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El comienzo de una tradición

en Amor filial

Primero que nada me gustaría presentarme; Mi nombre es Annie, actualmente tengo dieciséis años. Los detalles de donde vivo me gustaría guardarlos para que mi diario vivir y el de mi familia no se vea afectado. Desde que era pequeña me criaron con un único propósito y es el complacer a los hombres de mi familia, esa tradición actualmente ha pasado de generación a generación desde mi abuela, y ahora se las narraré.

 

Sus padres eran devotos cristianos le prohibieron cualquier contacto masculino que no fueran los de su propia familia. Fue educada en casa sin tener la suerte de sus hermanos mayores de conocer más allá de los terrenos de mi actual casa, una mansión rodeada por hectáreas de bosques pertenecientes a nuestra familia. Helena (mi abuela) desde pequeña sentía una necesidad insaciable por el sexo, necesidad que era apaciguada con horas y horas de masturbación. Funcionó durante un par de años, pero cuando comenzó a desarrollarse como mujer su cuerpo pedía algo más que sus dedos frotando una y otra vez su virginal vagina. Entendía como autocomplacerse, pero no sabía el rol que cumplía el hombre en eso puesto que lo poco y nada que sabía sobre la copulación lo aprendió leyendo un viejo libro de anatomía que escondía con recelo bajo su cama. 

 

Para esos años hablar de sexualidad era un tabú, sus padres jamás se encargaron de enseñarle puesto que esperaban entregarla en casamiento para que así esos deseos no florecieran antes de cumplir su rol como esposa, pero Helena necesitaba saber eso y por qué la religión suprimía todo lo que a ella la satisfacía. Era la menor de cuatro hijos, tenía tres hermanos mayores; Efraín, Abraham y Josué, respectivamente de dieciocho, veinte y veintiún años. Los tres eran adultos, Helena siempre se sintió atraída por sus cuerpos distintos al de ella y por sobre todo, de lo que ocultaban entre sus piernas. 

Esa noche mientras desesperadamente frotaba su húmeda vagina pensaba en ellos, no en uno en específico sino en los tres por igual. Imaginaba que los dedos que le otorgaban placer eran los de sus queridos hermanos y a la llegada de su orgasmo en su mente surgió una idea; "Debo entregarme a mis hermanos."

 

No había vuelta atrás, estaba decidida en cumplir su propósito y aprovecharía el que sus padres viajarían a un retiro espiritual por parte de la iglesia para lograrlo, tendría exactamente dos semanas para eso. Cuando se marcharon justamente daban comienzo las vacaciones de invierno por lo que tendría a sus hermanos en casa la mayor parte del tiempo. Esa tarde debía preparar la cena, le pidió a su hermano mayor, Josué que la ayudara.

— Prepararé estofado, aprovecharé que no está nuestra madre para cocinar algo más que sopa de verduras. — Mencionó Helena, mientras encendía el fuego del quemador.

 

— Me parece bien, siempre me ha gustado más lo que preparas tú.

 

Tenía que aprovechar esa instancia para que él pudiera responder todas sus dudas, y estaba segura de que lo conseguiría ya que siempre había sido consentida por Josué.

— ¿Puedo preguntarte algo, hermano?

 

— Claro, pregunta lo que quieras.

 

— ¿Responderás a todo lo que yo pregunte? — Cuestionó enseguida Helena mientras lavaba en el fregadero las verduras que usaría para el estofado, entre ellas una zanahoria gruesa que frotaba una y otra vez con sus manos. Josué miró brevemente la escena y tragó la saliva que se le había acumulado en la boca, enseguida desviando la mirada para concentrarse en cortar la carne que tenía sobre el mesón.

 

— Intentaré hacerlo. — Dijo finalmente.

 

Enseguida Helena preguntó lo primero que se le vino a la mente en ese momento; “¿Qué es lo que los hombres ocultan entre sus piernas?” Josué se quedó helado ante la pregunta de su inocente y querida hermana. Sabía la crianza que le estaban entregando sus padres a la más joven de la familia y por eso supo que un día todas aquellas preguntas deberían ser respondidas, pero no esperaba que fuera él quien lo hiciera.

 

— Verás, los cuerpos de los hombres son distintos a los de las mujeres. Los hombres tenemos un pene el cual sirve para la reproducción.

 

— ¿Y para el placer?

