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Me comió el culo por las tragaperras (II).

en Sexo con maduras

Había pasado una semana desde la visita del amigo del viejo del salón de juegos. Estaba todavía aturdida y desconcertada. Recibí un mensaje en mi wasap, me citaron en la puerta del número 24 de mi calle. Me sorprendió porque en ese portal vivía mi amiga Elena, mi compañera del gimnasio y de las tragaperras. Ella es una mujer de 45 años, morena, alta y degaducha. Una mujer normalita, sin grandes atractivos, eso sí con un culazo duro trabajado en el gimnasio.

 

Cuando llegué al número 25 vi en la puerta al viejo de salón de juegos (hay que leer el primer capítulo para conocer la historia) y al sobrino bajito y gordinflón. Yo iba vestida como me habían pedido en el mensaje, con una faldita blanca muy cortita como las que uso para jugar al tenis y con una camiseta de tirantes verde. Me di cuenta al mirarme en el espejo al salir de casa que estaba especialmente sexy con esa indumentaria. El sobrinito me miró con ojos de vicioso, hizo un gesto de pervertido con la lengua sin dejar de mirarme el chocho.

—Está buenísima, tío. ¿Verdad que hoy me la voy a follar?

—Ja, ja, ya veremos. Harás lo que se te diga.

A mí me daban arcadas solo de pensar en que aquel enano gordinflón me pudiera tocar.

—Síguenos —se dirigió a mí el viejo.

—¿Dónde vamos? —pregunté.

—Tú obedece y calla.

—Esta es la última vez, os lo juro.

—Tú sabrás lo que haces.

 

Les seguí. Subimos al cuarto piso. La letra de la puerta A estaba abierta. Me llevaron hasta la habitación de matrimonio y entonces supe que Elena, mi amiga, también había caído en sus redes. Estaba tumbada con el culo en pompa en el borde de la cama. Llevaba un antifaz en los ojos como yo el primer día. Había dos sillas y un silloncito frente a la cama.

—No quiero que nos perdamos nada —le dijo el viejo a su sobrino como en un susurro.

Me hicieron sentarme en el silloncito. Con la faldita de tenista no podía impedir que se me viese el tanguita que me habían pedido que me colocase para la ocasión. Mis piernas largas debían ser un espectáculo para aquellos pervertidos.

 

Elena estaba lloriqueando. Un negro entró en el salón. Le reconocí enseguida. Era el que muchos días pedía dinero en la puerta de Mercadona y al que yo trataba con indiferencia, sobre todo porque le oía mascullar entre dientes cuando pasaba a su lado. «Qué suerte tiene tu marido, rubita». «Quien pudiera perderse en ese cuerpazo y comerse ese chochito». Era alto, delgado y fuerte. Llevaba un pantaloncito corto. Me fijé en sus piernas, como dos columnas. Me había pasado desapercibido hasta aquel momento. Le miraba con desprecio cuando pasaba a su lado. No pude evitar mirar el paquete que escondía bajo los pantaloncitos. Parecía más abultado de lo normal. El negro llevaba unas tijeras en la mano y se acercó a Elena. Le cortó un redondel a la altura del culo en los leggins que llevaba puestos.

—¿Qué haces? ¿Qué haces? —gritó Elena.

Él siguió a lo suyo sin decir palabra.

Hizo más grande el agujero de los leggins y con las tijeras cortó las bragas y se las arrancó. El culo de Elena emergió esplendoroso en el agujero de los leggins.

 

Elena seguía lloriqueando cuando en la habitación entró otro personaje: otro viejo. El negro se apartó y el viejo se acercó a Elena.

—Has sido muy mala y te vamos a castigar.

Al escucharlo supe que ese era el hombre que había estado en mi casa. Aquel viejo asqueroso era quien me había lamido el culo y el chocho como nadie. Estaba alucinada sobre todo cuando escuché al sobrinito llamarle papá.

—Venga pégale bien en ese culazo, papi —le gritó el sobrino gordinflón.

 

El viejo golpeó con sus manos el culo de Elena hasta ponérselo rojo

—Para, para, por favor —gritó mi amiga.

El viejo paró de golpearla y colocó su boca en los carrillos del culo de Elena. Comenzó a lamerlo con fluición, con glotonería, le mordisqueaba los glúteos, pasaba su lengua por la rabadilla, hacía circulitos con la lengua y se detenía para mirarme como diciéndome «sé que estás deseando que te lo coma a ti». Después con su boca empezó a darle lametones por toda la raja del culo, de arriba abajo. Se detenía en el ano y le introducía la lengua. El viejo había roto del todo los leggins de Elena. Solo le quedaba un trozo en cada pierna, hasta la rodilla. El sobrino se había sacado la polla, una polla pequeña pero gorda.

—Papi, quiero follarme a la rubia.

—Todo llegará, estate tranquilo.

El sobrino me miraba con ojos libidinosos y yo solo veía su tripa monstruosa y su cuerpo deforme, El otro viejo, el hermano del lamedor, tío del chico, solo miraba.

 

El viejo chupador seguía y seguía. Su lengua era un diablo. Se comía el chocho y el culo de Elena como había hecho conmigo. Ella empezó a gemir. El viejo la estaba poniendo a mil.

—Ay, ay, por favor, ¿qué me haces, ¿quién eres?

