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La cita

en Sadomaso

El agua caía sobre mi cuerpo en una caricia que me hacía sonreír de placer. Mis manos recorrían mi cuerpo recién rasurado disfrutando la suavidad de la piel en la ducha estimulante, imaginando caricias venideras.

    Había quedado con él. El hombre más encantador que nunca había conocido. Educado y cortés hacía que me sintiera como una reina, adorada, mimada, la única mujer sobre la tierra.

    Su cuerpo arrastraba al mío a placeres extraordinarios, ni tan siquiera soñados, descubriendo y explorando manantiales secretos, llenos de deliciosa lujuria.

    En el poco tiempo transcurrido desde que le conocí en aquella discoteca, me había embrujado creando una dependencia. Era una droga de la que no podía escapar. Sólo pensar en él, hacía que lo deseara y mi cuerpo lo expresaba. Se me contraen las entrañas y me duele la piel de ansiedad por sus caricias.

    Besarlo y acariciar ese cuerpo sabio y generoso era, por sí sólo un placer. Vivir sus reacciones y sentirlo dentro de mí era el éxtasis.

    Terminé de ducharme y perfumé mi piel con crema, dejándola aterciopelada y fragante, lista para recibir sus atenciones.

    Entré en la cafetería y, al verle, sentí un vuelco en mi corazón. Entré despacio, saboreando el instante. Allí estaba sentado ante su sherry seco. Tranquilo, la gabardina sobre la silla inmediata. Alto, moreno, maduro. Impecable en el traje de chaqueta que realzaba su bien cuidado cuerpo.

    Dejó que me acercara, mientras sus ojos oscuros resbalaban por mi figura. Sonreía al acercarse hasta mí, tendiéndome la mano.

-Buenas tardes cielo –Me susurró al oído besándome bajo la oreja.- Estás preciosa.

    Su aroma, esa mezcla de perfume y fragancia personal me embriagó. Una implacable mezcla a maderas verdes, dulce y levemente almizcleña hablaba directamente a mis sentidos

- Hola Víctor.
- ¿Qué quieres tomar?
- Un café con hielo, gracias.

    Sin prisas, saboreé el frío café mientras hacíamos planes de pasear o ir al cine y mis ojos no podían dejar de mirarle. Sus manos grandes, morenas y bien formadas que tan bien sabían encender mis fuegos y sus ojos. Sus ojos en los que me perdía sin remedio.

¿Vamos? –Dijo sonriendo a la vez que me ofrecía el brazo.-
- Vamos. –Respondí.-

    Caminamos hasta el hotel Royal, a pocas manzanas de allí y me invitó a entrar, mostrando su sonrisa pícara más irresistible.

    Moría de curiosidad cuando subíamos en el ascensor hasta la lujosa suite, sin embargo él permanecía callado. Tan sólo me miraba y sonreía. Deseaba besarle y su mano en la mía me hacía arder. Sabía que no me diría nada, nada en absoluto y eso me excitaba y angustiaba a la vez.

    La suite era enorme. Un gran ramo de flores y una botella de champagne helado nos dieron la bienvenida.

- ¡Vaya, sorpresa! –Exclamé alborozada. Si algo no me esperaba era aquello.-
- Princesa, tu lo mereces todo –Dijo descorchando el champán que sirvió en dos copas.- Brindemos
- Brindemos –Respondí levantando la copa q me había entregado..- Por nosotros.
- Por ti reina, la mujer más maravillosa que he conocido.

    Tomé una trufa de la bandeja y la mordisqueé, ofreciendo en mi boca el chocolate a Víctor que la fue troceando en mis labios, emborrachándome de deseo con su aliento dulce.

    Sus manos recorrían mi espalda y yo ansiaba sentirlas en mis pechos cuando soltó la cremallera del vestido.

