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La primera vez con el profe

en Hetero: Primera vez

Mi amiga Laura me contó cómo fue su primera vez y me excitó mucho, así que se me ha ocurrido transcribirla aquí. Espero que os guste tanto como a mí. Sin más preámbulos la cedo la palabra:

"Mi primera vez fue a los 17. He estudiado en un colegio de monjas, por suerte mixto, y había repetido curso un par de veces, así que apenas veía a los compañeros que siempre me habían gustado y los chicos con los que ahora coincidía apenas llegaban a los 15 y me parecían demasiado niños para que me interesaran. Yo en cambio les volvía locos, era la más desarrollada de la clase, medía 1’67, estoy bien de carnes, bien proporcionada, con un culo respingón, poca tripa, cara bonita, morena, y unas tetas más grandes que sus adolescentes manos, redondas, firmes pero no demasiado como para que no se me muevan cuando ando con rapidez o corro o salto. Me consta que se mataban a pajas pensando en mí. A mí me gustaba esto y la verdad es que les provocaba cuanto podía: mi falda gris de cuadros era la más corta de todas las chicas y enseñaba cuanto podía las piernas y no me preocupaba de taparme cuando subía las escaleras; mi camisa blanca me quedaba tres o cuatro tallas más pequeña de lo que debía, así que resaltaba mis pechos, que muchas veces dejaba sin sostén para que adivinaran mis pezones. Por esto y por otras cosas tenía una fama de guarra que me resultaba muy divertida. No sabían que aún no había follado con nadie. Decían que me acostaba con todos los chicos de los cursos superiores, cosa falsa, porque ya he dicho que hasta lo que voy a contar era virgen, no había pasado de los besos, las masturbaciones o, como mucho, roces en ropa interior, toda mi experiencia se reducía a volverme loca con los dedos viendo las películas porno de mis padres.

A mí quien me gustaba era el profe de música, Pablo. Era el más joven del colegio, tenía 24 años y, aunque no era una belleza, a mí me ponía y no era un enamoramiento platónico. Casi todas mis masturbaciones le tenían a él como protagonista. Pablo era alto, yo creo que medía más de metro ochenta, rubio oscuro, delgado, apuesto, elegante, tenía un bonito culo, era tímido, serio. Estaba bastante obsesionada con él, pero sabía que, aunque se fijaba en las alumnas y no podía evitar mirarme, no era un tipo fácil y no sabía cómo entrarle sin que se escandalizara. Por fin ideé un buen plan y esperé a llevarlo a práctica en el momento exacto:

Estábamos cerca de las Navidades y ya habíamos pasado los exámenes finales. Pablo nos había avisado que veríamos una película en la sala del vídeo las últimas clases. Escogí a uno de los chicos que menos niño parecía y le dije que si se sentaba conmigo en la última fila me dejaría bajar las bragas. Él se quedó atónito, estábamos en la puerta y nunca me había acercado a él. Antes de entrar, me las apañé para echarle la mitad de una pastilla afrodisíaca en la botella de agua que siempre bebía Pablo y yo me tragué la otra mitad. Me habían asegurado que era muy estimulante. Vi como se bebió media botella antes de empezar a presentar la película y me di la vuelta para mirar a Juan, que así se llamaba, y le sonreí.

Nos quedamos a oscuras, pero Juan no se atrevía a moverse. Esperé un buen rato, no tenía prisas, pero el otro estaba inmóvil, aterrado. Le susurré al oído: ¿qué esperas?, ya estoy caliente, pero nada. Bajé la mano hasta su paquete y noté su elevación. ¿Estás cachondo? ¿A qué esperas entonces? ¿Quieres que me suba la falda? Él entonces miró a la falda y yo la empecé a remangar poco a poco, dejando que disfrutara en la penumbra de mis muslos. Llegué a las bragas. Son blancas, le dije al oído, y están mojadas. ¿Las ves? Él asintió con la cabeza, las cortinas no estaban echadas del todo. Nadie parecía enterarse de lo que hacíamos y empecé a ponerme a tono, pese a que sabía que no quería hacer nada con ese púber. Bájamelas, le ordené. Él alargó su brazo izquierdo y, con mucho cuidado, cogió del tirante derecho la braga e intentó bajármela sin moverse demasiado, mirando para adelante por si acaso le pillaban. Apenas conseguía moverla y el roce de la tela empezaba a torturarme. ¿Te ayudo? Me incorporé un poco y cogí el otro lado de la braga. Venga, bájala. Lo hicimos a la vez. Llegamos hasta las rodillas, Juan estaba muy excitado. Hasta abajo del todo, te las regalo. Levanté un pie y luego el otro y le dejé que las cogiera. Huélelas. Y se las llevó a las narices, mirando de reojo mi entrepierna: mi coño sin rasurar, con esa mata oscura, con esa raja que él no podía ver. Estuve tentada a decirle que se agachara y me hiciera una buena comida, pero no podía ser. ¿Te gusta?, le pregunté. Mucho, me dijo con un tono nervioso, sonriendo. Antes de que se decidiera a tocarme, me fui a su bragueta y metí mi mano en ella. Rocé su calzoncillo y estaba empapado. Moví un poco la mano y noté al poco que algo se convulsionaba: se había corrido ya. Quedaban cinco minutos para acabar la clase, todo estaba listo.

