miprimita.com

Cuando dominar es un placer (04)

en Dominación

Llamé a la puerta y me abrió rápidamente. Vestía con poca ropa: llevaba unos calcetines muy cortos, a duras penas le cubrían los tobillos; unas mallas de color gris le marcaban todo el pubis de forma descarada -si mi amigo vendedor hubiera visto esto, se habría desmayado. Finalmente, un top de gimnasia y de tirantes le cubría los pechos y le dejaba a la vista la mayor parte de su musculatura de atleta.

- ¡Hola Sandra!, Pasa, te estaba esperando. El café está a punto, siéntate. Dejé mi bolso y la chaqueta en la silla del recibidor y pasé al salón. Era normal ver en el apartamento de Susana aparatos varios de musculación tirados por el suelo o encima del sofá, así como piezas de ropa interior por encima de la mesa o por el suelo. Era bastante desordenada. Decía que no tenía tiempo de ordenar la casa y que cuando llegaba por la noche lo que quería era dormir y descansar.

- ¿Y bien, qué era eso tan importante que tenías que contarme? Nos sentamos en el sofá. Bebí un sorbo de café y empecé mi increíble relato. A Susana le fue cambiando el rostro por momentos. No se lo creía. No sabía si reír o llorar. - Pero, pero... ¿Cómo puede ser que exista alguien así? El muy cabrón lo tenía todo planeado, hasta el último detalle. ¡Será desgraciado! ¡Es un maldito violador que... le tendrían que cortar las pelotas... Te juro que si lo tuviera ahora delante le... !

Susana estuvo un rato despotricando y llamándole de todo a ese cerdo. Cuando se hubo calmado un poco continué con lo que me había pasado por la mañana. Después de todo, era la persona con la que tenía más confianza.

-... Y al final le dejé marchar, amenazándole para que no contara nada. Increíble ¿No? Susana me miró fijamente, soltó una carcajada de cómplice y me dijo: - Así que tenemos aquí delante una pequeña sádica que disfruta con el sufrimiento de los demás ¿No? - ¡No, no, yo no he dicho eso! Lo que pasa que en algún momento sentí como algo especial, como un placer que nunca había sentido. Por un momento era la dueña de la situación, yo escogía lo que quería hacer. La verdad es que sin motivo nunca tomaría esa actitud ante nadie, nunca lo había hecho antes. La verdad es que todo esto es un poco complicado, no entiendo muy bien lo que me pasa. - Susana se sentó a mi lado, me abrazó y me levantó la cara hasta que quedamos a un dedo una de la otra.

- Mira Sandra, esto no es tan raro. Las mujeres siempre hemos estado oprimidas por el hombre. Lo llevamos en la sangre. De una manera u otra lo tenemos que sacar. Algunas utilizan las artes más perversas a la hora de seducir para conseguir de los "machos" lo que quieren. Otras como tú y... bueno, como tú, se sienten realizadas cuando ven sufrir a los capullos que las han insultado o menospreciado, cuando están a tus pies suplicando clemencia, cuando tú eres la ama y él el esclavo, cuando... bueno, eso, tú ya me entiendes, ¿No? - Denoté un tanto de implicación y emoción en las palabras de Susana. Parecía que tenía muy claro lo que me estaba contando, como si sus ideas no distaran mucho de las mías. Pensé que eran imaginaciones mías, por lo que no le di más vueltas e intenté asimilar lo que me había dicho. Estuvimos hablando y hablando de otros temas para romper el hielo. Nuestras palabras habían iniciado un tema un tanto delicado, y parecía que las dos no queríamos enseñar nuestras cartas... todavía.

Después del café vinieron unas copas de coñac, un poco de vino, Susana abrió una botella de cava... el ambiente se fue caldeando. Retomamos de nuevo la conversación que habíamos dejado colgada, hablando sobre alguna de las experiencias que habíamos tenido anteriormente. De pronto, se levantó y me llevó de la mano al final del pasillo.

- Sandra, te voy a enseñar algo que creo te va a gustar. Pero debes prometerme que no se lo contarás a nadie, es mi secreto. Fuimos hasta el final del pasillo, sacó una llave escondida de debajo del mueble y abrió la puerta. Era una habitación oscura, con muy poca luz, casi nada. Buscó el interruptor en la parte de fuera y abrió una pequeña bombilla que me permitió ver el mobiliario. Una cama grande, no de matrimonio pero sí mayor que las normales, estaba en medio de la habitación. Parecía vieja, pero resistente. Las patas se prolongaban hacia arriba elevándose uno o dos palmos de la altura del colchón, acabando en unas bolas de madera. A la derecha había un armario grande, de color caoba. Me llamó la curiosidad el techo: había una especie de aro colgado justo en medio de la habitación, pegado en el techo. Parecía una abrazadera ideal para colgar una lámpara de gran tamaño. En una de las paredes había un espejo, de unos 2 metros de altura por 1,5 de anchura.

- Bien, esta es mi sala de juegos, aquí paso gran parte de mi tiempo libre.

Quedé un poco sorprendida. La verdad es que allí no había mucho que hacer. Por si fuera poco, la única luz natural entraba por una pequeña ventana que estaba en la pared de enfrente del armario; cerrada con una llave especial no debía medir más de un palmo de ancho por uno y medio de alto. El cristal parecía más grueso de lo normal y había un par de barrotes que hacían difícil ver lo que había en el exterior. Entonces me fijé que las paredes estaban acolchadas, como preparadas para aislar la habitación de cualquier ruido. Pensé que quizá se encerraba aquí para escuchar música o hacer aeróbic. Estaba muy equivocada.

- Anda, Susana, dime, ¿Qué narices puedes hacer aquí para divertirte? No veo ningún aparto de gimnasia, ni de música, ni nada de nada... vamos, explícame.

