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Contra la ventana de tu vecina

en Bisexuales

Te estoy mirando desde la ventana de tu vecina. Esa que sabe que cuando estás solo te sientas desnudo a mirar quién sabe qué cosas en tu computadora portátil blanca. Ella se excita a medias, porque en realidad lo que la pone son las chicas; pero aún así me cuenta de ti, de tu desnudez, de tus manos acariciando tu pene que ha de ser grandecito, si es que se ve desde allí.

Entra en detalles y describe el sillón, el color de tu piel y me incita a ir a su casa a tomar algo, para ver si estás y probarme que no ha estado inventando. Y río a mis adentros porque por más que quisiera verte, no le creo, y sé que ella trata de ponerme a tono y ver qué logra conmigo. Así ha sido desde la escuela, y aunque es linda nada ha ocurrido entre nosotras. No sé por qué, a veces sólo pasa que nada ocurre.

Y aún sabiendo que nada debe ser cierto, la dejo seguir; porque me muero por saber de ti aunque no existas, aunque seas el guarro que Magda dice que eres, y te dé por asaltar a la hermana de tu esposa por detrás contra la ventana, mientras ella trabaja. Y la imagino en la descripción de Magda, jadeando y jalando aire sin cerrar la boca, como un pez exhuberante de cabello rizado, largo y rojo, que se exhibe en la comunidad de ventanas con monosílabos sexuales que significan nada y todo a la vez; porque lo cierto es que nunca la has pillado por sorpresa.

No puedo evitar asomarme a tu ventana, porque creo que te he visto antes en mis sueños y te he imaginado sin ropa, sin moral, ni límites.

No estás, y yo espero, mientras tu vecina me prepara un coctel y habla de su trabajo y de su jefe. El licenciado se ha obsesionado con su busto, porque es grande, bonito y ella sabe cómo mostrarlo. La escucho y me pregunto si habrás llegado a mirarlo desde allí, si te la habrás topado en la calle o en la tienda con ese escote inmenso que ahora luce, y que yo jamás seré capaz de usar.

El mojito me hace entrar en calor o será la charla, porque Magda hablando de sexo desde siempre nos hace a todas abrir los ojos y mirarnos; y capaz, incluso, de estremecer al licenciado y hacerlo perder el control. Y el señor jefe le soba las tetas a medio pasillo fingiendo los más absurdos accidentes.

No sé si todo eso ocurra de veras, pero ella al contarlo se acerca y me roza con un seno, sin pena, porque quiere mostrarme cómo le pierde el licenciado el respeto; como si una cosa tuviera algo que ver con la otra.

Magda me pone el cuero chinito porque no soy de palo, y debajo de mi ropa, mi cuerpo empieza a reaccionar a los estímulos de la noche. De seguro se ha dado cuenta y no para de rozarme, mientras confiesa que fantasea conmigo desde hace años. Magda dice que las mujeres fantaseamos con hombres lindos, barbudos y famosos; mientras los hombres y ella fantasean con gente terrenal, con personas reales y disponibles; de ahí la infidelidad masculina. Es decir, ellos se masturban pensando en nuestras hermanas, en la maestra de nuestros hijos, en la vecina o en nuestra mejor amiga. Y me deja pensando. No estoy del todo de acuerdo, pero me deja pensando.

Me quedo en silencio pensando… en que no tengo hermanas… en que nunca imaginé a Julio fantaseando con las mujeres cercanas de nuestro círculo. No lo había pensado. Magda me ofrece un trago de su mojito. Lo tomo y ella sigue frotando sus senos contra mi cuerpo. Es como un hombre que entre más te ve pensando, menos se interesa en lo que hay en tu cabeza. Y está bien, porque mis pezones se han sintonizado con ella —o contigo—, porque mi sangre se está concentrando en mi vulva, y ya no estoy para darle vueltas a nada.

Me asomo a buscarte y me parece que has llegado, o se habrá metido un hombre a tu casa y se ha sentado en tu sillón; así sin ropa como dice Magda que te gusta estar cuando tu esposa no está; y me emociono al saber que eres tú, porque ella lo confirma ahora que has abierto tu laptop, justo como ella te ha descrito.

Sin darme cuenta ya estoy pegada a la ventana. Magda me toma de la cintura y me hace a un lado para ver también. Me vuelve a poner un seno contra mi cuerpo y me dice que en una distancia como esa, en el elevador, el cabrón de su jefe se ha cruzado los brazos y le ha metido los dedos en el escote. «¡Cómo crees, Magda. Quién hace eso!». Y me hace cruzar los brazos para mostrarme cómo, pero no tengo los dedos tan largos, ni creo que su jefe los tenga. Pero ella sí, y los cuela acariciando mi pierna debajo de mi falda.

Se acerca y me dice que me asome a verte, que de seguro ya tienes la verga enhiesta; que te imagine parado acá entre nosotras, empalmado y desnudo. Me roza con sus dedos húmedos, los que ha metido al mojito; y al oído me dice que imagine la sensación de tu pene húmedo, recorriéndome, tratando de abrirse camino entre mis bragas para llegar a mis nalgas. Y me imagino que estoy allá abajo, que tú me has subido la falda a la cintura; y me dejo tocar. Dejo que Magda me baje los tirantes, que me desabroche la blusa sin titubear, como si fuera suya.

Rendida, le ofrezco mis pechos. Ella los recibe y hunde sus labios en ellos.

Desde ahí te miro, acariciándote, excitándote en el ordenador, tecleando un texto erótico o perdido en el porno, a un año luz de nosotras, que hemos fundido nuestros pechos a pocos metros de tu ventana, que habremos de entrelazar nuestras piernas hasta corrernos, apenas lleguemos al piso.

En la mitad de mi orgasmo fantaseo que eres tú quien me explora, que tu polla es los dedos de Magda que me llenan por dentro, que me topan. Que es tu verga la que me hace gritar porque eres demasiado ancho para mí, porque me haces jalar aire para aguantarte el ritmo, para jadear hasta que todos se asomen y verle la cara a la hermana de tu esposa.

Regreso a la ventana y te veo encender un cigarro, y mirándome.