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Recuerdo la primera vez que me enamoré. Ella era bajita, morena, con la cara ligeramente manchada con rastros de la varicela. Se llamaba Cristina. Recuerdo ante todo su nariz imponente. De forma angular, me recordaba a como Uderzo le había pintado la nariz a Cleopatra en una aventura de Asterix por Egipto.

Cristina era hija única de una familia compuesta por ella y su madre. Su madre, una mujer mas bajita que ella pero de gestos francos y cariñosos, se llamaba Cristina también.

Madre soltera desde siempre, la recuerdo apoyada en el alfeizar de la ventana durante las tardes primaverales en que Cristina y yo volvíamos del instituto y íbamos a su casa a hacer los deberes.

Siempre, al cabo de tres cuartos de hora de estar estudiando, nos traía magdalenas y batido de chocolate con leche para merendar. Traía asimismo consigo una amplia y radiante sonrisa y alguna que otra broma.

Cristina no era guapa. Tampoco especialmente simpática ni agraciada. Cuando reía, se le formaban los hoyitos de la simpatía. Quizá ese era el rasgo principal de su sosa cara. Y su nariz, claro.

Si para mi fueron años difíciles por el cambio de instituto continuo fruto del itinerante trabajo de mis padres, para ella también lo fueron pues su físico estaba muy lejos de los estándares de la "chica ideal" de cualquier adolescente.

Y para una adolescente, tal y como ya intuía entonces y he comprendido años después, ser la "chica ideal" a los 14 años es de las cosas mas importantes que hay en este mundo.

Tampoco era especialmente buena conmigo. Para que engañarse.

Los viernes por la tarde algunos de la clase, en su mayoría repetidores de curso, se iban a la discoteca a tomar zumos "San Francisco" sin alcohol y fumarse medio canuto después. Eran la elite. Y, aunque muchas veces nos reíamos de ellos y otras nos enfadábamos llamándolos elitistas y cosas por el estilo, en el fondo todos queríamos estar allí, con ellos. Fumando tabaco entre clases en el lavabo. Como los mayores.

Todavía recuerdo las miradas de desprecio que lanzaban cuando ibas al meódromo durante los cinco minutos que dejaban los profes al terminar una clase y empezar la siguiente. Había llegado a ir a los de otra planta para no encontrarme con ellos.

Cristina siempre fue la eterna candidata a entrar en ese grupo. Siempre procuraba sentarse cerca de ellos durante las lecciones. Reía de sus chistes aunque no los hubiera escuchado. Y andaba con modelitos cada vez mas atrevidos a medida que se acercaba el verano.

Pero cuando las clases terminaban, y los chunguitos se iban en sus motos o se quedaban por el instituto fumando o tomando una cerveza, Cristina siempre se me acercaba y me preguntaba si iba hacia casa. Luego, a medio camino, siempre me preguntaba si quería ir a su casa a estudiar un poco. Y siempre, siempre, añadía "que los exámenes se acercan!"

Cuando estudiábamos, Cristina y yo también charlábamos un buen rato. Ella me contaba sus sueños, sus ilusiones. Quería estudiar para ser bailarina. Una gran estrella. Pero en el fondo no era muy dada de si misma, mas bien al contrario. Siempre he pensado que lo decía para que yo le sonriera y le contestara que seria su primer espectador, el primero de las largas colas que se harían para ver sus espectáculos. Entonces ella se ponía muy contenta y me estrechaba entre sus brazos como una adolescente, que era exactamente lo que era.

Luego, descubrió que Luis, uno de los mayores, había sido compañero mío en un colegio de La Verneda. No cabía en si misma de asombro. La verdad es que Luis y yo habíamos sido bastante amigos hacía algunos años. Pero yo me había ido a Albacete a vivir tres años y le había perdido la pista. Cuando volví a Barcelona, me lo reencontré en el instituto. Pura casualidad.

- ¡Si Luis es majísimo!- Fue la única reacción de Cristina. Luís en el fondo era un cabrón con las tías: el típico guaperas de aquí te pillo aquí te mato y luego, a otra cosa, mariposa. Palabras textuales suyas.

