miprimita.com

Medio Hermano (1 de 16)

en Gays

La Noticia

La noticia me cayó como un balde de agua fría.

Y eso que, a mis 23 años, creí que había perdido por completo mi capacidad de asombro. Sin embargo, cuando Samuel apareció por mi casa el sábado por la mañana, para contarme la novedad en persona, ya que no podía hablarlo por Whatsapp, jamás esperé la información que terminó saliendo de sus labios.

- Tu medio hermano se acuesta con hombres - disparó.

Ese fue el titular.

Y también el resto de la nota. Porque cuando se me pasó el impacto y mi respiración volvió a la normalidad, comencé a indagar de dónde vino algo que me parecía un disparate.

- Un amigo de él me lo contó - dijo Samuel. Pese a que estábamos solos en casa, hablaba en susurros. - La cosa es secreta, porque tiene mujer e hija, pero me dijo que se enfiesta con algunos señores de vez en cuando.

- Y el amigo que te lo contó, ¿se acuesta con él? - pregunté, para saber la validez de la fuente de información.

- Bueno, no se lo he preguntado - respondió Samuel, encogiéndose en hombros. - Pero creo que vale la pena averiguar, ¿no te parece?

Más allá del morbo inicial de la noticia, la realidad es que tampoco conocía demasiado a mi medio hermano como para interesarme su sexualidad. A decir verdad, no tengo trato con él. Su padre y mi madre empezaron una relación hacía dos años y, desde entonces, solamente nos hemos encontrado en dos o tres ocasiones (como en el cumpleaños de mi madre o en la cena de Navidad). Si alguien preguntara, lo único que tengo para decir de él es que se llamaba Mateo y que abusaba de las camisetas sin mangas.

Si lo analizaba un poco mejor, podría decir que varias veces lo vi en los almuerzos acompañado de su hija, una niña de cuatro o cinco años (de la que nunca me molesté en aprender el nombre), pero jamás apareció la madre, por lo que desconocía cuál era su situación sentimental actual.

- Entonces, ¿tú nunca notaste nada raro? - me preguntó Samuel, a quien el morbo no se le había disminuido.

- Si te refieres a si alguna vez se la chupé mientras cortaban el pavo de Navidad, no, no lo hice - respondí. - Ni siquiera lo sigo en redes sociales.

- Pues deberías - insistió Samuel. - Si ves los amigos que tienen en común, podrías deducir si tiene alguna clase de inclinación.

- ¿Por qué siento que estás más emocionado que yo por esto? - pregunté, sorprendido ante la insistencia.

- ¡Porque es tu maldito medio hermano! - exclamó Samuel, como si eso explicara todo. - Imagínate si sucediera algo entre ustedes. Oh, vamos, no me vas a decir que no sería excitante.

- A nuestros padres les fascinaría la idea - bromeé.

No quería darle la razón a Samuel, pero lo cierto que a partir de allí, todo en mi cabeza comenzó a girar en torno a esta nueva información. A un nivel casi obsesivo. Automáticamente, comencé a planificar modos en los que pudiera relacionarme con Mateo intentando no quedar en evidencia. Es decir, después de todo, siempre existía la posibilidad que la noticia en realidad fuera falsa. Vivimos en un pueblo pequeño en donde cada cosa se superdimensiona y es de pinzas tomar los rumores que se inventan por allí.

Así que mi plan fue simplemente mantener la compostura hasta la próxima vez que viera a mi medio hermano. Evento que por suerte, llegó dos semanas después. Y sería el que cambiaría todo.

La Invitación

Buscar algún indicio sobre la orientación sexual de Mateo en redes sociales no me llevó a ningún puerto. Es cierto que compartíamos amigos en común, de los cuales muchos eran homosexuales, pero también compartíamos una gran cantidad de mujeres, por lo que los porcentajes no arrojaban ningún dato certero. Hace años que hemos dejado atrás la idea que los gays no pueden tener amigos heterosexuales. Incluso en mi caso particular, sin ir más lejos, donde el único amigo gay que tengo es Samuel. Y no, nunca nos hemos acostado ni sentimos ese tipo de atracción.

Si tengo que ser honesto, me atraen los tipos musculosos, tirando a osos. Salta a obviedad decir que son del estereotipo de Mateo, mi medio hermano. De esos hombres tan grandes que cuando están dentro de ti, te poseen de una forma salvaje que buscan romperte en pedazos, poseyéndote como si fueras el último trozo de carne en el mundo. Y también me agrada la sensación de sentirlos encima de mí. Su cuerpo sudado sobre el mío, sin permitirme sentir otra cosa más que su piel.

Oh, la búsqueda del padre que no tuve.

Sin continuar por este camino, que esto es un relato erótico y no uno depresivo, la posibilidad de volver a encontrarme con Mateo se dio dos semanas después de hablar con Samuel. El novio de mi madre haría una fiesta por su cumpleaños en un camping y han querido incluirme en la celebración.

Vale decir que desde que mi madre se puso de novia con Enrique, se ha marchado de casa y he pasado a vivir automáticamente solo, convirtiendo mi hogar familiar en un departamento de solteros en donde han pasado menos hombres de los que cabría esperar. Así que la mitad de las cuentas la sigue pagando ella, mientras que yo mantengo la casa con lo que gano en mi trabajo a tiempo completo en una papelería.

- Enrique organizará una parrillada el domingo al mediodía por su cumpleaños - me anunció mi mamá, en una de sus visitas esporádicas a casa. - Me ha dicho que te invite y que puedes llevar a alguien también, por si sientes que puedes aburrirte. Y tienes que llevar tus propios cubiertos.

- ¿Dónde se hará? - pregunté.

