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Compañeros de piso

en Grandes Relatos

Ufff, otra vez de vuelta al piso compartido. El tren se acercaba a la estación y a cada vaivén le daba más pereza volver. Había pasado una semana con sus amigos de toda la vida en Madrid y volvía otra vez a la rutina, curro de mierda, compañeros de piso... No soportaba a la petarda de la habitación de al lado, siempre pensando en zapatos, trapitos y salir de fiesta y el de la habitación de enfrente era un tío raro, hablaba poco, desaparecía todos los fines de semana y cuando estaba en casa estaba siempre encerrado en su habitación. Compartía el baño con él ya que la otra había hecho un despliegue de potingues, secador y plancha del pelo, champús y mierdas variadas. Por lo menos él no molestaba.

 

Ya había salido de la estación, una parada de metro más y estaría en casa.

 

Entró en el portal, cogió el ascensor y cuando estaba en su planta, al abrirse las puertas, escuchó música, muy alta al otro lado de la puerta. Era raro, solía ser una casa silenciosa, más o menos. Esperaba que la gili esa no estuviera montando una fiesta un domingo a esas horas.

 

Abrió la puerta con precaución, - ¿hola? Su voz casi se perdió en el estruendo. Holaaaaa....

 

Sé asomó a la cocina y...

 

Eso sí que no se lo esperaba, él estaba allí, Iván, en calzoncillos, delante de los fogones, medio bailando de espaldas a ella. Se quedó mirándolo desde el umbral de la puerta completamente obnubilada por lo que estaba viendo, presa de la incredulidad.

 

De repente él se dio la vuelta para poner lo que tenía en la sartén en un plato y la vio. Se quedó paralizado, la música seguía sonando pero ya como sin sentido, no pegaba nada con el momento. Ella vocalizar un - hola- y el contestó tan bajito que ni siquiera sin música se le hubiera oído. Se puso nervioso y al intentar echar la comida en el plato, un poco de verdura le salpicó justo a la altura del elástico de los gayumbos.

 

- ¡Ay!

 

Ella corrió al salón a apagar la música y al volver el estaba intentando echarse agua fría. 

 

- ¿Te has quemado? ¿Te duele? Déjame ver... 

- No es nada, no te preocupes. 

- Está muy rojo, creo que te va a salir una ampolla

 

Sé acercó con un poco de aceite.

 

- Espera, te voy a poner un poco de aceite de oliva, no te aliviará mucho pero por lo menos hará que no vaya a más.

 

Sé echó unas gotitas en el dedo índice y le frotó despacio allí donde se había quemado. Estaba agachada y se dio cuenta de que algo crecía tímidamente debajo del calzoncillo de él pero no quiso avergonzarle e hizo como si no se enterara.

 

- Bueno, imagino que ibas a cenar. Me voy a mi habitación a deshacer la maleta. 

- ¿Has cenado? Si quieres un poco, he hecho bastante. Y tengo ahí unas cervezas. 

- Pues he comido algo en el tren pero una cerveza fría si te acepto.

- Vale, espera, voy a ponerme algo. 

- Por mí no hace falta ¿eh? 

- No, no, es por mí, no está bien sentarse a la mesa en compañía estando medio en pelotas

 

Sé fue a su habitación mientras ella alzaba la voz para preguntarle si cuando estaba solo no le importaba cenar en pelotas, pero él, o no la oyó o no quiso contestarle porque cuando volvió a la cocina no dijo nada. Se sentaron a la mesa.

- ¿Y Laura? 

- No sé, dijo que volvía la semana que viene. De hecho tampoco esperaba que tú volvieras hoy. 

- Si, me llamaron y mañana tengo que ir al curro, tuve que cambiar el billete y todo, con lo poco que me gusta empezar un lunes... 

- Bueno, esas cosas pasan. 

- Y entonces... Cuando no estamos nosotras... ¿Te montas estos fiestones? 

- JA, ja y ja. Sólo estaba preparándome la cena y con el calor que hace... Estando solo... Pero no me suelo quemar, me has asustado, ¡es culpa tuya! 

- Ya, ya, claro, ahora échame las culpas a mí de tu “patosidad”

- Está claro que la tienes, ¿quién si no?

- De eso nada, pero si te quedas más tranquilo, de acuerdo, ¿cómo puedo compensarte? 

- Pueees... Déjame pensar... ¡Ya lo tengo! Te tocan mis turnos de lavar los platos de esta semana. 

- ¿Toda la semana? ¿¿¿Por una quemadura de nada??? ¡Te estás pasando! 

- Si, si, una quemadura de nada pero en zonas sensibles... 

- Si, en eso llevas razón, jejeje

 

Cuando él terminó de cenar se quedaron un rato hablando de las vacaciones de cada uno, de las pocas ganas de volver al trabajo que tenían...

 

- Bueno, creo que me voy a mi habitación, tengo que deshacer la maleta y ver si tengo algo medio decente que ponerme para mañana. Un placer haberte "curado" y "cenado" contigo. 