A mi Luis ya no me caía muy bien. Cosas de la edad, supongo.

Y yo a Luis tampoco, creo.

Pero la cuestión es que en el último trimestre, cuando el calor empezaba a apretar y Cristina se paseaba con minifalda por todas partes, las cosas cambiaron bastante. Con la excusa de que era mi amiga, consiguió entrarle a Luis. Por lo visto, su relación conmigo les sirvió para conocerse y hacerse amiguetes.

Y a mi me dolió bastante.

En realidad, todo fue muy rápido. En cuestión de una semana, ya se hicieron inseparables. Y al cabo de ocho días exactos, Cristina ya no me invitó a volver juntos ni a estudiar con ella a su casa.

Por las noches, revolvía las sabanas y apenas cerraba los ojos. A veces, solo a veces, humedecía la almohada con mis lagrimas. Un día mi madre oyó los sollozos y le dijo a mi padre que me consolara. Fue la situación padre-hijo mas embarazante que ninguno de los dos había sufrido nunca, y por eso en el futuro se abstuvo de realizar tales temeridades.

Descubrí lo que puede llegar a doler el desamor. también descubrí lo dulce que era Cristina y lo mucho que la echaba a faltar.

Afronté el tema como pude y, sobretodo, como sentía que debía hacerlo.

Con mucha dignidad, mi vida y la del resto del mundo continuó. Sin Cristina, pero continuó.

Las semanas fueron pasando y apenas la veía. Ella se había integrado plenamente con los mayores y ya la había visto varias veces fumándose un pitillo. Yo seguía con mi endeble pandilla de "freaks". Gente muy maja. Rarilla, pero muy buena.

Un viernes como cualquier otro, a dos semanas vista de exámenes, al terminar las clases Cristina se me acercó por primera vez en un par de meses. Durante este tiempo, yo había luchado contra mis instintos y había aprendido a comportarme de forma mas o menos natural delante suyo. De hecho, las pocas veces que la vi, fueron en compañía de Luis y en situaciones limite en que no podías irte sin mas sin parecer un completo asocial. Y siempre había resuelto esas situaciones de la misma manera: hablando solo con Luis.

Pero ahora Cristina volvía.

-¿Subes hacia casa?

- mmmm... pues... sí.

- ¿Vamos juntos?

- Vale.

¿Qué estaba ocurriendo? No entendía nada de nada. Ahora, ella venía y hacía ver que no pasaba nada, que durante dos meses había pasado de mi como de la mierda, con perdón, pero que ahora todo era como antes.

Le seguí el juego estupefacto. De camino ella rió mucho y constantemente. En algún momento incluso recuerdo que me agarró el brazo con gran desasosiego por mi parte a causa de alguna broma estúpida que yo había hecho.

¿Qué queréis que os diga? ¿Qué la mandé a la mierda? ¿Qué pasé de ella? Pues no. Sentía verdadera emoción por lo que estaba pasando. Estaba embriagado pensando que ella había decidido pasar de Luis y volvía conmigo, como una oveja al corral. Mi andar era liviano, mi ingenio afilado y mi voz orgullosa. Con mi mochilita y mis pantalones cortos, era el chico mas feliz del mundo. Y nunca pude sospechar lo que había realmente detrás de todo aquello. Pero eso ya vendrá.

A medio camino, ella me invitó a su casa a estudiar. "los exámenes ya se acercan!" añadió, como siempre. Pero esta vez con una sonrisa picarona que no acabé de entender. Evidentemente, le dije que sí. Que encantado.

Cuando entré en la casa, ésta apenas había cambiado. Los muebles seguían en su sitio y hasta el olor seguía exactamente tal y como yo los recordaba. El reloj estaba, como siempre lo había estado, cinco minutos adelantado.

Pero algo era distinto. Ella me lo confirmó.

- Mi madre no está. Ha salido el fin de semana.

