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Experiencias Vitales: Patricia

en Amor filial

Patricia había sido, desde siempre, la mujer que había de llenar mi vida. Con su sonrisa fácil, sus curvas resbalosas, sus gestos agraciados, sus caderas estrechas y sus pechos ideales, me hechizó para siempre. Y, desde que la ví por primera vez cuando apenas contaba doce años, nació en mi un fuerte deseo que iba más allá del amor carnal o la embestida salvaje.

Con los años he ido pensando que ese amor platonico que aún hoy guardo como un tesoro en el fondo de mi corazón, nació precisamente por mi tierna edad y mi aún íntegra inocencia. Un tiempo más tarde, una mirada ya de mayor, y todo habría podido ser diferente. Pero sea como fuere, Patricia y yo jamás habíamos de besarnos a la luz de la luna ni pasear agarrados por la playa.

Eso, lo habría de hacer mi hermano.

Mi hermano... ¿que puedo deciros de él? Salió del mismo tunel húmedo y estrecho que yo, compartimos mesa y sangre durante años, vivimos bajo el techo de nuestros padres, compartimos habitación y secretos inconfesables durante mucho tiempo... adivinabamos nuestros pensamientos antes de que se nos ocurrieran. En fin, eramos Hermanos.

Me llevaba cinco años. Cinco años que suponían un abismo en plena adolescencia, un agujero enorme e infranqueable que se interponía entre nosotros como una gigantesca muralla que luego, con los años, ha ido achicandose cada vez más, hasta ser un bonito paso que une nuestras vidas.

A él, como primogenito, le tocó currar. No es que mis padres fueran pobres, sino es que como tantas otra familias, apenas llegaban a final de mes. Y cuando mi hermano empezó a catear en el cole, mis viejos lo tuvieron claro: a trabajar y ayudar en casa.

Yo, por mi lado, tuve la suerte de poder estudiar. No es que lo considere una suerte por lo que estudié, al fin y al cabo la universidad da pena, pero si que es verdad que me permitió acceder luego al puesto de trabajo que siempre había soñado: un empleo que me obligaba a viajar casi todo el año, con un alto salario y practicamente sin gastos. Y viajar para mí significaba alejarme de la melodiosa voz de Patricia, su mirada penetrante y su gesto, tan especial, de apartarse el pelo de la cara. Y eso era bueno pues Patricia representaba lo prohibido, lo inalcanzable. Pero me estoy adelantando: disculpad, pero a veces, queremos explicar en un suspiro lo que cuesta una vida.

Cuando tenía doce años la vi por primera vez y aquel recuerdo jamás, jamás, se me olvidará. Pienso que cuando la dama de negro me visite y me dé mis cinco minutos de lucidez pre-mortem, cerraré los ojos y evocaré, con toda la viveza con que lo puedo hacer en este preciso instante, aquellos minutos.

Estabamos en la casa de la playa de mi abuelo. Era mediodia. Tras bañarme en el mar durante la mañana, estaba mirando el Equipo-A en la tele esperando la comida. Y entró ella.

Llevaba un bikini de color azul. Un pareo de flores. El pelo recogido en un moño. Los dientes perfectos, la sonrisa dibujada en el rostro. El vientre liso y aterciopelado. El ombligo preciosamente imperfecto. Los brazos morenos, las manos pequeñas. Tenía 17 años.

Dios existe y tiene forma de mujer.

Un mechón descuidado cruzaba su rostro. Ella lo apartó con ese gesto.

"¿Está Juanma?"me preguntó clavando sus ojos almendrados en mí. Aturdido, chillé "¡Juanma!". Y, en mi timidez, seguí mirando la tele.

"Ya voy!" Se escuchó desde la ducha.

Ella se sentó en el sofá a mi lado. Me aparté inconscientemente. Ella me miró.

"¿Cual es tu preferido? A mi el que me cae mejor es MA Barracus" Dijo con sus ojos mirando fijamente la tele.

"Bah!" respondí con cierto tono chulesco. "A mi me encanta cuando los planes salen bien"

"Tu debes ser Quimet. ¿No? Yo soy Patricia. Tu hermano dice que eres muy inteligente. Y te digo una cosa, tambien eres muy guapo." La ultima frase hizo que me temblaran las rodillas. "Las volverás locas cuando seas mayor." Levanté la mirada y me perdí para siempre en aquel torbellino marrón.

"¿Eres su novia?" le pregunté. Ella enrojeció.

"Tal vez, pequeño... tal vez..." Y se volvió a apartar el mechón de pelo que había caido sobre su cara.

