la bienvenida a su garganta, hasta que sintió una arcada y la sacó, aprovechando para tomar aire.

Salió mojada de un líquido espeso, mezcla de ambos. Él volvió a llevarle la mano a la cabeza y ella entendió que quería seguir con la mamada. Así que lo hizo.

Esta vez no la introdujo tan al fondo, sino que dejo que le entrara de lado. Ella movía rápidamente la cabeza, lamiendo y succionando esa polla que le llenaba la boca, mientras el movía cada vez más rápidamente sus caderas y le sujetaba la cabeza con más autoridad. Jadeando fuertemente.

-Mmm aaaah bebé, me voy a correr bffff.

Laura sintió una última palpitación de esa polla en su lengua justo en el momento en que Alejandro la sacó rápido, para correrse en sus enormes tetas.

Nunca había visto una corrida tan grande y espesa. Los pechos de Laura se llenaron de varios chorros de leche, que bajó hasta sus pezones formando gotitas. Ella los tomó con el dedo y los probó, relamiéndose los dedos y los labios, mirándolo con lascivia.

Después la chica volvió a tomarle la polla, para limpiarle los restos de esperma y saliva que pudieran quedar, y sintió como él volvía a ponerse duro.

-Bfff cómo me pones – dijo él, mientras le acariciaba de nuevo el pelo y le secaba las breves perlitas de sudor que brillaban en su frente – Quiero culearte…

Ella se puso en pie, ayudándose de la mesa, y él la apoyó de nuevo.

Casi con furia, le acabó de quitar el pantalón y le bajó el culotte hasta las rodillas. La acarició de nuevo, de delante a atrás, y se sorprendió al sentir como sus dedos se colaban en ese coñito, solos, de lo mojada que estaba.

Sonrió de nuevo, recuperando esa pose de seguridad.

-Mmmm mira quien está mojadita por mí… - dijo con ironía, rodeándole la cintura con la mano libre -. Respira, amor, porque esto vas a recordarlo siempre.

Tomó de nuevo su polla con sus manos y le azotó con ella las nalgas, sosteniéndola fuerte por la cintura. De nuevo volvía a tenerla dura, y lo único que quería era meterla entre esos labios húmedos que lo esperaban.

La bajó y la metió entre sus piernas, rozando desde atrás los labios e introduciendo suavemente el glande para masturbar su clítoris. Despacio y por tanta humedad, el glande se introducía en la entrada de Laura, y él lo sacaba de nuevo, torturándola.

Ella levantó sus caderas, dejando en pompa su culito respingón, y Alejandro aprovechó el momento para clavársela hondo, hasta el fondo, notando como ese coño le abrazaba la polla, sintiendo todos los surcos de sus paredes en el tronco.

La azotó y le mordió el hombro, mientras volvía a subir la mano hasta el pecho para cogerlo firmemente y pellizcar el pezón entre sus dedos. La echó hacia atrás, apoyada en su pecho, mientras le magreaba los senos y la follaba deprisa, ahí de pie, en la consulta por la que tanto había luchado.

Por un momento Alejandro pensó que no podría seguir, del enorme placer que sentía, y tuvo que dejar de bombear para no vaciarse en el interior de Laura. Se detuvo, la apoyó de nuevo en la mesa y le acarició el culo, y la espalda, mientras ella le miraba ladeando la cabeza.

Le abrió las nalgas y se las juntó de nuevo, varias veces, y dejó caer un hilo de saliva, entre ellas, para juguetear con el dedito con su entrada, mientras se mantenía dentro de ella. Le introdujo suavemente un dedo, solo un poquito, y la oyó gemir. Sonrió.

Salió de dentro de ella, con la polla palpitando rápido, y tuvo que esforzarse mucho en no correrse.

Se sentó en el sofá, con la vista nublada y aprovechó un momento para tomar aire. Laura, que era insaciablemente pasional, se acabó de quitar las braguitas, se acercó a él y, despacio, se sentó a horcajadas en su regazo. Cogió la polla de él con su manita y se acarició con ella el coño, mientras él soltaba un largo jadeo, casi suplicando por un respiro.

Y ella se dejó caer, despacio, arqueando la espalda acercando sus pechos a la boca de Alejandro, sintiendo como él los succionaba y como su polla se clavaba dentro, muy adentro.

Laura gimió largamente, él jadeó, y por un momento se detuvo el tiempo en una toma de aliento. Cuando se hubo acostumbrado a la invasión, empezó a moverse despacio, haciendo movimientos circulares con la cadera, notando cada pequeño centímetro de la polla que la invadía.

Despacio, empezó a cabalgar como una experimentada amazona, subiendo, bajando, con sus pechos botando contra el pecho desnudo de él. Las embestidas se volvieron más rápidas cuando él también empezó a mover sus caderas, y ella se llevó la mano a su sexo para masturbar sin piedad su clítoris, en busca de otro orgasmo.

Alejandro la tomó fuertemente de la cintura para ayudarla en el movimiento hasta que sintió que no podía más, que iba a explotar. Se miraron a los ojos, intensamente, y se fundieron en un beso apasionado.

Y fue en ese momento, al llegar Laura de nuevo al orgasmo, cuando sus paredes vaginales apresaron la polla de Alejandro y empezaron a correrse, simultáneamente, con profundos gemidos.

La chica sintió que la llenaba un líquido caliente y espeso, y él se empapó de ella.

Tras la tormenta siempre llega la calma. Laura cayó sobre él, y Alejandro la rodeó con sus brazos, mientras sentía como ella seguía disfrutando de pequeños orgasmos y no dejaba de gemir. Le tomó la barbilla y la besó profundamente.

Cuando ella se recuperó, se hizo a un lado suavemente, y se dejó caer en el sofá. Él le acarició los muslos y las piernas, encandilado al ver como su corrida escapaba de entre los labios de Laura.

Sonrió irónicamente de nuevo.

-Entonces… tenía yo razón, lo disfrutaste – sonrió él, arqueando una ceja.

-Cállate, puto – rio ella -, sigo pensando que eres un enfermo.

-Pues esto dice lo contrario… - dijo Alejandro, acercando un dedo a los labios de ella, para tomar un poco de la mezcla de sus semillas, y embadurnándoselo en el muslo.

Se quedaron unos segundos en silencio, y tomaron la decisión silenciosa y sincronizada de empezar a vestirse. Alejandro acabó primero de hacerlo. Laura buscó su culotte por el suelo, y no lo encontró.

-¿Has visto mi…? – empezó a decir, pero la frase quedó cortada.

Alejandro le enseñó las braguitas que tenía en la mano, las olió, y las guardó en el bolsillo de la americana, después le sonrió y le tiro dos llaves: la de la consulta, y lo que parecía la llave de un hotel.

-Estaré en el hotel que hay junto a tu casa – respondió con su sonrisa perenne – Si quieres volver a verme, solo tienes que venir.

Y dicho esto se giró, y salió por la puerta que nunca había estado cerrada, dejando a Laura en un mar de dudas, pero sin duda, con ganas de más.