El viejo se separó de Elena y le hizo un gesto al negro, que estaba de pie muy serio, como una esfinge. El negro se quitó los pantalones, no llevaba calzoncillos. Me quedé con la boca abierta. Su polla era descomunal, yo no había visto nada parecido en mi vida. Yo siempre había dicho hasta entonces que el tamaño no importaba y me sentía confusa, un escalofrío me recorrió cuando le vi meter su dedazo en el culo de Elena, cuando su manaza recorrió cada centímetro de su raja. Después le hizo lo mismo con el pollón y mi corazón se puso a latir aceleradamente. Elena daba alaridos mientras el negro le restregaba su bate béisbol negro por todo el culo. Yo tenía la boca seca.

Estaba tan pendiente de los movimientos del pollón del negro que no me di cuenta de que el viejo lamedor se había arrodillado como un perrrillo y venía hacia mí. Sacaba la lengua y la movía a mucha velocidad.

—Separa las piernas, rubita, tengo sed de tu chochazo.

—No, no.

Pero yo estaba encendida, hipnotizada por el inmenso rabo del negro. Casi sin darme cuenta fui abriendo las piernas. El viejo lamedor me las separó más y empezó a pasar su lengua caliente por mis muslos.

—Quítate ese tanga, nos sobra.

Con sus dedos abrió mis labios vaginales, su lengua se deslizó por ellos, se pegó a mi chocho como una lapa áspera y húmeda. Sus dedos también se movían, me arañaba el ano, daba vueltecitas y los metía. Cuando sus labios aprisionaron mi clítoris me sentí desfallecer. El negro había dejado a Elena y se acercaba hasta nosotros. Se agarraba el pollón con las dos manos y me miraba. Se acercó más y me quitó la camiseta. Iba sin sujetador y mis tetas quedaron al aire.

—Dios, qué maravilla —dijo el negro.

 

Se lanzó sobre mis tetas. Tenía unos labios gruesos, una boca grande y una lengua ardiente. Mis pechos siempre han sido mi debilidad, me encanta que me coman las tetas, creí perder el sentido cuando los labios brutales del negro absorbían mis pezones. El negro me achuchaba las tetas, estrujaba una contra la otra mientras su boca pasaba de un pezón a otro. Sus dientes arañaban mis erguidos pezones, se llenaba la boca entera con mis tetas, chupaba y chupaba con ansias, frenético, mientras el viejo lamedor follaba mi vagina con su lengua y seguía con sus dedos en mi culo. Yo me deshacía viva.

—¡Ay, ay, ay!

 

El negro se separó de mí y se tumbó en la cama acariciándose la polla sin dejar de mirarme.

—¿Quieres ese pollón´—me decía el viejo—. Ves a por ella.

—¡Ay, ay! No, no.

El negro me hacía gestos con la lengua y mis pezones tiritaban.

—Ven a que te folle, ven a que te folle.

No podía resistirme. Me levanté.

—Métete esa polla en tu chochazo —gritaba el viejo mientras el otro hermano estaba encima de Elena y le estaba metiendo la polla por el culo. El sobrino apestoso le había colocado la polla en la boca a mi amiga y le decía: «Así, así, chupa, chupa».

—Metete ese pollón, rubia —seguía animándome el viejo.

 El negrazo me atrajo hacia él. Noté su lengua hinchada en mi boca. Me la metió hasta la campanilla. Después bajó hasta mi pezones, creí que iba a perder el sentido cuando noté que su polla entraba en mi chumino. Fue brutal. Yo estaba encima y empecé a moverme compulsivamente, aquella polla dura y tremenda me arañaba hasta las entrañas, galopé como una loca ansiosa de polla. Perdí la conciencia de donde estaba, tuve un orgasmo que me parecía infinito.

Todavía estaba en los cielos del placer cuando noté el aliento fétido del sobrino en mi cuello. Se había echado encima de mí, noté su barriga flácida y gorda en mi espalda, después sentí que sus dedos arañaban mi culo.

—Te lo voy a follar, te lo voy a follar, rubita —decía.

Yo estaba aprisionada, la polla del negro seguía en mi chocho, ahora se movías más despacio como si esperase algo. Noté la polla gorda del sobrino en mi ano.

—Se la estoy metiendo, tío, me estoy follando el culo de la rubia más buena del barrio —gritó como un poseso al tiempo que daba un empujón y su polla entró en mi culo. Yo seguía borracha de sexo. Era la primera vez que tenía dos pollas dentro. Fue salvaje. El sobrinito aguantó muy poco. Le oí gritar.

—Sí, sí. Toma, toma.

 Cuando se retiró el sobrino, el negrazo me dio la vuelta, me dejó debajo y empezó a moverse a un ritmo endiablado. Jadeaba, daba gritos, berreaba. Su polla entraba y salía en mi chocho como una barrena imparable. Estalló dentro de mí y yo casi me desmayó.

Después los dos hermanos, el sobrino y el negro se vistieron y se marcharon. Yo hice lo mismo, no quería mirar a la cara a Elena cuando se quitara el antifaz. Me sentía sucia pero jamás había disfrutado como aquel día.

 

Aquellos hombres estuvieron chantajeándome durante una temporada, mi salvación llegó por casualidad. Un día mi marido me dijo que la empresa le proponía un traslado  a una ciudad a quinientos kilómetros de donde entonces vivíamos. Le dije que aceptara sin dudarlo. Nos marchamos. Desde entonces no he vuelto a ver a aquellos personajes, pero me marcaron para siempre. El sexo para mí ha cambiado. Con mi marido todo es anodino y gris. Necesito buscar otras cosas, desconocidos turbios que me ofrezcan situaciones diferentes, morbo, que me lleven a las mansiones del deseo guarro y del placer oscuro. Algún día os contaré.

Gracias a todos por vuestros comentarios, que me han desbordado. No esperaba tantas respuestas. Muchas gracias y besitos.