- ¿Y te ha dejado sola?

- Claro. Yo es que ya soy toda una mujer y se cuidar de mi misma.- Y dicho esto levantó la cabeza muy orgullosa. Yo no cabía en mi asombro. Sacó un paquete de tabaco del bolso y se encendió un cigarrillo. Yo la miraba fijamente. Toda ella parecía muy cambiada, y había que reconocer que realmente estaba hecha una mujer. Con un top de color blanco apretado, una faldita azul marino, las piernas cruzadas dejando ver casi todos sus muslos, el codo apoyado en la mesa y el humo del cigarrillo envolviéndola.

Lanzaba largas bocanadas y yo estaba como hechizado. ¿De su belleza? ¿De la situación? No tengo ni idea.

De pronto se levantó. Sin dejar de mirarme, se acercó a mi y me agarró de la mano, llevándome a su alcoba.

Una vez allí, sonrió picara y me hizo sentarme en la cama. Para gran sorpresa por mi parte se sentó sobre mi con mis piernas entre las suyas mirándome fijamente. Estaba muy cerca de mi y notaba cada latido de mi corazón. Cada movimiento que realizaba. Su pecho subir y bajar. Pude ver cada uno de los rebeldes pelos que cruzaban su cara. Cada uno de los rastros de la varicela en su faz. Sonrió. Vi los dos hoyitos de la simpatía dibujarse en su rostro.

Y sus labios se acercaron a los míos.

Sentí. Por primera vez en mi vida, sentí algo de verdad. Sin explicaciones, trampas ni excusas. Sus labios en los míos, mis labios en los suyos. Sus manos en mi espalda, mis manos en sus nalgas, explorando, valientes, todo lo que estaba al alcance.

Nos tumbamos. Yo de espaldas y boca arriba, ella de rodillas encima mío.

Su falda ondulaba y no suponía obstáculo para mis manos que palpaban todo lo impalpable. Deslicé mis dedos bajo la veta de sus bragas, recorriendo la suave superficie de piel que éstas escondían.

- Dime que eres virgen.- me susurró en la oreja

- Soy virgen- respondí algo confuso. Tenía la cabeza embotada, como borracho. Hablar en aquel momento me suponía un gran esfuerzo.

Ella suspiró y me besó con mas pasión. De pronto se quitó el polo de color blanco y se quedó con los pechos al descubierto sentándose sobre mi paquete. Tenía los pechos pequeñitos, recién formados. Con los pezones oscuros y pequeños. Recuerdo vivamente como apuntaban hacia arriba, hacia el sol y las estrellas.

Me agarró las manos y las puso sobre ellos. Salvajemente, empezó a moverlas. Yo temía por aquel busto tan delicado, pero su boca empezó a gemir y supe que quería que yo continuara así, agitando mis palmas duramente contra su pecho desnudo. Agarré entre los dedos a los pezoncitos y los empecé a mover cada vez mas rápido. A su vez, me metió dos dedos en la boca suplicándome que los chupara como si fuera un "chupa-chups". Sin entender muy bien el porqué, hice lo que ella me pidió.

Cada vez estaba mas excitada. Sus ojos estaban entrecerrados y sus rodillas se iban abriendo, cada vez mas. De pronto, empezó a realizar movimientos con el vientre y a rozar sus partes mas intimas con las mías. Se abalanzó contra mí, momento que aproveché para abrazarla fuertemente, y se empezó a restregar todo su cuerpo sobre el mío. Las ropas le incomodaron y me lo hizo saber.

Quítatelo todo. Todo.- Se apartó a un lado.

Yo me lo quité todo rápidamente. La camiseta, los zapatos, los calcetines y los pantalones quedando solo con mis abultados slips.

He dicho todo.

también le hice caso y mi pene erecto fue por fin libre. Se bamboleó como una boya en alta mar al son de la corriente.

Me estiré a su lado mirándola fijamente. Ella observaba pasmada mi miembro, como si no quisiese perder detalle de todo aquello. Me estiré a su lado y, sin moverse, me la tocó, casi temerosa.

