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Celda de Castigo (VII)

en Dominación

Celda de Castigo (VII)

 

Despierto sobre la cama. Sin sobresaltos esta vez. ¿Fue la decisión de ir a juicio buena? Yo no me arrepiento. Al menos, dí la cara. Declarándome culpable les daba la llave para hacer lo que les diera la gana y no tener ni que escucharme.

 

Tengo calambres por todo el cuerpo. Me bajo al suelo y camino entre la puerta y la pared del fondo. Me siento como una presa medieval, una condesa de Montecristo, una mujer de la máscara de hierro.

 

Entonces, suena la puerta y se abre la ventana. Me acerco a la rejilla y me siento un poco aliviada, es Armando. Me trae la cena. Abre la portezuela, me libera las manos, me da la bandeja.

  • No quieres pasar y cenar conmigo -me atrevo a preguntar.

  • Creo que no debemos repetir lo que hicimos ayer -responde.

 

Y se va… Ha dejado la ventana abierta. No sé para qué quiero que entre: ¿para hablar?, ¿para tener sexo? o ¿para suplicarle que, al menos por la noche, no tenga que cargar cadenas?.

 

Veo la comida… No es lo de siempre. Esto está bueno… ¿Me ha traído comida de los guardias?, ¿Por qué no quiere repetir la experiencia?, ¿Se siente culpable?

 

Tarda mucho en volver… Casi dos horas. Al fin le entreveo por el ventanuco. Me levanto, le llevo la bandeja. Veo su cara de sorpresa, no llevo camiseta. Sí, tal vez me estoy volviendo puta, pero si paso esta noche sola y encadenada me muero.

 

Recoge la bandeja sin decir nada. Sin que lo pida le ofrezco las manos. Oigo como descuelga las esposas del tirador de la puerta. Click, click… oigo deslizarse el arco del grillete sobre mi muñeca derecha. Pensé que no lo haría. Click otra vez… me atrapa la izquierda. Retiro las manos con cara de derrota.

  • Sácalas otra vez que hay que asegurar los cierres -dice-. Imagínate que se te aprietan durmiendo.

 

Obedezco, tiene razón… Querría decir algo pero no sé qué. Noto un nudo en la garganta.

  • ¿Por qué no llevas camiseta? -se ateve a decir, él.

  • Duermo mejor así -contesto.

  • Mi compañero te encontrará así por la mañana -añade.

 

Pues sí… no lo pensé, mierda. Ya he retirado las manos. Él cierra la portezuela, cierra el ventanuco. Yo me quedo helada delante de la puerta. No oigo pasos. Él está al otro lado… tal vez duda.

 

Oigo el candado que se abre. La puerta gira lentamente. Él da un paso hasta el marco. Yo no aguanto y me echo sobre él, olvido los grilletes y casi me caigo.

 

Me abraza, me besa, me besa en los pezones… Yo le quito la camisa… Quiero ver su cuerpo, tocarlo… Ataco el cinturón, él no me deja. ¿Qué? Me hace gesto de que espere… Saca la porra, las esposas y las llaves. Cuelga todo, cinturón incluido, en el tirador de la puerta de enfrente. Vuelve…

  • No te fías de mí -le digo.

  • Es por tu propia seguridad -dice él, esa es la frase que le dicen a los detenidos al esposarlos por primera vez, aquí todas sabemos que es mentira: seguridad de ellos y afirmación de poder.

 

No me voy a parar ahora… Le quito el pantalón, los zapatos, todo. Él queda desnudo en el umbral con la ropa por el suelo. Su cuerpo no es perfecto, pero es real, cálido, acogedor… Su miembro está levantado. No lo puedo evitar, se me ocurre un juego divertido y lo vamos a hacer:

  • Ahora te voy a hacer prisionero yo a tí -le digo.

 

Agarro el miembro firmemente, todo lo firme que puedo. Tiro suavemente y él se deja llevar.

  • Podéis usar este método para conducir presos, custodiados por mujeres, claro.

 

Lo tumbo en la cama boca arriba… Él se deja. Me echo encima, lo beso, voy bajando, llego al ombligo, llego al miembro, chupo un poco la punta… la erección aumenta, chupo un poco más y paro.

  • Penétrame ahora, le digo, tú abajo, yo encima -le digo; lo he comprobado: un hombre penetra mucho mejor tras un par de chupadas… sólo un par, sin que llegue a correrse.

  • No vamos a poder -dice él.

 

Ante mi sorpresa, señala los grilletes de mis pies.

  • No traje esa llave… normalmente no la uso -dice.

 

Pongo cara de enfado y me siento en la cama. Él se sienta a mi lado, me rodea con el brazo… Me toca los pezones. Me besa… ¡¡¡UFFF!!! Me besa con lengua al tiempo que acaricia los pezones. Me mete la lengua hasta el fondo… húmedo… irresistible.

 

¡¡¡AAAhhhh!!! su mano ha bajado al clítoris… me acaricia suave bajo las bragas, suave… sigue, sigue… Chillo, suelto líquido, mucho líquido…

 

Me deja un momento corriéndome.... ¿Adónde va? Coge algo en la puerta, trae una llave, me libera las manos… Un detalle… Se acuesta conmigo, me pone de lado y él detrás, haciendo la cuchara. Rodea mi cuerpo, tocando los pezones. ¡¡¡EEEhhh!!! noto el miembro duro en el trasero. Tengo el clítoris muy cansado para que me penetres, chico.

 

Hablamos sin cambiar de postura. Averiguo datos: tiene cuarenta y siete años… se conserva bien, ¡¡¡Me lleva bien!!! Estuvo en la guerra, con veinte añitos. En la marina. Conserva una cicatriz en una pierna. Entró en la policía por ser militar veterano. A los cuarenta se divorció y pidió ser destinado al departamento de guardias de prisiones…

 

Seguimos hablando casi por una hora, como dos novios recientes, ¿Lo somos? Todo el tiempo sigo notando un objeto duro presionando mi trasero. Creo que este chico ya se merece un premio… meneo el culo, la erección aumenta. Su mano derecha baja de mis pechos a las bragas… me toca suave… empiezo a temblar. Su mano izquierda pasa por mi hombro y acaba en mi canalillo. Allí juega con las dos, como un niño con pelotas.

  • ¿Me tengo que poner de pie para que me penetres? -le pregunto.

  • No… quédate así -contesta.

 

Tumbados de lado me baja braga y pantalón… lo ayudo un poco levantando el cuerpo. Con su mano primero y su pene después busca la vulva, me penetra despacio, suave… Todo lo contrario que la vez anterior. ¡¡¡AAAAhhhh!!! Al tiempo que me penetra me sigue tocando el clítoris con sus dedos. Despacio… acelera un poco… despacio… Seguimos, seguimos… lo noto, eyacula el líquido caliente dentro de mí… ¡¡¡AAAhhhh!!!

 

Sigue con el pene dentro mucho tiempo, tarda tiempo en bajar la erección… seguimos pegados, es la única forma de dormir dos en esta cama… Estoy cómoda, cálida, noto un poco de humedad en la entrepierna…

 

Me voy durmiendo… lo noto… Noto una vez más una especie de viaje astral. Aterrizo de nuevo en mi celda de la cárcel de distrito.

 

Desde que se fue Paz no ingresó nadie más en esta celda. El juicio es mañana. Estoy nerviosa, mi corazón late muy fuerte. No sé cuándo me vendrán a buscar. Me han dicho que me trasladarán el día anterior y que dormiré en un calabozo en los juzgados.

 

Desayuno nerviosa, no hablo con nadie. Me paso la mañana paseando, dando vueltas al salón. Mejor dicho, empiezo a dar vueltas… al rato oigo el grito del bulldog:

  • Me estás mareando, deja de dar vueltas o te esposo a la cama.

 

Me quedo sentada… Alguna compañera pasa por allí, hacen comentarios intrancesdentes, me dan ánimos, me abrazan… Yo se lo agradezco pero sigo temblando.

 

Llega la hora de comer. Apenas pruebo bocado. Serán los nervios pero hoy la comida me parece especialmente asquerosa.

 

Después de comer muchas chicas van a tumbarse en sus camastros… Yo no suelo hacerlo pero hoy me parece buena idea. Entorno la puerta, luz apagada, sólo entra un poco por el ventanuco del fondo.

 

Miro al techo, respiro despacio… No sé cuánto tiempo pasa, tal vez duermo un poco. Oigo un ruido violento, han abierto la puerta de golpe. Encienden la luz… me retuerzo un poco aturdida en la cama y oigo una voz autoritaria.

  • En pie, contra la pared.

 

Obedezco, lento pero obedezco… Miro de reojo, no es la “Bulldog”, a esta no la conozco.

  • Manos arriba, palmas pegadas a la pared y no me mires, no soy bonita.

 

Noto el primer grillete en la izquierda. Sé que me va a doblar el brazo, me dejo… Me aprisiona la otra mano. No ha apretado mucho.

 

Me lleva cogida por el codo. La gente me despide con la mano. Sus caras son tristes. Las caras aquí casi siempre son tristes, guardianas incluídas, enfadadas pero tristes. 

 

Llego a la misma zona por la que entramos. Me sienta en un banco, delante de la puerta de salida. Está cerrada y veo un vigilante tras el cristal.

 

Toca esperar… cinco, diez, veinte minutos… La puerta se abre. Entra un hombre con un manojo de cadenas encima. El tintineo metálico se me hace insoportable. Es el oficial de traslados. Se coloca delante de mí. ¿Debo levantarme? No me lo han ordenado.

