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Primera vez

en Grandes Relatos

Habían quedado en la casa de él. Se acercó hasta el portal y llamó al telefonillo. Se escuchó una voz grave al otro lado:

    - ¿Si?

    - Hola, soy yo.

    - Espera un momento, bajo a abrirte, desde aquí no se puede.

 

Estaba nerviosa, había pasado horas intentando decidir qué falda, qué camisa, qué ropa interior llevar, ¿será mejor con ella o directamente no me pongo? ¿qué le gustará más? Al final se decidió por ropa interior blanca de encaje, blusa y falda de traje. Era verano así que no llevaba medias, le parecía que todo el que pasaba por la calle la miraba sabiendo lo qué había ido a hacer allí, que lo llevaba escrito en la cara así que miraba ansiosamente hacia la entrada del portal.

 

 

Por fin le vio salir del ascensor al fondo y el estómago le dio un vuelco. Abrió la puerta, se dieron dos besos en la mejilla y entraron hacia el ascensor, parecía muy segura de sí misma, igual que él, como si esto fuera una acción cotidiana, pero ambos estaban demasiados callados, demasiado amables, demasiado.... sin saber cómo actuar. Para aliviar la tensión en ese cubículo tan pequeño él preguntó:

    - ¿Qué tal está tu chico?. 

    - Bien, con sus cosas de siempre, ¿y tú, qué tal?

    - Bueno, ya sabes...

 

Estaban a pocos centímetros el uno del otro, ella no podía creer que no se oyera como galopaba su corazón, a mil por hora, le escuchaba respirar pesadamente e intentar no mirarla directamente. Olía tan bien... a limpio, a after save, a ropa recién lavada. Por fin se abrió la puerta del ascensor, él iba delante, metió la llave en la cerradura y la luz de un enorme ventanal iluminó el descansillo. La cogió de la mano y tiró de ella hacia la estancia cerrando la puerta tras ella.

 

Sólo había dado dos pasos en el recibidor cuando se pegó a ella dejándola aprisionada entre él y la pared. Le apartó el pelo y le besó el cuello, subió desde la cintura con sus manos sacándole la blusa de la falda y agarrándole el pecho mientras presionaba contra la pared para que notara lo excitado que estaba, apretándose contra el pubis de ella. No podía moverse y él era todo manos, manos grandes y fuertes, manos que acariciaban y apretaban a través de la ropa, unas veces desesperadas intentando apartar la ropa con fiereza, otras veces tiernas, acariciándole la cara y tocándola como si fuera una pieza frágil que pudiera romperse en cualquier momento.

 

La respiración era casi un jadeo, volvió a tirar de ella suavemente dirigiéndola hacia la habitación. Quedaron a los pies de la cama y se desabotonaron el uno al otro blusa y camisa. El bajó la cremallera de la falda y ella le desabrochó el cinturón mientras se besaban. Se quitaron los zapatos y él la empujó suavemente sobre la cama. Empezó a besarla, bajando al cuello, liberando la leve presión del sujetador y ejerciéndola él con sus propias manos. Asió un pezón entre los labios y comenzó a mamar suavemente, aumentando la intensidad poco a poco. Ella gimió pero no quería que fura así como tanscurrieran las cosas.

 

Le apartó gentilmente, se levantó y le hizo tumbarse boca abajo. 

Respiró hondo y se hizo una coleta. Se sentó a horcajadas sobre él y empezó a masajearle la espalda, sobre todo los hombros y el cuello, de vez en cuando se inclinaba y le daba un beso aquí o allá y él sentía como el pecho desnudo de ella le rozaba en distintos puntos de la espalda. Fue bajando, masajeándole el culo, las piernas, le levantó una de las piernas haciéndole que doblara la rodilla y empezó a chuparle los dedos de los pies. Él no llegaba a verla pero la sensación era increíble, frío y calor, una lengua traviesa pasando entre sus dedos.

 

 

Por fin le dejó darse la vuelta y empezó a subir. Las pantorrillas, las rodillas, los muslos... pasó de largo por su ingle y siguió subiendo, el ombligo, el pecho, el cuello, la boca. Se besaron profundamente, respirando al unísono, él la tocaba allí donde podía y ella iba bajando su mano por su cuerpo, hasta el pecho, hasta el ombligo, hasta el pubis... Le miró a los ojos y sonrió, se dirigió a una oreja, respiró suave y entrecortadamente para que él sintiera lo excitada que estaba y empezó a bajar, esta vez de forma decidida. Cuando su cabeza se encontraba un poco más arriba del ombligo, hizo presión con el pecho sobre el miembro erecto. Luego él sintió como un calor húmedo le rodeaba y unas delicadas manos le acariciaban el escroto.

