miprimita.com

Reina de Hielo

en Otros Textos

REINA DE HIELO

N. del A.: La protagonista de este cuento es un personaje secundario que aparece en los relatos "La Caída de Marán I y II" y "Viejos Conocidos".

 

I. DUELO

Casi en la frontera con la helada tundra, donde nada vive, se levantan los últimos bosques milenarios, cubiertos por nieve eterna. Un paisaje desolado, cruel, que sólo los más fuertes de entre los fuertes llaman "hogar".

La tribu formó un círculo rodeando a los dos contendientes. Ambos sopesaron y comprobaron sus lanzas y cada uno estudió detenidamente a su pálido oponente. Respiraban apresuradamente, excitados ante la inminencia del combate.

Eran froslines, la gente de las nieves, un pueblo salvaje, un conglomerado de tribus dispersas que habían sido unidas recientemente con mano de hierro por su actual monarca. Sus tradiciones y costumbres eran bárbaras para mentes más civilizadas, y esa noche se celebraba una de ellas. Para un pueblo que valoraba la fuerza por encima de todo, justo era que el rey menos fuerte diera paso al más poderoso, si era necesario mediante el empleo de la violencia y el derramamiento de sangre.

Los froslines sostenían antorchas, alejando la negrura de la noche de la llanura nevada donde ambos rivales medirían sus aceros.

El hombre se desnudó y, gritando, enarboló su lanza, apuntando al estrellado cielo con ella. La multitud gritó con vehemencia, proclamando el nombre del guerrero, Tasniak, una y otra vez. No muy alto al principio, pues todos temían a la reina, y vitorear a su rival podría traerles fatales consecuencias. Pero el olor de la inminente sangre y de la violencia en el ambiente excitaron hasta al más templado, y los aullidos crecieron en intensidad hasta acallar cualquier otro sonido. Tasniak era un guerrero formidable. Su pecho lampiño era amplio y cada músculo se definía con claridad. Sus poderosos brazos parecían ser capaces de romper a cualquier hombre en dos. Se contaba que había acabado con un felino de los hielos, el depredador más mortífero, con las manos desnudas. El guerrero aspirante a rey contempló a su adversaria con sorna, mientras hacía girar expertamente la lanza en sus manos.

La mujer le observaba con expresión desdeñosa. Dejó caer a la nieve su capa de pieles, quedando ritualmente desnuda para el combate. Su piel y su cabello eran muy pálidos, casi blancos, como era habitual entre los froslines. Aunque era bastante escuálida, poseía una gran musculatura y sus movimientos eran ágiles como los de un lince nival. Su cuerpo estaba recubierto de tatuajes y escarificaciones, y varias cicatrices de pasados duelos y batallas. Su rostro era delgado, fiero, y sus finos labios estaban abiertos en una mueca feroz, dejando entrever sus agudos dientes. Su nombre era Nereia y jamás había sido derrotada.

El duelo comenzó. Los contrincantes se contemplaron en silencio mientras aferraban sus lanzas hasta que sus nudillos quedaban blancos del esfuerzo. De pronto, Tasniak se abalanzó con violencia, mientras lanzaba un golpe contra el pecho de su oponente. La mujer fintó el golpe con gracia felina. Tasniak sintió un agudo dolor en su mejilla y, al palparla, notó un desagradable tacto pegajoso en ella. Frente a él, la mujer sonreía salvajemente, sujetando con una mano la lanza por cuyo filo resbalaban gotas de color carmesí.

-Primera sangre. –Susurró.

Tasniak tembló a su pesar. El duelo ya no le parecía tan buena idea.

Tras varios minutos de combate, Nereia vio clara su oportunidad. Cuando su oponente volvió a arremeter con su pica, buscando su corazón, la mujer amagó un golpe de lanza hacia el rostro del guerrero. Éste lo esquivó desesperadamente, sin comprender que el verdadero ataque era una simple zancadilla. Perdió el equilibrio y cayó cuan largo era sobre la nieve. La lanza rodó de su mano y cuando intentó incorporarse, encontró la punta del arma de la mujer a escasos centímetros de su rostro.

