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Mi compañera de baile (Parte I)

en Grandes Relatos

¿Alguna vez habeis apreciado el contoneo de dos cuerpos al ritmo de la música? ¿Jamás habéis pensado en lo parecido que resulta el baile y el sexo?  Si nunca os habéis parado a pensar en estas cosas, yo os demostraré cuanto se parecen...Mi nombre es Daniel, y esta es mi historia con  el baile, una historia torrida donde las haya.

Desde bien pequeño recuerdo haber tenido una estrecha relación con la música y todo lo que ello conlleva. Mi sueño era ser una estrella del rock, y creo que al final solamente me quede en estrellado. El caso es que dentro del mundo de la música, y a pesar de ser un rockero de pro, también me gustaba el baile. Ahi me vieráis bailando sevillanas de pequeñito con mi madre y sus amigas. ¡Todo un figura!

En fin, que cuando tenía 20 años me animé a apuntarme a clases de baile, rompiendo el pudor y la vergúenza de enfrentarme a algo tan "social", con lo cortado que yo soy. El caso es es que no parecía que se me diera mal, pero yo que o soy muy humilde o no soy consciente de las cosas que se me dan bien, no lo creía así. Las primeras clases, de un grupo de iniciación por supuesto, me di cuenta de que si no era por mi, la media de edad de la clase rondaba los 60 años fácilmente, y es que ahora se lleva mucho lo de ponerse a aprender salsa y bachata cuando  uno se ha jubilado... El caso es que un día apreció por allí una mujer, que por sus aires bien pareciera una segunda profesora  de  la escuela, y se metió con nosotros a clase. Cuando me tocó practicar con ella, me dijo que lo estaba haciendo muy bien, cosa que yo no creía, y pensaba que lo decía por cumplir y por que el rato que le tocaba estar con alguien tan torpe como yo se pasara  rápido. No os contaré  aún como era esa mujer, puesto que reconozco que me cayó un poco gorda, y me pareció un tanto resabiada, por lo que no le eché cuenta ninguna.

El caso es que pasó un mes y yo estaba la mar de contento con el baile, era el mejor de la clase y mi profesora me tenía en alta estima por ello, de hecho muchas veces intentaba ayudar a mis otros compañeros cuando algo no les salía. Así fue que me pasé a la clase de mayor nivel, porque yo cuando me vengo  arriba, me vengo muy arriba. ¡Y vaya si me vine...! Y allí estaba esa mujer, una mujer que resultaría en mi perdición y en la de cualquiera que estuviera más de cinco minutos con ella. 

Al principio seguí sin echarle mucha cuenta, pero me ponía muy nervioso cuando me tocaba bailar con ella, y todo tenía una razón de ser. Como persona insegura que soy, dejando de lado el haberme venido arriba, al principio me miraba siempre los pies al  bailar, lo cual hacía que mi mirada se diera de bruces con un escote exhuberante, lo cual me llenaba de vergüenza de solo pensar que ella se imaginera  que le estaba mirando esos enormes pechos. Y es que eran enormes...eran los pechos más grandes que hasta ese momento había visto. Conforme pasaban los días, me preguntaba si sería separada, ya que pasaba mucho tiempo en la escuela asistiendo a diferentes clases, pero acabé por advertir su anillo de casada, algo que al principio ni me iba ni me venía, pero que más tarde tuvo una inmensa importancia.

El caso es que sin comerlo ni beberlo, comenzamos a llevarnos genial, ya que teníamos muchas cosas en común, y sobre todas ellas, nuestro amor por la música. Conforme esta relación aumentaba en intensidad, yo me iba fijando más y más en ella, y la mujer que en un primer momento era una figura más en un aula de baile, acabó por ser un diosa a mis ojos. Ahora si, os haré el tremendo favor de describirosla al detalle, puesto que llegados a este punto, el solo mirarla hacía que tuviera que contener mis erecciones...  El caso es que no era ni alta ni baja, más bien se diría de ella que tenía un tamaño medio, pero si mirabas sus piernas entaconadas en zapatos de baile, dirías  que tenía el porte de una azafata esbelta y estirada, todo fibra en sus gemelos coronados por unos muslos de ensueño. y, ¿a dónde iban a parar estos muslos? Pues a un culo anchote per obien esculpido, con las caderas que da la maternidad y un vientre al que esta había dado forma. De sus pechos ya os he hablado, y palabras me faltan para describir tamaña obra de la genética. Y si aun os preguntáis si a esta mujer le faltaba algo, os diré que tenía una cara angelical, de cabellos rojos y ojos verdes vivarachos, ojos llenos de vitalidad y locura, ojos que quitaban el hambre.

Esta amistad que estábamos formando nos llevó a salir a bailar por ahí en muchas ocasiones, y acabamos por ser el duo dinámico del baile, no había un fin de semana que nos quedaramos en casa y no saliéramos a bailar. Como antes os he contado, ella estaba casada, felizmente casada, y tenía una familia que la esperaba en casa. Y yo, por aquel entonces, tenía pareja. Una chica excepcional por fuera y por dentro, pero que era ajena a este mundillo, al igual que el marido de mi compañera, por lo que los dos compartíamos esta afición juntos sin nuestros iguales. 

En una ocasión, saliendo a bailar, acabamos hablando de lo humano y lo divino, de nuestro pasado, de cosas personales, ya  sabéis. Fue en ese momento cuando me confesó que había sido infiel a su marido en reiteradas ocasionens con un compañero suyo, un compañero de baile anterior de otra  escuela a la que había acudido, hecho por lo cual había dejado de ir puesto que este hombre y ella desprendían una química irresistible. Mi cara de asombro fue indescriptible, puesto que una diosa como ella había tenido y disfrutado de las tentaciones humanas, y se ponía al alcance de un mísero mortal como yo, sin embargo, aun me quedaría mucho por delante para poder saborear aquel fruto prohibido.