Permanecimos en silencio durante unos minutos. A los del Equipo A les habían encerrado en un taller y estaban construyendo un F-16. Luego, Juanma salió de la ducha, saludó a Patricia y, tras pegarme un cachete, la cogió de la mano y ambos se fueron.

Al salir, ella se giró, me miró y me guiñó un ojo.

Dos años después, volvimos a casa de mi abuelo.

Y Patricia volvió a mi vida.

El verano en que la conocí, no había escatimado ni una oportunidad para verla y para charlar con ella. Un día incluso le invité a un helado. Le habría invitado a cenar, pero recordad: tenía doce años.

Era todo tan simple. Tan perfecto. Mi hermano me miraba condescendiente desde su atalaya de adolescente con problemas de identidad. Patricia me mimaba, me abrazaba, se reía conmigo. Y, a veces, tenía suerte y se pasaba por casa a ver el Equipo A sin que Juanma estuviera presente. A juanma eso no le importaba: yo era un mocoso inofensivo.

Dos veranos después, mi hermano y ella aún salían.

Y yo me había convertido, a mí vez, en un adolescente con problemas de identidad.

En el cole había tonteado con alguna chica. Ya me entendéis: algún besuqueo, alguna borrachera furtiva que acababa con mimos ligeramente subidos de tono. Hasta jugué a médicos con Mariana, de 1eroB. Ya no era tan inocente. Era un hombrecillo hecho y derecho.

Supongo que cuando volví a ver a Patricia dos años después sentí, por primera vez, los influjos del amor en mi cuerpo. La barriga contraida, las manos temblorosas, pequeñas descargas en todo el cuerpo... Cuando me miró con los ojos sonrientes, y me dijo cuanto había crecido, y me preguntó a cuántas chicas había enloquecido, yo solo supe sonreir como un imbecil y mirar para otro lado, muerto de vergüenza.

Claro que, pronto, muy pronto, había de pasar algo que me cambiaría la vida. Bueno, a mí, y a toda mi familia.

Cierta noche especialmente calurosa, me hallaba en casa solo. Mis padres habían ido con mi abuelo a una boda, los amiguetes de mi pandilla estaba cada uno en su casa. Estaba frente a un libro de "Los Cinco", devorandolo con pasión casi obsesiva. Juanma estaba dios sabía donde.

En el comedor, todas las luces estaban apagadas excepto la de la mesilla del sillón, que iluminaba los parrafos que construían las vidas de aquellos chavales tan perfectos.

Por la ventana abierta se escuchaban los ruidos de fiesta de un bar cercano, especializado en despedidas de soltero y banquetes.

Estaba en pijama.

La puerta de casa se abrió en silencio. Levanté la vista y vi aparecer la cabeza de Juanma. Su rulos negros, su nariz ligeramente aguileña. Sus ojos enrojecidos. Había estado bebiendo.

"Eh! Enano." Dijo mientras entraba en la casa. Dejó la puerta entreabierta y sentí la presencia de otra persona en el rellano. En mi fuero interno me pregunté: "¿patricia?"

"¿Los viejos no están, verdad?"

"No." Respondí.

"Toma" me dijo "te invito a una cocacola". Me alargó quinientas pesetas. ¡Eso era una fortuna! Le miré suspicazmente. "Pero debes largate" añadió con cierto aire impaciente.

Ya he dicho que no era tan inocente. A mis catorce años, mi sangre caliente ya creaba fantasías suficientes para escribir 22 volumenes. Así pues, cogí la pasta, me puse unos pantaloncitos y medité a toda prisa el plan que había de llevarme a perder, esta vez de forma definitiva, la inocencia.

Bajé al bar y me senté en la barra. Joan, el camarero, me sonrió y me sirvió la Cola. Al cabo de diez minutos, tiempo que se me antojó ya suficiente para mis planes, pagué, me guardé el cambio y, con paso vacilante me dirigí a casa.

Sigilosamente, introducí la llave en la cerradura de la vieja puerta de madera. Sin hacer ningún ruido, penetré en el comedor, cerciorandome antes de que estuviera vacío. La lucecita de la mesilla estaba aún prendida.

Me quité las zapatillas, truco que había visto en la tele para andar más silenciosamente, y me deslizé como un gato hacia la puerta de nuestra habitación. Estaba entreabierta. Por la rendija, se escuchaban ruidos mudos.

Tras asegurarme que mi presencia era inadvertida, que el ritmo de jadeos no variaba, me atreví a mover la cabeza ligeramente ganando así un angulo visual que me permitiera espiar lo que acontecía en la habitación.

