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Iniciación inesperada

en Transexuales

Estaba sola en mi dormitorio, como cada vez que me encerraba allí para vestirme de chica. Había estado tan entretenida probándome una mini falda que le robé a mi hermana, que se me olvidó que esa noche tenía clases de inglés. Mi mamá tocó mi puerta para avisarme que ya tenía que haber salido hace rato... ¡y yo todavía estaba vestida de mujer! En mi casa nadie sabía de mis aficiones solitarias. Nadie en absoluto lo sabía. Era mi secreto intimo con la mujercita que llevo en mi interior,

Luego de desaparecer las evidencias de mi sesión de travesti, salí y me dirigí al taxi que mamá me pedía a través de una aplicación en su móvil. Cuando quise abrir la puerta del taxi, el chofer preguntó por mi mamá de un modo tal que me estremeció: “¿Sonia? ¿La señora Sonia?”. El hombre se dirigía a mí pronunciando el nombre de una mujer. Y aunque ese nombre era el de mi madre, yo sentí que se refería a mí. Aquella situación fue la primera vez que me sentí expuesta y feliz por eso. Antes me daba miedo ser descubierta. 

Supe el cambio que ocurría en mí en el momento que me senté adelante, junto al hombre. Cerré los ojos y los mantuve así todo el camino, imaginando que me encontraba vestida al lado de él. La cercanía de un hombre estimulaba mi imaginación y también mi excitación. Esa primera vez me quedé quieta, algo avergonzada. La segunda vez, aunque guardé silencio todo el viaje, no paré de moverme con toda la feminidad que mi excitación me inspiraba, o sea bastante, mucha, demasiada, tanto que la tercera vez me puse medias de nylon debajo del pantalón, un calzón precioso y un sostén, y me atreví a hablar con voz de mujer. El chofer, muy respetuoso, me trató con normalidad. Y eso hizo más real mi fantasía de ser una dama llevada por un macho fuerte y muy masculino.

Casi me desmayo cuando al despedirme, le dije “gracias, hasta luego” y él respondió “hasta luego, señorita”, lo cual me puso en las nubes por unos segundos. Había deseado con mucha fuerza viajar a alguna ciudad lejana de Lima, alojarme en un hotel y pasearme por las calles vestida de chica. Al fin de cuentas, nadie me conocía allí. Por eso, me emocionó mucho que el taxista me dijera lo que me dijo.

Esa noche me vestí solita en mi cuarto. Me vi en espejo y me sentí primorosamente femenina. Dentro de un calzón rosado, estaba mi pequeñísimo pene. Es cierto que durante mis secretas sesiones de mujercita a mi gusanito le ocurría una erección, sin que ello lo hiciera crecer mucho. Era una erección femenina, mi penecito aparecía levantadito pero siempre pequeño, incapaz de cualquier acción diferente a su papel pasivo. Mi pequeño pene es femenino, es la vagina donde se concentra mi feminidad, pero cada parte de mi cuerpo es femenina, en cada pedazo de piel está una mujer, en mi nariz, en mis labios, en mis pies, en mis piernas que cubro ahora con unas medias de nylon, en el calzón que sube desde mis pies hasta mi trasero acariciándolo y erizándome toda la piel.

Así estaba yo aquella noche, después de alimentarme de feminidad con el trato masculino del taxista. Hasta ese día mis incursiones en la deliciosa fantasía de ser una mujer se limitaban a vestirme y a arreglarme frente al espejo. Pero al entrar a mi cuarto dirigí la mirada hacia un compartimiento escondido en mi clóset. Allí había un dildo de regular tamaño. Lo compré dándole mil excusas al empleado que me atendió. Cuando le dije que lo compraba para mi enamorada, me respondió que todos los chicos decían lo mismo, pero “ninguno tan mujercita como tú”. Y luego me alcanzó un chisguete de lubricante. “No quiero que te lastimes, princesa”.

A mi pene le puse el nombre de “Pepita”. Me faltaba darle nombre a lo que iba a ser el objeto de penetración de mi juguetito, así que mi orificio anal terminó llamándose “Rosita”.

Introduje mi dedo con lubricante dentro de Rosita, y entonces Pepita experimentó una erección desconocida para mí, ya que se puso tan duro que no había forma de esconderlo entre mis piernas para que ese ángulo bendito de mi cuerpo se parezca mucho más al de una verdadera mujer. Por supuesto que ya antes había explorado a Rosita con mis dedos impregnados de los jugos que brotaban de Pepita cuando mis sesión de chica empezaba. Me mantuve virgen del dildo porque sabía que iba a haber un gran cambio en mí después de que mi virginidad fuese removida de mí para siempre.