-Me... me rindo, mi reina...

El pálido rostro del froslín palideció aún más cuando no descubrió ningún atisbo de piedad en la fría mirada de la mujer.

-Por favor, mi reina... No...

El grito que brotó de sus labios fue abruptamente segado cuando la lanza atravesó carne y hueso. La aldea se hallaba sumida desde hacía unos instantes en un sepulcral silencio que se rompió en vítores y gritos. Nereia arrojó con furia su lanza empapada de sangre al suelo y abandonó el círculo de froslines sin molestarse en recoger su ropa.

II. DEBER

Nereia cerró la cortina detrás de ella. Por supuesto, los ruidos y gritos no cesaron. De hecho, ni siquiera quedaron amortiguados. El skali, la vivienda del líder, era una única y rectangular estancia, sin dependencias, y sobre todo, sin intimidad. Ni el individualismo ni la soledad eran virtudes apreciadas por los froslines.

La mujer miró con codicia al hombre sobre el camastro. Era muy atractivo. Su nombre era Tengu, tendría unos veinticinco años, sus ojos eran azules como dos lagos profundos, y era el último amante de la reina. Nereia se sentó a horcajadas sobre él antes de quitarle con brusquedad su camisa. Admiró con deleite el musculoso torso del hombre y se relamió anticipadamente mientras ella misma se desnudaba. Un gruñido de excitación escapó de sus labios. El hombre quiso incorporarse, pero el nervudo brazo de Nereia le empujo con fuerza de nuevo sobre el lecho.

Nereia besó lentamente el pecho del hombre y fue bajando más y más, lánguidamente. Con tortuosa lentitud, Nereia besó cada centímetro de su piel, mordisqueando ocasionalmente. Tengu gimió, incapaz de moverse. Se sentía como si fuese la presa de un felino de la nieves, inmóvil para no desatar la ira de la bestia mientras ésta le olfateaba y le lamía.

Atrás habían quedado los ruidos de jarras entrechocando y los juramentos y gritos de los demás froslines. Las sombras proyectadas por el fuego de las antorchas se recortaban contra la cortina, pero ya nada importaba. Nereia sólo tenía ojos para su amante, como si sólo ellos dos estuviesen en el recinto.

-¿Por qué tuviste que hacerlo?

-Mmm... ¿Qué?

-Matarle. ¿Por qué tuviste que matarle?

Nereia sacó el pene del hombre de su boca y le contempló con visible enfado.

-¿Sabes, Tengu? Tienes una sorprendente habilidad para fastidiarme en el momento más inoportuno.

La mujer se disponía a levantarse cuando Tengu sujetó su brazo.

-Se había rendido. ¿Tenías que matarle?

-¡Sí! Me había retado. No podía dejar que siguiese vivo. Otros posibles adversarios lo hubiesen interpretado como debilidad por mi parte.

-Oh, vamos. Le habías vencido. Ya no era una amenaza. No fuiste justa.

Nereia le contempló con furia.

-¿Justa? ¿Tengo yo la culpa de que en los dos últimos meses me hayan retado en duelo en quince ocasiones? ¿Crees que eso es justo? A Feros no le retaron más que cinco veces en toda su vida. Cuando la gente me mira, no ven en mí una reina. ¿Sabes lo que ven? Ven a una mujer, alguien débil, un ser inferior. Cuando subí al trono tras la muerte de Feros, intenté ser dialogante, comprensiva. Intenté unir a todas las tribus de froslines mediante la diplomacia. Un gran error por mi parte. Nadie me tomó en serio. Yo no era la reina Nereia, sino simplemente Nereia, la pobre hermana del gran Zana, el libertador. Todavía recuerdo el primer necio que me retó, y la incredulidad en su rostro cuando le corté el cuello. Ese idiota murió sin creer lo que le estaba pasando. No podía asimilar que una mujer pudiera derrotarle. No era el único que pensaba así. He tenido que ser más fuerte, más dura y mejor que cualquier hombre para poder granjearme el respeto de las tribus. Y aún así estoy segura que en menos de una semana alguien más me desafiará a un duelo para conseguir el trono. Lucharemos y yo tendré que matarle. Qué costumbre más estúpida la de los duelos. Sólo podría habérsele ocurrido a un hombre.