Poco a poco fue cogiendo confianza. De sus tímidas caricias iniciales sobre la piel exterior, empezó a descubrir todos los mecanismos que me llevaban al éxtasis. Averiguó pronto que el glande era el clítoris masculino, que si subía y bajaba la piel yo lanzaba sordos gemidos que iban acorde al ritmo con que ella aplicaba tan placentero masaje. también conquistó pronto el secreto de la masturbación masculina, el de acariciar delicadamente la piel que une el capullo con el tronco. Tampoco se olvidó de los huevos, que fueron debidamente tratados en una mezcla entre curiosidad y excitación. Sopesó la bolsa, y jugaba con las dos judías haciéndolas bailar dentro de su estuche.

Volvió al pene y al sube-y-baja, pero de una forma en que yo jamás me lo había hecho, con una violencia que nunca había empleado y de un golpe seco me petó el frenillo. Lancé un pequeño chillido.

- ¿Te ha dolido?- Me preguntó preocupada

- No, no es nada.

- Pobrecillo- respondió.- Espera, que ahora te lo curo.

Y sin mas, adoptó una posición casi fetal y su cara quedó a dos dedos de mi miembro, que a su vez estaba fuertemente agarrado por sus pequeños dedos.

- ¿Quieres que te lo cure?

- Siiiiiiiiii....- Respondí enfermo por la excitación. Solo la imagen de sus finos labios cerca de mi sexo me ponían a mil.

Y de pronto, la tierra dejó de girar y los pájaros de cantar. El tiempo se detuvo por un breve lapso en que pude ver, justo antes de que se cerraran mis ojos por el espasmo que recorrió mi cuerpo, como ella introducía mi glande entre sus labios. Sentí que perdía el control y chillé. "¿será esto el placer?" me preguntaba en algún sitio de mi cabeza.

Adquirió un ritmo suave pero firme. Arriba, abajo, arriba, abajo, arriba, abajo... durante unos minutos (o unos segundos, quien sabe), noté que tocaba el cielo con las manos y me imaginaba mi miembro morado entre sus labios, rozar sus dientes y jugar con su lengua. Cuando creía que iba a desmayarme del placer, se la sacó. Sin mas. Abrí los ojos de golpe. La vi arrodillada otra vez en la cama. Se pasó la lengua por los labios mirándome salvajemente

- Quítame esto. Con la boca- ordenó señalando su falda. Luego se puso en pie sobre el colchón.

Con el pene enorme y a punto de explotar, me arrodillé y empecé la operación. Con los dientes, agarré la cremallera trasera bajándola. Su falda se desplomó. La miré fijamente a los ojos y luego los bajé. Justo enfrente tenía sus bragas, ligeramente abultadas por el monte venus. Mordí un lateral y lo bajé medio palmo. Luego hice lo mismo con el del otro lado. Y así sucesivamente hasta que las bragas le llegaron al tobillo y me volví a incorporar.

Allí estaba, desafiante. Cual templo prohibido, su sexo estaba justo enfrente de mis ojos. Ella, me dejó observar unos segundos. Luego, me agarró la cara y me susurró:

- Chupamelo.- Tras lo cual me estampó literalmente la cara a su pubis.

Dejarse hacer era una cosa. Pero hacer era otra muy distinta. Me sentí torpe y estúpido. No sabía que hacer ni donde hacerlo. Todo aquello me estaba agobiando terriblemente.

Ella debió percatarse, pues pronto empezó a ayudarme. Mientras con una mano me guiaba la cabeza, con la otra jugueteaba abriendo sus labios, haciendo salir su clítoris de su laberinto de pliegues. también, me daba ordenes verbales tipo "mas suave", o "arriba y abajo" y cosas por el estilo. La cuestión es que pronto empezó a gemir y cada vez me dejaba mas hacer a mi, que por mi parte me sentía mas cómodo y a gusto en mi papel. Empecé a disfrutar haciendo lo que hacía. Saboreaba sus jugos, respiraba su olor y exploraba nuevos rincones de su sexo a golpe de gemido. En un corto lapso de tiempo, mi pene volvió a estar mas erecto que un palo.