- En el camping - repuso mi madre, con una mueca que dejaba entrever que no era una idea que le atraía demasiado. - Y se pronostica que el domingo hará mucho calor.

En ese momento supe que no me lo estaba diciendo a mí, sino que estaba pensando en ella. Suele sufrir bochornos por el calor y, en nuestra zona, las oleadas de calor suelen ser significativas.

- Si no tienes en qué ir, avísame y vendré a buscarte - acordó mi madre.

- Iré con Samuel - anuncié. - Iremos en su auto.

Agradecida de no tener que desviar su camino para pasar por casa y luego ir al camping, lo cual en un día de mucho calor eso significaría una tortura para esta mujer, quedó a gusto con la charla. Yo, por mi parte, ajeno a los sentimientos de ella, me puse a pensar en que sería la oportunidad perfecta para comunicarme con Mateo. Sólo tenía que resolver cómo lo haría.

Parrillada

Dos días después, Samuel y yo nos dirigíamos al camping donde se celebraría el cumpleaños de mi padrastro. Desde la entrada, podíamos divisar la cantidad de automóviles estacionados alrededor de un pequeño salón que, intuíamos, estaba refrigerado para que mi madre no falleciera en pleno almuerzo y le arruine la fiesta a todos.

Me sentía ansioso. Pero no sabía si era porque no soy de asistir a eventos multitudinarios o porque había planificado en mi cabeza miles de posibilidades sobre cómo interactuar con Mateo y no sabía si podría llevar a cabo alguno de esos planes. Después de todo, aquello no dejaba de ser más que un rumor que Samuel escuchó.

- Diablos, ¿tu padrastro es narco? - me preguntó Samuel. - Porque no entiendo cómo alguien puede pagar semejante fiesta con esta economía.

- No, creo que simplemente es dentista - respondí, encogiéndome en hombros.

- ¿Y pone drogas en la muela de la gente para cruzar la frontera? - insistió mi amigo.

- Espero que nadie te dé un micrófono para hacer un brindis - repuse.

Pero el humor ayudó a que me relajara. Y decidí apartar de mi cabeza cualquier pensamiento pecador que tuviera encima. Si me mostraba un poco resistente ante Mateo, él podría darse cuenta que algo sucedía y no deseaba que fuera el caso.

Y sin embargo, fue el primero que reconocí al dejar atrás la zona de estacionamiento.

Mateo, con otra de sus características camisetas sin mangas y unos pantalones cortos de jeans, frente a la parrilla y con un vaso de vino con hielo en la mano. Cuando me vio llegar, se apartó de los amigos que lo rodeaban y se dirigió hacia mí, provocando que mis pies temblaran un poco. Extendió su fornido brazo, con esa expresión triunfal de quien es carismático por naturaleza. Si no tuviera puestas sus gafas de sol, hubiera jurado que sus ojos lanzaban un pequeño brillo como en los comerciales.

- Enzo, bienvenido - saludó, con una voz grave. - ¡Qué día de calor para estar frente al fuego!

- Fatal - respondí.

Soy un genio para sacar conversación.

Por suerte, Mateo se concentró en Samuel y lo saludó con el mismo entusiasmo que a mí.  Y, acto seguido, Samuel pareció encontrar a alguien conocido entre los amigos de mi medio hermano, lo que aligeró que el momento del encuentro fuera menos incómodo.

- ¡Juan Carlos! - saludó Samuel.

- Hola, Samuel - dijo el muchacho, menos efusivo pero igual de agradable. - Qué raro verte aquí.

- Soy amigo de Enzo - dijo, señalándome.

- Y Enzo es mi hermano - dijo Mateo, sonriendo. - Bueno, hermanastro, pero es una palabra fea. Prefiero que todo quede en familia.

Sentí un escalofrío.

El conocido de Samuel era casi tan musculoso como Mateo y yo deduje que pertenecían al mismo gimnasio. O que se inyectaban lo mismo en el grupo. Porque, vamos, todos parecían fisicoculturistas. Y todos mantenían esa masculinidad impuesta de la voz grave, lo que empezó a sonarme un poco ensayada.

Pero lo cierto es que aquella fue la entrada para que, al menos, nos quedemos en el mismo grupo que estaba alrededor de la parrilla, compuesto por Mateo y cuatro amigos más (a cuál más atractivo). Y las charlas se fueron hacia los clásicos tópicos masculinos de los cuales yo no tenía nada para aportar. Desde el boxeo, pasando por la carrera de autos, pasando por la equitación y culminando el que fútbol, que nunca falta.

Cuando decidí que tenía suficiente de escuchar temas de conversación que no me interesaban, le propuse a Samuel que me acompañara a saludar a Enrique, mi padrastro, ya que después de todo era el verdadero anfitrión de la fiesta.

Ni siquiera dimos tres pasos de distancia de la parrilla cuando Samuel decidió sacar a relucir sus dotes de periodista.

- Saben quién eres - dijo, como un espía, mirando de reojo al grupo que dejamos atrás. - Mateo ha hablado de ti antes.

- ¿Por qué dices eso? - pregunté.

- Juan Carlos me ha susurrado al oído que Mateo supo hablar de ti - comentó. La emoción se sentía en su tono de voz. - Me dijo "así que por este chico Mateo quiere ser un Lannister".

Sentí un escalofrío recorrer toda mi espalda. La referencia recaía en la relación incestuosa que tenían los hermanos Lannister en Game of Thrones. Al menos, quiero creer que lo dijo por eso y no porque me consideraba un enano.

- ¿Juan Carlos es el amigo que te habló de Mateo? - pregunté. - ¿Es el que te dijo, en primer lugar, que se acuesta con hombres?

- Sí, es él - respondió.