Tengu permanecía en silencio. Nereia serenó su semblante mientras le acariciaba el rostro. El hombre sintió un escalofrío cuando el anillo de plata que la mujer llevaba en el dedo y que señalaba a su portador como rey rozó su piel.

-No he sido una mala reina, ¿verdad? Os conduje a la victoria en la batalla del norte y he logrado mantener cohesionadas a las tribus...

-¿Y cuál ha sido el coste para los froslines?

-¿Qué quieres decir?

-No todas las tribus te han apoyado. Algunas se han enfrentado a ti y las has aplastado con una brutalidad sin límites.

-Siempre ha habido disensiones entre los froslines. En el pasado sólo sabíamos luchar entre noso...

-Zana supo unir a las tribus contra Marán, sin necesidad de recurrir a la fuerza.

-¡Zana está muerto! ¿Es que nunca voy a poder huir del fantasma de Feros ni del de Zana? Sí, tienes razón. Quizás haya sido muy dura con las tribus más rebeldes, pero era necesario. No me ha causado ningún placer tener que hacerlo.

-Puede que eso no sea así.

-¿Qué estás diciendo?

-Hace unas horas, durante la lucha, he observado tu rostro cuando has matado a tu enemigo. Tenías una expresión de perverso regocijo. Estabas disfrutando, y lo sabes perfectamente. Al igual que aquel día, con la tribu de los lancasianos.

La mirada de Nereia se volvió fría como un glacial.

-Si cualquier otro me dijera eso, le mataría al instante.

Tengu tragó saliva antes de volver a hablar.

-Estoy harto de tanta violencia. Tu vida... nuestra vida está inmersa en la muerte y la sangre. Estoy preocupado por ti. Algún día, encontrarás la horma de tu zapato, y uno de tus adversarios te matará.

-¿En un combate singular? Lo dudo. Esos estúpidos se creen superiores a mí por el hecho de ser hombres. Ni siquiera se emplean al cien por cien. Ese error les cuesta la vida. Además, soy muy buena luchando. Dudo que haya nadie en las tribus que pueda derrotarme.

-Eres una presuntuosa. Creo que eres demasiado orgullosa para tu propio bien.

La mano de Nereia se deslizó por entre las sábanas hasta atrapar el pene de Tengu. Sonreía mientras ronroneaba.

-No es vanidad. Es la pura verdad. Soy la mejor... Y soy aún más diestra en las artes amatorias, como te voy a demostrar ahora mismo.

-Ehhh, espera, Nereia. Sabes que te amo y no quiero que te suceda nada malo. ¿Por qué no...?

-Esta conversación me aburre, querido Tengu. Como soberana tuya, te ordeno que te calles y disfrutes.

Los labios de Nereia sellaron los del hombre, ahogando sus protestas, antes de colocarse encima suyo y comenzar a moverse.

III. BESTIA

Nereia se levantó de su tosco trono mientras el froslín ante ella seguía hablando con su voz hosca: "... Y fue así como los encontramos, mi reina. Evidentemente, fueron atacados por un gran animal. Las heridas así lo atestiguan". La reina se agachó con curiosidad, inspeccionando los cadáveres. No mostró ningún signo de repulsión. Había visto cosas mucho peores a lo largo de su vida.

-No obstante, hay algo muy extraño. No han sido devorados, como cabría esperarse de una alimaña salvaje. Y lo más raro...

Nereia enarcó una ceja, esperando a que acabase.

