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Cuando dominar es un placer (03)

en Dominación

El despertador sonó como siempre alrededor de las 7:30 de la mañana, con ese sonido tan molesto que le hace a una odiar las mañanas. Tenía un sueño terrible. Lo paré y permanecí un rato en la cama, como suelo hacer siempre. Utilizo estos momentos para reflexionar sobre lo que tengo que hacer y programarme el día de antemano.

De pronto me vino a la cabeza el recuerdo de lo ocurrido la noche anterior. Sentí náuseas al recordar todo lo que me había hecho ese cabrón. Me llevé las manos a la cara, ¡Me parecía sentir todavía su polla metida en todos mis agujeros! Intenté calmarme. Por un momento pensé en denunciarlo, pero al instante me vino a la memoria que el muy cerdo tenía una cinta con toda la violación grabada, acompañada de una "invitación" por mi parte a asistir al espectáculo. Si quería progresar en la empresa, debía callar y aguantarme, no tenía otra posibilidad.

Estaba muy cansada; decidí que llamaría a la oficina para decirles que no me encontraba muy bien y que hoy no podría ir. Todavía tenía las muñecas y los tobillos marcados por las ataduras. Mientras me duchaba, pensaba una y otra vez en todo lo que pasó aquella noche. No pude pasar por alto la sensación de placer que sentí en algún momento de la agresión. Ya sé que es absurdo creer que me podía gustar aquello, pero fue muy extraño, algo que jamás había sentido. De momento no le di importancia, ya tendría tiempo de meditar a cerca de ello. Lo que sí empecé a pensar era en cómo podría devolverle a ese cabrón todo lo que me había hecho. Mientras me duchaba pensaba en mil y una perrerías que podría hacerle para que, más que sentir dolor, sintiera la humillación que yo sentí y la impotencia que se padece cuando estás en manos de otra persona, especialmente si es del sexo contrario.

Sin darme cuenta, mientras me imaginaba a ese perro arrodillado ante mí, suplicándome perdón me sorprendí a mi misma acariciándome los pezones, que fieles a la estimulación, se iban endureciendo bajo mi tacto. El agua caliente facilitaba la excitación que se fue trasportando hasta mi entrepierna, la cual clamaba a gritos unas delicadas caricias para calmar su sed. Las escenas en las que aparecía Enrique sufriendo y siendo humillado no hacían más que aumentar mi excitación provocando, finalmente, un orgasmo de los que hacía tiempo no sentía. Tuve que sentarme en cuclillas en la ducha porque las piernas no me aguantaron. Entre el cansancio de la noche anterior y la intensidad del placer, estaba realmente destrozada.

Me sequé y decidí ir de compras, quizás de este modo conseguiría aclarar mis ideas y poner en orden todas estas extrañas sensaciones que desde hacía pocas horas estaba sintiendo.

Me estaba peinando en el cuarto de baño cuando sonó el timbre de la puerta. Estaba completamente desnuda, por lo que me puse el albornoz y las zapatillas y salí disparada hacia la puerta. No recordaba haber quedado con nadie, y menos teniendo en cuenta que a esas horas no solía estar en casa. Miré por la mirilla y vi a un chico alto, de unos veinte, veinticinco años, buena presencia, con americana y corbata que se arreglaba mientras me observaba, con un maletín. Abrí la puerta y le dije:

-¿Qué desea?- Me miró con los ojos muy abiertos e intentó actuar con toda la naturalidad del mundo. - Buenos días, Señora. No sé si estará al corriente de los nuevos libros de la editorial Planeta sobre la integración de las mujeres en el mundo laboral... - - - Siguió hablando durante unos minutos. Al principio intenté seguirle con cara de atención, pensé que estaba haciendo su trabajo y merecía corresponderle de forma educada. La verdad es que desconecté a los pocos instantes porque al ver a ese chico empezaron a pasarme por la cabeza algunas ideas un tanto malvadas -la verdad, el chico no estaba nada mal; todavía me duraba la excitación que me había provocado la ducha matinal y pensé que... no, no, no. La cosa estaba pasando de castaño oscuro, no paraba de pensar en sexo y no creo que esto fuera muy bueno. De golpe volví a la realidad y le dije:

- Mira, perdona. Me estaba arreglando para irme a comprar y no tengo mucho tiempo. Si tienes una tarjeta, déjamela y si me interesa ya te llamaré.

Justo en ese momento le pillé mirándome el escote. Estaba empezando a sudar y caí en la cuenta que también tartamudeaba un poco. Incliné la cabeza ligeramente hacia abajo y me di cuenta que con las prisas, me había abrochado el albornoz sin demasiado cuidado, dejando a la vista buena parte de mis redondos y generosos pechos a aquel pobre infeliz que sólo quería venderme una enciclopedia. Me tapé rápidamente y le dije que lo sentía pero que tenía prisa. Cerré la puerta, me di la vuelta y de pronto me vino a la cabeza su última frase: "... ya que ustedes, las amas de casa, debido a su poca capacidad por la falta de formación y bueno, las mujeres ya se sabe, no están tan capacitadas como los hombres..." se me cruzaron los cables, abrí rápidamente la puerta y le pillé entrando en el ascensor.

