miprimita.com

Cuando dominar es un placer (01)

en Dominación

Muchas veces he pensado qué habría sido de mi vida si no hubiera vivido aquella experiencia tan increíble. Creo que a la gente le cuesta mucho reconocer cuáles son sus verdaderos gustos y diversiones, aquello que realmente les haría feliz y que, por miedo a la represión por parte de la otra gente, no lo comparten. Todos tenemos nuestros pequeños secretos, algo que esconder; lo que no sabemos es lo felices que seríamos si compartiéramos esos hábitos con los demás, hasta encontrar a aquellas personas que también piensan como uno mismo.

Desde aquel incidente -del todo desagradable por aquel entonces- mi concepción del sexo cambió por completo; descubrí cuáles eran mis verdaderos gustos, aquello que me excitaba de verdad y que convertía todo lo demás en meros complementos de la vida cotidiana. Evidentemente, Susana fue pieza clave para mi "reconversión", por decirlo de alguna manera, ya que sin ella no habría sido capaz de hacerlo.

Conozco a Susana desde hace 5 años. Tiene 27 años. Es monitora del gimnasio al cual voy tres veces por semana, donde da clases de aeróbic, gimnasia de mantenimiento y pesas. Es una chica atractiva, alta, morena con el pelo largo y ligeramente rizado, ojos verdes, piel morena; evidentemente, su punto fuerte está en el físico: tiene un cuerpo simplemente exquisito: piernas fuertes y bien formadas -son dignas de ver sus pantorrillas cuando las fuerza haciendo gimnasia-. Con su trasero respingón provoca que la mayoría de los chicos pierdan la cuenta cuando están haciendo flexiones o levantado pesas. Ni un gramo de grasa en su barriga muestra el alto nivel de culto al cuerpo que sigue. No tiene unos pechos muy grandes, pero al haber practicado la natación de jovencita, tiene una caja torácica que lanza sus senos hacia adelante en signo de provocación. Muy pocos hombres pueden mirarla fijamente a los ojos, tiene una mirada fulminante. Después de esta descripción cualquiera puede pensar que no puede sacarse a los tíos de encima; pues la verdad es que no tiene este problema, ya que sus tendencias sexuales no encajan exactamente con las convencionales; siente un odio bastante profundo por los hombres, hasta el punto de que dejó de mantener relaciones sexuales con el otro sexo hace 8 años. Después de una experiencia traumática -que ahora no viene al caso-, empezó a ver en las otras mujeres una atracción que un solo hombre le había robado. Somos muy buenas amigas, sólo buenas amigas, no estamos enrolladas ni nada. Yo sigo pensando que los hombres pueden proporcionar a la mujer un gran placer, aunque desde el suceso que voy a contar, la forma de hacerlo cambió drásticamente para mí.

Todo empezó un lunes normal, de una semana normal, como podría haber sido cualquier otro día. Era alrededor de media mañana, estaba pasando unas cartas en limpio cuando Enrique, uno de los chicos que trabaja en el complejo de oficinas, salió de la suya con una gran excitación:

-¡Corre, Sandra, ven a ver esto, es una maravilla de la técnica!

En un principio no le hice mucho caso, pero debido a su insistencia, no me quedó más remedio que acudir. Enrique era un chico alto, fuerte, bien formado, pero que no ofrecía nada de confianza; desnudaba a las mujeres con la mirada, de carácter claramente machista, podía resultar incluso desagradable. Entré en su despacho y vi una cámara de video conectada a un televisor. Él era un técnico de alto nivel, experto en telecomunicaciones, y ofrecía soluciones de seguridad a empresas a través de la grabación de imágenes.

-Fíjate- Me dijo, -Con está cámara puedes sobreponer imágenes grabadas a las que estés registrando en este momento sin que se note la diferencia, ¿No te parece fantástico? -La verdad es que está bien, pero a mí esto...

Cuando de pronto entró Néstor; todas las chicas de la oficina estábamos enamoradas de él, especialmente yo; era argentino, sabía cómo tratar a las mujeres. Siempre tenía una sonrisa para mí y yo, sinceramente, ¡Le tenía muy presente en mis sueños eróticos! Era el socio de Enrique; quizá por eso no me acababa de lanzar, pensaba que si me acercaba a Néstor, debería tener mejor trato con Enrique, y la verdad es que no me apetecía nada.

En cuanto le vi empecé a hacer la tonta, a interesarme exageradamente por tal maravilloso engendro, pensaba que así despertaría su interés: -Enrique me estaba enseñando la cámara. ¡Realmente es increíble! Yo en el fondo siempre deseé ser artista, me encanta actuar delante de la cámara. -¿De veras? Siempre he pensado que vos tenéis un físico envidiable para ser famosa- Esto me llegó al alma, y empecé a improvisar una presentación delante de la cámara. -Hola, qué tal, me llamo Sandra y les voy a ofrecer una actuación que nunca olvidarán, espero que les encante y que disfruten mucho conmigo porque, ya saben, esto de ser actor se lleva en la sangre y... ¡No se puede evitar!

Empecé a hacer unos pasos de baile, ciertamente ridículos, todo para llamar su atención. Él prácticamente ni me miró, sencillamente sonrió y le preguntó a Enrique si tenía los informes que le había pedido. No sé qué estaba haciendo con la cámara cuando le contestó:

-Sí, por supuesto, enseguida te los doy.

Pasé el resto del día pensando que había hecho demasiado el ridículo, pero él pensaba que era atractiva, ¡y eso era fabuloso!

La sorpresa vino a media tarde, cuando Néstor me comentó que tenía dos entradas para el cine y me pidió que le acompañara. El corazón me dio un vuelco, no me lo podía creer. Primero le dije que no estaba segura de poder ir, pero al momento le dije que sí, que anularía alguna que otra cita y que le acompañaría. Al cabo de un rato pasó Enrique, sonriente. Me escamó un poco, no sé a qué venía. La verdad es que parecía que se traía algo entre manos con Néstor, pero en aquel momento no me di cuenta.

Debo reconocer que el juicio que emitió Néstor sobre mí no iba del todo descaminado; no me considero una rubia despampanante, pero resulto muy atractiva a los ojos de los hombres. Mido un metro setenta y cuatro, tengo el cabello rubio y liso, me llega a la altura de los hombros. Mis ojos azules tienen poco que envidar a los de Susana, aunque no son tan mortales como los de ella. Por otro lado, mi 110 de pecho da mucho de que hablar. Siempre procuro disimularlo para evitar miradas obscenas de los hombres, pero no siempre lo consigo, ya que me gustan los escotes. La verdad es que no me desagrada ver sufrir a un tipo intentando mirarme los pechos sin que yo le descubra, y luego comprobar la cara de tonto que se le queda cuando le pillo con las manos en la masa. También conservo una figura esbelta, gracias a la gimnasia. El haber practicado atletismo durante 6 años me ha dado unas piernas resistentes que estilizan mucho mi figura. Me encanta llevar falda (por encima de las rodillas) y medias negras. Lo encuentro muy excitante, sobre todo si van acompañadas de zapatos de tacón alto. Nunca supe por qué tenía tendencia a vestir de este modo; más adelante lo comprendí.

Néstor debía pasar a buscarme a las 10 por mi casa. Le di mi dirección e incluso le hice un plano, no fuera caso que se perdiera. 5 minutos después de la hora convenida llamaban a la puerta. Ahí estaba él, con su mirada penetrante, el cabello peinado hacia atrás, con gomina. Llevaba un polo azul marino, unos pantalones de pinzas color beige y unos náuticos a juego que le hacían venir ganas a una de comérselo. Su cuerpo atlético y musculoso desencadenaba multitud de pensamientos eróticos en mi cabeza que... ¡me hacían volver loca! Intentando guardar la compostura, le dije que estaba lista y nos fuimos. La verdad es que yo me había vestido para la ocasión. Me puse una blusa blanca, de escote pronunciado, y una minifalda negra, a juego con las medias. Cómo no, unos zapatos de tacón de aguja daban el toque perfecto a mi vestuario. Evidentemente, lo mejor no se podía ver: me puse un conjunto de ropa interior negro, con las bragas tipo tanga que se me metían en la raja del trasero; me hacía sentir sexy y aquella era una buena ocasión para disfrutarlo.

Fuimos al cine a ver una película de acción; la verdad es que las escenas violentas me hicieron subir la adrenalina al máximo, más incluso que las eróticas. Salí del cine como una moto. Evidentemente, Néstor se comportó como un caballero y no intentó nada, y aunque me pareció del todo correcto, debo reconocer que me esperaba algún tipo de insinuación por su parte.

Después de la proyección nos dirigimos a un bar de copas, donde estuvimos hablando durante hora y media sobre nuestras aficiones, inquietudes, anécdotas divertidas y demás tonterías que suelen hablarse en estos lugares. Fue entonces cuando sucedió lo que nunca debía suceder. Estábamos riéndonos de un chiste que acababa de contar Néstor cuando, de pronto, apareció Enrique en el bar:

-¡Hombre, Enrique, qué casualidad!¿Quieres tomar una copa con nosotros?. Le dijo Néstor.

-Me temo que no. Tengo que hablar urgentemente contigo.

Néstor cambio de cara al instante, se levantó y me dijo: -Si nos disculpas, no tardaremos.

Al cabo de unos minutos, Néstor se acercó y me dijo:

-Ha surgido un problema en Argentina con unos documentos que deben ser entregados en breves horas. Debo ir a casa a consultar unos papeles y a hacer unas cuantas llamadas. Si no te importa, Enrique se quedará contigo; ya he quedado con él en vernos más tarde. ¿No te importa verdad?

Antes de que pudiera contestarle, salía zumbando por la puerta.

-Siento haberos frustrado vuestro plan, pero creo que era un tema urgente- dijo Enrique al momento que se sentaba a mi lado. -Sí, ya me lo imagino- contesté con cierta desgana.

Estuvimos un rato mirando hacia todas partes, evitando cruzarnos la mirada, ya que no sabíamos de qué hablar; era una situación tan forzada que se hacía difícil hacerla agradable. De pronto me dijo:

- He quedado con Néstor en la oficina, ya que debe enviar un fax urgente. Si te parece podríamos esperarle allí. No creo que tarde mucho.

En ese momento imaginé que era la mejor solución para salir de aquella situación. Si íbamos a la oficina, adelantaríamos el encuentro con Néstor y sería menos desagradable la espera, ya que podría excusarme con que tenía trabajo atrasado y podía ir adelantándolo mientras.

Llegamos al parking de la empresa en el coche de Enrique. Durante todo el viaje no paró de mirarme de reojo las piernas, aprovechando que la minifalda ofrecía una vista magnífica para cualquier pervertido. Además, el cinturón de seguridad me cruzaba exactamente por en medio del pecho, haciendo que se me marcara en exceso y fuero un apetecible banquete a los ojos de aquel degenerado. Aparcó en su plaza habitual y justo antes de bajar del coche se giró hacia mí y me dijo:

-Tú no te habrás dado cuentas, ¿Sabes?, Pero hace tiempo que me he fijado en ti, y pienso que eres una mujer muy atractiva. ¿Crees que tú y yo podríamos... ya sabes, tener... un rollo?

En ese momento se desbordó toda mi rabia, le miré fijamente a los ojos y le dije:

-Mira Enrique, ¡Si crees que soy una chica fácil porque trabajo de secretaria en un importante centro de negocios estás muy equivocado! Además, ni por todo el oro del mundo tendría una historia contigo, ni que fueras el último hombre del mundo ¡Me das náuseas! Ahora, si no te importa, será mejor que subamos a la oficina, espero que Néstor esté al llegar. -Está bien, está bien, no te pongas así, tan sólo era un comentario. Tampoco estás tan buena, ¿Sabes? ¡Me he tirado a tías mejores!

Salí del coche sin contestarle y me dirigí a la puerta de la escalera. Inmediatamente después él también bajó y me siguió hasta la oficina. No parecía muy afectado por lo que le había dicho, aunque sé que le había tocado el amor propio. Más tarde comprobé que había sido un golpe muy bajo a su ego machista, y lo comprobé en mi propia carne.

Enrique se encerró en su despacho y yo me quedé sentada en mi mesa, intentando digerir lo que ese cerdo me había dicho. Sé que no había para tanto, pero ese tipo no me gustaba, y no podía dejarle ni un centímetro de margen.

De pronto escuché un estruendo del despacho de Enrique. Instintivamente fue a ver que pasaba, pensando que se había caído o algo por el estilo. En cuanto entré en el despacho se apagó la luz y noté un fuerte golpe en la cabeza. No sé cuánto tiempo estuve sin conocimiento, pero cuando me desperté comprendí que empezaba una pesadilla para mí.