-...Es que no tienen ni una gota de sangre en el cuerpo.

Los dos froslines muertos estaban totalmente blancos, demasiado incluso para esa pálida raza. Parecían dos estatuas de mármol cuyas gargantas estaban desgarradas por terribles zarpazos. El resto de su cuerpo no mostraba ninguna herida. Nereia frunció el ceño. Algo no encajaba, pero no sabía qué.

-Y bien, mi señora, no es el primer ataque de este tipo que hemos sufrido. En nuestra aldea no disponemos de cazadores para afrontar esta amenaza, por lo que rogamos vuestra protección como soberana de los froslines.

Nereia permaneció pensativa durante poco tiempo. ¿Quién no había oído antiguas leyendas de criaturas monstruosas, vampiros, que acechaban y mataban a sus presas, bebiendo hasta la última gota de sangre de sus cuerpos?

-Partiré con vos y acabaré con la bestia yo misma, como responsable que soy de la seguridad de mi gente.

A su lado, Tengu se acercó a su oído. –Pero Nereia, no puedes partir sola a enfrentarte a sólo-los-dioses-saben-qué. Lo mejor sería...

Nereia levantó una mano, cortando las protestas de su amante. –No tardaré más de una semana, y por ahora la frontera con Marán está tranquila. Tú quedarás al mando de todo en mi ausencia.

Tengu gruñó, frustrado por la terquedad de su reina. –Es una locura.

No era una locura. Era un misterio. Y a Nereia le apasionaban los misterios.

 

Kileg, el mensajero que acudió a pedir la ayuda de la reina, la guió en el viaje hasta la guarida de la bestia. Era un froslín taciturno, de unos treinta años, con un rostro severo y una expresión de eterna melancolía en su mirada. Apenas abrió la boca en los días que duró el viaje, excepto para escupir alguna blasfemia en algún ocasional traspiés. Era evidente que Nereia no gozaba de sus simpatías y no hacía ningún esfuerzo por disimularlo. Ella no se preocupó. Estaba acostumbrada a no ser apreciada por sus súbditos.

-Ya hemos llegado. –Habló el froslín, sobresaltando a la mujer.

-Es una región muy triste. ¿Dónde está tu pueblo?

-Tras ese bosque al norte. Pero los muertos aparecieron por esta zona. Ya es muy tarde. Acamparemos en este claro y comenzaremos la búsqueda con las primeras horas de la mañana.

Hacía bastante frío, pero con algunas ramas secas, y protegiéndolas de la nieve, pudieron hacer una fogata en poco tiempo. Era ya completamente de noche cuando los dos froslines se hallaban sentados frente a la hoguera.

-Háblame de la bestia.

El hombre pareció algo molesto antes de contestar. Su mirada era extraña.

-Se dice que es un monstruo asesino, sedienta de sangre y que si no es detenida, no cejará hasta acabar con el último froslín. No es una bestia cualquiera. Camina sobre dos piernas y tiene una apariencia humana. Es como cualquiera de nosotros. Pero su corazón está emponzoñado y sólo tiene una obsesión: matar y matar.

-¿A cuánta gente ha matado ya?

-A más de lo que podemos permitir. Debemos acabar con ella por cualquier método, por sucio que éste sea.

Los ojos de Kileg brillaban con ironía. Nereia se revolvió inquieta. El vello de su nuca se erizó, como si estuviese en peligro. Se sintió observada. ¿La bestia? ¿O quizás algo completamente distinto?

-Háblame de ti.

El froslín pareció desconcertado.

-No tengo nada qué decir. Supongo que no soy alguien interesante.

-Todos tenemos una historia qué contar, ¿verdad? Tu acento no es el de esta zona. ¿De dónde eres?

-No tiene importancia. Deberías dormir. Mañana será un día muy duro cuando luchemos contra la bestia. Haré la primera guardia.

