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Mi amo se presenta en casa y obliga a mi marido

en Dominación

—Bu-buenas noches —titubeé al llegar a casa. Mi amo sonrió y mi marido me miró con una expresión extraña.

—Pasa cariño, mira quién ha venido a verte. —Entré cabizbaja, no sabía qué esperar de aquello.

—Hola doctor —le saludé.

—Hola señora Aroa, no hace muy buena cara, ¿no le ha estado funcionando el tratamiento que le di? —tragué con fuerza.

—Yo… Bueno.

—Tranquila, su marido ya me ha dicho que usted se le ofreció pero que él no quiso. —Giré rápidamente la cabeza hacia mi marido quien se mordía el interior de la mejilla.

—Deberías haberme dicho que lo que pasó fue porque te lo había dicho el doctor. —No sabía encajar aquello.

—Ya es que me dio vergüenza.

—El sexo no es vergonzoso señora Aroa —respondió el médico—. No suelo hacer visitas a domicilio, pero dada la importancia de lo que le ocurre…

—¿Por qué no se da una ducha y me espera en su habitación para que le haga un reconocimiento?

—¿A-aquí? —Titubeé.

—Claro seguro que a su marido no le importa, vengo con el maletín. —Mi amo señaló el bolso de piel negra que llevaba.

—Vamos Aroa, el doctor se ha tomado muchas molestias. —Asentí. Estaba dolorida por todo lo que me habían hecho en el metro y la decana, no sabía qué quería mi amo de mí. Entré en el baño de mi habitación y me lavé lo mejor que pude después salí con el albornoz encontrándome a mi amo allí.

—Hola puta, ¿te han gustado todas mis recetas?

—Sí, amo —respondí sin querer contradecirle.

—Me alegro quítate el albornoz, apóyate sobre el tocador con las piernas abiertas y de cara al espejo.

—Amo, mi marido está aquí, y mis hijos…

—¿Crees que eso me importa? Obedece puta. —Me coloqué temblorosa como me pedía y pasó la palma caliente por mi espalda y mis glúteos para descargar una fuerte palmada que me hizo contraerme y tragarme el grito que estuve a punto de emitir—. Me gusta cómo suena tu carne, ¿y a ti puta?

—Mucho amo. —Otra palmada más intensa cayó en el mismo lugar, apreté los dientes y mis muslos que comenzaban a humedecerse.

—Esto es lo que necesitas ¿verdad?

—Sí, amo, lo necesito.

—Suplícame que te pegue puta.

—Por favor amo, se lo suplico, pégueme. —Agarró un cepillo que tenía sobre el tocador poniéndolo por la parte del dorso y me advirtió.

—Esto va a doler. —Golpeó mis nalgas una y otra vez, con fuerza, sin descanso hasta dejarme las nalgas rojas como dos manzanas, apenas podía aguantar el suplicio cuando empezó a golpearme entre las piernas. Mi sexo anegado escupía flujo a cada impacto, los labios se me hinchaban y escocían. Pero yo no podía ni quería juntar las piernas, lo necesitaba. Cuando mi amo creyó que tenía suficiente dijo—. De rodillas , lame el cepillo, mira cuan zorra eres, saboréalo.

Me arrodillé a sus pies y pasé la lengua con codicia, perdiéndome en el sabor de mi deseo. El se bajó los pantalones y me ordenó que abriera los labios para follarme la boca. Fue rudo, duro, excesivo. Apenas podía controlar las arcadas. La polla entraba y salía con tal violencia que no podía contenerme cuando la sentía en mi cuello.

Los restos de la comida subieron por mi esófago, el cuello me ardía, traté que parara haciéndole gestos, pero todavía se volvió más violento, hasta que no pude contenerme y vomité. Me salía por todas partes, pero si tan siquiera eso le refrenó.

Siguió follándome la boca, gruñendo hasta descargar su semen y pedirme que tragara.

Estaba muerta del asco, por lo que acababa de ocurrir y porque siguiera excitada después delo que me había hecho. Tragué.

—¿Te ha gustado puta?

—Mucho, amo —me limpié el rostro con el dorso.

—Bien, ahora quiero que limpies este desastre, voy a hablar con tu marido. Aséate y espérame sobre la cama a cuatro patas.

—Pero…

—No hay peros, o tengo que decirte qué pasará si me contradices.

—No, amo.

Salió del cuarto y yo lo recogí todo como pude, con una toalla y papel. Mi culo ya no estaba tan rojo, solo rosado, pero mi sexo seguía hinchado y brillante.

Me subí al colchón y esperé como me había pedido. La puerta no tardó en abrirse. Escuché pasos, me pareció que no entraba solo.

—¿La ve? —preguntó la voz de mi amo.

—Sí —era la voz de mi marido, casi me echo a llorar.