Me bajé la falda, me despeiné un poco la melena y salí precipitadamente de clase. Juan se quedó helado y Pablo se me quedó mirando. Fingí que estaba llorando y salí al pasillo. Salió mi profe detrás de mí y me preguntó que si me pasaba algo. No le dejaba ver mi cara, pero me esforcé para que me oyera llorar. Pablo se volvió a meter en clase y encendió las luces. Venga, podéis ir al recreo. Todos salieron pitando y el primero Juan. Laura, me dijo, entra. Yo, con los ojos enrojecidos, entré. Estábamos solos. Miré a la botella: estaba vacía. Me pregunté si él estaría tan caliente como yo lo estaba.

¿Qué te pasa?, me preguntó. No pasa nada. Entonces ¿por qué lloras? No se lo puedo contar, me da vergüenza. Si quieres que te ayude tienes que decirme lo que te pasa, Laura. ¿Me promete que no se lo dirá a nadie? Te lo prometo. No se atrevía a tocarme, pero estaba cerca de mí. Juan me ha obligado a quitarme las bragas para masturbarse. Pablo se quedó sin saber qué decir. No me podía negar, tenía una navaja... De nuevo, me puse a llorar y me fui al pecho de Pablo, que, pese a las dudas iniciales, me abrazó para consolarme, acariciándome el cabello. Pero eso no es lo peor, continué. ¿No? Es que..., me da mucha vergüenza decírselo, no sé que va a pensar de mí... Venga, dímelo, no tengas miedo. Es que... Me gustó ver cómo se corría mirándome, me excitó mucho... Bueno, no pasa nada, es natural... Pablo no sabía qué decir, no me había separado mucho de él, le miraba a los ojos y se lo decía todo, pero no se enteraba. La pastilla ya se había apoderado de mí y estaba lanzada: pensaba en ti cuando me bajaba las bragas. Y le besé en la boca, le abracé en el cuello para que no me rehuyera, como en un primer momento había intentado hacer. Él al principio no hacía nada, no se atrevía a tocarme, hasta que mi lengua se movió por sus encías y buscó su garganta. Me pegué más a él y bajé un brazo a su entrepierna. Estaba excitado ya y me devolvía los besos.

Él bajó sus labios por mi cuello. Te deseo, no sabes cuánto te deseo, le decía yo. Esto no está bien, esto no está bien, decía sin dejar de succionarme el cuello. Sabía que de un momento a otro se iba a arrepentir, así que le quité el jersey y la camiseta y bajé mi boca por su pecho, por su estómago. Llegué al pantalón. Estaba de rodillas y miré arriba mientras desabrochaba su cinturón y le desabotonaba la bragueta. Se los bajé hasta las rodillas y descubrí unos bóxer que no daban abasto. Me levanté y empecé a manosearle el paquete por encima de la tela. Él respondió despojándome de mi camiseta. Esta vez llevaba un sostén de encaje blanco.

Veo que te has preparado bien este encuentro, me dijo mientras me tocaba los pechos. ¿Me deseas? Me vuelves loco, Laurita, siempre te he deseado. Me buscaba la boca con pasión, con desesperación, pronto hundió su nariz en mi pecho, me recostó sobre la mesa y me bajó el sujetador por debajo de mis pechos.

Qué pezones tienes! Y me chupaba y lamía y apretaba, rozaba con la punta de su lengua contorneando la redondez de mis pezones. Así que no hay bragas, ¿eh? Mientras su mano izquierda seguía sobándome los pechos, la derecha se metió debajo de la falda y buscó mi chocho, mi vagina y metió un dedo y me encontró el clítoris. Estás mojada. Y perdí de vista su cabeza. Sólo veía un bulto debajo de mi falda, aunque luego me tumbé en la mesa y cerré los ojos porque parecía un maestro en buscarme zonas erógenas. Cuando le volví a ver la cara me había corrido un par de veces.

Arrodíllate y déjate de juegos con los calzones. Me gustaba que me ordenara. Obedecí y le quité el bóxer. En realidad tenía muchas ganas de verle la polla, ¿te gusta? Me gustaba mucho, no era uno de esos pollones de las pelis porno, pero estaba gorda y roja y lubricada. Chúpamela. Sabía que tenía que jugar con ella, pero me la metí hasta donde pude y empecé a moverme de atrás adelante, lengüeteando por su capullo.

Párate, párate, que me corro, pero no le quise oír y aumenté el ritmo, nunca me había sentido tan a gusto follándome una polla con la boca y quería que se corriera en mí. Por fin llegó su leche, caliente, agria, a borbotones. Me caían chorros por los labios. Él me besó y restregó su semen por mis tetas. Yo quería que su pene recuperara su esplendor y no se la soltaba, le seguía pajeando, tocándole los huevos.

¿Quieres que te folle? Sí, fóllame, fóllame. Se echó sobre mí y me la metió. Todavía estaba flácida y me penetró casi sin que me enterara, aunque seguía excitada porque me acariciaba los muslos y los pechos. Pablo en seguida recuperó la erección y me presionó increíblemente en mis labios vaginales. No pude evitar gritar, ah, ah, ah. Cállate, nos van a descubrir. Sigue, sigue, más fuerte, más. ¿Quieres más? Sigue, sigue. Toma, toma, toma. Me sucedieron los orgasmos de una manera brutal, electrizante, esa verga estaba jodiéndome como nunca pensé que podría pasarme. Va, va, va. Y me agarró las nalgas y me sacudió con fuerza, clavándomela con saña hasta dentro. Méteme los huevos, métemelos. Y se corrió en mí. Cuando me levanté, las gotas cayeron al suelo. Oímos unos ruidos fuera y nos vestimos enseguida.

Nunca hablamos de lo ocurrido, ni volvimos a hacerlo".