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Sarina, Exploradora Espacial (I)

en Fantasías Eróticas

Que la nave de Sarina, orbitando ahora en torno a Zetón IV, tuviese una forma ligeramente parecida a la de una gran polla, era una mera casualidad. La nave había sido diseñada y construida ciento ochenta años atrás, por ingenieros telúricos, y Sarina no había nacido por aquel entonces. Ella había comprado la nave a los 16 años, con el dinero de su herencia paterna.

La nave era un gran cilindro azulado acabado en una punta parecida a un capullo circuncidado: allí se encontraba la cabina de mando de su nave, la "Casa del placer" de Sarina, como esta la había bautizado al comprarla.

Pero ahora la cabina está vacía: un entorno oscuro donde parpadean brevemente mil luces: el piloto automático lleva la nave, a velocidad de crucero, acercándose más y más a Zetón IV, pero lentamente.

No hay ninguna prisa. Es la hora de descanso y esparcimiento del personal de la nave, que es en verdad, un personal escaso: tan solo Sarina, piloto y jefa de navegación, y su compañero Poncho, copiloto y oficial científico.

Ninguno de los dos está ahora por la labor de manejar la nave, pues están en las habitaciones de Sarina, compuesta sobre todo por una cama redonda de tamaño extra-grande donde podrían dormir fácilmente 20 personas sin tocarse.

Ahora hay diez personas sobre la cama, follando. Ni siquiera hace falta verlos para saberlo: los gemidos llegan hasta el pasillo, incluso con la puerta cerrada.

Un observador casual se quedaría impresionado, pues solo hay dos personas allí en la cama: dos, con cuatro clones idénticos de cada uno, todos ellos desnudos, todos follando en distintas poses y posturas. Son diez cuerpos y dos mentes, dos mentes que sienten a la vez cinco actos sexuales diferentes: así, Sarina siente al mismo tiempo como su culo se abre más y más para recibir la polla de Poncho, y al mismo tiempo nota su miembro húmedo entrar en su garganta, y no menos de tres veces a tiempos  y ritmos diferentes lo nota perforándole el coño. Diez gemidos suenan a la vez en la habitación, levantando sus ecos por toda la nave.

Cinco pares de manos recorren cinco pares de pechos sudorosos: Sarina es alta (mire 1,85 centímetros) muy delgada, con los pechos blancos y abundantes, el cabello rubio y corto. A Sarina hay pocas cosas que le produzcan mayor placer que el que jueguen con sus tetas. Y en ese momento, una de las cinco versiones de Poncho saca su polla empapada en los flujos de Sarina, y la hunde entre sus dos pechos, corriéndose allí. El semen sale a presión, rebañando sus pezones y salpicando en su barbilla. Y diez seres se corren en ese mismo momento: un orgasmo amplificado a cinco mentes, un clímax cinco veces más intenso, placentero y húmedo.

Poco a poco, conforme el orgasmo se difumina y el auténtico Poncho y la auténtica Sarina dejan de jadear, sus clones van desapareciendo de la inmensa cama, como pompas de jabón, sin dejar el menor rastro de su presencia en la habitación. La "Casa del placer" tenía un Clonador de Tipo II, todas las copias clonadas se esfumaban pasadas tres horas desde la clonación.

Cuando el pecho deja de amenazar con reventar, y Sarina puede dejar de jadear, se incorporó y le palmeó el culo a Poncho, que se hallaba tumbado boca abajo, deshidratado y vacío.

-Pon... pon en marcha... la navegación manual-le dijo ella-Deberíamos llegar... a Zetón IV en 5 o 6 minutos...

-No... no hace falta que vengas-dijo Poncho, levantándose-Yo lo... lo haré todo.

Sola en su cuarto, la exploradora espacial comenzó a vestirse, calzándose sus botas altas y su bikini dorado; dejaba poco a la imaginación, pero eran las prendas que más le gustaban. Se contempló en el espejo, a medio vestir, con manchas de semen todavía en su estómago plano y en el pliegue entre su barbilla y su labio inferior: e limpió a toda prisa, porque si seguía contemplándose así, volvería a ponerse cachonda, y no tenía tiempo.

