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Unos baños de París (2).

en Gays

Lo que yo no sabía es que al cabo de un rato, después de hacer algunas compras y beber algún vino de más, volvería a estar acompañado en esos WC tan movidos.

El caso es que después de la visita a los baños públicos y de haber dejado con un calentón de narices al bakala de melenas, mi chica y yo fuimos a comer algo a un bistró de por allí cerca. Bebimos más vino y nos reímos un rato y, a la vuelta, volvimos a pasar al lado del centro comercial. Estaba yo pensando en una excusa para entrar, cuando Marta me dice “¡Uy! Me vuelvo a hacer pis… Vamos a entrar al wáter de aquí”. Me encanta que, además del coñito prieto, mi nena tenga la vejiga pequeñita.

 Esta vez yo ya sabía de qué iba el rollo y no me podía entretener mucho. Así que, cuando entré todo envalentonado al WC, pasé directamente a la habitación de los meaderos (que estaba un poco menos concurrida que hacía un par de horas) y me fui al puesto vacío más alejado de la entrada sin mirar a nadie. Me desabroché el cinturón y los pantalones y saqué mi rabo y mis cojonazos por encima del gayumbo. Con las aventuras de la tarde, tenía el capullo lleno de precum, todo brillante. Me dispuse a mear a chorrazo limpio para llamar la atención pero… ¡de allí no salió nada! No me di cuenta de que acababa de mear en el bar después de cenar. Y no me salía ni una gota. La verdad es que esa tontería hizo que me pusiera bastante nervioso. Además, me acordé del melenas al que había dejado a dos velas y me acojoné pensando que podría estar aún por ahí, de mala leche. Me pegué cuanto pude a la porcelana blanca y miré hacia abajo ensimismado e intentando concentrarme. Sabía que lo de mear o no era una tontería: más o menos la mitad de los tíos que estaban por allí iban a pillar cacho. Pero entre la excitación del cruising y de estar en unos WC y que no me salía el meo, estaba bloqueado.

 En un acto reflejo, después de unos segundos que se me hicieron muy largos, apreté el pulsador del agua para ver si mi vejiga se animaba. Y justo en ese momento vi por el rabillo del ojo que el tío que tenía a mi lado me estaba mirando la polla. Estaba un poco menos morcillona que al llegar, pero toooodo el precum me estaba babeando hacia abajo y la verdad es que tenía un aspecto muy apetecible. Aquí me vine arriba. Me dije “¡qué cojones!” y empecé a separarme lentamente de la pared pero con intención, mostrándome al tío de al lado. Sin girar en ningún momento la cabeza, vi de refilón que al principio se puso a disimular y dejó de mirarme. Pero poco a poco noté que volvía a hacer caso de mi rabo. El hilo de babas que salía de él ya unía el meadero con mi capullazo morado. Estaba precioso, la verdad. Empecé a agitar suavemente mi cipote con la mano y ese hilo empezó a escurrir más gordo. Buffff… menudo morbazo… Se me estaba poniendo bien gorda de nuevo y había recuperado el calentón, así que de una puta vez miré al vicioso que tenía al lado y… resulto ser el oriental que estaba mirando el rabo de un tío en mi otra visita; el chaval con el que había cruzado la mirada entre avergonzados y morbosos.

 Al principio no me estaba mirando a la cara pero, cuando lo hizo, los dos hicimos un poco lo que antes: agachar la cabeza sonrojados. Joder, estaba cañonazo. Mediría 1.75m o así, fibrado pero con buen pecho, piel morenita, pelo pincho corto muy negro, sin barba, aparentaba como mucho dieciocho y tenía pinta de japonés o filipino. Un bombón. Iba con pantalones cortos de deporte y camiseta. Y le asomaba un rabazo gordo, morenito y con un buen pellejazo que también estaba lleno de presemen y, además, de esa espuma blanca que sale en el cipote durante las buenas sesiones de masturbación. No me extraña porque, si llevaba allí desde mi primera visita, tenía que estar todo cerdo después de más de dos horas en ese ambiente lleno de rabos y machos. Pensé que a lo mejor se había corrido e iba a por más, pero empezó de nuevo a mirar mi bragueta con timidez a la vez que el cimbrel le empezaba a palpitar y a crecer por momentos.