- Igualmente. Deberíamos hacerlo más a menudo. Lo de la cena, lo de la cura, esperemos que no. 

- Si, por supuesto.

 

Sé fue a su habitación, ordenó sus cosas, rebuscó en el armario... Bien, unos pantalones más o menos sin arrugas y una camisa limpia. Estupendo. Fue al baño a dejar las cosas que llevaba en la bolsa de aseo, iba pensando en sus cosas y cuando ya estaba dentro de repente se dio cuenta de que él estaba dentro de la ducha. Y... Ahora... ¿Qué podía hacer? Parecía que hoy era el día de las pilladas pero después de haberse quemado cuando la vio antes, ahora no sabía si volver a salir a hurtadillas sin asustarlo porque era capaz de ahogarse en una ducha.

 

Siempre le había parecido un tío atractivo pero muy raro, casi no hablaba pero hoy parecía que se había soltado un poco.

 

Se asomó a la ducha. El estaba apoyado en la pared, tenía el brazo izquierdo apoyado en la pared desde la mano hasta el codo y el brazo que ella no podía ver porque el cuerpo de él se lo tapaba se movía rítmicamente. El agua resbalaba por su nuca y su espalda, recorría sus glúteos y  bajaba haciendo caminos entre el pelo de sus piernas. Se quitó las ropa y descorrió la cortina lo justo para colarse dentro y en voz baja dijo:

 

- Creo que deberías hacer eso más despacio

 

Él levantó la cabeza pero no se giró, no quería ver si ella de verdad estaba ahí, no quería sentirse avergonzado, no se atrevería a mirarla a la cara y ni mucho menos quería darse la vuelta y darse cuenta de que lo había imaginado.

 

Se acercó, el brazo izquierdo de él seguía apoyado en la pared pero el otro había parado su movimiento, colgaba hacia abajo inmóvil. Puso la mano izquierda en su hombro y la deslizó hacia abajo rodeando su torso, acarició su pecho, jugó un poco con el pezón pequeño y duro y siguió bajando. Acarició su vientre y cuando rodeó el miembro erecto se pegó al él. La cara le quedaba poco más abajo de su nuca, le besó la espalda y le lamió, estaba fresco y un poco salado. Mientras, acariciaba su miembro muy despacio, subiendo y bajando la mano, rodeando el glande con sus dedos, jugando con el frenillo y disfrutando de la suavidad de la piel.

 

Él movió el brazo derecho para tocarla, primero la cadera, alargando un poco el brazo le acarició el culo y luego volvió a la cadera, la ingle, el pubis... casi no llegaba pero giró un poco y consiguió acceder a la hendidura, con la yema del dedo, pudo hacer presión en el clítoris y ella jadeó. De repente la mano de ella hizo movimientos menos constantes, más incontrolados y él supo que había dado en uno de los puntos más sensibles. Siguió intentando ir más adentro, ella intentó abrir las piernas sin resbalar, apoyándose en su hombro con la mano que tenía libre.

 

- Noe, ¿podemos salir de aquí? quiero verte. - La voz de él salió ronca, casi muda.

- Si, ¿vamos a tu habitación?

- Ufff, ¿podemos ir a la tuya? En la mía tendrías que esquivar demasiadas mierdas.

 

Ella empezó a salir de la ducha y le alargó una toalla. Se tapó con la suya y corrió a la habitación. Dejó caer la toalla en el suelo y se tumbó en la cama tapándose a medias con la sábana. Se intentó colocar de la forma más sexy posible pero había poco que hacer. Él no venía... ¿se habría arrepentido?

 

- ¿Iván?

 

...

 

- ¿Iván?

 

Cuando apareció estaba completamente seco y la erección había desaparecido.

 

- ¿De verdad esto te parece buena idea?

- Si, claro... ¿qué problema hay?

- No sé, vivo en la habitación de enfrente. ¿Y si no te gusta?

- ¿Qué? Ehhh, bueno, si no nos gusta no volvemos a repetirlo y ya está, ¿no?

- Bueno, creo que no es tan fácil, eso de "y ya está"... no sé...

 

Ella se incorporó, se acarició uno de los pezones entre los dedos índice y pulgar y anduvo de rodillas por la cama hasta llegar al borde.

 

- ¿En serio no quieres? ¿No quieres que acabe por ti lo que has empezado sólo?

- Yo... yo no hacía nada, sólo estaba lavándome.

- Ya, ya, claro...

 

Se puso de pie a su lado y se apretó contra él

 

- Vamos, no puede ser que se te haya pasado el calentón tan fácilmente. O es que has tardado tanto porque has seguido tú solo (él la interrumpió dándole un beso en la boca), la besó como si le fuera la vida en ello, la abrazaba con fuerza, movía sus manos por su espalda como si quisiera fusionarse con ella. Ella notaba como la polla de él crecía y quería hacerse hueco, abrió un poco las piernas, se coló entre ellas y seguía creciendo, tomando consistencia. Él movía las caderas adelante y atrás suavemente y ella le seguía el ritmo mientras seguían besándose.