Después del placer, vienen los negocios. Y Sarina era muy seria en lo que a su reputación profesional se refería. Tenía que hacer una entrega de mercancía en Zetón IV y la haría, por encima de cualquier otra consideración.

Vestida y limpia, se presentó en la cabina: Poncho estaba en el asiento del copiloto, realizandso diversas mediciones y complejos cálculos estelares.

-Llegaremos a Zetón IV en menos de 20 minutos-informó-El astropuerto tiene poco tráfico hoy, y el tiempo es bueno. No se preveen dificultades para aterrirzar.

-¡Excelente!-Sarina ocupó su silla de piloto y activó su computadora-¿Tenemos algún mensaje del planeta?

-La computadora está ya calculando las ondas de radio más probables para comunicarnos. Podremos hacerlo dentro de cinco...

-¡Que es eso!-chilló Sarina.

Una alarma, un sonido agudo y penetrante, había estallado en su panel de control.

-¡Comprueba enseguida el radar!-ordenó. Poncho ya tecleaba furiosamente, y la pantalla del radar, negra hasta entonces, se encendió con un resplandor azulado.

-¡Dioses! ¡¡Un crucero!!

Era un crucero de Tipo A... ¡el crucero utilizado por la Defensa Imperial! Y estaba a pocos metros de su propia nave.

-Salgamos de aquí-dijo Sarina-Alguien en Zetón IV nos ha tracionado... ¡vámonos, antes de que nos atrape su campo de fuerza!

Más ya era tarde. Poco después, en el radar, el gigantesco crucero eclipsó la nave de Sarina, y por los altavoces se dejó oír el mensaje de sus secuestradores.

-¡Nave Imperial a nave civil de Sarina! ¡Esto es una orden imperial! ¡Prepárese a ser abordada y penetrada!

-No nos van a coger sin que haya pelea-advirtió Poncho.

-¡Bien dicho!

Tomando sus armas, y tras volver a activar el piloto automático, los dos amigos salieron de la cabina, dispuestos a todo por salvarse.

La nave estaba ya dentro del crucero, y de un momento a otro la puerta se abriría. Pertrechados tras la mercancía que tenían que entregar, esperaron. No tuvieron que esperar mucho: la puerta de su nave se abrió, y entraron cinco, tal vez seis guardias de la Defensa Imperial.

-¡Tira a matar!-advirtió Sarina.

-¡Eso hago!

El intercambio de disparos fue fácil: Sarina y Poncho tenían la ventaja de conocer bien la nave y de estar bien escondidos, mientras que la defensa imperial entraba a pecho descubierto y sin ver donde pisaban. Apenas diez segundos después de iniciarse el tiroteo había dos cuerpos tendidos sobre el suelo, con la armadura negra de la guardia imperial, y el resto parecían haber abandonado la nave.

-¡Los hemos echado!-se emocionó Poncho.

Pero Sarina sabía que aquello no era más que un descanso.

-¡No seas tonto! Estamos dentro de un crucero lleno de soldados imperiales: habrán ido a por refu...

Al ver lo que ahora entraba por la puerta, Sarina se puso de pie y soltó su arma. Ya no la necesitaba: por la puerta, agachados, pues apenas cabían, entraban dos Demonios: ingenios del Doctor Zeus, el Cirujano imperial, humanos horriblemente mutados. Humanos cuyo principal objeto de existencia era violar a los prisioneros imperiales.

-¡Vámonos! ¡Los rayos de nuestras armas no les afectan!-gritó Sarina-¡Hay que esconderse!

Los Demonios medían todos más de 2 metros de altura, eran corpulentos y estaban cubiertos de un pelo marrón, duro, como las espinas de un erizo. Sus rostros no recordaban en nada al de un humano, con los ojos enrojecidos y las bocas llenas de dientes afilados.

