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La Leyenda de Thorfinn el Errante y el Ogro

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LA LEYENDA DE THORFINN EL ERRANTE Y EL OGRO

I. EL MONSTRUO

El viento era frío y húmedo. El cielo estaba oscuro, rasgado ocasionalmente por algún brillante relámpago. Las nubes se movían con rapidez, como si una siniestra voluntad las animase. Los truenos retumbaban como nunca antes se habían escuchado en la aldea. Las madres agarraban con fuerza a sus hijos, intentando en vano tranquilizarles. La reciente cruz de madera presente en la amplia cabaña, símbolo del Cristo Blanco, no evitaba que los ancianos rezasen en entrecortadas letanías paganas, rogando a Odín y los demás dioses de los vientos para que el cielo no cayera sobre sus cabezas.

Los habitantes de Naeyjar, una aldea cercana a Thingvellir, en Islandia, farfullaban intranquilos mientras los truenos rugían alrededor. Corría el año de nuestro señor de 1199, casi un siglo desde que los islandeses comenzasen a abrazar lentamente el cristianismo y abandonasen la vieja religión. Los aldeanos esperaban esperanzados el retorno del guerrero paladín del Althing, la antigua asamblea de los ancianos jefes-sacerdote, que ya habría puesto fin al terror en el que vivían.

-Llegará en breve. No desesperéis.

-¿Habrá derrotado a la bestia?

-Por supuesto. Ya sabéis lo que se cuenta de Grattir Kolskkeg. La bestia ya debe ser historia.

Una niña pequeña tiró de la manga de su madre. -Mamá, cuéntame cosas de ese Grattir.

La madre sonrió mientras izaba a la cría y la sentaba en sus rodillas. -Grattir Kolskkeg es el guerrero más grande de Islandia. Como ya sabes, no tenemos ni rey ni ejército, así que necesitamos a personas como Grattir. Recorre el país, a las órdenes del Althing, cazando bandidos y asesinos y los monstruos que nos acechan. Cuando llegue, nos comunicará que nada debemos temer ya de ese monstruo.

De pronto, la puerta se abrió. El viento se coló como una bestia aullante que intentaba apagar las llamas de la chimenea que daba calor a la sala. Una imponente y azulada mano empujó con facilidad la pesada puerta como si no fuese sino un ligero estorbo. Todos los aldeanos gimieron asustados. La voz que penetró en la estancia era grave y brutal, casi como si la entonase una bestia y no un ser humano.

-Estoy muy disgustado con vosotros.- Un gigantesco hombre, de más de dos metros, penetró en el interior de la cabaña, agachando la cabeza para no golpearse con el dintel. Su cabello era rubio, casi níveo, recogido en dos coletas trenzadas, pero su piel azulada delataba su naturaleza no humana. Su rostro no era totalmente humano, era feroz, con dientes largos y afilados, aunque poseía un cierto atractivo salvaje. Sus ojos violetas parecían desprender fuego.

Era un ogro. Vestía pieles como un salvaje y un enorme hacha colgaba de sus anchas espaldas. Arrastraba un saco con unas manchas oscuras. -Creí que habíamos llegado a un acuerdo. Me proporcionaríais dos vacas cada semana y os dejaría en paz. Pero no. Teníais que ser tan rematadamente estúpidos como para intentar acabar conmigo enviando a un mercenario.

Los reunidos permanecieron expectantes, sin atreverse a hablar, como si al hacerlo incurriesen en la ira de aquel gigante. De pronto, una muchacha de apenas dieciocho años abandonó el círculo de aldeanos y avanzó un par de pasos hacia el azulado ser. -¿Dónde está? ¿Qué has hecho con él?- El monstruo abrió el saco con una sonrisa feroz y arrojó su contenido al suelo.

Un gemido de horror brotó de las gargantas de los presentes. Sobre el suelo había una cabeza cortada. Sus ojos y boca estaban todavía abiertos en un paroxismo de horror.

La rubia muchacha lloró sin poder contenerse mientras gritaba con voz ronca. -¡Maldito seas. No eres sino un monstruo sin piedad!- El gigantesco hombre abrió los ojos con sorpresa mientras le miraba con furia. Antes de que nadie pudiese hacer nada, uno de sus fibrosos brazos la agarró por el cuello y la levantó del suelo.

-¿Monstruo? ¡Mi nombre es Muspel! La sangre de los Joruheim, los gigantes del hielo, corre por mis venas. Podría matarte por lo que has dicho.