- ¿Y no sabes si ellos dos tuvieron algo? - pregunté.

- No pregunté - dijo, el periodista a medias. - No tengo esa clase de confianza con Juan Carlos. Me intimida un poco.

- ¿Tú y él...? - pregunté.

- No - negó Samuel. - Como te dije, me intimida un poco y nunca sé si está hablando en broma o me dice las cosas en serio. Cuando un hombre me gusta mucho, me cuesta entenderlo.

Suspiré intentando trazar un plan en mi cabeza.

- Bien, entonces es hora de sacarme las dudas - anuncié. - Si tú no te animas, al menos yo tengo un plan.

Juan Carlos

Me llevó al menos una hora más encontrar un momento propicio para hablar con Juan Carlos, a solas y lo suficientemente casual como para sacarle información. Durante todo el transcurso, saludamos a mi padrastro, a algunos invitados más que nos presentaron y de los que yo no recordaría el nombre, y luego volvimos a la parrilla donde estaba todo el movimiento masculino que tanto poder atraía sobre Samuel y sobre mí.

La charla se dio en el momento en que nos apartamos del grupo para ir hasta las heladeras del camping, que quedaba en una casilla a unos metros del salón principal, para buscar gaseosas y bebidas alcohólicas. Cuando Juan Carlos se ofreció a ir, yo me sumé como intentando colaborar con la organización.

- Así que Samuel y tú, ¿de dónde se conocen? - pregunté.

- Del gimnasio - respondió Juan Carlos. - Hemos tenido un par de charlas entre máquina y máquina. Es un poco despistado, ¿no? Porque le he tirado los perros muchas veces y nunca parece darse cuenta de ello.

- Es despistado - concluí. - Además, creo que no sabe actuar cuando una persona le gusta mucho.

Esa información era algo privada y personal que mi amigo me la confesó en confidencia. No debería haberla utilizado para mis fines. Pero tampoco creía que a Samuel le fuera a disgustar que apurara las cosas entre ellos, si es que la idea principal era que se acostaran.

Juan Carlos quedó sorprendido por lo que dije, aunque sólo por unos segundos. Después, volvió a su rostro habitual. Una mezcla de picardía y diversión, como si todo lo que estuviera pasando fuera un momento de placer.

- Así que te habló de mí - concluyó.

Llegamos a la despensa de las heladeras y entré primero. Noté que Juan Carlos ingresó detrás de mí y cerró la puerta. Pero lejos de venir a hablarme en susurros para que le pasara información, montó una distancia prudencial.

- No mucho - contesté. - Pero me contó que le pareces atractivo. Y no lo juzgo. Eres todo un partido.

- Me estás halagando porque quieres que hable de Mateo - disparó.

Sentí que nuevamente el pulso se me aceleraba. Abrí la heladera intentando concentrarme en qué bebida sacar, pero por algún motivo, me tildé mirando el interior del frigorífico y no me moví.

- ¿Las botellas te han hecho perder la capacidad de responder? - me incitó.

Me giré al darme cuenta que no estaba por agarrar nada y cerré la puerta sin sacar ninguna botella.

- Ni siquiera conozco mucho a Mateo - insistí. - Esta es la tercera o cuarta vez que lo veo.

- Sé cuál es el vínculo que tienes con él - dijo Juan Carlos. Su sonrisa arrogante era definitivamente sensual. - Como le dije a Samuel, me ha hablado de ti.

- Me dijo sobre tu comentario de los Lannister - le confesé.

- Y tú... ¿qué piensas sobre eso? - preguntó, nuevamente sin decir nada.

Era un momento definitivo en donde, o todo aquello no era más que la broma de unos heterosexuales que querían reírse a costa de unos gays confesos, o estaba a punto de revelar una verdad sumamente interesante de mi medio hermano y sus amigos. Sea como fuere, sabía que tras aquella charla no habría retorno. Una puerta que ya no se podría volver a cerrar.

- Pienso que es mi familia favorita de Game of Thrones - respondí, sonriendo con complicidad.

Juan Carlos se acercó hacia mí y, sin darme tiempo a razonar, me tomó de la cintura y me giró, dejando mi cola a la altura de su entrepierna. Era incapaz de comprender si acaso se había endurecido su miembro o simplemente me estaba apoyando su bulto, pero el poder que tenían aquellas enormes manos me había dejado paralizado.

- Si juegas a ser un Lannister, tienes que saber cuál personaje serás - me susurró al oído. - Porque él es un tonto que está enamorado de una sola persona mientras que ella se revuelca con todo el mundo.

No me dejé espantar por aquel acto. Mi mano derecha descendió automáticamente hacia la entrepierna de Juan Carlos. En efecto, toqué su herramienta por encima del pantalón. No parecía ser muy larga pero sí la sentía completamente gorda. Y estaba durísima.

- Me alegra estimularte de esta manera - dije.

Me aparté de él, sacándome sus manos de mi cintura y me giré para verlo. Juan Carlos estaba expectante sobre mi reacción y sus ojos descendieron hacia mi entrepierna.

- Ya veo que yo también te he estimulado - anunció, sonriendo. - ¿Qué pasa entonces?

Me llevó medio segundo catalogar a Juan Carlos como el amigo envidioso que deseaba todo lo que el otro tenía. Una persona que podía ser tóxica en la vida de Mateo. No se había fijado en mí, hasta el momento en que di a entender que me interesaba mi medio hermano.

- Creo que debemos llevar las bebidas - repuse, sonriendo con frialdad.

Debate

Nos sentamos en la mesa, apartados del grupo de musculosos, y aproveché el momento para hablar con Samuel sobre lo que había pasado en la despensa de refrigerios.

