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Padre e hijo

en Hetero: Primera vez

Me casé hace veinticinco años y aún siendo muchos años, ahora no tengo más que treinta y ocho. Mis padres me casaron con un hombre rico que me llevaba treinta años cuando yo tenía tan sólo trece años. Gustavo, mi marido, hacía un año que se había quedado viudo y se encaprichó de mi. Tenía un hijo, Federico, de dieciocho años que vivía con él, y que al principio de conocernos me trataba con indiferencia, pero poco a poco empezamos a hablar más y más hasta volvernos confidentes.

Yo no me quería casar a esa edad tan temprana, pero cualquiera se revelaba entonces a sus mayores. Cuando le conté eso a Fede, me ayudó en todo lo posible. Yo era muy inocente y me contó muchas cosas de su padre, y me explicó un montón de cosas sobre sexo, etc.

Llegó el día de la boda. Era una mala época para salir de viaje de novios así que lo pospusimos. Gustavo y Fede vivían en una enorme casa que tenía más de cien años en lo alto de una colina (Todo el mundo la conocía como "la casona de la colina" y había muchos rumores en el pueblo de que en la casa habitaba un fantasma). Aunque a Gustavo no le hacían mucha gracia esos rumores, a Fede le hacían reír. Para la boda, Gustavo había puesto una condición aunque a mí en ese entonces no me dijeron nada.

Debía de haber tenido una criatura para el año de casados o como mucho estar a punto de parir. Esa cláusula me la contó mamá cuando ya estaba embarazada. La noche de bodas, yo me había puesto un camisón fino, casi transparente y cuando entré en nuestra habitación, Gustavo estaba prácticamente desnudo, excepto que llevaba puesto el slip. Se acercó a mí, me quitó el camisón y me hizo quitarle su slip.

Me puso de cara al gran espejo, se puso detrás de mí mientras me besaba la nuca y el lóbulo de la oreja y me acariciaba. Con sus manos, iba acariciándome los pechos, hasta llegar a mi sexo. Con sus dedos abrió los labios mayores diciéndome al oído lo que iba a hacerme en ese dulce agujerito que le encantaba. Luego, se puso frente a mí, se agachó y empezó a besarme los pezones para luego bajar sus labios hasta mi sexo.

Entonces, separé mis piernas permitiendo que su lengua se metiera entre mis pliegues en busca de mi rajita; cuando sentí su lengua caliente buscar mi clítoris, se me aflojaron las piernas. Él me recostó sobre la cama y separando aún más mis piernas me dio una intensa sesión de masaje clitoriano con la lengua.

Yo estaba excitadísima y no sabía qué hacer con la humedad que sentía allí abajo. Pensaba que él se apartaría de asco, pero entre lamida y lamida me decía que le encantaban mis ricos juguitos. Lo único que hacía yo era instintivamente apretarle la cabeza con las manos contra mi cuerpo. Tuve mi primer orgasmo. Él ya tenía su pene parado. Entonces, se puso sobre mí y me empaló. Al principio, gemía de dolor. Yo era muy estrecha y Gustavo la tenía muy gorda; luego empezó a moverse, primero lenta y suavemente para luego ir acelerando el ritmo para terminar derramando su semen en mi interior. Lo hicimos varias veces esa noche.

A la mañana siguiente me dijo que tenía que irse para una semana en viaje de negocios. Como tenía muchas reuniones y la zona no era muy segura, prefirió que me quedara en casa con Federico. Cuando volviese a casa, podríamos seguir con nuestros juegos.

Esa noche me desperté con un cuerpo detrás de mí acariciándome. Como estaba medio dormida, al principio creí que era Gustavo que había vuelto esa noche. Me hizo levantarme y me puso delante del espejo poniéndose detrás de mí. También estaba completamente desnudo. El contacto de su pene contra mis nalgas hizo que los dos diéramos un respingo.

Entonces empezó a besarme el cuello y el lóbulo de la oreja cada vez más apasionadamente mientras sus manos recorrían mis costados; luego subieron hasta mis pechos y me masajearon los pezones hasta que se me pusieron duritos. Para entonces, mis ojos ya se habían acostumbrado a la oscuridad y pude darme cuenta de que no era Gustavo el que estaba detrás de mí, sino Federico, aunque ya estaba tan excitada que no podía hacer nada. Seguidamente puso un dedo en la entrada de mi ano y otro en la vagina y los introdujo a la vez mientras que otro dedo encontraba el duro brote y lo masajeaba. Entonces, empezó un vaivén de locura. Él metía y sacaba los dedos despacio. Yo ya estaba empapada. Gemía de placer y tuve dos orgasmos seguidos. Luego, volvió a llevarme a la cama, nos tumbamos sobre ella y nos hicimos un genial 69.

Después de recuperar el aliento se introdujo en mí y empezó el delicioso mete y saca con su enorme verga; entraba y salía, entraba y salía. Yo no hacía más que gemir de placer y gritarle:

--Mmmmmmm, oooooooohhhhhhh, sigue moviéndote, aaaaaaahhhhh, síiiiiii, no pares, dame placer, máaaassss, qué rico, uhhhhggg, métemelo hasta el fondo, lléname toda, dame tu rica leche...

Después de unas pocas embestidas más, nos corrimos los dos. Durante esa semana no volví a dormir sola. En los meses siguientes, lo hice con uno y con otro. Más de una vez, después de haberlo hecho con Gustavo y de haberse quedado dormido, me levantaba de la cama y me iba a la de su hijo.

Por supuesto que al mes ya estaba embarazada para gran deleite de Gustavo y Federico, aunque casi estoy segura de que el padre de la criatura es Federico. Al cabo de unos cuatro meses, Gustavo murió. Volvió a irse de viaje de negocios al lugar donde había problemas y terminó muriendo cuando el coche en el que viajaba con otros dos hombres pisó una mina.

Fue un shock tremendo y más cuando al cabo de unos días vino su abogado diciendo que mi marido no había cumplimentado algunos papeles conforme es debido y que el matrimonio era nulo y me quedaba sin nada. Entonces, Federico se casó conmigo. Lo hicimos en secreto en ese momento y al cabo de un año, lo hicimos ante al gente.

En estos veinticinco años de casados, hemos tenido seis hijos. Y aunque ya no queramos tener más hijos, seguimos disfrutando del sexo como locos. Era muy niña cuando empecé a disfrutarlo y espero seguir haciéndolo durante muchos años más.