 Yo ya estaba salido y, gracias a los vinos que llevaba encima, borracho. Así que ni me lo pensé: me acerqué al meadero, eche un buen lapo dentro para llamar su atención, arrebañé mi precum con mis cuatro dedos y me los lamí con cara de cerdo mientras le miraba. Después, despacito, enseñando bien mis cojonazos y mi cipote, que ya estaba bien gordo, me fui metiendo la polla en los pantalones y me abroché el botón de arriba. Solo ese. Y me fui con el cinturón colgando hacia los cagaderos individuales sin mirar hacia atrás. Y… ¡mierda! Estaban todos ocupados. Joder.

 Como un gilipollas me fui abrochando el vaquero y el cinto mientras me encaminaba a los lavabos. Pues sí que había ocupación. Vaya mala suerte. Me puse a lavarme las manos y a pensar que ya descargaría esa noche en el hotel con unos buenos pollazos a mi piva. Ya había agotado el tiempo estándar de mear y era hora de irme. En esas estaba, acabando de aclararme las manos y las ideas, cuando miro de reojo y veo al buenorro del japo en el pasillo de los retretes. Giré la cabeza y le vi con la mano apoyada en la pared a la altura de su hombro. Unos pelos negros y finos le salían por la manga de la camiseta sudada. La carita de nene vicioso con mofletes enrojecidos, de lo cachondo que iba, la lengua brillante entre los labios y mirándome fijamente. Joder, ¡qué morbazo tenía el puto niñato! Justo una puerta de un sanitario se abrió y salió un tío joven y con traje que tenía cara de haberse pegado un buen pajote ahí dentro. Sin mirarlo siquiera, mi nene se cruzó con él y se metió en el cubículo, dejando una rendija de la puerta abierta.

 Había entrecerrado la puerta. Se le notaba muy tímido. Pero esa última mirada era un mensaje alto y claro. Sin fijarme en nadie fui otra vez hacia el fondo del baño público, empujé la puerta y, detrás de ella,  me encontré con mi amante virtual con los pantalones de deporte por los tobillos. El muy guarro no llevaba calzoncillos y tenía los pantaloncitos de deporte llenos de manchas resecas y otras recientes. Las más recientes, provocadas por ese cipote que estaba a tope y al alcance de mi mano. Casi en un mismo movimiento cerré rápidamente detrás de mí con pestillo y me desabroché la bragueta. Nos miramos, me sacó despacio el rabote y empezamos a comernos la boca muy profundo y muy húmedo, con los ojos abiertos, caras de vicio, sacando y metiéndonos las lenguas y compartiendo saliva.

 Le quité la camiseta. Yo ya tenía mis gayumbos por la mitad de los muslos. El nene se había encargado de acariciarme bien las piernas y meterme mano por todos lados mientras me los bajaba. Y ahora estaba agarrando nuestras pollas y pajeándolas juntas, compartiendo también babas y crema de precum. Joder, si hasta estaba cogiendo mi capullo y lo estaba metiendo por dentro de su pellejo, que era morenote y abundante... No me corté y, después de darle un lametón en los labios, me agaché y empecé a comerle los huevos. Estaban muy suaves y olían a pajote. Deliciosos. Mientras le miraba empecé a subir por su tronco, le di un mordisquito en el capuchón y, mirándole a la cara, empecé a tragarme su rabo a la vez que sacaba la lengua. ¡Qué cara de placer puso! Soltó un gemido, se puso los brazos detrás de la cabeza y hasta babeó un poco por la comisura de los labios. Sus sobacos todo sudaos me encantaban. Yo también estaba babeando saliva que se escurría por sus pelotas y que esparcía con la mano por la raja de su culazo mientras lo pajeaba. Tenía un buen trabuco, gordo, sabroso y muy divertido de descapullar. Ya casi me estaba cabiendo toda por la garganta hasta meter mi nariz en su escaso vello púbico, cuando me agarró y me levantó para volver a besarnos como unos guarros.

