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Conociendo a Lara I

en Dominación

Era viernes por la tarde, faltaban unos minutos para concluir mi jornada laboral, me disponía a recoger mi escritorio cuando recibí un WhatsApp de mi chica, de mi novia ¿de mi Ama? Aunque ella no me permitía llamarla así, salvo cuando se mostraba realmente dominante en el sexo.

 

-No soy tu Ama solecito, tan solo soy una mujer dominante y posesiva, y tú eres ahora de mi propiedad.- Me decía en esas ocasiones besándome a continuación.

 

Fuera como fuera, el mensaje era de la persona que tenía el más absoluto control de mi vida, control que yo le había entregado de forma voluntaria, ella controlaba absolutamente todo, incluido el dinero de mi nómina. Aunque yo podía tomar decisiones y realizar propuestas. La última palabra y la que valía siempre, era la de ella. Cuando ella tomaba una decisión firme, ya no quedaba más que obedecer.

 

Por tanto, recibir un mensaje suyo no era extraño, solía enviarme varios al cabo del día, la mayoría de ellos para decirme que era lo que debía de hacer al salir de trabajar, donde debía recogerla, como debía de comportarme si la acompañaba a algún lugar o como debía ir vestido en esa ocasión, lo que me obligaba a pasar por casa para cambiarme y asearme. Aunque también le gustaba excitarme, sabiendo que yo no podría hacer nada por remediarlo hasta que ella lo permitiera.

 

En lo que respecta a mi forma de vestir, ya me había acostumbrado a llevar bajo mi ropa masculina, lencería de mujer, en ese sentido siempre había sido un poco fetichista, por lo que no me desagradó la idea cuando me propuso, aunque el tono de su voz era más bien autoritario, que le gustaría que esto fuera así a partir de ahora y antes de acabar la frase, antes de que yo aceptase, había tomado todos mis bóxer, entregándomelos, ordenándome tirarlos yo mismo al cubo de la basura. Por supuesto, en casa mi ropa debía ser 100% ropa de mujer, permitiéndome solo faldas y vestidos, jamás pantalones o mallas.

 

-Quiero tener tu miembro completamente a mí disposición, completamente accesible, sin cinturones, botones ni cremalleras. - Me había dicho a modo de explicación, explicación por otra parte, que yo no le había pedido.

 

Al principio siempre salía de casa cohibido, pensando que alguien lo notaría, que se vería el liguero, o el triángulo del tanga al agacharme, no me preocupaban tanto las medias, porque al ser siempre negras parecían calcetines de ejecutivo. Y aquellas ocasiones en las que ella me ordenaba llevarlas de otro color, siempre me permitía llevar unos calcetines por encima.

 

Esa timidez desapareció poco a poco hasta el punto, de no solo dejar de estar cohibido, sino de sonreír al ver las caras que ponían aquellas personas que cuando me miraban creían haber visto algo que no debía estar allí. También me acostumbré rápido a mi jaula de castidad. Algo que debía de llevar de forma obligatoria cada vez que salía de casa, incluso dentro de casa, en las ocasiones en las que ella me lo demandaba.

 

 

Pero volviendo al mensaje, lo extraño era su contenido, era algo que rompía la rutina de nuestros viernes, días en que ambos salíamos a un horario parecido y yo debía de recogerla en la puerta de su trabajo para pasar la tarde con ella de compras, cenando en algún bohemio restaurante al anochecer, pero aquel día no debía de pasar a buscarla, aquel día no iríamos de compras, aquel día ella tenía otros planes, sus órdenes eran otras. Esto me turbaba y excitaba a partes iguales.

 

-Cuando salgas de trabajar irás directamente a casa. Debes realizar todas las tareas domésticas. Todo cuanto sueles hacer el domingo, deberás hacerlo esta tarde, yo que tú, no perdería el tiempo comiendo o no te dará tiempo. Quiero toda la ropa lavada y planchada, la casa limpia y recogida. Además, prepararás una cena romántica para dos. La comida llegará a las 20.00 horas, tan solo debes mantenerla caliente y tener la mesa dispuesta y preparada.-

 

-Una vez este todo listo, te quiero desnudo, con tu jaula de castidad, tus pinzas rosas en los pezones, arrodillado delante de la puerta, con las manos en la espalda y la mirada en el suelo. Quiero que coloques en tus muslos las esposas con las que sujeto a ellos tus muñecas, lógicamente de sujetar tus muñecas, me encargaré yo al llegar. Cuando entremos en casa no levantarás en ningún momento la mirada más allá de nuestras rodillas, al menos que yo te lo diga. Y seguirás todas y cada una de mis órdenes sin rechistar, sin titubear, sin quejarte.-