Nereia se enrolló en la manta, para protegerse del frío, pero desenvainó su cuchillo y comprobó que llevaba otro en la bota izquierda. Sentía el peligro como algo tangible a su alrededor, mientras intentaba recordar dónde había escuchado el acento de Kileg. Sus ojos se fueron cerrando poco a poco, mientras entraba en un nervioso duermevela y los primeros sueños hacían su aparición.

"Había transcurrido un mes desde la batalla del Norte. Nereia respiró aliviada. Había superado su bautismo de fuego. Las pérdidas habían sido muy elevadas, pero gracias a ella los froslines habían conseguido lo increíble. Habían derrotado a un ejército de caballeros de Marán. Los vencedores decapitaron a parte de los prisioneros, y clavaron sus cabezas en los árboles cercanos. El resto fueron quemados vivos dentro de sus armaduras, como ofrendas a los dioses.

Pero la volubilidad de las gentes del norte hizo su aparición. Los froslines no eran un pueblo acostumbrado a ser comandado durante mucho tiempo por una única persona. Las tribus comenzaron a abandonar la precaria alianza contra Marán. De nada sirvieron los ruegos y las advertencias de Nereia. Los caballeros no habían sido permanentemente derrotados. Podrían reagruparse y contraatacar. Pero las tribus eran demasiado rebeldes y tozudas para escuchar. Tacharon a la reina de agorera histérica.

Nereia se hallaba en un mar de dudas. Por un lado sentía que se había derramado demasiada sangre. Casi rompió a llorar cuando se enfrentó con Magda, la mujer caballero superviviente de la batalla del Norte. Por otro lado, sabía que Marán no permitiría que la humillación que los bárbaros del norte le habían infringido quedase impune. Las tribus debían estar unidas contra los caballeros del sur, costase lo que costase.

La primera tribu que se amotinó fueron los lancasianos.

La noticia fue escalofriante. Los froslines lancasianos atacaron por sorpresa a parte de los guerreros del ejército de la reina que buscaban avituallamiento en su zona. Apenas hubo supervivientes. Nereia montó en cólera. ¿Así era como pagaban que les hubiese librado de los caballeros de Marán? Al mando de su ejército llegó hasta la aldea de los lancasianos y reunió en la plaza a todos los que encontró. No serían más de treinta campesinos. Parecían famélicos espantajos paliduchos. Aquel invierno había sido particularmente duro y, unido a los esfuerzos de la guerra, había provocado que sus cuerpos estuviesen extremadamente delgados. Era evidente que entre ellos no había ningún guerrero. Nereia les interrogó una y otra vez, exigiendo que entregasen a los soldados que habían provocado la matanza. El miedo se dibujaba en sus rostros pero ni una palabra surgió de sus labios. Parecían intuir el destino que les aguardaba.

La reina temblaba de pura rabia. Se giró hacia Tengu.

-Encerradles en esa casa y atrancad las puertas. Regad las paredes con aceite.

Mientras se ejecutaba la orden, Tengu intentó razonar con Nereia.

-Por favor, mi señora, recapacitad. No podemos matarles como a perros. Puede que estos aldeanos sean familiares de los guerreros que nos atacaron, pero no todos son culpables de protegerles o darles avituallamiento. No podemos discernir a unos de otros.

-Entonces ya los distinguirán los dioses en los cielos.

Nereia apartó a Tengu con brusquedad, derribándole al suelo de un empellón. A continuación ella misma arrojó una antorcha sobre el techo de la vivienda. La nieve y la humedad provocaron una negra humareda, pero pronto prendió el aceite. Los gritos se ahogaron con el ruido de la madera ardiendo. En pocos segundos, el espantoso hedor de la carne quemada atenazó las fosas nasales de los presentes.

Mucho tiempo después, todavía seguían escuchando los gritos en su cabeza. Los gritos de los lancasianos, con su peculiar acento tan cerrado."

Nereia abrió los ojos repentinamente, mientras su corazón se encogía. Ya sabía de dónde era el acento de Kileg.