- Oye, perdona, me lo he pensado mejor, creo que tu y yo podríamos entendernos. ¿Te importaría pasar un momento y me lo explicas en detalle?

El chico mostró una sonrisa de oreja a oreja y acudió rápidamente a mi reclamo, cual perro fiel obedece a la llamada de su ama.

- Por supuesto señora, no le robaré mucho tiempo de sus quehaceres familiares, tendrá tiempo de dejar la casa lista para la llegada de su marido.

Cerré la puerta con llave una vez pasó al comedor. "Muy bien, pequeño capullo, parece ser que tú también eres de la escuela de uno que yo me sé. Practicaremos contigo antes de la gran fiesta" pensé en ese momento. El chico se había sentado en uno de los sofás que tengo en el comedor. Justo delante del televisor hay un sofá triple y al lado un individual, colocado en forma de L. Bajé un poco la persiana aludiendo a que el sol empezaría a entrar de lleno y nos molestaría un poco. Empezó a sacar los catálogos de los libros y a esparcirlos por la mesita que había delante de los sofás. Yo me senté justo en medio del sillón grande, cruzando las piernas de forma descarada, dejando toda mi pierna derecha al aire, ofreciendo una panorámica perfecta de mi muslo casi hasta el culo. La zapatilla colgaba justo por la punta de los dedos del pie. Extendí los brazos en forma de cruz, por encima del sofá, y le miré fijamente a los ojos.

- Bien, vamos a ver qué es lo que me cuentas-. En ese momento el chico levantó la vista y abrió tanto la boca que pude ver hasta la planta de los pies. - BBBBueeeno, yo, esto... bien, estos son las enciclopedias, digo... los libros que le decía antes-. Cogí uno de los catálogos y empecé a mirarlo atentamente. Me lo puse bastante alto, lo justo para que no pudiera verme la cara ni yo verle a él. De este modo, podría mirarme las piernas sin temor a ser observado. Entonces, cerré de golpe el folleto y lo dejé caer torpemente a mis pies. Le faltaron décimas de segundo para saltar y arrodillarse ante mí para recoger el folleto que, incomprensiblemente, se había despojado del clip que lo sujetaba y había soltado libremente todas las hojas por el suelo. Mientras recogía las hojas, mirando de reojo todo lo que podía, descrucé las piernas y las abrí descaradamente ante su mirada. Se le volvieron a caer todas las hojas que había recogido, quedando completamente hipnotizado ante mi entrepierna que le llamaba a voces. Aprovechando su distracción, le golpeé con la rodilla justo en la cara, haciéndole caer de bruces contra el suelo, dejándole sin conocimiento. Ahora iba a ver de lo que podía ser capaz una "ama de casa sumisa". Podía suspender las compras hasta la tarde, ¡Tenía el día libre!

Poco a poco fue abriendo los ojos. Estuvo inconsciente unos diez minutos, lo justo para poder preparar la situación. He de reconocer que era la primera vez que hacía esto, pero me dejé llevar por mi instinto y por mis nuevas inquietudes sexuales que cada vez me atraían más.

- ¿Qué, qué, qué ha pasado? Me duele la cabeza un montón... pero qué coño, ¿Qué me ha hecho? - El pobre estaba tumbado en la alfombra de costado, completamente desnudo, con las manos atadas a la espalda con el cinturón del albornoz y los tobillos con una de mis medias. Justo delante de su cara tenía uno de mis pies que le indicaba cuál era su sitio, que utilicé para golpearle suavemente en la cara.

- Como puedes ver, las amas de casa no tenemos otra cosa que hacer que aburrirnos esperando a nuestro maridito, después de haber sacado el polvo a la casa y preparar una comida deliciosa. Es por eso que, cuando tenemos una oportunidad como esta, en la que un chico viene a visitarnos, la aprovechamos para divertirnos un rato.

De pronto vi como le aumentaba de tamaño el pene de forma extraordinaria. Por lo visto le estaba empezando a poner cachondo la situación.

- Hombre, veo que empiezas a entrar en calor. Déjame que te ayude. Mientras le mantenía la cabeza pegada a la alfombra con el pie derecho encima de su mejilla, con el izquierdo empecé a frotarle la polla de forma violenta, haciendo que aumentara aún más de tamaño. El chico empezó a retorcerse, intentando escapar de mi "masaje", pero mis fuertes piernas le mantenían pegado al suelo, sin posibilidad de escapatoria. Cuando me hube cansado, le cogí por el pelo y lo arrodillé justo delante de mí. Me abrí del todo el albornoz y le permití contemplar el paisaje. El muchacho no sabía si reír o llorar ante aquel panorama. Le cogí por las orejas y le acerqué a mi coño que empezaba estar excesivamente mojado. Lo empotré en mi entrepierna y le puse los pies en la espalda, para que no tuviera la tentación de separarse.