Y así fue. Cuando el dildo inició su camino hacia mi interior, yo sentí que mis caderas crecían. Y con ellas, toda mi feminidad. No fue fácil, sin embargo. Me dolió mucho. Pero puestos en la balanza aquel dolor y el placer que esa invasión me hacía sentir, el placer nunca dejó de ser más importante y definitivo que el dolor. Primero, por muy poco, pero conforme la penetración se hacía más rápida, el placer hasta llegó a ser tan superior al dolor, que este mismo se convirtió en placer. Ya era violentamente delicioso sentir ese dolor. Mi mano izquierda manejaba el dildo con gran maestría penetrando a Rosita y mi mano derecha acariciaba a Pepita y recogía el líquido viscozo que salía de ella para llevarlo a mi boca. El orgasmo llegó luego de una penetración profunda y de una retirada total para emprenderla de nuevo hasta el fondo. Entonces mi mano derecha que acariciaba a Pepita ya con violencia se llenó de una cantidad de semen que nunca vi salir de allí. Lancé un grito de placer y mi madre acudió rápidamente a mi cuarto. Sí la puerta no hubiese estado con seguro, ella me habría visto echada sobre el piso, con el vestido de mi hermana y con el dildo todavía dentro de mi cuerpo.

Al día siguiente desperté vestida de mujer dentro de mi cama. Mi boca aún tenía el sabor de mi semen. Y mi feminidad era ya absoluta. Y así me sorprendió el chofer cuando llegó a mi llamado por la app y pude comprobar que era el mismo del día anterior.

Ya en el taxi, él me dijo directamente “Voy a ser bien sincero contigo, yo sé que eres una mariconcita deliciosa, también sé que te gusto, así que te sugiero que te vistas de chica y te saco a pasear”. Le dije que la única prenda que tenía en ese momento era un vestido, y que no tenía ropa interior ni zapatos.

Saqué el vestido en una bolsa y me subí al taxi. Luego me desvestí completamente y me puse el vestido, que era lo único que me cubría. Fernando (ese es el nombre del taxista) me levantó el vestido y puso al descubierto a Pepita, luego me cubrió y me dijo que me llevaría a un lugar donde me compraría la ropa que me faltaba.

Quiso el destino que el lugar adonde fuimos fuese el mismo donde compré el dildo. Y el empleado que me lo vendió seguía allí. Me guiñó el ojo cuando me vio entrar de la mano de Fernando y eso me hizo sentir que dos hombres me acosaban.

—Está niña necesita zapatos, medias, liguero, calzón y brasiere —le dijo Fernando al empleado.

—Tiene unos lindos pies, son tan pequeños como los de cualquier mujer.

—...como los de cualquier OTRA mujer —le corrigió Fernando.

—Es verdad, es la más femenina que ha pasado por aquí. Creo que tengo derecho a que la compartamos.

Y así sucedió mi iniciación. El dildo es un objeto, sin vida, sin calor humano. Fernando introdujo su miembro dentro de Rosita muy lentamente. Me permitió disfrutar cada uno de sus avances, centímetro a centímetro. Entraba y salía a un ritmo completamente sincronizado con la dilatación de Rosita. El empleado se ocupó de Pepita y se sumó a la danza erótica de los tres.  Me sentí parte de una coreografía. Dos hombres para mi solita. Fernando me tomaba de la cintura y yo como una perra en sus cuatro patas resistía todas sus embestidas contra Rosita. El empleado retiró su boca de Pepita, como esperando mi eyaculación. Fernando puso su mejor esfuerzo y aumentó la velocidad y la fuerza de la penetración. Y como ya Pepita estaba libre, se balanceaba al ritmo con que Fernando me destrozaba. Una final penetración conquistó un poco más de la longitud interior de Rosita. Y de Pepita brotó lo que el empleado esperaba en su boca. Fue un orgasmo puramente anal. Pepita y Rosita trabajaron juntas. Rosita la hizo orgasmear a Pepita. Y Fernando me inundó de su semen, varias veces.

Yo fui totalmente mujer esa noche. En mi casa, empiezo a expulsar el semen que queda en mi interior, dentro de Rosita. Soy la mujer mas femenina del mundo.