IV. MUERTE

Kileg dio un paso, lenta y silenciosamente, y luego otro. A escasos metros se hallaba su objetivo. La luz de la luna llena se reflejaba sobre la nieve con un fulgor espectral. Nereia dormía, arrebujada en su parda manta, ajena al acechante explorador. Kileg desenfundó su daga con deliberada lentitud, mientras ésta emitía un brillo asesino, y apuntó al corazón de la mujer.

El golpe no llegó nunca. Kileg chilló sorprendido cuando la mano de Nereia se cerró en una presa sobre el brazo de su agresor y lo golpeó repetidas veces contra una roca en el suelo. El cuchillo se escapó con un suave tintineo. Sin darse tiempo para pensar qué hacía, y dejándose llevar por sus instintos, Nereia descargó un brutal rodillazo en la entrepierna de su adversario, que le envió gimiendo al suelo. Acto seguido, apoyó su propio cuchillo contra el cuello del hombre y entornó amenazadoramente los ojos.

-¿Cuántos sois?

-Que te jodan, hija de puta.

La voz del hombre se vio ahogada por un espantoso sonido húmedo cuando Nereia le degolló. Miró a su alrededor. Nada. Pero no ver a nadie no significa estar solo. Ahora todo estaba muy claro. Kileg la había conducido deliberadamente hasta una trampa. No existía tal bestia. ¿Cómo era posible que los cadáveres que ella había inspeccionado no tuviesen heridas en las manos ni brazos? Al cubrirse contra un ataque, son las partes más expuestas a lesiones producidas por garras o colmillos.

No, aquellos cuerpos ya estaban muertos cuando habían desgarrado sus gargantas y vaciado su sangre. Aquel que lo hubiese urdido todo sabía que Nereia no podía resistirse a investigar personalmente el misterio de la supuesta bestia. Todo había sido un ardid para atraerla hasta la helada y solitaria tundra y acabar con ella. Y había picado como una completa estúpida.

Pero no tenía tiempo para maldecirse. Debía intentar escapar de allí con vida. Respiró tres veces para tranquilizarse y pensó en los juegos que practicaba con sus hermanos, hacía ya tantos años. Primero corrió descuidadamente hasta un grupo de árboles y después volvió de espaldas sobre sus pasos, haciendo coincidir sus huellas con las que ella misma había dejado. Observó un abeto cercano, cuyas ramas estaban cubiertas de nieve. Serviría. Se quitó la capa de pieles sobre sus hombros y se cubrió con ella mientras se tumbaba, a la par que golpeaba con una patada al árbol. La nieve la sepultó al desprenderse. Nereia rezó a los dioses para que su improvisado camuflaje la escondiese.

Su piel en contacto con el hielo ardía, pero no tuvo que esperar mucho antes de sentir pisadas cercanas. Apretó los dientes con fuerza mientras empuñaba su ensangrentado cuchillo.

Eran dos hombres. Y se acercaban.

La froslín esperó durante lo que le pareció una eternidad. Captaba susurros de sus perseguidores, pero no llegaba a distinguir las palabras. ¿Se habrían tragado el anzuelo? Se acercaban más y más hacia ella. Durante un segundo se preguntó cómo era que esos hombres no escuchaban los latidos de su desbocado corazón. Nereia apeló a toda su fuerza de voluntad para no gritar por la tensión que la atenazaba. Nunca había llorado, ni siquiera cuando sus dos hermanos murieron. Creía ser una mujer fuerte, una líder para su gente. No iba a permitir que esos hombres acabasen con ella. No quería morir. Tenía miedo, pero podía controlarlo. Debía hacerlo.

Cuando calculó que los dos hombres habían llegado a su lado y se disponían a seguir las falsas pisadas sobre la nieve, se levantó de un salto gritando. Su cuchillo se hundió entre los omoplatos del primero, y con el mismo movimiento, lo extrajo y lo encajó entre las costillas del segundo. Los hombres se desplomaron simultáneamente, sin haber llegado a gritar.