 

 

Se detenía a hacer pequeños círculos sobre el frenillo a la vez que dejaba que él entrara y saliera en su boca. Como ella estaba sobre la cama a cuatro patas y formando ángulo con él, consiguió acceder a la parte interna de sus muslos, la acarició y pasó un dedo entre sus labios. Estaba muy húmeda, preparada. Ella dio un respingo, no por lo inesperado sino por la sensación de placer y eso le animó a seguir. Empezó a frotarle el clítoris e intentó introducir un dedo. Ella seguía chupando y lamiendo, la tensión iba en aumento, rodeaba con los labios e intentaba abarcarle del todo pero llegaba un momento en que le daba casi una arcada y volvía a retirarse dedicándose en exclusiva al glande y el frenillo. Volvía a intentarlo, él cada vez que lo intentaba sentía cómo el calor de su boca y la presión entre el paladar y la lengua aumentaban hasta que con voz ronca por el deseo le dijo:

 

- Niña o dejas de hacer eso o me voy a correr. ¿Es eso lo que quieres?

Le miró a los ojos y dijo

- No lo sé, ¿es lo que quieres tú?

- No, prefiero follarte, prefiero correrme dentro de ti. Túmbate aquí - dijo dando unos golpecitos a su lado en la cama.

 

Paró a desgana, se incorporó y se tumbó a su lado. Él le abrió las piernas y se tumbó sobre ella. Su polla quedó aprisionada entre los labios de ella mientras se balanceaba. Se retiró un poco, se la agarró con una mano y la dirigió dentro de ella empujando lentamente. Ella sintió como si una barra de acero caliente le licuara todos los órganos por dentro.

 

 

Un estremecimiento les recorrió a los dos y tuvieron que contenerse para no explotar. Pasados unos segundos empezó a moverse, poco a poco, primero en círculos y luego arriba y abajo, cada vez más rápido. Ella elevó las piernas para rodearle por la cintura y tensar los músculos de la pelvis, con las manos se aferraba a su espalda ya sudorosa, mientras él se deslizaba una y otra vez dentro de ella. De repente ella se estremeció, jadeó, gritó, seguía moviéndose pero de manera incontrolada. Él sentía como las contracciones del orgasmo de ella le aprisionaban y cada embestida era más placentera. Después de un minuto que pareció una eternidad, ella bajó las piernas, le besó entre jadeos y le dijo:

 

- Lo siento, se me ha escapado antes de tiempo, dame un minuto, ahora mismo me tiemblan tanto las piernas que creo que no puedo moverme.

 

Cuando su respiración se calmó un poco, le empujó para ponerse ella encima, rodaron por la cama despacio con la intención de no perder ese punto de contacto que centraba toda su atención. Cuando ella estuvo arriba dejó caer su peso sentándose sobre él y la pentración fue completa, se sentía llena, colmada, sus pubis estaban completamente en contacto y el clítoris de ella se encontraba aprisionado entre los dos, palpitando por las sensaciones pasadas y las sensaciones por venir. Empezó a mover las caderas poco a poco acelerando el ritmo, cabalgando, él le agarraba las tetas y seguía el ritmo, su cara se crispaba por oleadas, ella seguía gimiendo, jadeando, volviendo a excitarse. A él le parecía que la cavidad se había estrechado en esta nueva postura y notaba mucho más cada movimiento de su cuerpo. Dos, tres, cuatro embestidas a un ritmo de locura, se fundían y se volvían a separar, mirándose a los ojos y estudiando cada mínimo gesto que hacía el otro.

 

Él le metió un dedo en la boca, y ella lo chupó con avidez sin parar de moverse, seguía embistiéndole, subiendo y subiendo grados de placer y de repente él, cerró los ojos con fuerza, apretó los dientes, gruñó, todo su cuerpo se tensó y un gigantesco escalofrío le recorrió desde la nuca hasta la punta de su pene que la atravesaba, ella siguió moviéndose y tuvo un segundo orgasmo, más débil que el primero pero aún así explosivo y liberador. Ahora sí que le era imposible moverse más que por espasmos, ambos temblaban, jadeaban y sonreían. Se quedó sentada encima de él, con la cabeza inclinada hacia un lado, floja, los ojos cerrados apurando las últimas sensaciones. Él notaba todavía pequeñas ondulaciones que presionaban su miembro y miraba la cara de ella, satisfecha, floja, relajada... Una vez que la respiración de ambos se hubo calmado ella se retiró y se tumbó a su lado.

 

    - ¿Sabes? Aunque no es lo habitual, a veces la vida te da sorpresas.