 

-Durante todo este fin de semana no tendrás ni voz ni voto.-

 

Leí el mensaje varias veces, lo que más me turbaba era aquel plural “cuando entremos en casa”. Eso significaba por una parte que venía acompañada, y por otra, que, a aquella cena, yo no estaba invitado. Mi miembro trató de levantarse, pero su dispositivo de castidad lo impidió. Mi corazón latió acelerado. Por extraño que parezca lo único que deseaba era llegar a casa y cumplir sus órdenes. Contesté con un escueto –así será, no te defraudaré, te amo.- Y salí a toda prisa de la oficina.

 

Por el camino no dejaba de pensar en cómo me organizaría, efectivamente no me daría tiempo de comer, o si me daba tendría que ser muy al límite de la hora y muy deprisa, por no hablar de que tendría que volver a limpiar cuanto ensuciara en ese proceso, por lo que lo descarté por completo.

 

Minutos antes de que llegara la comida ya estaba todo listo, la repartidora, era chica, por petición exclusiva de Giselle, siempre era la misma y ella ya estaba acostumbrada a verme vestido con ropa de mujer, por lo que no le extrañaba, era discreta, no hacía comentario alguno, y si se reía, desde luego no lo había delante de mí.

 

Tras dejar todo preparado, me quité mi blusa y mi falda, así como las medias y mis braguitas de encaje. Coloqué las cintas de las esposas bien firmes en mis muslos, quedando colgando las cintas que en breve sujetarían mis muñecas, coloqué las pinzas pellizcando primero mis planos pezones para que tuvieran el volumen suficiente para ello y me dirigí hacia la puerta de entrada, notando como el calor empezaba a invadir mi pecho, arrodillándome, llevé las manos a mi espalda y bajando la mirada me dispuse a esperar la llegada del amor de mi vida.

 

No sé cuánto tiempo estuve así, no era algo que tuviera que hacer a menudo por lo que mis rodillas comenzaban a resentirse, no obstante, no me moví del sitio, Giselle no podía saber si yo había estado arrodillado o no, pero yo si lo sabría y no podría aguantar mi conciencia si no se lo contaba, además esto la decepcionaría, y eso era algo que jamás permitiría que ocurriese, ver la decepción en su hermoso rostro. Esto era muchísimo peor que cualquier castigo con el que ella decidiera pagar mi desobediencia.

 

Finalmente escuché unos pasos, sin duda correspondían a dos personas, también escuché sus voces y sus risas, sin duda alguna, una era la de mi amada Giselle, la otra la desconocía por completo. La puerta se abrió y dos pares de piernas, enfundadas en unas medias negras, dos de ellas en medias de rejilla, aparecieron ante mí a la vez que escuchaba de la desconocida un completo grito de admiración. No por mí, lógicamente, sino por la devoción y sumisión que mostraba para con mi dueña y señora.

 

-Joder, Giselle, hasta este preciso momento seguía sin creerte. Ni tan siquiera ha levantado la mirada.-

 

Se escuchó la risa de Giselle acompañada de sus palabras. –Esta es mi perrita, se llama Chris- Mientras hablaba colocaba los pies bajo mis ojos, pies que no tardé en lamer. Este era un juego al que ya habíamos jugado en otras ocasiones, aunque nunca en presencia de una tercera persona.

 

-Perrita, ella es Lara, y desde hoy tú la obedecerás tanto como me obedeces a mí, aunque tú no la llamarás por su nombre, salvo que ella te lo pida, tratándola siempre con respeto.-

 

Lamí los pies de Lara saludándola de esa manera. -Buen chico- dijo Giselle, dándome unos golpecitos en la cabeza. –Ahora ve preparando la cena para nosotras dos, mientras le enseño la casa a Lara, estamos muertas de hambre.-

 

Mi estómago rugió al escuchar esas palabras, recordando en ese momento que no había comido, pero ninguna de ellas pareció notarlo. Terminaba de servir los platos y el vino cuando las escuché hablar llegando ambas al salón.

 

G: Chris solecito, ya puedes levantar tu mirada, ¿verdad que Lara es preciosa?

 

L: –Debo de felicitarte por lo limpio, recogido y ordenado que está todo.- El rubor cubrió sus mejillas de rojo, sin duda por las palabras que Giselle acababa de dedicarle.