    Me desnudó delicadamente, apenas sin tocarme, sólo leves caricias bajo su voz prodigiosa que me embelesaba susurrando dulzuras en mis oídos. Temblaba de excitación

    Desnuda, me tomó de la muñeca, guiándome hasta el dormitorio, donde una ancha cama presidía la blancura de la habitación

    Tomó un pañuelo de seda blanco y lo puso sobre mis ojos, anudándolo en mi nuca. Me estremecí al sentir sus labios sobre mi boca, delicados y poderosos, en un beso largo al que me abandoné.

- Ven –Dijo conduciéndome hasta la cama- sube y arrodíllate.

    Sus manos me llevaron a apoyar la cara y los hombros sobre la sábana, dejándome abierta y expuesta y me estremecí cuando pasó sus dedos por mi espalda, hasta las nalgas y pellizcó suavemente mi sexo húmedo.

    Sentí un roce seda en mis muñecas cuando anudó un pañuelo que me sujetaba a la cama. Y, después sentí el roce en los tobillos.

No te muevas princesa –susurró inclinándose y besándome en la mejilla - No hagas ruido.

    Claro que no haría ruido. Ni se me ocurriría moverme, Por él iría al fin del mundo. Le oí moverse por la habitación de al lado, el frufrú de las ropas, pasos amortiguados por la moqueta y ¡Una puerta al cerrarse!.

    ¡Dios mío! Estalló el miedo en mi cerebro. ¿Qué pasa? ¿Se ha ido? ¿Estoy sola?

    Aún no había terminado de formularme las preguntas cuando la puerta se abrió y ... ¡Voces! Varias voces masculinas hablaban despreocupadamente en un murmullo en el que no llegué a distinguir la de Víctor.

    Me sentí perdida y el miedo empezó a crecer en mi mente ¿qué diablos hacía atada a una cama y expuesta a unos desconocidos? Sin embargo, no me atreví a moverme. Mis fuentes se secaron de pronto y la incomodidad me atenazaba.

    Las voces callaron, imagino que al verme en semejante postura, cuando, de repente la cama se movió. Cuando alguien subió en ella y comenzó a manosear mis nalgas ansiosamente, sopesándolas. Hurgó violentamente en mi sexo abierto y suavemente rasurado, elevándome las caderas. Un intento de rehuir el contacto, me granjeó dos fuerte nalgadas que estallaron en mi cerebro paralizándome.

Unas manos presionaban mis brazos, empujándome contra aquellas que me examinaban y abrían mi carne despiadadamente hurgando y retorciendo. Fui penetrada sin compasión, frenéticamente.

    Estaba siendo violada y lo estaba permitiendo. Me sentía humillada, expuesta en manos extrañas y, a pesar de ello, excitada Me retorcía, pero la presión sobre mis hombros impedía toda escapatoria.

    Sentí que mi sexo se humedecía, sin remedio y varias profundas embestidas, arquearon mi espalda. Salió de mí tras vaciarse.

    La cama volvió a moverse y otras manos acariciaron mi piel, Pellizcaron mis nalgas y se deslizaron sobre los labios, extendiendo la humedad que manaba lentamente. Gemí.

    Acercaron algo a mi nariz: Ajo. Después, sentí cierto frescor en mi coño y una presión en mi vulva que me quemaba. Lo comprendí de inmediato, estaban untándome el clítoris, los labios y ¡Dios! Los bordes de mi vagina con ajo y la quemazón ahogaba mi garganta. Ardía, ondulando obscenamente mis caderas arriba y abajo, ansiando refrescar ese ardor.

    Mis fuentes volvieron a abrirse, humedeciéndome por completo, como nunca antes, mitigando el ardor y mojando mis muslos.

    Un empujón me apretó contra la cama cuando alguien me penetró violentamente.

    Las lágrimas se agolparon en mis ojos empapando el pañuelo de seda, antes de mojar las sábanas. No lo podía soportar. Desconsolada, me sentía perdida y sucia ¿Cómo podía excitarme cuando me estaban violando?

    Entonces percibí su aroma, su calor en mi mejilla cuando me susurró al oído, acariciándome la nuca

- Princesa, lo estás haciendo muy bien. ¡Animo! Ya falta poco.

    Sentirle cerca de mí, saber q estaba allí disipó mi angustia, relajándome.