La muchacha intentó forcejear, pero la presa en su cuello era muy poderosa. Habló con voz temblorosa, pero sin delatar temor. -Sí, vamos, hazlo, monstruo. Eres muy valiente enfrentándote a alguien como yo.- El ogro la examinó con curiosidad y diversión.

-Eres valerosa, chiquilla. No se puede negar.- Su mano soltó su cuello. La chica cayó al suelo, tosiendo.

Los aldeanos miraban a aquel ser con temor, sin atreverse a intervenir. -Pero en el fondo, no soy tan malo como seguro pensáis. No tomaré represalias contra vosotros. Seguiremos con nuestro ventajoso acuerdo. Pero ahora serán tres reses por semana, no dos.- Los aldeanos murmuraron, asustados.

-Moriremos de hambre.

-Estamos perdidos.

El ogro rugió amenazadoramente. -¿Alguna protesta?

Las voces callaron. -Bien. Eso pensaba.

Pero entonces una voz resonó a sus espaldas. -No, monstruo. No cederemos a tus chantajes. Es nuestro pueblo. No te tenemos miedo.

El ogro se volvió con furia. Ante él se erguía la misma chiquilla de antes. Era alta, como era habitual entre los islandeses, pero aún así, el ogro le sacaba casi dos cabezas. -No fuerces tu suerte, niña.

La muchacha miró a sus paisanos. -Es triste ver en qué nos hemos convertido. No hace muchos años, nuestros padres eran valientes guerreros que surcaban los mares. ¡Eran vikingos! Si algo de su sangre corriese por nuestras venas, expulsaríamos a esta bestia...

La temible voz del ogro sonó calmada, pero fría como el hielo. -Adelante. ¿Alguien quiere emular a este valiente?- Señaló con un largo dedo la cabeza cercenada del guerrero a sus pies. Nadie habló. Con una azulada garra acarició la mejilla de la muchacha.

-¿Cuál es tu nombre, pequeña?

La muchacha le miró desafiante. -Gudrid.

-Muy bien, Gudrid. Me gustas. Eres muy valiente. Te incluyo en el trato. Serán cuatro reses a partir de ahora y tú vendrás conmigo.- La gente clamó quedamente. La madre de la muchacha intentó alcanzar a su hija, pero una mirada glacial de la bestia la detuvo en seco. Con un violento gesto, el ogro desgarró la túnica de la chica, revelando sus generosos pechos. Ésta permaneció quieta y en silencio. Una lengua sorprendentemente larga y morada surgió de la boca de Muspel y recorrió lentamente el rostro de Gudrid, quien cerró los ojos y apretó los labios para no gritar.

De pronto el monstruo se detuvo y miró al resto de aldeanos. -Recordad, cuatro reses. Las quiero antes de mañana en mi cueva.- Como si fuese un liviano muñeco, cargó a Gudrid sobre sus hombros, ignorando los golpes que ésta le propinaba. El viento helado volvió a penetrar en la sala, congelando la sangre de los presentes. La puerta se cerró con un sonido hueco, inundando la sala de un atronador silencio.

II. EL FORASTERO

Todos los presentes miraron al suelo apesadumbrados durante largo tiempo. Por fin una débil voz habló.

-Debemos mandar un emisario al Althing.

-De nada servirá. Tardaríamos dos días en llegar y otros dos para que nos mandaran otro paladín. Y mañana debemos entregar cuatro vacas a esa alimaña.

-¿Qué podemos hacer?

-Debemos luchar. Nuestra situación es desesperada.

-¿Quieres que acabemos como ese pobre diablo?-. Los murmullos dieron paso a un apagado silencio desesperado.

De pronto la puerta volvió a abrirse. Los aldeanos gimieron, temiendo el regreso de la bestia. En su lugar entró una menuda figura encapuchada. Su rostro apenas era visible, iluminado por la tenue luz de la lumbre. Aquella persona no era alta, ni mucho menos. Vestía una funcional armadura de cuero bajo las pieles que le resguardaban del frío. Una cruz cristiana de plata colgaba de su cuello. El forastero se movió lentamente hasta una de las sillas vacías en una mesa, dando un pequeño rodeo para evitar pisar la cabeza decapitada. Sin hablar, se sentó y aferró una gran jarra de cerveza. Su propietario no se atrevió a abrir la boca y contempló asustado como la figura la engullía de un solo trago. Un sonoro eructo retumbó en la estancia.

