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Joanna va a Hollywood (I)

en Control Mental

-"Un pequeño trámite y estarás dentro, Joanna"-la joven imitó la voz de su afeminado agente artístico, Dorsey, mientras sus tacones trituraban el asfalto oscuro y helado en dirección a la Mansión Tandy. 

Una casa de estilo victoriano, tres pisos, rodeada por jardines amplios con sátiros y bancos de piedra, puentes que cruzaban sobre riachuelos naturales, fuentes de aguas eternas, laberintos de setos, pistas de tenis, dos piscinas olímpicas y un aeropuerto privado en el tejado. Reprimiendo una sonrisa, Joanna se dijo que vivir así era buena cosa. Ella era hija de un panadero y de una ama de casa, y aunque se había codeado antes con gente rica, aquella era su primera incursión en ese territorio.

Dos películas infantiles, a los 8 y a los 11 años, habían convertido a Joanna en una actriz, pero hacía falta algo más que rescatar perritos y trabar amistad con ancianos jardineros para convertirse en una estrella. Joanna no era una estrella. Joanna era una actriz de segunda fila, pero con posibilidades. A sus 21 años, había protagonizado, el año anterior, una serie de gran (e inesperado) éxito. Meses de reuniones y contactos cuidadosamente planificados habían conducido a un contrato por tres películas con Goldpot Productions, la productora de cine más importante de Hollywood. Los contratos ya estaban firmados y los primeros ensayos del guión comenzaban en una semana. Pero había aún algo, una cosa, una sola cosa, que la separaba de la fama, el dinero y la gloria: un pequeño trámite.

Alguna estupidez, seguro.

Se plantó ante la puerta de la mansión tras subir doce escalones de mármol, y dos gorilas la hicieron esperar. Apareció entonces: Tony, así le dijo que se llamaba mientras la conducía entre las mil habitaciones de aquella mansión, con interminables escaleras e incluso ascensores.

Alto y fornido, moreno, con barbita de tres días y un cuerpo cultivado en gimnasios y piscinas, dijo tener 29 años, pero Joanna no le hubiera hechado más de 25. Su sonrisa de niño malo prometía mucho. A ella le recordaba vagamente a un actor del que su madre había estado enamorada cuando ella era una niña: Lorenzo no sé qué.

-El señor Tandy quiere conocerla-le había dicho Tony-En persona. No se preocupe, no es un ogro. Lo hace con todas las estrellas.

John Tandy era el dueño y señor de Goldpot Productions, además de ser el 5º hombre más rico de Estados Unidos según la revista Forbes. Joanna se preocupó.

Finalmente, desembocaron en un pasillo amplio y oscuro, donde Tony la hizo esperar, llamando a una puerta. Una puerta, Joanna lo contempló asombrada, que parecía hecha de oro puro.

-¡Pasen!-dijo una voz al otro lado. Y pasaron.

Todo estaba oscuro, la habitación permanecía negra y no se podían apreciar muebles, paredes... la joven no podía saber si había más puertas o ventanas. Únicamente un foro, en algún lugar de la pared, iluminaba una silla. En esa silla se sentaba un hombre mayor, vestido de traje.

-Señor Tandy-habló Tony-Esta es Joanna Sandford. Nuestra nueva estrella.

-Ah, sí. Acérquese, jovencita, que no muerdo.

A pesar de acercarse, Joanna seguía sin ver más que al hombre: tenía 65 años, casi calvo, salvo una coronilla de pelo blanco. Tenía el rostro moreno y arrugado, y los ojos de un azul intenso. Era un rostro inflexible, de alguien que poseía autoridad y estaba acostumbrado a utilizarla.

-Así que tú eres nuestra actual estrella emergente. Hemos invertido mucho en ti. Dinero, y tiempo. Y aún invertiremos mucho más.

-Gracias, señor-dijo ella, cabizbaja, con un hilo de voz humilde. Había decidido representar el papel de muchacha provinciana cohibida, y salir de ahí en cuanto pudiera.

-Goldpot Productions siempre busca rostros bellos y cuerpos bellos para ponerlos en nuestras películas. Al fin y al cabo, adolescentes en toda América, y en el mundo entero, siempre necesitan un rostro hermoso en el que pensar cuando se corren.

Aquello era, desde luego, un comentario fuera de lugar. Joanna fingió no haber escuchado, y permaneció en silencio. Él la miraba desde su silla, desde su trono, con una sonrisa, como un padre orgulloso miraría a su hija predilecta.

-¡Diablos, sí que eres hermosa! Me habían hablado de tu belleza. Se quedaron cortos.

-Gracias, señor Tandy. Yo...

-Sí señor, tienes el rostro de un ángel de Boticelli. ¿Y qué tal el resto?

-¿Perdón?

-Me refiero al resto de tu cuerpo. Muéstramelo.

Joanna sonrió, ahora verdaderamente cohibida, y se volvió a mirar a Tony, para ver si él compartía su sorpresa. Lo que vio hizo que la adrenalina se desperdigase por su sistema: Tony se había apartado dos pasos de ella, y a la apuntaba ahora, con un arma automática de 9mm.

-Tony-susurró ella. No recibió respuesta del joven armado.

-Vamos querida, no tengo toda la noche. Desnúdate-insistió Tandy.

-¿Qué?-preguntó ella, aturdida. La sangre le había subido al rostro, le latía en lo oídos.

-¡Desnúdate, cachonda!

El miedo aumentó. Tandy no había dicho esas palabras, y tampoco Tony. ¡Había más hombres allí, en la habitación con ella! En la oscuridad. Invisibles, pero viéndola a ella bajo la luz del foco.

-Ya lo has oído, preciosa-dijo Tony, amartillando el arma-Desnúdate para tus anfitriones.

-No... yo... quiero, quiero irme, quiero marcharme de aquí...

-Te irás, preciosa-dijo Tandy-Pero antes, queda un pequeño trámite que solventar. Algo que nos separa, pero que no nos separará más, después de esta noche.

-¡No, me voy de aquí!

Ella hizo amago de dirigirse a la puerta, pero Tony fue más rápido.

-¡Tony!-llamó Tandy.

-¿Sí, señor?

-Trae de nuevo a la jovencita hasta aquí, donde podamos verla. Y si no empieza a desnudarse acto seguido, pégale un tiro en la cara.

-Si, señor Tandy.

Daba la impresión de que ambos hombres habían representado aquella escena docenas de veces antes... o cientos de veces.

Joanna volvió bajo la luz del foco, ante Tandy. Tony apoyó la pistola en su frente: estaba helada, como si le estuviesen restregando un cubito de hielo.

-Hablan en serio, señorita Sanford-le dijo Tony-Yo de usted, haría lo que le dicen.

Sí, claro que hablaban en serio. Joanna asintió. Las lágrimas le mojaban las mejillas, y sentía su cuerpo sudado y pesado. Sin dejar de notar el cañón del arma en su frente, se quitó la cazadora de cuero que llevaba encima, y deslizó las tiras de su blusa hacia abajo, para luego quitárselas. Tandy la contemplaba con pasividad, no había o no parecía haber en aquellos ojos viejos pasión o lujuria alguna.

Ella se detuvo durante un segundo, con un impulso irrefrenable de agacharse y recoger su blusa y su chaqueta, sus prendas perdidas, y taparse con ellas. Pero la pistola seguía rozándola.

-Continúa, puta-jadeó una voz, en algún lugar, a la derecha, delante de ella. Tandy hizo un imperceptible gesto, sin apartar la vista de ella, para acallar las voces.

Sin poder evitar un escalofrío de miedo, se desabrochó el sujetador, que cayó al suelo. Sintió el frío en sus pechos, en su espalda.

La reacción de Tandy al verla así fue igual de desapasionada, por lo que Joanna comprendió que debería continuar. Tendría que desnudarse del todo. Cerró los ojos para ayudarse a hacerlo, y comenzó a quitarse la falda. Con un susurro, esta cayó al suelo.

-¡Son rojas!-jadeó una voz excitada, sin poder contenerse: sin duda se refería a sus bragas. Otras voces chistaron a la primera para que mantuviera silencio.

Joanna supo que debía quitarse también las bragas, pero sus manos temblaban demasiado y las rasgó sin querer. Desnuda al fin, como dios la trajo a este mundo, se cubrió con los brazos, sintiéndose indefensa, poca cosa, a merced de lo que otros quisieran hacerle. Jamás en su vida había sentido esas sensaciones. Su piel era bronceada, tostada por horas y horas de solarium. Sus rizos rubios, el orgullo de sus padres, estaban mojados por el sudor. Sentía verguenza, verguenza por sus pechos blancos, con los pezones de color claro, por su pubis sin rasurar desde hacía semanas, por cada centímetro de piel privada que se había vuelto pública sin previo aviso, y sin que ella pudiera impedirlo.

-Está bien-dijo Tandy, tras observarla-Podemos hacer algo con esto. Las escenas de sexo serán magníficas. ¿Cuantas escenas de sexo hay en la película?