De un golpe, me apartó. Me caí de culo y ella se sentó sobre mis piernas cruzadas. Notaba su sexo muy cerca de mi polla y de forma inconsciente empecé a moverme para que se acercaran aún mas.

No sé exactamente en que momento fue en que ella se tumbó y rebuscó en un cajón de su mesita de dormir. Sacó un condón y lo abrió. Yo seguía a lo mío, intentando acercar mi sexo al suyo. De pronto... noté como ella volvía a poner su cara encima de mi miembro y cuando ya pensaba que me la volvería a chupar, me puso el preservativo. En cuánto me lo puso, tuve otra erección todavía mas acuciante, pues ahora sabía que ella quería llegar hasta el final.

Se volvió a sentar en mis piernas pero esta vez acercándose mucho mas y pude sentir sus genitales rozar los míos. Bajó una mano, agarró mi pene y mientras me decía "No te muevas", se la colocó justo en la entrada de su tesoro. Enredó sus piernas en mi espalda, apoyó las manos en la cama y lentamente se fue moviendo. Yo podía ver como mi pene iba desapareciendo paulatinamente en su interior. Como un explorador en una cueva. Como una nave espacial en el espacio. Como un pájaro en el cielo.

Dios. Aquello era el éxtasis. Cerré los ojos y pensé por un momento que estaba en otro mundo, en otra dimensión. Que todo eso no estaba ocurriendo realmente. Que la cálida sensación que subía desde mi pene a todo mi cuerpo, que me llenaba y me hacía feliz, era un espejismo.

Cuando los volví a abrir, la vi con una mueca de dolor y en el acto hice un movimiento para detener todo aquello. Pero ella se abalanzó sobre mi y me abrazó con ambos brazos. Al hacer aquello, mi pene entró totalmente en ella y yo enloquecí. Agarré sus nalgas, y la levanté tal cual para después dejarla caer. Cada vez mas deprisa, haciendo que su coño masajeara mi glande, que entrara cada vez mas adentro suyo, que cada vez estuviésemos mas juntos hasta fusionarnos en un solo ser.

Y ella volvió a gemir.

Cada vez mas fuerte.

Y mas fuerte.

Y yo no pude mas. Mi miembro erecto disparó su contenido que quedó atrapado en una red de latex.

Y la abrazé mas fuerte de lo que he abrazado a nadie jamás, ni antes ni después.

Sudados, nos quedamos inmóviles.

- ¿Ya estás?

- Sí, creo que sí.- Respondí.- ¿Y tu?

- Sí, creo que también. Esto es mucho mejor que masturbarse.- sentenció derrumbándose a un lado

- Ni que lo digas.- suspiré mientras me sacaba el condón.- Mira, esta lleno.

Ambos nos reímos.

- Ya se porque Luis tiene tantas ganas- espetó de pronto mirando al techo, mas para si misma que para mí.

-¿Qué has dicho?- pregunté sorprendido

- Nada. Que me ha gustado mucho...

- No.- y me puse serio- ¿Qué has dicho acerca de Luis?

- Naaddddaaaa....-respondió con voz cansada.- Que es un pesado que no para de proponerme de irnos a la cama.

- ¿Qué?

- Pues eso. Pues que Luis y yo nos hemos besado varias veces, me ha magreado en alguna ocasión y bueno... pues no sé. Es muy guapo y me ha propuesto de hacer el amor.

- No entiendo nada.- Me sentía confuso y desorientado. - ¿Y yo que pinto en todo esto? ¿A que viene este numerito?

- Oye, chico- dijo de golpe en un tono que no me gustó nada- ¿te ha gustado o no? Pues si te ha gustado no te quejes. Y si no te ha gustado, ya sabes donde está la puerta.

Me quedé en silencio un instante, temeroso de la pregunta que iba a lanzarle.