 Ahí ya nos metíamos mano a saco. Yo ya tenía las yemas de tres dedos dentro del anillo de su ojete: con toda la saliva que le había escurrido, entraban de vicio. Él no se quedaba atrás y se escupía en la mano de vez en cuando para pajearme y para jugar con mi agujero, que también estaba boqueando. En una de estas el muy cerdo empujó y me metió uno de sus dedazos hasta el fondo. Yo abrí la boca y los ojos como platos y él me sonrió con un morbo de la leche. Se agachó, me echo un buen lapo en el pollón y se puso a tragar como una buena puta. Después de unos cuantos viajes, mientras empezaba a mover el dedito en mi ojal, empezó a mamármela despacito, con los ojos cerrados y cara de vicio y lujuria. Se restregaba todo mi rabo por la cara mientras lo lamía entero y sonreía. Era una pasada verle disfrutar así de darme una mamada.

 Al rato le cogí de la cabeza, él me miró y le hice un gesto de “ostia puta, me corro” que creo que es universal. Él puso cara de zorra, se agarró su nabo, se lo descapulló y empezó a machacársela a toda caña. Sin apartar nuestras miradas, asintió levemente y se metió toooda mi polla hasta el estómago en arremetidas largas y rápidas que me estaban ordeñando los cojones a saco. De lo que estaba mamando, tenía los mofletes chupados hacia adentro. Yo lo estaba flipando. Entre el sonido del pajote, del mamote y de los gemidos apagados que nos salían, pillamos el ritmo para que empezara a salir la leche. Joder, menudas corridas…

 Él empezó a soltar chorrazos por todos lados: largos, espesos, blancos. Primero un par de ellos normales, luego tres o cuatro enormes, que le llegaron hasta la barbilla, y mojaron mis pantalones y mis playeras con chorretones calientes y pesados. Después, bastantes salpicones con menos cantidad de lefa pero que le dieron escalofríos y placer a tope. Mientras el chaval lefaba a saco, seguía moviendo su dedo en mi culo y, a la vez, hacía sonidos de gusto con la garganta que yo sentía en mi polla. Eso fue demasiado y, a mitad de su corrida, mientras él me miraba con ojos entrecerrados, yo le empecé a soltarle mi lefa desde lo más profundo de mis entrañas hasta lo más profundo de su estómago. Más que correrme, empecé a mear la corrida en un chorro laaargo y gordo que parecía que me salía de la espina dorsal en vez de los cojonazos. La estábamos gozando tanto que ni le agarré la cabeza al correrme: fue él el que se incrustó más adentro mi nabo mientras yo me pellizcaba un pezón y le agarraba su mano para que la moviera más en mi agujero. Menuda puta lefada.

 Tardamos un ratito en recomponernos, pero los dos teníamos una sonrisa de tranquilidad y de buen rollo enorme. Me sacó el dedo y, fíjate por donde, estaba limpio. Así que le dio un pequeño lametón mientras yo metía mi lengua en su frenillo para limpiarle ese capullazo tan rico. Nos limpiamos como pudimos y nos vestimos a la vez que no dejábamos de morrearnos metiéndonos las lenguas hasta la garganta, saboreando nuestras corridas. Se notaba que habíamos estado horas cachondos; por eso habíamos explotado de esa manera.

 Salimos del cagadero juntos, sin importarnos una mierda quién pudiera haber; ni rastro del melenas bakala, por cierto. Nos pusimos a lavarnos las manos al lado del joven de traje que nos había cedido su letrina. Yo me eché algo de agua por los pantalones para que no se notara la leche y para tener una excusa cuando me reuniera con mi novia a la salida. Nos dimos un último morreo delante del trajeado, que salió pitando al momento, y me piré guiñándole un ojo.

 A la salida mi chavala y yo seguíamos borrachos. Estaba mirando una tienda de libros y, aunque de primeras me hizo un gesto de “¡vamos!”, al explicarla que me había entrado un apretón (igual que a ella por la tarde) y que había tenido un problema con un grifo roto que me había empapado, nos comimos la boca y fuimos camino del hotel a dormir la mona. Al salir agarrados del centro comercial, nos cruzamos con el tío del traje que me miró flipando. Seguro que iba a ver si mi japonesito le podía dar bien por culo.

 (En fin, lo que cuento está basado en hechos reales. Salvo las guarradas con lefa y detalles así, más o menos todo ocurrió tal cual. ¡Sexo seguro siempre, chavales! Os agradecería que alguien me escribiera si os apetece que os cuente más experiencias morbosas. Y si algún tío joven tienes ganas de algo más, pues que me mande un mensaje también y vemos qué podemos hacer… ¡Salud!)