-Dos-contestó una voz invisible.

-Que sean tres. Avisad al guionista y que lo cambie. Ella lo vale-Tandy le dedicó una sonrisa de tiburón-Pero Tony, nuestra invitada parece tener frío y no sentirse cómoda entre nosotros. ¿Puedes ayudarla a relajarse?

-Ciertamente sí, señor Tandy.

Él apartó la pistola y se puso detrás de ella. Joanna intentó volver la cabeza y mirarle, pero Tony se lo impidión. Los brazos del gigantesco hombre se enroscaron en torno a su cuerpo, y sus manos amasaron sus generosos pechos, poniendo duros los pezones. La boca de Tony se pegó a su cuello, lamiéndolo, chupándolo, mordiéndolo. Joanna podía sentir la erección del hombre bajo sus pantalones vaqueros. Las manos la recorrían como si fuese arcilla, manos fuertes y seguras, manos que no se detendrían hasta haberla devorado entera.

Quería escapar de aquello, como fuera.

Los dedos de él se introdujeron en su coño, en seco. Intrusos indeseados, obligando a la carne a abrirse para ellos. Escuchó el gemido de Tony, y varios otros gemidos salidos de las sombras. Joanna no lo soportó más: apartó al hombre y corrió hacia la puerta de oro tras la cual, estaba la salvación del olvido.

No dio más de dos pasos. Tony la agarró y hundió la culata del arma en la boca de su estómago. Joanna cayó al suelo, sintiendo que se ahogaba, que no podía tomar aire, ni podría hacerlo jamás. Su pecho bajaba y subía violentamente, suplicando por un poco de oxígeno.

Durante varios segundos, no fue consciente de nada a su alrededor. No intentó escapar, no podía moverse. Las lágrimas terminaron de inundar sus ojos impidiéndole cualquier visión.

Conforme fue recuperándose, notó que estaba siendo arrastrada, de nuevo, ante el foco, ante John Tandy, el 5º hombre más rico de EEUU, segúN Forbes. Pero algo había cambiado: había ropa por el suelo, y no era solo la suya.

Cuando pudo entenderlo, era tarde. Tony, totalmente desnudo, estaba tras ella, con sus manos en sus caderas y su polla tiesa y dispuesta a follarla. A follarla delante de Tandy y de los otros espectadores invisibles.

-¡Ponla a cuatro patas!-oyó Joanna que alguien gritaba.

Joanna no era virgen, precisamente, pero el pene que la penetró entonces era de tal envergadura, que fue como si la desvirgaran por segunda vez. Gritó, un grito incontrolable, no solo por el dolor, sino por todo: el miedo, la humillación, la verguenza. Detrás de ella tenía a Tony, sus manos pasaron de las caderas de Joanna a sus tetas otra vez, amasándolas como si fueran pan: delante, tenía al rey de aquel infierno sentado en su trono, Tandy, que la contemplaba como quien ve una película.

Tandy se desenfocó conforme Joanna volvía a llorar. Sentía los ojos hinchados, la garganta dolorida.

-¡Por favor, dejadme ya!-chilló con todas sus fuerzas. Ni Tandy ni las sombras invisibles le respondieron, pero Tony si lo hizo, el mismo Tony que hundía y sacaba su miembro repetidamente de su coño.

-Quédate quieta-le susurró, de tal forma que solo ella lo oyera-Acabará pronto. Será peor si te resistes. No quiero hacerte daño.

Pero se lo hacía. La penetraba sin compasión, desgarrándola por dentro. Sus manos la recorrían una y otra vez, aplastando, apretando, agarrando. La lengua de Tony exploró su cuerpo como pocas lo habían hecho antes, todo sin dejar de trabajar su polla: le lamió el rostro, las tetas, el cuello, le mordisqueó los hombros hasta hacerle heridas sangrantes... y lo peor, era que aquello no era una violación. Tony no parecía lujurioso, excitado o fuera de control. Era como un robot ejecutando las funciones que le habían sido programadas. 

-¡Córrete dentro de la puta!-gruñó una voz a sus espaldas. Ella no quiso mirar, no quiso saber.

Pero sí sabía que efectivamente, quedaba poco, lo notaba en la rapidez de las acometidas ahora: él la volteó y le abrió las piernas, follándola en la postura del misionero, y violó su boca con la suya, obligando a su lengua a salir a jugar, mezclando sus jugos con los de ella. Lamió el sabor salado de las lágrimas de las mejillas, y besó la sangre que había brotado de sus mordicos en los hombros.

Que acabe ya.

Acabó.