 

— Sí, para el placer también. ¿Acaso sabes lo que es el sexo?

 

— ¿Sexo? — Recordaba haber escuchado aquella palabra alguna vez proveniente de sus hermanos, pero nunca supo que tenía relación a lo que le estaba preguntado a su hermano.

 

— Verás, te explicaré lo que es solo con la promesa de que no le digas a nadie sobre esto, ni a nuestros hermanos.

 

— Lo prometo, pero también quiero algo más.

 

— ¿Qué cosa? — Cuestionó confundido Josué.

 

— Quiero que me muestres tu pene.

A ese punto no sabía qué responderle; Una parte de él sabía que era incorrecto, otra, la parte que causó que su verga se endureciera ante lo que sucedía insistía en que lo hiciera. 

 

— De acuerdo, pero debes cumplir nuestra promesa. — No sabía lo que estaba haciendo ni el por qué pensaba de forma lujuriosa sobre su hermana, pero él era un adulto por lo que su juicio era el correcto, lo pensó para darse valor. Limpió sus manos con una servilleta, Helena estaba ansiosa mientras esperaba que su hermano comenzara a hablar.

 

— El sexo es lo que un hombre y una mujer hacen por dos motivos; El placer y la concepción de un bebé. Generalmente cuando se practica con alguien más es por el primer motivo. El hombre debe meter su pene dentro de la vagina de la mujer, la primera vez duele, pero después de eso lo único que se siente es un enorme placer.

 

— ¿El placer es similar a cuando me froto con mis dedos? — Josué la miró boquiabierto, jamás se le había pasado por la cabeza que su hermana hiciera tal cosa para desahogar su deseo sexual, él también había pasado por eso a su edad así que no sabe por qué se encuentra tan impresionado.

 

— Es incluso mejor.

 

Josué debía cumplir con la segunda parte del trato; Para ese entonces su verga se encontraba completamente dura, dudó un poco de hacerlo, pero una promesa era una promesa. Desabrochó su cinturón y su pantalón, Helena estaba expectante mirando la entrepierna de su hermano que poco a poco comenzaba a descubrirse hasta mostrar un miembro completamente erecto, de un largo considerable.

 

— ¡Es enorme! ¿De verdad eso podría entrar dentro de mi vagina? — Sí, había dicho dentro de su vagina pues no pensaba en otra cosa que no fuera el pene de su hermano ahora mismo, imaginarlo dentro de ella.

 

— Aunque no lo creas, la vagina de una mujer puede meter esto y mucho más dentro de ella.

— ¿Y la mía podrá? — Helena se aproximó peligrosamente a su hermano, por alguna razón el solo verlo causaba una abundante humedad en su vagina y unas tremendas ganas de tocarse. Josué retrocedió, pero las manos de su hermana fueron más rápidas las cuales enseguida se aferraron de aquel grueso y palpitante falo. Él se estremeció al contacto de las frías manos de su hermana, de su glande se podía notar algo viscoso y brillante, era un poco de preseminal.

—¿Qué es eso? — Volvió a preguntar Helena.

 

— Se llama preseminal, sirve para la lubricación a la hora del sexo. — Respondió nervioso Josué, avergonzado por sentirse tan excitado en aquel momento y más por estar de esa forma debido a su hermana.

De pronto el instinto de Helena provocó que acercara su lengua al glande de su hermano, por alguna razón deseaba degustar el sabor de Josué. La punta de su lengua recogió todo el preseminal y lo llevo directo a su boca, el saborearlo, el tener aferrado el pene de su hermano con sus manos y sentirlo palpitar la hizo temblar producto del placer. Josué notó aquello, él estaba perdiendo la cabeza en aquel momento, controlando aquel insano deseo de tomar a su hermana y hacerla suya, pero algo se apoderó de su cuerpo, quizás fue el extasiante aroma proveniente de su hermana el que causó que algo más lo dominara. Errático tomó las faldas de Helena y las levantó, obligándola a apoyar su cuerpo en contra del mesón de la cocina.

