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Fantasías cumplidas

en Fetichismo

Todo ocurrió un verano realmente caluroso. Estaba de vacaciones con mi familia en una ciudad costera de la zona del levante español . Nos alojábamos en un hotel de cuatro estrellas que tenía zona deportiva y piscina. A mis diecinueve años era un chico tímido, y por qué negarlo, sigo siéndolo, delgado, con pelo negro largo y de ojos claros. Por aquel entonces la idea de irme de vacaciones de verano me parecía el mayor de los suplicios pero acabé accediendo a cambio de tener habitación propia y estar exento de todas las actividades en común con la familia. Me llevé mi ordenador portátil lleno de series y películas, dos o tres libros y el teléfono cargado de música, suficiente para pasar aquella semana ocupado.

 

El único momento del día en el que salía de la habitación era por la mañana para ir a la piscina, no a bañarme, era muy vergonzoso para mostrarme sin camiseta en público pero me gustaba observar a la gente. Mantenía en secreto mi gusto por los pies, tanto masculinos como femeninos, y aprovechaba este tipo de situaciones para “fotografiar” con la mente cada par de pies que veía. El primer día el recinto de la piscina estaba bastante tranquilo. Algunas familias madrugadoras estaban allí mucho antes de llegar yo pero estaban un poco lejos para poder visualizar pies con detalle. Me puse a leer un libro disfrutando de la brisa que venía del mar que estaba a diez minutos del hotel cuando el alboroto de gente me sacó de la lectura. Se trataba de un grupo de chicos, aproximadamente de mi edad, que parecían de otro país. Se pusieron a unos metros de mí y extendieron sus toallas, miré de reojo y me gustó lo que vi. Eran bastante blancos de piel, con el pelo tirando a rubio, con ese toque de chulos que mí siempre me había llamado la atención, los típicos populares entre las chicas. Iban todos en bañador sin camiseta, me fije en sus pies blancos con la planta rosada y guardé esa imagen para luego. Tres se metieron en la piscina y el cuarto se quedó tumbado en la toalla con las gafas de sol puestas. Yo lanzaba miradas furtivas disfrutando de lo que veía y estaba empezando a imaginarme el tacto, aroma y sabor de aquellos pies que desde la distancia parecían tan apetitosos. Pasaron unos minutos y sus amigos salieron de la piscina y se sentaron al lado del chico de las gafas de sol. Uno de ellos, que estaba tumbado más cerca de sus pies, empezó a reírse y hacer gestos como de mal olor señalando sus pies, todos rieron. Yo estaba ya en otro mundo y no me había dado cuenta que al llevar solo el bañador sin nada debajo se me estaba marcando la erección de forma notable pero el chico de las gafas de sol me empezó a señalar y a decir cosas a sus amigos que rieron con grandes carcajadas, todos me miraban y casi me muero de la vergüenza al darme cuenta de lo evidente que era mi erección. Al parecer el de las gafas de sol me había estado observando todo el rato, estaban lo suficientemente cerca para distinguir que hablaban en francés, y les contaba al resto con gestos como me había crecido el bulto mirándole. Esperé lo suficiente para que bajara la erección y escapé de ahí corriendo.

 

No salí de la habitación en dos días más que para desayunar y comer. Estaba todo el día jugando con el portátil o leyendo, y de vez en cuando, fantaseaba con el chico de las gafas de sol de la piscina. Me imaginaba sus pies, suaves, sudados, olorosos y me ponía caliente pero es que además me gustaba fantasear con que se reía de mí, burlándose mientras yo olía sus pies muy sudados, humillado. Esos pensamientos me volvían loco de placer y me masturbaba varias veces al día eyaculando fuertemente una y otra vez con esa fantasía.

 

Al cuarto día mientras bajaba a desayunar entraron en el ascensor los chicos franceses de la piscina. Al principio no se dieron cuenta, me empecé a poner rojo de la vergüenza y uno de ellos me miró y le entró la risa. Le dio un codazo a otro de ellos, que era el de las gafas de sol y empezaron a empujarme medio de broma. En ese momento estaba asustado pero me estaba empezando a excitar recordando las fantasías que que tenía desde que los vi en la piscina. Me decían cosas en francés que no entendía y me señalaban el pantalón riéndose. Uno de ellos me decía “pollita española” y acabaron coreando todos la misma frase. Llegamos al hall del hotel y yo estaba sudando de los nervios y vergüenza, y me escapé bajando la cabeza y poniéndome en el otro extremo del comedor. De vez en cuando miraba si aquellos chicos seguían allí y oía risas mientras hablaban. El problema era que para salir tenía que pasar al lado de la mesa en la que estaban sentados y no se levantaban. Quería irme a mi habitación así que me decidí a levantarme para salir. Al pasar por su mesa volvieron a gritar y a reírse, el chico de las gafas de sol se levantó y no me dejaba pasar mientras me tendía a mano con un papel. Me hacía señas para que lo agarrara así que lo agarré y salí corriendo.