Eran altos, gigantes, y corpulentos, pesados, pero también eran rápidos. Sarina había olvidado lo rápidos que eran: hasta que la zarpa de uno de ellos la agarró por la espalda, tirándola al suelo. La cosa estuvo encima de ella en cuestión de un segundo, rasgándole la ropa.

-¡Ayúdame, Poncho!-gritó Sarina.

-¡Yo... yo tengo mis propios problemas!-gruñó su amigo. Así era, pues Sarina pudo ver que el otro demonio lo había derribado con un placaje, le había bajado los pantalones y ahora intentaba destrozarle los pantalones. Efectivamente, el Demonio lo sodomizaría y ni Poncho podía ayudar a Sarina, ni esta a su amigo. Intentaba quitarse al Demonio de encima: esta hundió sus fauces llenas de dientes entre sus piernas, y le arrancó las bragas de un mordisco. Sarina le golpeaba el pecho con los puños, pero era como pretender evitar que un edificio no se te viniera encima simplemente poniendo las manos.

Entonces... ¡el dolor! Fue penetrada por el Demonio. Decir que los demonios tenían "polla" era quedarse corta: sus órganos sexuales tenían el groso de una cebolla madura, y se extendían como el brazo de un niño. Al sentir aquella cosa intrusa en su coño, forzado a abrirse por sorpresa, sintió un escalofrío de placer seguido del dolor, que la invadió. Redobló sus esfuerzos para quitarse de encima al Demonio: el tiempo era un factor esencial, pues cuando un Demonio se corría, ya fuera dentro de un hombre o una mujer, y su semen entraba en el torrente sanguíneo, al alcanzar el cerebro lo afectaba, hechizando a la víctima, que se volvía pasiva y complaciente.

En definitiva, tenía que quitarse de encima a aquella cosa antes de que se corriera. Intentó apretar las piernas para impedir que aquella brutalidad entrase y saliese de su vagina enrojecida y dada de sí, pero la criatura apartó las piernas de un manotazo, con brusquedad, y aumentó la intensidad del bombeo: no se podía negar que la cosa tenía un endiablado sentido del ritmo con el que entraba y salía de ella.

-¡Poncho, ayúdame!-gritó, desesperada. Pero Poncho solo gemía de dolor. No, Poncho no la ayudaría.

-¡Quítate de encima, monstruo!-chilló Sarina, golpeando a la criatura en el rostro.

Esto pareció molestarle. La criatura se apartó (¡milagro!) por un segundo, pero antes de que Sarina pudiera escurrirse lejos de su alcance, le dio la vuelta y aprisionó su rostro y su espalda contra el suelo, la Exploradora sintió el frío suelo contra sus pechos y su estómago, y las acometidas se reanudaron, esta vez por detrás, más intensas, más rápidas, perforando sus intimidades.

Segundos después, Sarina sintió como si le hubiesen inyectado en el coño un chorro de líquido ardiente, y se removió, sintiendo escozor, pero segundos después, todo pareció bien. Se dio la vuelta, abrazándose al monstruo, el Demonio, su amigo, y permitiéndole, animándole, a que entrase dentro de ella y disfrutara. Enlazó sus piernas en torno a la cintura del Demonio y lo abrazó, lo quería pegado a ella, dentro de ella, para siempre, Sarina puso de su parte para que la polla del monstruo entrase hondo de ella, la tocase profundamente.

Se había corrido tres veces con el Demonio, cuando los guardias de la Defensa Imperial se atrevieron a entrar de nuevo en la nave. Al comprobar que la situación estaba bajo control, ordenaron a los Demonios marcharse y se hicieron cargo de ellos. Sarina fue separada de Poncho y obligada a entrar, desnuda y chorreante, en el crucero imperial, en la  cabina, mucho más grande y espaciosa que la suya.

-¡Oh, nos alejamos de Zetón IV!-se lamentó, al ver que el planeta que era su destino, se iba haciendo más y más pequeño.

-No vamos a Zetón IV-le dijo uno de los guardias-Vamos a Orgasmatrón, el Planeta Imperial.

Sarina sintió algo removerse dentro de ella: algo en esa frase le hacía sentirse mal.