Uno de los islandeses se acercó hasta el extraño.

-¿Quién sois, forastero? No llegáis en buen momento.

-Al contrario, islandés, creo que llego en el momento perfecto.

El hombre se quitó la capucha. Era un hombre joven, pero su rostro lampiño mostraba varias cicatrices de pasadas batallas. Su pelo era oscuro y muy corto, cortado al cepillo. Sus ojos eran rasgados y de un color verde profundo.

-Sois un inuit.- Observó su interlocutor. La gente del pueblo esquimal de las Tierras de Baffin viajaba muy raramente, pero no eran desconocidos por las tierras de Islandia.- Pero vuestros ojos son verdes... como los de un nórdico.

El inuit sonrió mientras apuraba la cerveza.- Mi nombre es Thorfinn el Errante, a vuestro servicio. Aunque mis servicios no son baratos.

Los aldeanos murmuraron entre sí, esperanzados. ¿Quién no había oído hablar de Thorfinn el Errante? Se decía que era un guerrero mestizo de madre inuit y padre islandés, un fugitivo vagabundo y lo más importante, un experto cazador de monstruos.

III. EN LA GUARIDA DE LA BESTIA

El frío había remitido en el interior de la caverna, debido a la gran hoguera en su centro. Varias antorchas aportaban una refulgente luminosidad. Gudrid se despertó y miró a su alrededor. Estaba sola, pero no pensó en escapar. El ogro se había llevado las pieles con las que la había protegido en el viaje a su guarida. Estaba completamente desnuda. Si intentaba huir no aguantaría más de una hora a la intemperie. Había una mesa y varias sillas, así como varios cofres a su alrededor, fruto sin duda de la rapiña de aquel ser. Se acercó a uno de ellos y lo intentó abrir. Quizás dentro hubiese algo que pudiese usar como un arma.

-No te molestes. Está vacío.

La voz del ogro la asustó y la muchacha se volvió con un sobresalto. Instintivamente, tapó sus senos y pubis. El ogro contemplaba un ropaje azul que sostenía en su mano antes de tendérselo a Gudrid.- Creo que es de tu talla. Espero que te guste.

La muchacha observó boquiabierta el ropaje que la bestia le había procurado. Nunca en su vida había visto nada igual. Era precioso, más lujoso que cualquier prenda que pudiese cubrir alguna vez su cuerpo. El vestido parecía confeccionado para una de las princesas europeas del continente, no para una campesina islandesa como ella. Levantó la vista para ver a continuación cómo el ogro llamado Muspel le entregaba un fino collar de oro. -Por favor, acéptalo.

El rostro de Gudrid se ensombreció. Rasgó el vestido violentamente y lo arrojó al suelo, junto con el collar.

-¿Quién te has creído que soy, bestia? ¿Una muñeca a quien vestir? ¿Una puta a quien comprar? Viólame y mátame y acabemos de una condenada vez.

Muspel tomó aire, para evitar explotar de ira. Contempló el desnudo cuerpo de la desafiante muchacha. Era preciosa. La pecosa piel lechosa de sus pechos subía y bajaba violentamente, al compás de su agitada respiración, por la indignación, la ira y el miedo. Sus azules ojos no parpadeaban ni apartaron la mirada mientras le miraban con furor indisimulado. La voz del ogro temblaba de pura rabia.

-¿Cómo... te... atreves... testaruda... chiquilla?

El ogro adelantó sus garras, mientras Gudrid gritaba y cerraba los ojos, esperando el golpe final. En su lugar, una férrea mano se cerró sobre su nuca y la joven sintió cómo era empujada hacia delante. Con violencia, una boca se cerró sobre sus labios, ahogando el grito y robando su aliento. El salvaje beso se prolongó durante más de un minuto. De pronto Muspel se detuvo al sentir cómo Gudrid acarició su mejilla.

El ogro la soltó y la contempló mientras la muchacha jadeaba, tomando aire. La bestia se dio la vuelta y se dispuso a internarse por una de las galerías de la cueva.

-Eres libre, chiquilla. Vete. En la entrada encontrarás ropa.

-¡Espera!

El ogro se giró, enarcando una ceja, y miró inquisitivamente a la chica.

-¿Por qué? ¿Por qué atormentas a mi pueblo?