—¿¡Hermano!? — Musitó Helena volviendo en sí. Su hermano le había obligado a separar sus piernas, sintió como sus grandes manos bajaban su ropa interior completamente humedecida y él se quedó unos segundos observándola de esa forma, observar aquellos labios sonrosados y completamente humedecidos terminaron por convencerlo del pecado que iba a realizar. Tomó su verga y acercó su glande hasta aquellos labios, primero embadurnándola de los tibios fluídos de su hermanita. Helena no podía pensar en otra cosa, lo había logrado, su hermano se encargaría de hacerla suya. Josué encajó su glande en el virginal coño de Helena y lentamente, comenzó a penetrarla, Helena podía sentirlo, era diferente, una sensación única que causaba que mordisqueara sus labios para impedir que gimiera, Josué había metido la mitad de su verga dentro de ella, hubiera seguido avanzando pero se encontró con aquella barrera que protegía su pureza, “ Dios, por favor perdóname” pensó en si mismo, retrocediendo y embistiendo de forma tal que logró que toda su verga se encontrara alojada dentro de la vagina de su hermana.

—Helena… No sabes el placer que estoy sintiendo ahora mismo, Dios…

Comenzó a penetrarla de forma desesperada. Helena pese a que su hermano le advirtió que la primera vez era dolorosa no sentía nada parecido al dolor en aquel momento, en cambio sentía algo increíble estallar dentro de ella una y otra vez. El tener a su hermano dentro de ella era mucho mejor que ella tocándose, el placer era incomparable.

—Josué… Por favor quédate dentro de mi para siempre.

Las penetraciones continuaron a un ritmo en que él tenía que aferrarse a las caderas de Helena para poder penetrarla lo más profundo posible. Los fluidos de ella mantenían humedecida su verga, testículos y parte de su entrepierna, era increíble la cantidad de lubricante que podía producir su amada hermanita, nadie le había dado tanto placer como ella. De pronto Helena comenzó a gemir con fuerza, Josué apenas pudo cubrió su boca para que así no fuera escuchada por sus hermanos, había tenido un orgasmo tan brutal que causó que casi se desmayara por el placer, pero el solo echo de su hermano aún penetrándole de tal forma no lo permitió hasta que él tampoco aguantó más y se corrió dentro de ella.

—¿¡Qué sucedió!?

El estruendo había alertado a Efraín y a Abraham que se encontraban en el salón principal. Fueron corriendo hasta la cocina solo para encontrarse con su hermano mayor penetrando a su querida hermana menor.

—¿¡Qué has hecho!? — Gritó Efraín mientras le propinaba un golpe a Josué, Abraham fue a atender a Helena que se encontraba casi desfallecida sobre el mesón de la cocina.

—No pude evitarlo… ¡No pude evitarlo!

Helena reaccionó a tiempo para evitar que Efraín golpeara una vez más a Josué, colocándose en medio de ambos.

—¡Basta! Fui yo quien lo provocó.

Ambos hermanos estaban desconcertados, era imposible que aquel deseo fuera provocado por su hermana. Helena estaba agitada, pero por alguna razón el tener a sus tres hermanos presentes la enloquecía.

—Fui yo quien lo deseo… Siempre había querido que esto pasara.

—¿De qué estas hablando Helena? ¿¡Qué pensará Dios sobre estos!? ¡Nuestros padres!

—¿¡No los metas en esto!? Ni a dios ni a nuestros padres pues jamás entenderían el amor que siento hacia ustedes y el placer que siempre he deseado que me entreguen,

Esta vez, Josué, Efraín y Abraham no creían lo que escuchaba. Era la primera vez que Helena se rebelaba, la primera vez en escuchar a su hermanita tan decidida.

—¿De qué estas hablando Helena? — Esta vez Abraham había tomado la palabra.

—No quiero que mi vida sea manipulada por Dios o nuestros padres, quiero decidir como vivirla y decido, vivirla al lado de ustedes, como su mujer y ustedes como mis hombres. — Helena estaba decidida a seguir con todo esto, no iba a permitir que nada ni nadie le quite aquel placer que le entregó su hermano Josué y que sabía que también solo Efraín y Abraham podrían entregárselo.

 Con rapidez y sin perder la mirada de sus hermanos comenzó a quitar su ropa, aquel vestido que cubrió siempre su cuerpo ahora caía al suelo para mostrar la figura de lo que podría ser un ángel. Una piel tersa, una cintura pequeña acompañada de unas moldeadas caderas, un par de pechos aún en desarrollo pero con dos pequeñas areolas rosadas decoradas por un par de pezones pequeños y apetecibles y dos glúteos que cualquiera desearía comer.