Nos sentamos en la cama. Susana no sabía por donde empezar, me miraba a mí, miraba el armario, sonreía, baja la vista, volvía a mirarme... Evidentemente estaba nerviosa, estaba a punto de confesar algo que había mantenido en secreto y que, si no iba con cuidad, podía traerle muchos problemas.

- Mira, Sandra, todo lo que me has contado me ha parecido fascinante, y no por que no lo conozca, sino... mira, ¿Ves esta sala? pues aquí paso algunas noches... con algún amigo, bueno, amigos amigos no son, pero... -¡Ah!, Ya entiendo, cuanto te apetece estar con un tío te lo traes aquí, folláis como posesos, puedes gritar lo que quieras que no te oye nadie, y ya está... tanto rollo para contarme esto, ¡Eres la leche! - No, no, Sandra, no es eso... como te lo diría... es verdad que traigo aquí a tíos para divertirme, pero no como te imaginas. Cuando salgo de fiesta, voy a divertirme, a bailar, a conocer gente interesante, pero por desgracia siempre aparece algún capullo que va de listo y de macho-man e intenta llevarme al huerto. Normalmente me los saco de encima, pero a veces me pican, me provocan, me carga, me consumen la paciencia y... me los traigo aquí.

No entendía nada, si no los traía por que les gustaba, sino todo lo contrario, ¿Para qué narices...? ¡Claro, evidentemente, los traía para... torturarlos, humillarlos, hacerlos sufrir!¡Tenía que ser eso!

- No sé si me explico -Susana me miraba fijamente- aquí están en mi terreno, y puedo hacer con ellos con le quiero, ¿Entiendes? -¡Joder! ¡Claro que te entiendo, a ti te mola lo mismo que a mí, a diferencia que tu tienes, además, una sala especial y te dedicas a ir de caza por las noches! Tía, alucino, yo que pensaba que lo mío no era normal, y resulta que tú eres una... ¿Profesional?

Nos quedamos mirando las dos, empezamos a reír y a decirnos lo tontas que éramos de no demostrar abiertamente con quien teníamos confianza qué era lo que nos gustaba. Susana me enseño el armario, donde había esposas, cadenas, cuerdas, como unas bolas con dos tiras de cuero que, según me explicó, eran para amordazar a tu víctima y evitar que gritara más de la cuenta; algún que otro látigo, y collares de perro completaban el "arsenal" de Susana. Quedé alucinada. Sí, verdaderamente coincidíamos en cuanto a gustos sexuales, pero a mí esto de utilizar tantos "artilugios" no me acaba de convencer. Ella insistía en que, a la larga, necesitas de estos elementos para dominar completamente a los hombres.

- Y ahora te voy a contar alguna anécdota sobre algunos de los hombres que han pasado por mis manos. Debemos coger alguna idea para llevar a cabo tu venganza, ¿No?

Por un momento había olvidado a Enrique. Es verdad, ahora tocaba devolverle todo lo que me había hecho. Tenía la ayuda de una experta, a tenor de lo que había visto, y me sentí bien, muy bien. Estuvimos toda la tarde bebiendo y riendo, mientras Susana me contaba mil y una historias que había tenido en aquella sala. De pronto se quedo sería, me miró fijamente y me dijo:

- Sandra, hoy es una buena noche para ir de caza, si quieres salimos las dos juntas y vamos a por algún pardillo que necesite que le bajemos el ego, ¿Qué te parece?

Me quedé pensativa, no estaba preparada para entra en acción así por las buenas, con tanta preparación.

- No sé, Susana, no creo que pudiera... mejor que no. - Tranquila, ¿Has visto el espejo que hay en la pared? - Sí. ¿Por? - Resulta que es uno de esos espejos que son transparentes, vamos, que puedes mirar desde otra habitación. Si quieres, cuando empiece el espectáculo, puedes asistir desde la otra sala como una espectadora de lujo, y si luego te apetece... ya sabes, puede unirte a la fiesta, ¿Qué te parece? - Está bien, lo haremos así, de momento miraré los toros desde la barrera. Luego, ya veremos. Mi primera noche de caza; sería la mejor forma de comprobar si verdaderamente me gustaba esta forma de ver el sexo y de practicarlo.

Al llegar a mi apartamento, para cambiarme, encontré un mensaje en el contestador; mientras me sacaba la chaqueta y la dejaba en el sofá, le di al botón de play para escucharlo. Estaba mirando el correo cuando escuché aquella fatídica voz:

"Hola, ¿Me reconoces? Sí, soy Enrique. Espero que estés recuperada de la "fiesta" de ayer. Como hoy no has venido a trabajar he pensado que estabas agotada después de tanta acción. Para que no pierdas el ritmo, te espero mañana a la 9 de la noche en la oficina, para repasar algunos informes... ¡Ah! Por cierto, no faltes si no es que quieres que el consejo de dirección de la empresa vea tu flamante actuación. Un beso y hasta mañana.. click"

Por un momento me quedé helada. No sabía que pensar, creí que todo había acabado con aquella violación, pero por lo visto no era así. Me puse muy nerviosa, no me apetecía que el tío ese volviera a humillarme, no estaba dispuesta. Poco a poco me fui calmando, pensándolo fríamente, y lo mejor que podía hacer era hablarlo con Susana, ella sabría que hacer. Quien sabe, a lo mejor había llegado el momento de la venganza.

Una hora y media más tarde estaba lista para salir. Me puse mi pantalón de cuero ajustado, marcando mis nada despreciables curvas, complementándolo con un jersey negro ajustado, de cuello alto. Mis zapatos de tacón, como siempre, y mi chaqueta de cuero a juego con el pantalón. Iba a ser una gran noche, lo intuía...