 

El hombre y la mujer se saludan. Ahora sí, ella me agarra y me levanta. Me hace caminar dos pasos y se sitúa a mi espalda sin soltarme.

 

El hombre se agacha y me pone los grilletes en los tobillos. Se levanta con las esposas preparadas. Me liberan una mano y la llevan delante… click… mano derecha aprisionada. Hacen lo mismo con la izquierda.

 

Aun no me sacan… intercambian papeles. El hombre agarra la cadena de conexión y tira de ella, lo hace con relativa suavidad. La puerta sigue abierta, el vigilante me mira, tiene la mano en el revólver. Veo que el oficial de traslados también va armado.

 

Respiro el aire de fuera… Llevaba dos meses sin aire de la calle, viendo el sol solamente por los ventanucos de las celdas. Hay un coche aparcado en el patio. Es un coche policial pequeño… El vigilante de la puerta decide ayudar, abre la puerta de atrás. Me cuesta subir… el oficial me guía con la mano en la nuca para que no me golpee la cabeza. Me pone un cinturón de “seguridad” de cuero con hebilla. Cierra la puerta… al menos entra luz y puedo ver por la ventana.

 

No salimos, el hombre espera fuera del coche como si faltara algo. Al rato la misma mujer que me condujo desde el módulo trae una caja… ¿Ahí irá mi ropa? Espero que sí… La guardan en el maletero y el oficial se pone al volante.

 

Arranca… Hay una verja de salida del patio y esperamos un momento a que nos abran. Me fijo en la parte de atrás del coche. Está separada por reja de gallinero de la parte delantera. Las puertas no tienen manilla de apertura por dentro. Los cinturones de seguridad son meros cinturones de cuero enganchados a los asientos.

 

Circulamos… estamos a las afueras de Ciudad Océana. Mi ciudad. Sé que el palacio de justicia está en el centro y el tráfico es denso.

 

Lo paso muy mal encadenada en el asiento de atrás.. Veo coches, viandantes, jóvenes, viejos, niños, padres, madres… Veo tiendas, bares, parques… Estoy viendo la vida… la que no podré tener en años.

 

Me mentalizo de que voy a luchar por la absolución. Llegamos al centro… el tráfico es muy denso. No veo el palacio… sé que estamos cerca. Enfilamos un garaje… Vamos a entrar por detrás.

 

En la puerta del garaje está dibujada la justicia… ¿La justicia? La silueta de una mujer con los ojos vendados, una balanza en una mano y una espada en la otra.

 

La Justicia

 

El hombre para ante la puerta, llama con un walkie… La puerta se abre. Entramos. Llegamos a un garaje subterráneo. Para en una especie de zona de servicio, antes de la zona de aparcamiento.

 

Me baja del coche. Aparece otro guardia. Coge el paquete del maletero. Caminamos hacia un banco. Dejan allí el paquete. El oficial de traslados me libera las manos.

  • Manos atrás -dice el otro oficial que se ha puesto detrás de mí.

 

Obedezco… me pone las esposas de bisagra atrás. No aprieta mucho ni fuerza las palmas hacia afuera, pero no me dejan un segundo libre.

 

Me quitan los grilletes de los pies y vuelven a intercambiar papeles. El segundo hombre me lleva adentro… El sótano debe ser enorme. Aparte del garaje hay una zona de celdas. Entramos en un pasillo con las inconfundibles puertas de los calabozos. En la puerta del pasillo pone “Mazmorras”... No sé si es broma pero no me gusta ese nombre.

  • Son mazmorras porque son subterráneas -dice el hombre que se fija en como miro el cartel.

 

Me encierra en un calabozo vacío. Me ordena sacar las manos por la portezuela y me quita las esposas. Mientras trae las sábanas y demás examino el calabozo… El diseño es el mismo pero con un poco más de fondo. En el espacio extra hay una ducha de un metro cuadrado.

 

Hay ventanuco… Me subo al taburete, miro por él y veo “La plaza del palacio de justicia”. Estoy bajo el nivel de la calle y la ventana es un tragaluz a la altura del suelo. Veo pies pasar, pies de personas libres. No veo mucho más… Pies grandes, pequeños, zapatos, deportivas, sandalias…

 

Me traen el “kit”... y me informan:

  • Cuando te recojan la bandeja del desayuno, te darán tu ropa,  tendrás tres minutos de agua caliente para ducharte. Debes vestirte rápido. Cuando vengan a buscarte, te sacarán como estés y te llevarán a la sala de juicios.

  • Gracias... -contesto.

 

Me paso toda la tarde viendo pasar pies, intentado respirar la mayor cantidad de aire libre que puedo.

 

CONTINUARÁ...