-El Emperador te quiere personalmente para Él-sonrió el guardia. Había puesto una mano sobre el muslo desnudo de Sarina, e intercambiaba miradas de complicidad con otro guardia, que se relamía, inquieto.

-¿No habrá problemas?-preguntó.

-El Emperador no dio órdenes de no tocarla. Además, no es virgen. ¿Que más dará? Nadie lo sabrá. Nadie lo sabrá nunca.

-¿Qué no sabrán?-preguntó Sarina, desconcertada.

Los dos guardias sonrieron. Se estaban quitando de encima sus armaduras: uno de ellos llevó a Sarina a un cómodo aunque estrecho sofá, y la sentó a su lado. Le acariciaba la cara, la cabeza: la estaba dirigiendo hacia abajo, de modo que sus mejillas tocaron los muslos peludos del guardia.

-Vamos, cariño, métetelo en la boca y chúpalo, te gustará.

Sarina sabía a lo que se refería el guardia: se había comido muchos rabos antes. La polla erecta del guardia no era ningún misterio para ella. Y el guardia era amigo del Demonio, que era amigo suyo: ¿no los convertía eso en amigos?

Se metió la polla en la boca y empezó a chuparla, recorriéndola de arriba a abajo, siguiendo su cabeza la dirección que las manos del guardia le indicaban: arriba, abajo, arriba, abajo. Era fácil.

La cosa estaba húmeda y dura en su boca. Sarina usaba la lengua, los labios, como sabía hacer muy bien: ¿cuantas veces le había hecho una mamada a Poncho durante las largas noches de viaje interestelar en las que el piloto automático manejaba la nave y ellos no tenían más que hacer, salvo beber y darse el gusto?

-Más rápido, guarra-le gruñó el guardia-Más rápido. Hay cola... hay cola para disfrutar de ti. Tardaremos tres semanas en llegar a Orgasmatrón. Vas a estar muy solicitada...

Sarina no entendía muy bien esas palabras, tampoco importaba. Estaba con amigos. Seguía chupando la polla dura del guardia, sintiéndola entera en su boca, no era la más grande que se había comido, pero tenía un buen tamaño. De repente, sintió un dolor en la parte trasera de su cuerpo: otro guardia desnudo se había puesto allí, y le estaba metiendo su enorme miembro por el culo.

-¡Eh! Eso me escuece-se quejó ella.

-Pues que te escueza-gruñó el guardia-No me gusta que te guste.

Sarina comenzó a sentir las acometidas en el culo, sin ninguna delicadeza por parte del hombre, su cuerpo se balanceaba hacia adelante y hacia atrás, las tetas le bamboleaban en el pecho. Quería protestar. Pero el otro guardia seguía acariciándola y la obligaba a regresar a su trabajo, entre los mulos del hombre tenía su deber: comerse aquella polla.

-Vamos, zorrita espacial. Termina ya. A 10 créditos la mamada y 50 créditos la follada, nos vamos a hacer ricos contigo de aquí a que lleguemos a casa... te espera mucho trabajo... sigue, puta, sigue chupando, así, cuando me corra, te enterarás... así... eso es, cómete el capullo, es como un bombón, ¿verdad? Un bombón para un bombón como tú...

Sin avisar, el chorro de semen entró en su garganta. Tampoco había misterios en el sabor o la textura de la corrida de un hombre: Sarina se lo tragó, mientras el guardia seguía acariciándola.

-Te has portado bien...

-Me escuece-repitió Sarina, refiriéndole al guardia que la sodomizaba.

-Tranquila... en un par de días lo tendrán tan abierto que ya no sentirás nada.

El guardia, su amigo, se levantó y se fue. Sarina sintió alivio, aunque no supo explicarse porqué. Pero entonces otro guardia se sentó donde estaba el anterior: otro guardia desnudo de cintura para abajo.

-Vamos, bonita. Ya sabes como va. Y después, cuando acabes conmigo, nos iremos a un sitio más cómodo...

Sarina supuso que sí, que era verdad: le quedaba mucho trabajo por delante...

CONTINUARÁ.