 

Lara me recorrió con su mirada al hablar. Aunque a quien realmente iban dirigidas sus palabras eran a Giselle, no me felicitaba a mí por mi labor, le felicitaba a ella por haber conseguido que yo me encargara de dichas labores.

 

Lo primero que miré fue su rostro, era uno de los más hermosos que había visto jamás, su cabello negro y rizado caía por debajo de sus hombros, sus ojos eran grandes y marrones, sus pómulos, algo salidos, sus labios, dulces y jugosos, labios que encajaban perfectamente en una cara en la que nada estaba fuera de lugar, sus pechos no eran pequeños pero tampoco tan grandes como los de Giselle, su cintura y su cadera estaban proporcionadas, haciendo que de esta manera sus turgentes y prietos senos parecieran más grandes de lo que realmente eran. Era como una muñeca de porcelana, solo que era real, de carne y hueso, llevaba el maquillaje justo para realzar su belleza natural.

 

Vestía una blusa roja, la cual llevaba un par de botones desabrochados, los cuales permitían ver el canalillo que había entre sus pechos, así como asomar un sostén de encaje rojo también que sin duda mantenía sus pechos alzados y juntos. Una falda negra, tan corta que permitía ver el encaje de sus medias y unos zapatos de tacón rojo completaban su figura.

 

G: -Mi perrita es muy eficaz, soy muy afortunada en ese sentido.- Me observaba mirar a Lara mientras hablaba, sonriendo divertida, ya que estaba segura de que era el tipo de mujer que me atraía sexualmente.

 

-Y ahora que caigo, seguro que no has tenido tiempo de comer ¿verdad Chris, cariño?- tomó mis manos colocándolas en las esposas, quedando totalmente inmovilizadas y sujetas a mis muslos. -Métete debajo de la mesa y hazlo mientras yo ceno con Lara.- Dijo con la mayor naturalidad del mundo y con un tono totalmente despreocupado.

 

Se sentó separando las piernas. Sabía lo que debía hacer. Siempre que estando ambos juntos ella separaba las piernas, yo debía pegar mi cara a su entrepierna satisfaciéndola con mi lengua, esto era así desde el principio de nuestra relación. Y aquel día no debía de ser distinto, pese a que tuviéramos una invitada en casa yo sabía muy bien lo que ella esperaba de mí.

 

No pude evitar notar que no llevaba bragas, eso me excitó muchísimo, porque estaba completamente seguro de que había salido de casa con ellas, ya que yo la vestía siempre, esto formaba parte del ritual que ella llevaba cada mañana para mantenerme excitado, para mantenerme pensando en ella cada instante, cada minuto.

 

Hundí mi nariz entre sus labios vaginales, quería embriagarme de aquel maravilloso olor que ya hacía tiempo me había cautivado. Sus muslos se cerraron apretándome con fuerza, impidiéndome escuchar su conversación, conversación por otra parte que jamás habría escuchado pues estaba concentrado en darle placer a mi Ama.

 

Mi lengua recorrió sus labios vaginales, no podía mover la cabeza por lo que decidí ir en busca de su clítoris, el cual no tardó en aparecer, estaba hinchado debido a la excitación de ella y ligeramente humedecido, mi lengua pasó sobre él dos o tres veces antes de envolverlo con mis labios, sus muslos temblaron ligeramente al notar la calidez de mi aliento, separando mis labios mi lengua volvió a volar en círculos sobre su botoncito de placer, una y otra vez. Su falda cubría mi cabeza, mis manos no podían tocarla, mi miembro pugnaba por salir de la prisión que le mantenía cautivo. Pero solo mi lengua era la afortunada de poder tocarla, de poder darle placer.

 

Minutos después sus muslos se tensaron apretándome con fuerza, inundándome la boca completamente con sus jugos. La conocía lo suficiente bien como para saber cuando llegaba al clímax, eran muchas las veces que mi boca la había llevado en volandas al orgasmo, como para que éste me tomara por sopresa, por lo que ni una sola gota se escurrió de mi boca. Estaba preparado y prevenido.

 

Mi estómago ronroneó agradecido por tan delicioso manjar. Como siempre, mi lengua siguió moviéndose sin descanso, ella no me apartó de allí, no me dirigió una sola palabra, lo cual significaba que debía seguir, que no debía detenerme, que debía de seguir dándole placer hasta que ella decidiera lo contrario. Porque tanto su placer como el mío era algo que le pertenecía a ella.

 

Sus muslos bajaron su presión, permitiéndome meter la lengua en su interior. Lo cual hice sin pensármelo dos veces.