- ¿Me estás diciendo que esa bestia te puso las manos en la cintura y te apoyó la verga y tú no hiciste nada? - me preguntó Samuel, con los ojos a media asta. - ¿Por qué no?

- Porque pensaba que te gustaba a ti - respondí, encogiéndome en hombros.

- Sí, me gusta para echarme un polvo con él, no porque quiero que fuera el amor de mi vida - me reprendió Samuel. - ¿Por quién me tomas? No soy un necesitado de amor, Enzo. Sólo un necesitado de sexo, que es diferente. Si yo hubiera estado en tu lugar, en este momento tendría su semen en mi garganta.

Samuel tuvo la gentileza de decir lo último en voz baja, porque cerca nuestro había dos señoras a las que dudaba que le cayera en gracia aquel tipo de comentarios.

Por mi parte, la cabeza me daba vueltas. Si bien es cierto que lo que pasó en la despensa fue algo sumamente erótico para mí, que no estoy acostumbrado a este tipo de encuentros casuales, no podía evitar sentir que de todos modos había un gusto algo malo. Aunque, siendo razonables, mi intención era acercarme a mi medio hermano. ¿Con qué tupé yo podía hablar sobre si aquello me parecía extraño?

- Si lo de Mateo queda en nada, quizá podamos hacerle una fiesta los dos a Juan Carlos - me propuso Samuel.

Lo miré con sorpresa. No éramos la clase de amigos que tenían sexo entre sí cuando estaban aburridos ni fantaseaban con la posibilidad de hacer un trío con otra persona. Simplemente éramos eso, amigos asexuados. O al menos eso creí. Ya a esas alturas mis energías sexuales estaban disparadas y bien podría ir a mamársela a alguien debajo de la mesa mientras servían la comida.

- ¿Crees que debamos romper esa barrera? - le pregunté.

- Realmente le das muchas vueltas al sexo - concluyó Samuel. - Y el sexo es simplemente eso. Deberías empezar a liberarte y disfrutar un poco de tu sexualidad.

- Disfruto de mi sexualidad - admití. - Sólo que me gusta pensar que existe un límite para todo. También me agrada la idea de tener amigos con los que no tengo encuentros sexuales.

- Oh, vamos, Enzo - me regañó. - He visto a tus amigos heterosexuales y sé que a más de uno te gustaría montártelo si tuvieras la oportunidad.

- Culpable - reconocí. - De acuerdo, hagamos un trío con Juan Carlos. Si es que él quiere.

Samuel se rió.

- A juzgar por lo que pasó en la despensa, creo que va a querer - comentó.

No tenía idea de si concretaríamos aquello, y estaba claro que la celebración por el cumpleaños de mi padrastro no era sitio para hablar de aquellos temas, pero fue un giro agradable para quitarme a mi medio hermano de la cabeza. Samuel era un muchacho atractivo, siendo honesto, aunque nunca lo había visto con los ojos de lujuria. Quizá porque era parecido a mí en el sentido que ambos éramos muy delgados y, como supe explicar, mi morbo estaba en los tipos grandotes, como Juan Carlos o mi medio hermano Mateo.

No implica, por supuesto, que en el pasado no haya saboreado de algún chico delgado. Hubo uno que era incluso más flaco que yo, si es que eso era posible, pero tenía una verga tan grande que era inmensamente desproporcionada para su contextura física. No tengo ni idea de cómo será el miembro de Samuel, pero me da la sensación que también puede tener una herramienta interesante allí abajo.

- Oye, ¿en qué te quedaste pensando? - me preguntó Samuel.

- Nada... - mentí. - En un momento se me metió la idea de estar contigo y se me endureció.

Samuel volvió a reírse por mi comentario. Al parecer, se lo tomó como un cumplido.

Cacería

Pensé que el cumpleaños iba a quedar como una anécdota. Simplemente un almuerzo en donde todo podía pasar pero no terminó pasando absolutamente nada. No sería la primera vez, tampoco, que un sitio me llena de expectativas y que a la hora de la verdad, no se concreta nada. Sin embargo, algo sucedió después de que se sirvió el truculento almuerzo.

Para acceder a los baños, también tenías que salir del salón principal y dirigirte al exterior. Fue allí donde Mateo, que al parecer me estaba vigilando más de lo que yo imaginaba, vio la oportunidad para sacar el tema de conversación. Con un aire de fingida despreocupación, se acercó mirando por sobre sus hombros, asegurándose que nadie estuviera cerca nuestro.

- Me han dicho que estabas preguntando por mí - disparó, divertido.

- Surgió el tema con Juan Carlos - contesté. - ¿Por qué? ¿Qué te ha dicho?

- ¿Sinceramente? - preguntó. - Que tienes unas nalgas muy duras y que te ha apoyado su verga. Pero que no quisiste nada más porque preferías que yo lo hiciera.

Su insinuación, nada sutil, me erotizó a un punto que no pensaba. Intenté continuar caminando, aunque en ese momento me costaba recordar qué paso iba primero.

- Vaya que son de esos amigos que se cuentan todo, ¿eh? - deduje, con una sonrisa.

- Como tú y Samuel - corroboró Mateo.

No pude retrucar esa lógica. Después de todo, el planteo del día surgió porque Samuel no podía tener la boca cerrada y a lo largo de todas las conversaciones, todos nos fuimos diciendo lo que el otro dijo. Era como un pequeño chimento de barrio, pero entre hombres. De todos modos, creo que ambos habíamos llegado muy lejos, aunque ninguno lanzaba la piedra como correspondía. Hasta el momento, el velo de la sutileza continuaba vigente.

Dejé de caminar y miré a Mateo a los ojos. O al menos, a sus gafas oscuras en donde me vi reflejado. ¿Es que acaso nunca se las sacaba?