 

Cuando llegué a mi cuarto sentía varias cosas, vergüenza, miedo pero también excitación. No sabía como ese chico podía hacerme sentir así sin haber hecho nada más que mirarme y burlarse de mí. Sus pies parecían deliciosos pero la devoción ya trascendía a todo él. Volvía a sentirme excitado con la idea de que se burlara de mi mientras olía sus pies y me los restregaba. Estaba a punto de masturbarme cuando recordé el papel, era un número de teléfono. No sabía que hacer. Tras pensarlo unos minutos lo añadí a contactos y lo busqué en whatsapp, la foto de perfil era la del chico de las gafas de sol. Tenía la oportunidad de contactar con él y ese momento el calentón que tenía me hizo hacer lo que a día de hoy me parece una locura, le envié un mensaje en inglés saludándolo. El corazón me iba a mil y a los diez minutos me contesto diciendo “¿Pollita española?”. Le dije que era yo y empezamos a hablar medio en inglés y en español. Se llamaba Maurice y sus tíos eran españoles por lo que entendía bien el español pero le costaba escribirlo. Estuvimos hablando un rato de gustos en común en películas y música y luego me pidió disculpas por lo de esa mañana. Le dije que no había ningún problema y que entendía que se trataba de una broma. Hubo unos largos minutos de silencio y de repente preguntó “¿Eres gay?”. Me puse muy nervioso, nadie sabía mi gusto por los hombres y nunca me había enfrentado a esa pregunta de forma directa. Me armé de valor y le contesté “Sí, y tú?”. Varios minutos de silencio en los que el corazón me iba a mil por hora hasta que me contestó, no decía nada solo una foto en la que se veía a Maurice en calzoncillos. Contesté con un wow y me pidió que le pasara alguna foto mía. Fui al baño me quité toda la ropa y me hice varias fotos desnudo con la polla dura de la excitación del momento, y se las envié. Al momento empecé a ponerme muy nervioso, le había enviado fotos desnudo a un desconocido. ¿Y si se las enseñaba a sus amigos, o peor, a todo hotel?. Otro mensaje, decía “Me gusta. Quiero verte”. Le contesté si se refería a hoy y ahora y me contesto con el número de su habitación. No sabía que hacer tenía mucho miedo pero también me excitaba la idea de lo que pudiera pasar con aquel chico, de cumplir mi fantasía. Me puse la ropa y salí de la habitación, todo el camino hasta la habitación de Maurice notaba el corazón a punto de salir del pecho. Toqué a su puerta, escuché ruido de pasos y abrió la puerta. Ahí estaba Maurice con una camiseta blanca, en calzoncillos y calcetines oscuros.

 

—Pasa. —dijo Maurice señalando el interior de la habitación.

 

Su habitación era muy parecida a la mía pero estaba orientaba a otra parte del hotel. Entré con vergüenza y cerró la puerta. La habitación no estaba bien ventilada, había ropa tirada por el suelo y la cama estaba sin hacer. No sabía que hacer ni donde mirar. Maurice se acercó a mí y me aparté.

 

—Lo siento —le dije—no he hecho esto nunca.

—Túmbate en la cama. —dijo tranquilamente.

 

Asentí y nos tumbamos en la cama. Ahora que lo tenía al lado no me atrevía a nada. De repente se puso sobre mí y me besó. Sus labios estaban calientes y besaba con pasión, me dejé hacer mientras el calor volvía a mi cuerpo. Empecé a quitarme la camiseta y él la suya mientras nos revolvíamos sobre la cama. Acariciaba todo su cuerpo como si fuera lo último que fuera a hacer en mi vida, estaba ardiendo.

 

—¿Qué mirabas aquel día en la piscina? —me preguntó mientras se ponía sobre mí agarrándome los brazos.

—A ti.

—¿Seguro?

—Mmmm. —Dudaba si decirle la verdad o no.

—¿Me mirabas a mí o mirabas esto? —dijo señalándose los pies.

 

Se sentó sobre la cama y me puso los pies en el pecho desde donde podía verlos y olerlos aun con los calcetines puestos. Era un olor fuerte para llevar los calcetines y solo con su presencia tan cercana me puse a mil. Mi excitación creció exageradamente y Maurice tenía una mirada pícara.