Quedé petrificado ante la visión.

Juanma y Patricia se hallaban estirados en el suelo emmoquetado besandose apasionadamente. Sus cuerpos, semidesnudos, se revolcaban en una danza llena de lujuria y fuego. Ora se restregaban el uno contra el otro, ora se alejaban y dejaban el aire pasar entre ellos.

Las suaves pieles de ambos brillaban teñidas de plata bajo la luz de la luna, cuyos rayos partían la estancia en sombras y penumbras. Sus manos seguían esos surcos plateados, guiados por un instinto mas antiguo que el propio mundo. Recorrían una y otra vez, con fuerza en ocasiones, con delicadeza en otras, los pedazos de piel que se erizaban al paso de tamañas caricias.

El dedo indice de mi hermano recorrió aquel precioso hombro desnudo, se detuvo en la tira del sujetador, y continuó su ascensión hasta llegar a los labios carnosos y sensuales de Patri, que con una gula más allá de cualquier pecado lo chupó con ansia contenida y ojos entrecerrados.

Los jadeos retumbaban en mis oidos, así como las palabras de amor que ambos se susurraban amparados en la intimidad de la alcoba. "cuanto te quiero, princesa" iba susurrando Juanma al oido. Luego, la punta de su lengua recorrió los recovecos de la oreja de Patri, que emitió un prolongado suspiro y se estiró boca arriba.

Juanma se puso en cuclillas, se sacó de un movimiento los slips y restó totalmente desnudo enfrente mío. Observé su culo, blanco y peludo. Y, con la poca luz que había, adiviné sus huevos colgando entre sus piernas.

Patri lanzó una risita entrecortada y un ligero signo de exclamación. "Que piensas hacer, malo, malito, malo..." pronunció juguetonamente. Hubo de callar: Juanma se había puesto a recorrer con todos sus miembros su cuerpo. Le lamía el cuello, los hombros, los brazos y el pecho. Ahí se detuvo un instante. Luego, se escuchó un "click" y mi hermano se levantó un segundo.

Sentí que algo me cortaba por dentro. Un rayo de luz partió mi alma y la visión de sus pezones, libres del brassier, me impactó tanto que pensé que desfallecía. Los dos montes que mi hermano me dejó admirar desde mi escondite eran dos esferas casi perfectas, ligeramente ahuevadas, y coronadas por dos pezones pequeños y oscuros que palpitaban al unísono con el corazón de Patricia.

Había adivinado tantas veces su forma, su tamaño y su textura que cuando los vi sentí algo más que el simple morbo de la situación: fue la confirmación de mis más oscuros deseos, de mis más fantasiosas imaginaciones.

Eran perfectos. Y brillaban humedos a la luz de la luna.

Dios existe y tiene forma de pezón.

Juanma les dedicó una atención especial. Los mimaba, chupaba y mordía. Y ella ponía cara de orgasmo, mordiendose el labio inferior, con los brazos estirados a ambos lados de su cuerpo tan apetecible. Las piernas, casi totalmente abiertas, se movían de vez en cuando con ligeros y cortos tembleques que rapidamente se extendían a todo su cuerpo en cuanto Juanma lamía con especial intensidad aquellos dos botoncitos.

De pronto, ella emitió un chillido que me puso la carne de gallina.

Juanma se detuvo un instante, la miró, y ella le empujó suavemente hacia abajo, donde se hallaba el mayor de sus tesoros. Él, hombre audaz, no dudó. Siguió recorriendo con su lengua las costillas, el vientro plano, el ombligo. Y llegó hasta sus bragas.

Se detuvo y recorrió el limite sagrado que éstas marcaban.

La obligó a girarse y a estirarse boca abajo. Luego, con una pericia que me sorprendió, le arrancó la delicada ropa interior con gesto maestro.

Sus nalgas relucieron bamboleantes en cuanto el las acarició suavemente. Pellizcó una de aquellas divinas masas de carne y ella volvió a emitir una risita llena de traviesa intención. Luego, acercó su lengua hacia la abertura que había entre ellas y, empezando por la rabadilla, fue descendiendo hasta llegar al ano, viaje que acompañó agarradno con ambas manos cada una de las caras de su trasero y abriendolo mientras descendía.

Ella cada vez jadeaba más fuerte y empecé a notar como el aire se hacía más denso por el olor que emitían sus jugos. Aquel olor me cautivó, me hizo poner los ojos en blanco y aspìrarlo en toda su riqueza y profundidad. Se parecía al de Mariana, pero enormemente más fuerte, más espeso, más rico y más embriagador. Dulce como la leche, fuerte como el pescado, con trazas de agua de flores de mil colores distintos.