No tuvo tiempo de celebrar su victoria. Una sombra a su espalda la hizo volverse. Había cometido un error fatal. Los asesinos no eran dos, sino tres.

Una estocada se dirigía hacia ella a gran velocidad. No podía esquivarla. Intentó detenerla con su daga, pero sintió un terrible golpe en su muñeca. El dolor la hizo caer de rodillas, sin dejar de observar a su adversario. Se masajeó la mano herida, pero sus ojos se desorbitaron cuando no palpó nada. No se atrevió a mirar su brazo, pero a sus pies pudo contemplar su propia mano cercenada, sosteniendo todavía el puñal.

La froslín gritó, sujetando su sangrante muñón. Chilló lo más alto que pudo, perdiendo el control, incapaz de incorporarse. Su enemigo avanzó, presto a rematarla. Aquello la hizo reaccionar. Gruñendo mientras retrocedía, se quitó con rapidez el cinturón y rodeó con él su muñeca, apretando lo más fuerte que pudo.

-Nunca te rindes, ¿verdad?

Ahora podía contemplar a su adversario. No era un froslín. Más bien parecía un habitante de Marán. Era un hombre joven, de cabello rubio muy corto y ojos verdes. Rugiendo como un animal, Nereia se apretó el improvisado torniquete y reculó hasta que su espalda chocó con el tronco de un árbol.

-Eres muy buena, he de reconocerlo. Han muerto sin saber qué les atacaba. –El desconocido señaló con la punta de su bota a los dos cuerpos a sus pies. –Pero ya ha terminado todo. Tranquila, no sufrirás.

El hombre agarró con las dos manos su espada y avanzó hacia la postrada froslín. Nereia jadeaba mientras gruesos goterones de sudor resbalaban por su frente, a pesar del frío reinante. Los árboles a su alrededor parecían danzar en un grotesco baile. Hizo un esfuerzo para no caer desmayada.

-Espera... –logró susurrar. –¿Quién eres?

El hombre se detuvo, dudando si contestar o acabar de una vez con los sufrimientos de la mujer. Al fin respondió.

-Mi nombre es Oswick. Soy el hermano de Tálmer, caballero de Marán.

Nereia parecía mirarle sin comprender.

-En la batalla del Norte, hace ya casi un año, tú le mataste. Le decapitaste a traición, sin honor.

La sonrisa de Nereia se curvó cruelmente. –No lo recuerdo. Puede ser. He matado a tanta gente...

Oswick la observó con repulsión, conteniendo las ganas de golpearla. Sabía que le estaba provocando. –Ya no importa. Hoy por fin, le he vengado.

Nereia gimió de dolor. Sus ropas grisáceas estaban teñidas de sangre. Parte era de los froslines que había matado, pero mucha era propia.

-¿Y ellos? –Nereia señaló a los cadáveres con la barbilla.

-No me ha costado encontrar ayuda entre los tuyos. Tienes muchos enemigos. De hecho, la idea de atraerte hasta aquí ha sido de alguien muy cercano a ti.

-¿Quién?

-¿Qué más da? Pronto vas a morir. Deberías arrepentirte de tus pecados y preparar tu alma para el negro infierno al que los dioses te van a arrojar.

-¿Quién? Creo... que tengo... derecho a saberlo. –Nereia respiraba con dificultad. Había perdido mucha sangre. Mutilada como estaba, el hombre ante ella ya no la consideraba una amenaza. Tenía otro cuchillo en la bota izquierda. Si pudiese alcanzarlo... Quizás...

-Bueno, da lo mismo. No pasa nada por que lo sepas antes de morir.

Oswick dijo el nombre. Los ojos de la froslín casi se desorbitaron de la sorpresa. Apenas pudo gimotear una palabra antes de que el hombre levantase la espada.

-Y ahora, prepárate a morir.

-¡Espera! