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Cumpleaños feliz

en Hetero: General

Es el cumpleaños de Joaquín, llega algo tarde pero al final llega a la oficina. Todas las mujeres le dan un beso, cuando llega mi turno lo hace susurrándome al oído lo guapa que estoy. Su entrepierna roza mis caderas y su mano en mi cintura me atrae hacia él. Afortunadamente nadie se da cuenta del excesivo roce.

A los pocos minutos me llega un mensaje suyo. Dice que le gusta el regalo que le he traído. Que esta deseando desenvolverlo. Quitarle esos pantalones blancos ajustados, ese tanga que se intuye, dejar al aire el par de tetas que tan generosamente muestra mi escote. Le miro, me sonríe de manera pícara, le devuelvo la sonrisa.

A continuación me envía otro correo, dice que mis pezones están enhiestos y que toda la oficina se va a dar cuenta de mi calentura. Miro hacia abajo, tiene razón. Ver como se marcan mis pezones y saber que él está atento a ellos me excita todavía más. Parece mentira como es capaz de ponerme a cien cada vez que se lo propone.

No dejamos de cruzar nuestras miradas excitadas. Recibo otro mensaje, me dice que el ariete que tanto me gusta está en pie de guerra solo de contemplar mi escote. Esta vez no puede esperar como otras veces a que llegue la tarde y todo el mundo se vaya a casa. Quiere poseerme ya, salvajemente, hasta que quedemos saciados los dos.

Me invita a seguirlo hasta los lavabos, por gestos le digo que está loco. En medio de la oficina con todo el mundo arriba y abajo. Me responde que más excitación, tonta, que mientras no me descontrole y me corra a gritos como la última vez nadie se dará cuenta.

El recuerdo de esa última vez me convence por completo. Joaquín se levanta y se dirige al lavabo. Se arregla la bragueta al pasar frente a mi mesa, solo para que pueda ver la erección que apenas si puede ocultar bajo el pantalón, la erección que me está esperando en el lavabo. Yo le sigo, con la mirada en el suelo mientras paso entre mis compañeros. Con una palmada en el trasero me introduce en el lavabo de caballeros, cerramos el pestillo.

Está detrás de mí, noto su verga endurecida apoyarse contra mis nalgas, sus manos circulan libremente de mi cintura hasta mis pechos. Me los acaricia, pellizcando mis suplicantes pezones mientras su lengua recorre mi cuello y me cubre de besos.

Yo le dejo hacer totalmente presa de placer. Me baja los tirantes de la camiseta, besando mis hombros a medida que la fina tela baja por mis brazos. Mis pechos no tardan en quedar desnudos a su vista, mi camiseta sobre mi cintura, mi sujetador en el suelo.

Me da la vuelta, dejo de sentir su ariete restregándose por mis nalgas, pero ahora lo noto entre mis muslos. Él se deleita besando mis senos y mordisqueando mis pezones. Ahora sus manos se entretienen con mi trasero, lo amasan con ganas, los dedos se pierden entre mis muslos buscando mis orificios y sacándome un gemido de placer. No recordaba estar en medio de la oficina, procuro contenerme.

Mientras sigue su cabeza entre mis pechos, sus manos se introducen en mis pantalones, bajándomelos hasta medio muslo. Mientras él aparta mi tanga y sus dedos se introducen entre mis húmedos labios, tomo algo la iniciativa. Le desabrocho la camisa, mis manos se deslizan hasta sus pantalones, quiero sacar su herramienta de los pantalones. Él apenas se aparta de mí, pero al final consigo mi objetivo. Sus pantalones se deslizan solos hasta las rodillas. No lleva ropa interior. A mi tampoco me importa. Acaricio su glande, sus testículos. Mientras, él no deja de acariciar mi sexo.

Me agacho poco a poco, recorriendo con mi lengua su pecho, su ombligo, hasta llegar a su pene. Con la punta de la lengua saboreo los efluvios que salen de su glande. Luego recorro con mi lengua toda su verga, desde la base hasta meterme su glande en mi boca. Primero poco a poco, saboreando su sabor salado. Aumento el ritmo. Por su respiración entrecortada siento que le está gustando. Nunca le han defraudado mis labios y mi lengua.

Pero a pesar de todo se contiene. No quiere acabar en mi boca. Me levanta y ahora es él quien recorre con su lengua mis pechos, mi vientre. Llega a mi entrepierna, pero rodea mi sexo, besando a su alrededor. Me vuelve loca. Al final su lengua, tras varios rodeos, llega a mi sexo. Humedeciéndome más todavía, haciendo que ahora sea yo la que respire con dificultad.

Sus caricias me llevan al límite, le pido que me penetre. Me levanto, vuelve a colocarme de espaldas a él. Ahora estoy apoyada en la puerta mientras vuelven sus caricias. Escucho el ruido de la oficina y a la gente pasar por el pasillo a poco más de un metro de mi oído. Me acaricia los senos, me lame la espalda. Pero juega conmigo, no me penetra, noto como su pene golpea mis muslos, justo por debajo de mi sexo, como inicia la penetración para salir de nuevo sin haber llegado a entrar.

Estoy volviéndome loca por momentos, fuera escucho mi nombre; se preguntan donde debo haberme metido. No saben lo cerca que estoy. Joaquín inicia su penetración, sabe que no podemos estar toda la mañana metidos allí. Primero lentamente, a conciencia, moviéndose en círculos en mi interior mientras uno de sus dedos inicia una leve presión sobre mi ano, solo la uña en mi interior, haciendo que arquee todo mi cuerpo presa de placer.

Me da la vuelta, con mi espalda apoyada en la puerta, me alza con ambas manos bajo mis nalgas. Me vuelve a penetrar. Sus besos alternan mi boca y mis pechos. Le gusta notar esos pezones al máximo de excitación. Sabe que más excitada no puedo estar.

Con movimientos bruscos y profundos me penetra a conciencia, llevándome poco a poco al máximo de placer. Me tiene que tapar la boca con sus besos para evitar que de mí salga un gemido de placer final. La excitación del momento, escuchar a la gente justo al otro lado de la puerta y el trabajo de Joaquín a este lado, me lleva al límite con facilidad.

Solo cuando nota mi orgasmo aumenta el ritmo de sus acometidas. Eso me da todavía más placer. Un par de movimientos de cadera, una pausa, otro movimiento de penetración, sé que está a punto, un nuevo movimiento y se queda dentro. La noto toda en mi interior. Ha dejado de moverse, noto como saborea la miel de la vida. Sus últimos besos me humedecen de saliva el cuello.

Nos vestimos con prisa, para ser un polvo rápido nos hemos recreado en exceso.

Sale él primero, vía libre, salgo rauda para evitar que en el último momento nos sorprendan.

Vuelvo a mi sitio, me preguntan que donde estaba. El trabajo se acumula sobre la mesa. No me importa, la vida es demasiado hermosa para que eso me preocupe.

Dos horas más tarde, recibo otro mensaje por correo: “Hoy estás demasiado buena. Ves pensando otro sitio. Tengo ganas de ti nuevamente”.