Juanma se estuvo un buen rato chupando y absorbiendo esa olor que yo percibía en la distancia. De vez en cuando, se escuchaba un mudo chop-chop que delataba lo muy excitada que estaba ella, y lo bien que mi hermano estaba haciendo su tarea. A veces, ella golpeaba con ambos brazos el suelo y le suplicaba que continuase. Y él lo hacía encantado.

Tras unos minutos, unos temblores la hicieron estremecerse hasta el punto que pensé que iba a romperse en mil pedazos. Su piel estaba humeda y erizada, lo cual contribuía a que la escena adquiriese un aire mistico, casi sobrenatural. Cuando terminó su orgasmo con un grave y prolongado grito durante el cual expulsó todo el aire que había en sus pulmones, giró sobre sí misma, se encaró a Juanma y, clavando sus ojos chispeantes en el bamboleante miembro, le susurró "quiero sentirte dentro de mí. Quiero que me folles".

Juanma la estiró sobre el suelo. Le abrió las piernas y, supongo pues no lo veía, acercó su miembro a la entrada de aquella cuevita prohibida a mis ojos. En cuanto pareció que él la había colocado en la posición adecuada, ella empezó a emitir un suave siseo, como un si-si-si.

La escena era magnifica. Juanma, de espaldas, medio doblado sobre si mismo, aguantando con ambos brazos las dos piernas de Patricia, que tenía el culo ligeramente levantado y los ojos a medio abrir fijos en el techo. Sus dos pechos, se movían con ligero retraso a los espasmos que sacudían el resto de su cuerpo.

Juanma empezó un movimiento circular, destinado a calentar aún más a la sufriente chica. De sufriente nada: en un momento dado, agarró con ambas manos el trasero de Juanma y lo empujó hacia ella con cierta violencia.

Ambos chillaron al unísono cuando su verga penetró en su funda.

Juanma se dobló sobre si mismo y cayó encima de Patricia. Restaron así, fusionados durante un instante, y después comenzaron un ligero movimiento coordinado con la intención de aumentar, si cabe, su gozo.

El ritmo fue aumentando. Y mi respiración con la de ellos. Patricia empezó a chillar. Juanma le tapó la boca sin dejar de empujar. Se revolcaron. Cambiaron de postura y ella se puso encima. Se incorporó. Ví su silueta recortada a la luz de la luna. Sus manos agarrando sus propios pezones. Su trasero acomodado sobre las pantorrillas de Juanma. Volvió a chillar. Escuché su grito. Sus jadeos. Su "si, si, si". Las tetas sacudiendose cada vez a mayor ritmo. Ella empezó a saltar. Veía como la polla entraba y salía. El chop-chop que acompañaba el mete-saca.

Dios existe y cuando habla se oye "chop-chop".

De pronto, un largo instante que duró la eternidad. Un gritito de satisfacción salió de la boca de Juanma. Ella se derrumbó encima suyo y permanecieron así durante mucho, mucho tiempo.

El instante había concluido. La relaidad volvía a por sus fueros y recordé mi posición de espía que más vale que no le descubran.

Me deslicé en silencio hasta la puerta.

Aturdido, salí a la calle y dejé que el salado viento del mar me botara la cara y me recordara mi propia existencia.

Me senté en el portal de casa, los brazos entorno a las rodillas y la barbilla apoyada en estas.

Tenía catorce años y había visto como mi hermano hacía el amor con la chica de mis sueños.

Como ya dije antes, aquella noche cambió mi vida y la de toda mi familia.

Nueve meses después, fruto de aquella relación, la familia adquirió un nuevo miembro: una preciosa niña de ojos almendrados y pelo negro.

Pero antes, Juanma y Patricia se casaron. Compraron un piso y se fueron a vivr juntos. La boda fue inolvidable: con mis catorce años, conseguí perder la virginidad con una amiga de Patri en el lavabo de la sala de fiestas.

Una vez superado mi turbamiento inicial por la situación vivida, la relación entre los tres mejoró extraordinariamente. Nunca supe si fue por la complicidad que había al haber compartido el engendramiento de su hija o si por la quimica, siempre al ralentí, que existía entre yo y Patri.

La cuestión es que, muchos años después, aquella quimica resurgiria con la fuerza de un huracán biblico y con consecuencias insospechadas.

Claro que ésa, ya es otra historia...

 

jj_molay@yahoo.es