- Muy bien, ahora me vas a hacer una demostración de tus habilidades con la lengua. Ya que hablando no te defiendes muy bien, espero que masturbándome lo hagas un poco mejor. Por cierto, debo decirte que son una mujer a la que le cuesta llegar al orgasmo, por lo que espero que te esmeres en tu trabajo o... bien, te reservo una sorpresa. ¡Cómeme el coño como si en ello te fuera la vida, cabrón!

El tío estaba acojonado. La verdad es que sabía hacer su trabajo, a pesar de la presión a la cual le estaba sometiendo. Mientras me chupaba con obsesión el clítoris, yo empecé un suave masaje en mis pechos que complementaba el servicio que estaba recibiendo de mí improvisada "mascota". Después de un cuarto de hora de ferviente succión, pensé que debía de cambiar de posición si quería llegar al orgasmo. De pronto me incliné a un lado y provoqué una rotación que dejó a mi amigo boca arriba, con la cabeza apoyada en la parte baja del sofá, y a mí sentada justo encima de su cara. El panorama que debía tener el chico en ese momento debió ser estremecedor, ya que con mi peso le impedía cualquier posibilidad de escapatoria y sólo le quedaba una posibilidad: lamerme el coño como un loco. Entonces me di cuenta que si no le motivaba un poco más, no llegaría al clímax.

- Como veo que estás perdiendo gas, tendré que utilizar un algún recurso más convincente. Espero que esto te anime. Pasé las manos a la espalda y empecé a acariciarle los pezones. Siempre había oído decir que este tipo de caricia excitaba mucho a los hombres, pero ninguno de ellos me lo había pedido nunca. Ahora era el momento de comprobar si surtía efecto. Casi al instante comprobé que dicha caricia proporcionaba magníficos resultados: El chico empezó a respirar de forma acelerada, a retorcerse bajo mi cuerpo, su pene se enrojecía por momentos y clamaba a gritos por una caricia que le liberara del sufrimiento que estaba padeciendo. Las caricias se convirtieron en pellizcos en los pezones que aumentaron de intensidad conforme sentía que me llegaba el orgasmo. - - De repente un placer estremecedor inundó todo mi cuerpo, provocando un éxtasis como muy pocas veces había sentido. Una simple paja se había convertido en el máximo exponente del clímax del orgasmo. Además, la sensación de placer duró una eternidad, mucho más que otras veces. No fue hasta al cabo de dos o tres minutos que no me aparté de encima de mi prisionero, que debía tener la lengua destrozada de tanto lamerme el clítoris.

- ¡Por favor, no me dejes así, permíteme que llegue al orgasmo, tan sólo acariciarme un poco, voy a estallar! Me suplicó el muchacho que había caído justo al lado de mis pies, a lo largo del sofá. Puse un pie en su cuello y el otro lo utilicé para frotar su pene suavemente. Al cabo de unos instantes el chico llegaba a un orgasmo que le llenó la cara de leche y que le dejó extasiado.

Le solté, le devolví su ropa y le dije que si contaba algo de esto a alguien, le dejaría durante horas atado recibiendo las torturas y humillaciones más crueles que pudiera imaginar. Evidentemente exageraba, pero no quería que fuera contando por ahí lo que había pasado. El chico me dijo que estuviera tranquila, que le había hecho sentir algo increíble, pero que no estaba preparado para este tipo de experiencias, y que ahora en adelante intentaría ser más justo con la función de las amas de casa y su dedicación al hogar.

Evidentemente, tuve que ducharme de nuevo antes de irme de compras. El paseo por el centro me fue bien, ya que tuve tiempo de darle vueltas a la cabeza y pensar sobre todo lo que me estaba sucediendo. Mirando escaparates por una de esas callejuelas olvidadas de la parte antigua de la ciudad fui a parar a una tienda bastante escondida, de ropa extraña, tipo militar y esas cosas, la mayoría usada. Entré por curiosidad a mirar. Sin darme cuenta me metí en la sección erótica, donde encontré todo el material necesario que necesita alguien para practicar el sadomasoquismo al 100\%. Los maniquíes me mostraron la realidad de esta tendencia que, la verdad, no me atraía mucho; había llegado a pensar que me estaba convirtiendo en una de estas personas que necesita disfrazarse para sentir placer y esas cosas. No tardé mucho en salir de la tienda pensando que lo que había pasado por la mañana era una locura y que no podía ser una buena idea repetir algo semejante.

Después de comer decidí llamar a Susana. Pensé que era la persona que mejor podía entender los que me había pasado la noche anterior. Antes de denunciarlo a la Policía quise hablarlo con ella. A eso de las cuatro y media cogí el coche y me fue a su apartamento. Se había mostrado sorprendida al decirle que no estuviera trabajando. Por casualidad, ella no tenía clase en el gimnasio esa tarde y pudimos quedar para tomar el café y explicarle mi desagradable experiencia.