 

Entonces él se separó y la empujó sobre la cama. La miró de arriba abajo y ella empezaba a impacientarse.

 

- ¿Otra vez te lo estás pensando?

- ¡Que te crees tú eso! De esta ya no te libras...

 

Se inclinó sobre la cama y apresó un pezón de ella entre los labios. Mamó suavemente y luego hizo círculos con la lengua alrededor de él. Ella notó cómo ese pequeño gesto hacía que le recorriera una sensación eléctrica desde el punto que él tocaba directamente hasta su ingle. Siguió bajando, paró en el ombligo y volvió a jugar con él. Ella no podía aguantar más esa tortura, si iba a hacer algo ahí abajo, que lo hiciera ya.

 

Le agarró la cabeza con las manos y le guió hacia abajo. El se dejó hacer y se colocó de rodillas en el suelo, apoyándose en el borde de la cama. Se acercó a ella y sacó la lengua, primero dando pequeños toques en los labios, sin atacar directamente el clítoris y poniendo su dedo índice a la entrada de su vagina, pero sin entrar.

 

- Si, sigue, sigue más

 

Le hizo caso y empezó a chupar y lamer allí donde ella sentía más placer, se retorcía, le agarraba el pelo, gemía y respiraba tan fuerte que parecía que se iba a ahogar por falta de aire. Introdujo dos dedos en ella y casi fue más de lo que podía aguantar, contrajo los músculos de las piernas, doblando las rodillas y las pegó a su cabeza. Intentó acariciar el nódulo interno con los dedos, ella sintió algo diferente, una tensión que crecía dentro de ella pero era completamente nuevo y no sabía que esperar.

 

Se estaba deleitando con el placer de ella pero verla así le estaba afectando más de lo que hubiera podido pensar. La agarró de las rodillas y tiró de ella hacia el borde de la cama. Restregó su glande contra el clítoris de ella, ella se movía para que entrara, para que la llenara de placer. Sabía el calor que le rodearía, la sensación de las contracciones de ella alrededor de su miembro pero quería contenerse un poco. Se inclinó y le cogió un pecho, con la otra mano seguía jugando en la entrada de ella pero sin llegar a decidirse. De repente empujó, sus caderas necesitaban estar ahí y se deslizó entre sus pliegues hasta que sus pubis quedaron pegados. Era la primera vez que no se medía en esa situación, sabía que a veces podía hacer daño e intentaba tener cuidado pero esta vez estaba demasiado excitado, demasiado ansioso. Ella se sintió completamente llena, no había sentido algo así nunca.

 

Gimió, jadeó y levantó las piernas, juntando las rodillas pero con los pies separados pensando que así podría aliviar un poco la sensación de algo tan grueso se adentrara en su interior. En cambio para él, este gesto hizo que sintiera más presión , que se hiciera más estrecho... esperó un poco y se retiró despacio hasta que sólo la punta estaba dentro.

 

- No, no salgas ahora, sigue, por favor, sigue

 

Volvió a entrar con fuerza, una, dos, tres veces... a veces despacio y profundamente, a veces rápido y ligero. Ella jadeaba, se agarraba el pecho y le miraba a los ojos, animándole a seguir, a aumentar la velocidad. Él le sujetaba las rodillas juntas y sus brazos le imprimían el bamboleo necesario para ayudarse en su movimiento de vaivén. Seguía, adelante y atrás y a cada embestida se entregaba como si fuera la última. Tenía miedo de hacerle daño pero tampoco hubiera podido contenerse y ella seguía balbuceando entre jadeos y gemidos que no parara, que se iba a correr, que le encantaba.

 

Llegó casi sin poder evitarlo, se crispó, entró del todo, sintió un espasmo que le recorrió desde la nuca hasta la punta del glande. Ella vio como apretaba los ojos y los dientes y entonces se dejó llevar. Una embestida más y la tensión contenida se abrió como un dique abierto. Las contracciones de ambos se mezclaban y se superponían, eran un puro temblor, un puro gemido, placer desde la cabeza hasta los pies crispados. Él se derramaba dentro de ella y no quería que esto acabara nunca. Siguió moviéndose, cada vez más lentamente, tres, cuatro veces más, cada vez más desacompasados y de repente a ella se le escapó una risa. Se miraron y los dos sonreían, de repente ella soltó una carcajada. Era increíble la felicidad que podía desplegarse, bañarles como la ducha en la que habían estado, después de un orgasmo así.

 

Cayó rendido encima de ella, le dolían las rodillas de estar apoyado en el duro suelo y así alivió un poco el peso sobre ellas.

 

- ¿En serio tu habitación es tan desastre? Alguna vez me tendrás que dejar entrar porque creo que esto, si tú quieres, se va a tener que repetir a menudo.