- Bien, ¿hacia dónde vamos con todo esto? - pregunté, intentando no demostrar mi impaciencia. - ¿Cuál es el punto? Tú sabes que soy gay...

- Claro que lo sé - se apresuró en agregar. - Desde que te conocí lo supe. Pero nunca me animé a hacer nada porque la relación de mi padre y tu madre iba muy en serio. Y yo tengo tendencias a estropear todo.

El chico malo que arruina las relaciones que tiene enfrente. Todo un cliché, ¿no?

- Entiendo - dije. - Si piensas que es mejor no intentar nada, no tenemos que forzarlo. Además, puedo sacarme las ganas con Juan Carlos. Lo percibí muy interesado en mí, si sabes a lo que me refiero.

- No quiero que lo hagas con Juan Carlos - lo dijo, con seriedad. Tal como lo sospechaba, las cosas entre los dos amigos no era todo color de rosas. - Juan Carlos no es una buena persona. Es mi amigo, sí, pero se divierte lastimando a las personas.

- Y tú no quieres que me lastime - dije. - Eres un encanto.

- Soy tu hermano mayor, ¿no? - bromeó.

Ambos nos reímos ante el comentario. Una vez más, la risa ayudó a reducir un poco la tensión.

- Quiero estar contigo - afirmó Mateo. - ¿Estás libre más tarde?

Asentí antes de comprender lo que significaba lo que me estaba diciendo. Estaba libre esa tarde y él quería estar conmigo. Ya no había chistes ahí, no había sutilezas. Todo lo que se tenía que decir, se dijo en ese instante.

- Estoy libre - afirmé. - ¿Nos vemos en mi casa?

Esperando

Cuando llegué a casa, me pegué una ducha y me senté a esperar (y mal y pronto, pensar) sobre lo que estaba a punto de hacer. ¿Realmente era un movimiento coherente el dejar las riendas sueltas con mi medio hermano? ¿No debería existir un límite moral en mí?

Bueno, era evidente que no.

No es que hayamos nacido en la misma casa y hayamos sido criado juntos. Lo vi tres veces en toda mi vida, por todos los cielos. Si no fuera porque nuestros padres se juntaron, probablemente habríamos quedado en un encuentro sexual sin ningún reparo.

Pero lo cierto es que lo estábamos haciendo porque el morbo de ser medios hermanos era algo que nos ponía a los dos. Además, claro, de que él tenía la clase de físico que busco en un hombre.

Quizá Samuel tenía razón. Quizá me creo el liberal en el sexo y suelo ser un poco mojigato todavía. Pero eso estaba por cambiar esa tarde. Acepté que Mateo venga a casa y no iba a cambiar de idea.

Pero acorde las horas fueron pasando, la tarde dio paso al anochecer y yo comencé a preguntarme si acaso no fui plantado. O si acaso todo aquello no era más que una broma de Mateo y sus amigos para hacerme quedar como un puto que quería chuparle el rabo a su hermano. Toda la seguridad con la que me había manejado, se desvaneció. Y para colmo de males, yo continuaba sin tenerlo en ninguna red social como para preguntarle si es que pensaba aparecer. Ni que hablar de tener su número de teléfono, algo que me hubiera facilitado la búsqueda de respuesta.

Maté el tiempo leyendo un libro y pensando en qué comer a la noche. Probablemente me encargara una pizza. Me puse a pensar en la posibilidad que Mateo apareciera y quisiera que cenemos juntos. De repente, aquello se me antojó estrictamente romántico y un poco de mi deseo se vio eclipsado. ¿Estaba buscando sexo en él o continuaba con la figura de un padre ausente? Quería que me envolviera en sus brazos mientras ingresaba en mi interior. Y me besara. Y me mordiera. Y dejara sus marcas en mi cuerpo.

Pero el tiempo pasaba y Mateo no aparecía, por más que me empeñaba a mirar por la ventana y analizar los faroles de los autos. Ninguno era él.

Ya está. No aparecerá. A veces pasa.

Sin darme cuenta, cerré los ojos y me quedé dormido en el sillón.

Lo Prohibido

 

Me desperté con los golpes a la puerta.

Sobresaltado, lo primero que atiné a hacer al abrir los ojos, fue mirar hacia el exterior. Vi un auto estacionado en mi vereda. No tenía idea de si era el de Mateo, pero como la pizza no la había pedido y no era de recibir visitas sin anunciarse, no podía tratarse de otro más que de él.

Cuando abrí la puerta, lo vi del otro lado. Había cambiado su camiseta sin mangas y sus pantalones cortos por unos jean de tiro completo y una camisa blanca que parecía ser muy fresca. También, debido a la hora, había abandonado las gafas de sol, pero su mirada continuaba siendo arrogante, hipnótica, y cuando me sonrió al verme, sentí que mi cuerpo temblaba como esa tarde cuando se acercó a hablarme.

- Perdona que no pude venir antes - se disculpó. - No encontraba una excusa razonable para salir de mi casa y si le decía a mi mujer que tenía que salir una vez más con alguno de los chicos, iba a entrar en crisis, ya que estuve con ellos desde la mañana. Quería avisarte, pero...

- No intercambiamos números de teléfonos - terminé la oración por él. - Sí, yo también quería comunicarme contigo y no sabía cómo hacerlo.

- Y no podía pedirle a mi padre tu número - continuó. - Quizá le resultaría raro y es mejor si nadie sabe que estoy aquí.

- Lo entiendo - afirmé. - Estás perdonado.

- ¿Me dejas pasar? - preguntó. - No es que no me guste estar en tu portal, pero con todo lo que te dije anteriormente, no quiero correr el riesgo que alguien me vea entrando aquí.