    Alcancé un violento orgasmo cuando la penetración se hizo más profunda y mantenida al correrse. Y nuestros flujos se derramaron, empapándonos al salir de mí.

    De repente un sentí impacto que estalló en mi nuca y el dolor fue un fogonazo en mi mente.

    Siguió otro y otro más, con una cadencia endemoniada que traía el dolor justo cuando me invadía en placer al desaparecer el anterior.

    Los azotes golpeaban mis nalgas y mi sexo abierto, haciéndome mover las caderas, evitándolos.

    Otros golpes afectaban a mi ano que se contraía tirando de las nalgas, lo que parecía divertir a mi verdugo, que buscaba mi más tierna carne cada vez.

    Apenas podía controlar mi respiración, que jadeaba y mi mente se cerró. Sólo las lágrimas corrían por mis mejillas, mojando una verga que en ella se apoyaba y de la que recibía su aroma y su tersura cálida, mientras las manos que me sujetaban se habían deslizado hasta mis pechos manoseándolos y tirando sin piedad.

    Perdí la noción del tiempo y sentí que huía del escenario, ya no estaba ahí, aquello no me estaba ocurriendo. Estaba abandonándome a una situación que me desbordaba cuando volvió a moverse la cama

    Soltaron mis ataduras y manos desconocidas extendieron la humedad de mi sexo por el maltratado ano, dilatándolo delicadamente y guiándome hasta sentarme sobre alguien, cuya polla estaba muy dura y se clavó en mi coño.

    Un firme tirón de mis pezones me obligó a inclinarme hacia delante, al tiempo que abrieron mis nalgas, penetrándome lenta y profundamente en una serie de progresivos embates, que entrecortaron mi respiración.

    El sudor perlaba mi piel y mi mente había dejado de trabajar. Sólo sentía y era utilizada, incapaz de formular ningún pensamiento.

    Casi no podía soportar la presión en mi ano, de una polla hinchada que me acercaba al límite del dolor.

    Los movimientos se acompasaron y aumentaron la frecuencia y mi cuerpo respondió, agitándose y acomodando en su interior las dos vergas que lo llenaban plenamente, empujándolo hasta un clímax imparable.

    Mis convulsiones aspiraron los falos, hasta succionar toda su leche que me inundó, provocando otro orgasmo.

    Salieron de mí y, aún temblaba, cuando me dejaron tendida sobre la cama. El semen resbalaba por mi cuerpo y la confusión por mi corazón.

    Sentí que abandonaban la habitación y perdí la noción del tiempo. Demasiado aturdida para pensar, las ideas iban y venían el dolor y el placer en un laberinto sin fin.

- Ven conmigo –Dijo en un susurro, alzándome, inundándome con su fragancia fresca q detuvo mis pensamientos-
- Es él –pensé reconfortada.-

    Dócilmente le seguí, con los ojos aún vendados, sobre la moqueta hasta el mármol del cuarto de baño, donde chapoteaba el agua de la ducha.

    El agua caliente mojó mi pelo y levanté la cabeza, sintiendo los chorros sobre la cara.

    Retiró el pañuelo de mis ojos y tomó mis mejillas entre sus manos, acercándome a su cuerpo. Besándome en la línea del pelo, comenzó a acariciarme el alma.

- Todo está bien Princesa. Eres maravillosa –Susurraba y su aliento me besaba también.- Te adoro –repetía una y otra vez. bajo el agua-

    Mi cara apoyada en su pecho sentía el fuerte y tranquilo latir de su corazón que me sosegaba, me arrastraba. Me abandonaba en él. Y, contra mi vientre sentía crecer su deseo.

    Descubrió mi cuerpo, con gentiles atenciones. Sus manos acariciaban mis magulladuras, curando su recuerdo y poniendo muevas sensaciones placenteras en ellas

    Todo estaba bien, en orden. Los fantasmas se iban y sólo el deseo de disfrutar de su cuerpo, encendía el mío.

Busco un amo que me inicie en la sumisión y el dolor. lolagferrera@yahoo.es