- Dime la verdad. Toda la verdad. ¿Qué acaba de ocurrir?- logré balbucear con un hilillo de voz.

- No la soportarías.-Respondió despectivamente.

- Si lo soportaré.- afirmé tajante. Pero ella tenía razón. No pude soportarla.

- Tu lo has querido. Digamos que quería saber que era esto del sexo. Me he informado, he leído... hasta he llamado a un teléfono erótico. Una vez aprendida la teoría, quería experimentar con alguien antes que hacerlo con Luis. Saber que se siente y como debe hacerse. Y la verdad es que me ha gustado mucho. Y has sido muy obediente.- dicho esto sonrió y me acarició la mejilla. Mis ojos se llenaron de lagrimas.

Yo que pensaba que ella había visto la verdad y que me quería. Que todo aquello había sido un regalo por el dolor infligido durante tanto tiempo, soportado en mi soledad y en mi silencio. Que a partir de entonces Cristina y yo andaríamos juntos cogidos de la mano, veríamos salir el sol abrazados en una cama desnudos, nos haríamos besos apasionados bajo un paraguas en medio del gran diluvio. Pensaba tantas cosas... que incluso ahora me entristezco cuando pienso en la sensación de abandono y de "usar-y-tirar" que sentí en esos momentos. Medio colgando de la papelera, el condón me observaba tranquilamente. "Somos hermanos" susurró solo para mis orejas.

- Ey! Guapo! Que lo has hecho muy bien y me has dejado muy satisfecha. Y sé que te ha gustado... y yo sé todo lo que quería saber.– interrumpió mis pensamientos.

- Cállate zorra- grité con los ojos en lagrimas- ¿Quién te has pensado que eres? ¿Quién te crees que soy yo, eh? ¿Un puto objeto a tu disposición? ¿Un trozo de carne con patas o que? Yo te quería... te quería tanto....- y dicho esto cogí mis cosas y me fui corriendo. Ella salió detrás mío e intentó retenerme mientras me vestía en el recibidor. No quise saber nada. El dolor me cegaba.

Estuve andando vete tu a saber cuanto tiempo. Pasé por delante un DIA y me compré una botella de algún licor fuerte. No recuerdo si era tekila, whisky o vodka, pero era muy fuerte. Mientras andaba, le pegaba largos tragos a aquella botella oculta con una bolsa de plástico que valía un duro.

Acabé en un parque publico con una borrachera impresionante y durmiendo la mona en un frío banco de madera rascada. Me despertó un Urbano por la madrugada.

- Chico.-me dijo cansadamente- Arriba. Vamos a casa.

Atontadísimo, le di mi dirección en balbuceos incomprensibles pero que el Urbano logró descifrar diligentemente. Mis padres me esperaban despiertos. Mi santa madre me duchó y mientras me arropaba me contó que Cristina les había llamado diciéndoles que nos habíamos peleado y que me había largado de su casa muy enfadado. Que tenía miedo por mi. "Tienes suerte de tener amigos así".

Aquello fue como una puñalada trapera en la espalda. Me derrumbé de nuevo en un mar de sollozos. Mi madre, simplemente me abrazó mas fuerte.

 

Mi amor por Cristina murió esa tarde. Mi amor por el resto de las mujeres no volvió a aparecer tras muchos años, en que conocí otras chicas, algunas buenas, algunas malas y llegué a la conclusión de que ni todos somos moros ni todos cristianos.

Con los años he comprendido que los actos de Cristina fueron sencillamente los actos de alguien egoísta que solo pensó en si misma. Quería adquirir cierta experiencia, perder la virginidad de una forma controlada, no sentir dolor al hacerlo con Luis. Y me empleó a mi, porque supo que la obedecería, porque sabía que conmigo controlaba la situación al cien por cien.

En otras palabras, dio un salto al vacío en paracaídas. El único problema que hubo es que el paracaídas era yo, y como tal, me llevé la peor parte. Pero claro, eso a ella no le importó, o no le quiso importar.

 

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