miprimita.com

Me llamo Sonia 2

en Confesiones

Mi habitación es contigua a la de mi hermano. Él y yo tenemos una relación cordial; iba a decir normal, pero sé por mis amigas que la mayoría se llevan fatal con los suyos. Yo suelo entrar en su habitación de vez en cuando o él entra en la mía, siempre para preguntarnos algo o comentar cualquier tema familiar. La habitación de mi hermano es más austera que la mía; más sobria; no tiene color; sólo grandes postes de jugadores de la NBA, una gran mesa, ordenador, equipo de música y estanterías para libros. Ah, y el agujero en la pared que aún sigue allí sin tapar, ubicado ahora entre dos grandes posters, atravesando las dos habitaciones. Ese agujero, en mi habitación, está tapado con un pequeño cuadro y un poco de papel que le metí yo para que mi hermano no oiga las conversaciones entre Luz y yo.

Tengo un pequeño armario para la ropa, rosa y blanco, una mesa de cristal para estudiar, estanterías blancas, que yo misma pinté, con libros y muchos muñequitos –me encantan los muñequitos- y la cama. Un osezno grande está siempre recostado sobre mi almohada. Las cortinas  que tapan mi ventana son blancas con toques rosas; las de mi hermano no existen; se las cargó un buen día y aún no se las han repuesto. Mi madre siempre se queja de que no tiene tiempo de nada; y mi padre, para qué decir; se queja aún más. Nosotros pasamos de ellos. Ya estamos acostumbrados y no nos quejamos cuando nos falta algo y tardan en reponerlo.

Hace pocos meses mi madre me llevó a un endocrino y nutricionista para tratar el tema de mi gordura. Mi madre no le da demasiada importancia, pero yo sí; a veces, cuando se enfada, me llama histérica.

—   ¡Eres una histérica, Sonia! ¡Te he dicho mil veces que se te pasará!

Pero yo no comparto ese optimismo ciego. Al final, para dejar de oír mis quejas me ha llevado al endocrino. Y he de decir que su régimen y su tratamiento están dando resultado. Es un problema de metabolismo que tiene remedio. Me encuentro más estilizada y con mejor tipo. Ahora siento que los chicos me miran y eso me da confianza. Aun he de mejorar; y estoy en ello. Espero que el sacrificio merezca la pena.

Hasta mi hermano me mira mejor. En unos días he pasado de ser Betty la fea a una chica bien; espero pronto parecer una chica bombón. Estoy en ello; los síntomas de mejora han empezado por la talla de ropa interior; ésta ha disminuido. Al estar más delgada mi pecho parece ser mayor y más erguido. Sé que a los chicos gusta mirarnos el pecho y ya empiezan a hacerlo. Los pezones, a veces, se me ponen de punta al observarlos. Ya he dicho que me gustan mucho los chicos y ardo en ganas de estar en brazos de alguno.

Ahora sí me puedo intercambiar la ropa con Luz. Nos reímos mucho y lo pasamos muy bien travistiéndonos una en otra. Noto también que Luz se me queda mirando más que antes. Eso me hace gracia pero aún no me excita; me parece lo normal entre amigas. Y a lo mejor es una pena, pues Luz es una chica bombón, además de guapísima. Pero ninguna de las dos se atreve a ir más allá de los límites de un cierto pudor e intimidad, de momento.

Cuando salimos, empezamos a tener éxito con los moscones que se nos acercan, como al panal de miel. Pero nosotras coqueteamos con ellos y nada más. No estamos preparadas para ir más allá. Ganas no nos faltan, al menos a mí; pero por el momento no pasamos del mero coqueteo. Eso hace que los chicos nos deseen más y realmente es lo que nos satisface. Nos da seguridad en nosotras mismas y luego las dos, recordándolo, nos divertimos muchísimo.