Muspel dudó antes de responder.- Oh, verás, la vida es muy dura. Deja que te cuente una historia. Sucedió hace unos veinte años, unos gigantes de los hielos violaron a una mujer humana, durante una incursión, dejándola preñada. Cuando ésta alumbró, el resultado fue el que decretan las leyendas. De la impía unión entre un gigante y un humano nace un ogro, una híbrida abominación destinada a la violencia y la destrucción. La mujer murió al dar a luz, incapaz de soportar los rigores del horrible parto. El consejo de la aldea dudó si matar directamente a la criatura o conservarla como esclavo. Los ogros son fuertes y resistentes y muy útiles para las tareas más arduas. Se optó por lo segundo. Espero que entiendas por qué no guardo una buena impresión de los humanos.

-Pero no todos los humanos somos así. Sin duda habrás conocido a alguien de corazón bondadoso.

Muspel miró al tendido con aire melancólico. -Tenía doce años cuando le conocí. Yo tiraba de un yugo al que estaba atado cuando observé que un muchacho más o menos de mi edad me contemplaba. Le gruñí con furia, pero no por ello se asustó. Avanzó resuelto hacia mí y posó su mano en mi hombro, sonriendo. No supe qué hacer cuando me abrazó con afecto. Era un mestizo como yo, otro paria dentro de la aldea. Por la noche me liberó y huimos. Fue la única persona que me trato como a un igual y no como a un esclavo o un monstruo. Sólo nos teníamos el uno al otro. Fue para mí mi único amigo... más que un hermano... un... amante.

Gudrid calló, sin saber muy bien qué decir. El ogro se incorporó y su voz se volvió fría.

-Vuelve al pueblo. Diles que quiero las cuatro reses para mañana o lo pagarán caro.

-¿Qué paso con el muchacho, tu amigo?

-No te importa. Vuelve al pueblo.

-Pero... No puedes chantajearnos como lo haces... Te matarán...

Una voz severa sonó desde la entrada de la cueva.

-Así es, muchacha. Y seré yo quien lo haga.

IV. LA LUCHA

Gudrid y Muspel se giraron hacia la dirección de la que provenía la voz. Un joven de pelo muy corto y verdes ojos rasgados empuñaba con determinación una espada que apuntaba directamente al corazón del ogro.

-Thorfinn el Errante a vuestro servicio, milady. Ya no tenéis nada que temer. En cuanto a ti, prepárate a morir, bestia inmunda.

-No, espera... -La muchacha levantó las manos mientras Muspel se envaró e izó su gran hacha, sopesándola con delicadeza.

-Ah, otro valiente y estúpido mercenario que acude a morir bajo mi hacha. Espero que las valkirias acojan tu alma cuando yazcas en el suelo, moribundo.- Ambos contendientes avanzaron el uno contra el otro, con furia en sus ojos. Thorfinn rezó al Cristo Blanco para que le ayudase en la pelea mientras Muspel invocaba a Bergelmer y rugía al abandonarse a un trance berserker.

-¡Deteneos, estúpidos! ¡No luchéis!- La voz de la muchacha fue ahogada por los rugidos y el sonido del acero entrechocando. El inuit era más bajo que su adversario y por eso pudo esquivar su primer golpe de hacha. Lanzó una estocada en la dirección del ogro, pero éste la bloqueó con el mango de su arma.

Los guerreros intercambiaron golpes durante largo tiempo. Se estudiaron el uno al otro jadeantes. Al unísono levantaron las armas, preparándose para la siguiente embestida. La muchacha intentó interponerse entre ambos, pero un empujón la derribó al suelo de la cueva. El ogro elevó el hacha sobre su cabeza, para descargarla sobre su enemigo, pero un puñetazo de Thorfinn en la cara le desestabilizó. Atontado, escupió al suelo y se abalanzó gritando sobre su adversario humano, sin ver cómo éste había desenvainado un cuchillo de su bota.

Gudrid gritó. -¡No, por favor! ¡No le mates!

El cuchillo se hundió en el estómago del ogro, ayudado por el impulso de éste, mientras rugía por el repentino dolor. Miró confundido a su adversario y a la muchacha. Abrió la boca pero no emitió ningún sonido y tras unos breves instantes, cayó al suelo.

Thorfinn le empujó levemente con el pie para asegurarse de que estaba muerto. El cuerpo no se movió. El inuit guardó rápidamente su cuchillo de nuevo en la bota. Gudrid contemplaba el cuerpo en silencio.

-Ya ha pasado todo, muchacha. Ya no puede hacerte daño.