—Mis amados hermanos, mi deseo más puro ahora mismo es que puedan darme el increíble placer que acabo de conocer gracias a nuestro hermano mayor. — Se acercó a Josué y de puntillas logró besar los labios de su hermano. Él solo correspondió, no tenía que convencerle ya que estaba completamente a los pies de Helena. Efraín no podía creer nada de lo que sucedía en aquel momento ni mucho menos comprender el porqué de su excitación, ¿Era acaso por ver el cuerpo de su hermana menor? ¿El que se insinuara a él de esa forma? ¿La fragancia proveniente de sus fluidos el que le hacía perder el control? Quizás era eso, o por el simple hecho de que siempre se vio atraído por su hermana, el motivo de espiarla todas las noches a la hora de dormir cuando todos estaban en sus habitaciones y desde la suya a través de un agujero en su pared podía ser testigo de todas las veces en que ella se masturbó. Errático tomó del brazo a Helena obligándola a apartarse de los labios de Josué, la obligó a arrodillarse frente a él y ahí mismo sacó su verga para meterla de golpe en su boca. Josué no se quedó de brazos cruzados y pese a que ya había eyaculado su verga se encontraba nuevamente endurecida, levantando las caderas de su hermana quien se encontraba mamando de la verga de Efraín pudo volver a penetrarla esta vez sin complicaciones, así mismo ambos hermanos comenzaron a follarsela sin más.

Abraham no dijo ni una palabra, estaba indignado, no quería ser parte de la aberración que cometían sus hermanos, pero antes de lograr salir de la cocina Helena se aferró de su mano, Abraham se detuvo de forma abrupta solo para observar la obscena expresión de su hermana menor quien lo observaba con una mirada que él reconocía, una mirada que siempre le dirigía para que él se doblegara a sus caprichos. De pronto la mano de Abraham fue llevada hasta uno de los pechos de Helena, pudo sentir su suavidad y como se balanceaban debido a las embestidas de sus dos hermanos, pensó que quizás el estar así junto a ella era su destino, el compartir su cuerpo junto a sus hermanos, el follarla cada vez que se le apetecía era para lo que todos habían nacido.

Esa misma noche por primera vez en aquella mansión se pudo escuchar el sonido del placer. En su propia cama Helena se encontraba totalmente empalada por sus hermanos, quienes la penetraban sin descanso por todo agujero disponible. Para ella, eso era su felicidad.

Para suerte de los cuatro hermanos, cuando sus padres venían de regreso sufrieron un trágico accidente en donde perdieron la vida. Poco tiempo después Helena se dio cuenta de que estaba embarazada. Para ese tiempo habían reformado por completo sus vidas, habían tirado todo lo relacionado a la religión y a Dios a la basura, la ex habitación de sus padres en vez de dos camas separadas ahora tenía una de tamaño matrimonial en donde los cuatro dormían y tenían sexo cada vez que podían.

—¿Ahora como sabremos quien es el padre? — Comentó Abraham quien se encontraba entre las piernas de Helena para saborear de su vagina.

—¿Acaso importa? Helena es nuestra esposa, por lo tanto el hijo que lleva en su vientre y todos los que nazcan de ella serán nuestros, todos nos haremos cargo de él. — Efraín enseguida respondió a la cuestionante de su hermano, lo único que tenía presente era el hacer feliz a su hermana y Helena no podía estarlo mas al tener a sus tres hombres para complacerla.

—Por eso los amo… Desde ahora lo único que importará en nuestra familia es el placer y el amor incondicional que nos podamos entregar, por eso podremos amar a nuestros hijos así mismo como nosotros nos amamos.

Pasaron los años y Helena dio a luz a cinco hijos. Cuatro varones y una niña a la cual llamó Teresa. Helena crio a Teresa, mi madre para que siguiera sus enseñanzas por lo que desde pequeña se encargó de complacer a sus tres padres y a sus cuatro hermanos junto a su madre. Cuando mi madre quedó embarazada de mí, Helena murió. Mis padres me contaron que fue una tragedia pero que pese a ello la vida tenía que seguir. Tiempo después la desgracia llegó una vez a nuestra familia con el suicidio de mis tres abuelos quienes no podían conciliar la vida sin su amada hermana, lo he considerado un acto desesperado de amor que he logrado comprender con el pasar de los años al ver la tristeza reflejada en mis padres al recordar a mi madre quien murió al darme a luz.

Ahora, es mi momento de continuar con la tradición.