Lo prohibido se abrió paso. Ambos sabíamos que estábamos haciendo algo mal y el secreto me cubrió. Lejos de asustarme y recurrir a fundamentos que protegían mi estabilidad mental, aquello me excitó. Me hice a un lado y dejé pasar, sabiendo que en unos instantes estaría desprovisto de su ropa y que aquel cuerpo macizo sería mío por completo.

- ¿Quieres algo para tomar? - pregunté, como buen anfitrión.

- La verdad es que no tengo mucho tiempo - comentó. - Si es muy brusco para ti, podemos quedar otro día en que yo tenga un margen más amplio para ausentarme de mi casa.

- Podemos empezar algo ahora y seguir otro día - sugerí, divertido.

Me acerqué hacia él lentamente, mientras sus brazos me rodearon por la cintura con la brutalidad que prometía. Me atrajo hacia su cuerpo y sentí su perfume. Era dulce y parecía que también tomó los recaudos de bañarse antes de verme.

- Me gustaría conocerte un poco más - confesó. - Realmente me pareces un muchacho interesante. Y el hecho que seas mi medio hermano me calienta de una forma que no te puedo explicar.

Cerré los ojos y me acerqué a sus labios, dispuesto a gozar de un beso turbio entre hermanos, pero para mi sorpresa, me corrió la cara y mi boca terminó siendo arañada por su barba sin afeitar.

- Lo siento, lo siento - se apresuró a disculpar. - No me suelen gustar los besos de los hombres.

Eso me desalentó un poco. Yo creía que gran parte de la pasión estaba en el beso, en las lenguas mezclándose, y si Mateo no era de los que besan, aquello bajaba un poco mi entusiasmo.

- No te gustó que te diga esto - me dijo, estudiando mi rostro. Me daba la impresión que no era la primera vez que le sucedía una cosa así. - Mira, la realidad es que soy un poco complicado a la hora del sexo. Y creo que es bueno que lo sepas de primera mano antes que te hagas una falsa expectativa que no voy a cumplir.

Me aparté un poco de él, aunque no dejó de sujetar mi cintura con sus manos, lo cual provocó que nos quedemos en forma de V.

- Dime entonces - le dije.

- Soy sumamente salvaje con respecto a los chicos - continuó. - Me gusta dominarlos, no tratarlos de una forma romántica. Contigo se me confunde un poco porque te tengo algo de aprecio, pero esas cosas no me excitan.

- Así que quieres ser simplemente un dominante - afirmé.

Mateo asintió.

- Es la forma en que me gusta - corroboró. - Para tratar con cariño, prefiero a las damas. A los hombres me gusta...

- Dominarlos - terminé la oración por él.

- ¿Te desilusiona? - me preguntó. - Si no es lo que quieres, podemos dejarlo aquí. Haremos de cuenta que esto no sucedió. No es que nos veamos seguido, de todos modos.

Me di cuenta que estaba esperando una respuesta de mi parte. Por lo general, prefería a los hombres como él, pero que me trataran con el respeto que correspondía. Estaba acostumbrado a que me besen, a que me digan que les parezco sumamente atractivo y que me protejan. Estaba claro que Mateo no iba a ser esa clase de hombre. No era el padre perdido que venía a protegerme de los males del mundo. Si quería estar con él, tenía que aceptar otro juego.

Pensé en lo que le diría a Samuel si es que acaso rechazaba aquel encuentro, como rechacé a Juan Carlos ese día. Y rechazar a dos hombres hermosos sería realmente una estupidez colosal. Dependía, por supuesto, de mí. Y si acaso era capaz de cambiar mis patrones conocidos y poder gozar de la sexualidad de otra manera en la que no me sintiera del todo cómodo.

- Puedo probar - afirmé. - A decir verdad, no estoy acostumbrado a los hombres que vienen y se van. Para mí, siempre el erotismo pasó por otro lado. Por una buena charla, por un coqueteo sutil, porque me digan lo guapo que estoy.

- Estás guapo pero no tengo tiempo para sutilezas - se rió Mateo. - Lo siento, pero me acostumbré a ser bruto.

Uno de los dos tenía que ceder ante su postura y estaba claro que él no lo haría. Y no podía perder más tiempo dudando sobre si aquello me interesaba o no.

- De acuerdo, lo haremos a tu modo - acepté.

Mateo sonrió.

Una de sus manos soltó mi cintura y se dirigió hacia mi cabello, tomándolo con firmeza. No me provocó dolor, pero sí me retuvo como si quisiera brindarme la sensación de que ya no podía escapar de él. Le había dado el cheque en blanco para que hiciera de mí lo que quisiera.

- Así me gustan los putos - afirmó, sin dejar de sonreír. - Y no sabes todo lo que quiero hacer contigo, hermanito.

Que me haya llamado "hermanito" me incendió al instante. Nuestras entrepiernas chocaban en ese momento y podía sentir ambas espadas endurecidas. Aquello no pareció molestarle.

- ¿Querías besarme? - me preguntó.

- Sí, quería...

- Querías mi saliva.

- Sí...

- Abre la boca - ordenó.

Obedecí antes de intuir que un escupitajo saldría de sus labios y entraría directamente a mi garganta. Jamás me habían hecho una cosa así, pero se sintió como un néctar de los dioses. Tragué su saliva, relamiendo con mi lengua algunas gotas que quedaron en mis labios. Mateo sonrió.

- ¿Te gustó? - preguntó.

- Me encantó - contesté.

- Abre la boca otra vez.