-¿Era necesario?

-¿Cómo?

-Matarle. ¿Era necesario?

-No te entiendo.

-No importa. Seguro que se contarán cuentos y leyendas sobre ti y sobre esta lucha.- La voz de la chica era amarga.

-Debo partir a Reykjavik. Me llevaré el cadáver como trofeo... Creo que deberías volver al pueblo. Tus padres estarán preocupados.

-Sí. Será lo mejor.

-Y no te olvides de contar lo que has visto. Un mercenario necesita una reputación que le preceda.

La muchacha no respondió mientras se enjuagaba una lágrima con el dorso de la mano.

V. EPÍLOGO

Muspel se aseguró que Gudrid había partido y se incorporó mientras se acariciaba la mejilla.

–Creo que el combate ha quedado demasiado realista. Me duele el carrillo del golpe.

Thorfinn comprobaba el puñal falso con el que había asestado el golpe inofensivo al ogro. -Vamos, no te quejes. No te he golpeado con tanta fuerza. Y además, ese cabrón de Grattir Kolskkeg casi me ensarta de parte a parte cuando luchamos. Y ése no tenía un puñal de juguete como éste.

-Si no llegas a estar conmigo cuando apareció en la cueva, me hubiese matado. Vuelvo a deberte la vida.

-¿Cuál fue la otra? No me acuerdo.

-En Vestmannaeyjar, cuando descubrieron el truco y tuvimos que escapar corriendo para que no nos linchasen.

-Ah, sí. Bah, no te preocupes. No tiene importancia.

-Sí que la tiene... En fin, ahora debemos recoger el dinero cuanto antes y marcharnos. Los del pueblo no tardarán en regresar para inspeccionar la cueva. ¿Vendiste las reses en Reykjavik?

-Sí. Con el dinero y el de la recompensa por "matarte" tenemos para vivir unos meses a cuerpo de rey. Pero creo que debemos marcharnos a Dinamarca para la siguiente función. Aquí en Islandia podría reconocernos alguien.

El ogro se sentó en una de las toscas sillas de madera frente a la mesa. Escanció un poco de vino de una bota en dos vasos y le tendió uno al inuit. Ambos brindaron y bebieron el vaso de un trago. Muspel contempló ensimismado la copa vacía antes de hablar.

-Condenada chiquilla. Casi nos estropea el numerito.

-Fuiste tú quien la eligió como testigo de tu "muerte".

-Nunca me había importado desplumar a estos aldeanos, pero hoy me he sentido un miserable.

-Te entiendo perfectamente, pero tenemos que ganarnos la vida de algún modo, ¿no?

-Ya lo sé, pero ha sido cruel cómo hemos utilizado a esa chica.

-Nunca nadie había intentado salvarte, de hecho, normalmente me jalean a mí para que acabe contigo... Una muchacha muy valiente... ¿Sabes? Creo que se había enamorado de ti.

Muspel miró a los ojos verdes de su compañero y sonrió. -¿No estarás celoso?

Thorfinn rió. –Pues claro que sí, gran tonto... Así que soy un "valiente y estúpido mercenario", ¿no?

-Y yo una "bestia inmunda"...

Ambos rieron. El inuit se levantó y fue hasta donde Muspel se hallaba sentado. –Todavía tenemos un poco de tiempo. Déjame ver esa mejilla.- Thorfinn depositó un largo beso en la azulada piel del ogro.

Muspel se señaló los labios. –También me duele aquí.

-¡Tramposo! Ahí no te he golpeado.- El inuit se sentó a horcajadas sobre el ogro y le besó los labios con pasión.

-No sé si deberíamos... Los aldeanos podrían llegar en breve... Mmm...

-Si quieres paro.

-No.

Thorfinn fue bajando por el desnudo pecho azulado de Muspel, besándolo mientras desabrochaba las correas de su propia armadura de cuero. Llegó hasta el ombligo y estampó un sonoro beso. Se demoró conscientemente antes de bajar todavía más. –Te quiero.

-Yo también. Cuando vi por primera vez esos ojazos verdes tuyos creí que eras un sueño, un ángel de esos de los que habláis los cristianos. Y cuando me liberaste del yugo juré que no te abandonaría jamás.

-¿Sabes? Me pregunto qué pensarán nuestros respectivos dioses de lo que hacemos. ¿Tú no?

-Francamente, ni lo sé ni me importa.

FIN