 

—¿Cómo lo has sabido? —dije.

—Digamos que ha sido por intuición. —contestó mientras iba acercado sus pies a mi cara.

 

Mi respiración se aceleraba, tenía sus pies tan cerca que notaba su calor. El olor cada vez más fuerte invadía mi mente y me estaba haciendo enloquecer. Me puso un pie en la cara y notaba como mi polla estaba a punto de reventar.

 

—Normalmente la gente dice que apestan pero veo que tú los disfrutas.

 

Yo seguía oliendo perdido en las sensaciones que sentía cuando de repente quitó el pie de mi cara.

 

—Si quieres más de eso —dijo mientras se quitaba los pantalones— tendrás que hacer otra cosa primero.

 

Yo ya estaba completamente ido y al ver que quitaba el pie volví a ser consciente de donde estaba.

 

—Me vas a comer la polla y según el resultado te dejaré seguir con tus favoritos.

—Nunca he hecho esto —dije asustado— no sé como…

—Es fácil, abre la boca.

 

Se había quitado los pantalones y calzoncillos y tenía su polla a la altura de mi cara. Era bastante grande, olía un poco fuerte pero no tanto como sus pies. Yo temblaba y no sabía si era de miedo o de excitación, puede que ambas. Me agarró la cabeza y me la acercó a su miembro que estaba duro y baboso, entrando en mi boca. Al principio me dieron varias arcadas cada vez que la metía profundamente pero aprendí a meterla entera sin molestia. Me estaba gustando sentirme utilizado, mi polla volvía a estar dura y palpitante.

 

—Mmmm, así. Sigue así y tendrás tu recompensa.

 

Tenía toda la boca babeada y cada vez me estaba gustando más la sensación de tener una polla en mi boca y mi garganta. Empezaba a notar como se estaban humedeciendo mis calzoncillos, si seguía así me iba correr encima sin tocarme. Maurice comenzó a aumentar el ritmo de sus movimientos y a meterla más profunda en mi garganta, de un golpe la metió hasta el fondo y con un quejido empezó a verter su semen en mi garganta y lengua. Yo relamía lo que desbordaba por las comisuras de mis labios disfrutando de su sabor único.

 

—¿Te ha gustado putita? —dijo mientras sacaba su polla de mi boca.

 

Yo solo podía respirar, no me salían las palabras. Mi polla estaba muy dura, el siguió mi mirada y se dio cuenta.

 

—Vaya, sí que te ha gustado. Si quieres dejamos lo otro para otro día.

—No, por favor —dije de rodillas—. Lo necesito.

—Tu mamada no ha estado mal, así que te voy a recompensar putita. A partir de ahora te voy a llamar así, putita. Hoy no vas a tener mis pies, así tenemos cosas que hacer para otro día, pero —dijo mientras se agachaba y buscaba debajo de la cama— puedes oler mi zapatilla. Acuéstate.

 

Me acosté en la cama mientras él recogía una zapatilla. Era tipo converse azul marino, me la puso en la cara. Era como el olor de antes pero muy concentrado, otra vez mi polla estaba al cien por cien. Ese olor me estaba taladrando el cerebro y hacia que todo mi cuerpo temblara, literalmente estaba temblando sin control del placer. Maurice apretaba la zapatilla muy fuerte sobre mi nariz y boca de forma que solo podía respirar dentro de ella. Me ahogaba en el olor de esa zapatilla.

 

—Vamos a hacer muchas cosas tú y yo putita. Mañana vas a venir a la misma hora y veremos si estás a la altura de mis pies.

 

Aprovechando los restos de la corrida que habían caído sobre mi pecho Maurice empezó a masajear mis pezones, dando pequeños pellizcos. No podía más iba a reventar.

 

—¿Me has entendido putita? —gritó mientras me apretaba los pezones con todas sus fuerzas.

 

Fue demasiado, empecé a correrme en los pantalones convulsionando de placer. Solo me llegaba el aroma concentrado de la zapatilla, la sensación de estar completamente humillado por Maurice apretándome los pezones. Creía que iba a morir de placer. Me quitó la zapatilla de la cara y pude respirar aire puro por fin.

 

—Por hoy has tenido suficiente. —dijo mientras me daba una bofetada floja en la cara.— Recuerda, mañana a la misma hora. Ahora vete.

 

Se quitó de encima, cogí mi camiseta y me fui jadeando por la falta de aire. Fui hasta mi habitación temblando, casi no me tenía en pie. Me tiré sobre la cama y sin quitarme la ropa me quedé dormido recordando aun lo que había pasado esa tarde.

 

CONTINUARÁ