Abrí mi boca y volvió a tirar su saliva en mi interior. Era la clase de sexo bruto que ofrecía y yo, que por un segundo pensé en rechazarlo, ahora entendía que hubiera cometido un tremendo error.

- Quiero que me complazcas - me indicó. - Eso me gusta de los hombres. ¿Tú vas a hacerlo o no?

- Voy a complacerte - indiqué. - Haré todo lo que me digas.

Estaba entregado. Quería complacerlo. Quería darle un buen momento, por encima de mi propia satisfacción.

- Empieza por chupármela, entonces.

Bajé con tanta fuerza que mis rodillas produjeron un golpe seco al caer al piso. Mateo no esperó a que sea yo quien le quite los pantalones, sino que él tomó la iniciativa de bajar su cremallera y sacar a relucir su trozo de carne. Su verga no era larga pero sí era gorda. Cuando abrí mi boca, pensé que no iba a entrarme por completo, pero afortunadamente logré metérmela hasta la garganta de un solo tirón.

- Mierda que eres bueno - me alentó desde la altura. - Ahora quédate quieto. Déjame moverme a mí.

Acepté la premisa de la inmovilidad mientras él comenzó, rítmicamente, a moverse dentro de mi boca. Empujaba con violencia, intentaba llegar hasta mi campanilla. Creo que su intención era provocarme arcadas, pero yo resistí las primeras siete embestidas. Luego, comencé a toser porque había tocado algo dentro de mi garganta que me provocó que ya no pudiera resistir en mi postura de estatua.

Él apartó su miembro con rapidez. Era morboso, pero al menos no le iba la onda de verme vomitar. No. Su placer estaba en mis ojos empañados en lágrimas y mi cuerpo retorciéndose por no haber podido contener el impacto.

- Mírame - me pidió.

Le dediqué una mirada nublada por las lágrimas que se me formaron al toser con tanta brusquedad.

- Eres una imagen hermosa - respondió. - Desnúdate. Quiero verte completamente desnudo.

Y acto seguido, con su miembro erecto y sin intenciones de volver a meterlo dentro del pantalón, se tiró en el sofá donde yo me había dormido por esperarlo.

Me quito mi camiseta, lo que provoca que mi pelo sufra un pequeño revuelo, y la tira a un costado del sillón.

- ¿Cómo es posible que estés tan flaco? - me pregunta. No es una pregunta que forme parte del juego, sino que es una duda genuina que le surge al verme. - ¿Acaso no comes?

- Es metabolismo - me defendí. - Como mucho pero nunca engordo.

- Pues te envidio - revela. Sonriendo, se palmea el estómago que, si bien no es gordo, es bastante abundante. - Yo como una ensalada y ya engordé. Creo que por eso me interesan mucho los chicos como tú.

- A mí me pasa lo mismo con los hombres como tú - confesé. - Siempre los elijo grandotes.

- Y peludos - se rió. - Tú no tienes vello. ¿Acaso te depilas?

- Lampiño.

- ¿La cola también? - preguntó.

- Dímelo tú - respondí.

Acto seguido, me quité los pantalones y me giré hacia la ventana, mostrándole mi cola. Sentí que se acercó hacia mí, como si necesitara estudiarla con detenimiento.

- Tienes un vello fino - dijo, cual médico que brinda un dictamen que nadie pidió. - Es apenas perceptible. Me gusta mucho. Permíteme.

- ¿Permitirte qué...? ¡Ay!

El desgraciado clavó sus dientes en mi nalga derecha, sin ninguna clase de suavidad. Fue, más bien, como si pensara que mi pompa era una fruta y quería sacarle el jugo para alimentarse. Me quedé de pie, pero siendo honesto, la sensación no fue del todo agradable al principio. Luego, el dolor fue haciéndose más tenue y la idea de que aquel hombre tan masculino estuviera mordiéndome la cola, se impuso ante cualquier insatisfacción. Se apartó y se volvió a inclinar sobre el sillón con una sonrisa triunfal.

- Ven, arrodíllate y sigue - me incitó. - Esta vez no me moveré. Dejaré que lo hagas tú.

Volví a ponerme de rodillas, aunque como él estaba sentado, esta vez tuve que inclinarme más. Al menos, fui cuidadoso y no pegué un golpe. Tomé su gorda verga entre mis dos manos y la llevé a mi boca.

- Sin usar las manos - señaló, pretencioso. - Hunde tu cara en mi entrepierna.

Así lo hice. Dejé que su herramienta entrara por completo por mi garganta y mi nariz terminaba en su vello púbico, tan desalineado y espeso, húmedo por el contacto con mi saliva.

- ¡De eso hablaba! - exclamó.

Puso sus manos en mi nuca y ejerció presión para que, una vez que entró por completo su verga en mi boca, no pudiera soltarme. Así, de rodillas, me tenía prisionero. Resistí lo más que pude, no tengo idea de cuánto tiempo, pero sé que fue el suficiente como para que él dejara de ejercer presión y esta vez ni siquiera tuve que toser.

- Aprendes rápido - me animó. - Me gusta eso.

- Tengo algo de experiencia - dije, con falsa modestia.

Me puse de pie. Tenía intenciones de aprovechar su postura para sentarme sobre su miembro y concretar aquel encuentro tan íntimo entre mi hermano mayor y yo, pero a juzgar por su expresión, no estuvo del todo fascinado con la idea.

- ¿Qué haces? - preguntó.

- Creo que se llama cabalgar - indiqué, confundido.

- No, no me gusta que vengas así encima. Es como si me dominaras tú y eso no me agrada.

Este hombre tenía serios problemas con ceder el control. Pero yo había aceptado ser parte de ese juego, así que no intenté imponerme. Después de todo, no la estaba pasando mal con sus reglas.