—Pues quiero que cada noche en esta posición se la folle,  pero siempre por el culo y necesito que deje su semen dentro, es imprescindible para la curación de su mujer. Numerosos estudios han corroborado que la única solución que hay para que baje la extraña inflamación de ovarios que tiene es esto. Sé que le da asco porque es un lugar sucio así que le pondremos una lavativa, le enseñaré como se hace. Tiene que llenarla al máximo y que aguante media hora con el puesto para después hacerla evacuar. Una vez bien limpia y sin lubricantes que contaminen su esfínter se la tirará, necesito que no se contenga, para llegar a estimular la parte que necesitamos debe usar movimientos duros y certeros.

—¿Y así se curará?

—Se lo garantizo, aunque el tratamiento puede ser lento, venga conmigo vamos a ponerle el enema juntos.

Quería morirme de la vergüenza cuando sentí que algo entraba en mi trasero, la mano de mi amo estaba en la parte baja de mi espalda.

—Eso es Aroa, estese tranquila. —Noté el momento exacto que un líquido caliente empezaba a llenarme, era una sensación extraña, que me daba muchísimas ganas de ir al baño.

—No creo que pueda aguantar media hora con esto —avisé—. Ya tengo ganas de ir al lavabo.

—Pues deberá hacerlo para curarse, su marido y yo nos quedaremos aquí para controlar que todo marche bien. ¿Tiene un par de sillas? —Le preguntó a mi marido.

—Por supuesto doctor ahora las traigo. Tranquila cariño, estás en buenas manos, el doctor sabe lo que hace y te curará.

Mi marido vino hacia mi rostro y me besó la frente. La sensación era extraña, me sentía tan mal…

Escuché como se sentaron y se pusieron a hablar tranquilamente, ¿cuánto líquido pensaba ponerme? Mi culo chorreaba y necesitaba ir al baño con urgencia.

Estaba sudando los minutos parecían horas, mis intestinos comenzaron a hacer espasmos, apenas podía contenerme, sentía mis heces queriendo salir, me mordí los labios tratando de apretar el esfínter.

—Doctor no puedo más —avisé.

—Le quedan cinco minutos, aguante. —Creo que fueron los peores de mi vida, no podía, no aguantaba…

—Doctor, supliqué.

—¿Tiene un cubo? —Oí que le preguntaba a mi marido, el de la fregona nos vale, tráigalo vacío.

—Claro, doctor. —Mi marido salió.

—No puede hacerme esto, déjeme ir al baño amo por favor.

—Eres una perra, y las perras hacen sus necesidades donde su amo les manda.

—Por favor, lloriqueé. —Los pasos de mi marido se acercaban.

—Tenga doctor.

—Muy bien póngalo debajo de su culo y apártese, no quiero que le ensucie.

Lo puso y cuando el doctor me sacó el enema no pude controlarme. Jamás había sentido tanta vergüenza como en aquel momento, totalmente expuesta y vaciándome ante ellos, en una mezcla de heces y líquido caliente. El ambiente olía a mi propia mierda, me repugnaba sentirme así.

—Ve como caga, ve lo obstruida que estaba.

—Sí doctor, pues debe esperar a que vacíe del todo, después que se lave y sin esperar follarla.

—Como usted diga doctor.

Me continuaron mirando hasta que ya no quedó nada que echar, hasta que solo slió líquido transparente de mi interior. Después mi amo me mandó a la ducha y pidió que me colocara en la misma posición.

—Hoy me quedo para corroborar que lo hace bien, por favor, proceda y fóllese a su mujer.

Pensaba que mi marido se iba a negar, pero me equivocaba.

Su polla me perforo, me dolía, pues no estaba lubricada, era violento, duro, con unas acometidas que pretendían partirme en dos.

—¿Lo hago bien? —le preguntó a mi amo.

—Muy bien, ¿cómo la nota?

—Apretada, seca.

—Como debe ser, pero seguro que ella está excitada, tóquela por delante.

Para mi bochorno, en cuanto mi marido pasó los dedos por mi coño se dio cuenta que estaba completamente empapada.

—¡Tiene razón, está muy mojada! —exclamó sorprendido.

—Ya se lo dije, esa lubricidad y la de su semen la curarán. Siga, como si quisiera partirle el culo.

La acometidas eran excesivas, él gruñía y mi amo le alentaba, el ritmo aumento hasta hacerse insoportable, comencé a gritar y mi amo a jalearnos.

—Eso es, eso, es —Hasta que mi marido me llenó el culo de leche.

—Y ahora lo más importante debe probar la alcalinidad de su semen, arrodíllese sepárele los glúteos y pruébelo.

Mi marido lo hizo, al principio con cautela, su lengua entró en mi casi como el roce de una pluma y terminó relamiendo mi ano como si no hubiera un mañana.

—Suficiente, lo han hecho muy bien. ¿Sabe cómo le dije? —Le preguntó a mi marido.

—Exactamente igual.

—Perfecto, pues entonces no hemos de buscar otro candidato para el tratamiento de su mujer. Recuerde hacérselo cada noche.

—Sí doctor, muchas gracias. —Le estrechó la mano.

—De nada, pronto les haré visitar a ambos mi consulta, espero que estén preparados.

—Haré todo lo que haga falta para que Aroa se cure.

—Me alegro, es un buen marido.

—Buenas noches Aroa —se despidió de mí.

—Buenas noches doctor.