- ¿Y cómo quieres hacerlo? - pregunté.

Se incorporó con algo de esfuerzo. Su pantalón estaba a la altura de su pantorrilla y tenía los movimientos algo limitados. Pero consiguió ponerse de pie, me tomó de los hombros y me tiró sobre el sofá como una bolsa. No me dio tiempo a reaccionar, ni acomodarme, cuando sentí que estaba sobre mí y su entrepierna buscaba intensamente un sitio en mi interior.

- Vamos a ver de qué estás hecho - me dijo, al oído.

Y automáticamente pasó su lengua por mi oreja izquierda, provocando que todo mi cuerpo se estremezca por aquel gesto. Era impresionante el placer que me ocasionaba cada cosa que hacía.

Y entonces, la cabeza de su miembro entró en mi interior. Pensé que me dolería, pero al parecer yo estaba más excitado de lo que creía, porque apenas sentí el roce. Mateo también lo percibió.

- Mierda, te entró directamente - comentó, sorprendido. - Tu cola parece una vagina. ¡Me encanta!

Se tiró sobre mí, inmovilizándome y, finalmente, yo pude decir que era la pose que me gustaba. Tener todo su cuerpo cubriéndome, casi asfixiándome contra el sofá, mientras entraba en mi interior con la desesperación de un macho cabrío. No había palabras que describieran la sensación placentera de tener a mi medio hermano dentro.

- Gime - me ordenó. - Me encanta que giman.

Gemí en la medida que el aire me lo permitía. La mayor parte de mi cara estaba aplanada contra el sofá, pero emití los ruidos correspondientes que lo encendieron. Se movía bien, eso tenía que reconocerlo. Sentía sus vellos chocar contra mis nalgas mientras metía y sacaba su miembro, lo que le agregaba otro estímulo a una situación que me estaba enloqueciendo.

No voy a decir que fue el mejor polvo de mi vida, porque no lo fue. Pero estaba ocupando un buen puesto en la lista.

Mateo lanzó un largo gemido, anunciando de este modo que había derramado todo su semen en mi interior. Lo sentí desvanecerse sobre mi espalda. Sus dientes mordieron mi zona cercana al cuello mientras daba los últimos movimientos de vida. ¡Qué excitante todo!

Cuando salió de mi interior, me giré sobre mi propio eje y comencé a masturbarme. Sentía que estaba a punto de explotar y que si no sacaba todo eso de mi interior, iba a tener un ataque.

- ¿Qué haces? - me preguntó Mateo, sorprendido.

- ¿Qué crees que estoy haciendo?

Pero Mateo detuvo mi movimiento frenético con su mano. Fue un gesto suave, pero firme.

- No, no acabes hoy - me pidió. - Hazlo la próxima vez que estemos juntos.

Estuve tentado a ignorarlo y continuar con mi masturbación. Sentir el semen de otro en mi cuerpo es algo que me erotiza mucho, pero aún así escuché su propuesta. Que quiera verme una próxima vez me llamó poderosamente la atención.

- ¿La próxima vez? - pregunté, curioso. No detuve mi movimiento con mi mano derecha pero lo hice más lento. - ¿Quieres que nos veamos una próxima vez?

- Me gustaría - afirmó. - Si tú la pasaste bien, podemos repetirlo.

- Con tus reglas.

- Con mis reglas - repitió.

Dejé de masturbarme y mi miembro quedó apuntando al techo del living. Noté que Mateo lo miraba y por un instante, tuve ganas de que lo tomara y lo metiera dentro de su boca. Aunque dudaba que aquello fuera posible, como bien ya lo había demostrado al respecto de sus intenciones.

- Bien... - acepté.

- ¿No te tocarás hasta que nos volvamos a ver? - preguntó. Puso su mejor rostro de seriedad pero elaboró una sutil sonrisa.

- Te doy mi palabra - afirmé. - Siempre y cuando nos volvamos a ver pronto.

- Claro que sí - respondió. - Después de lo que hicimos hoy, quiero volver a verte cuanto antes.

Acepté el cumplido.

Volví a subirme los pantalones pero me quedé sin camiseta. Por su parte, Mateo me pidió ir al baño y, cuando salió, ya tenía su verga dentro del pantalón.

Estaba a punto de abrirle la puerta cuando, por sorpresa, me tomó en sus brazos y me atrajo hacia su cuerpo.

- Fue un placer, hermanito - me susurró.

No hubo nada de fraternal en ese abrazo, sino todo lo contrario. Yo, que no había acabado, volví a encenderme por completo.

Me dio un beso cerca del labio, en forma de despedida. No fue lo que yo hubiera querido, pero al menos era un paso más del inicio de nuestro encuentro. De todos modos, yo me encontraba terriblemente feliz.

Contacto

Pasaron dos semanas desde que Mateo se fue de mi casa, esa noche de domingo. Mi castidad duró tres días. Al cuarto, ya no pude aguantar y me masturbé en la ducha, cuando me bañaba para ir al trabajo.

Por algún motivo que no comprendí, no le conté ni siquiera a Samuel lo que me había pasado con Mateo. Quería que continuara siendo algo privado, íntimo, un secreto familiar.

Pero el recuerdo del buen momento pasó y la adrenalina descendió. Al poco tiempo, mi vida volvió a la normalidad y estaba considerando abrir la puerta para salir de cacería nuevamente. Después de todo, pasaron dos semanas sin que tuviera noticias de mi medio hermano.

Fue a la noche de un martes, después de cenar, cuando me disponía a mirar algo de televisión antes de ir a la cama y jugaba con mi celular en las redes sociales cuando reapareció.

Una solicitud de amistad en Facebook. Era como una invitación formal a que formemos parte de la vida del otro.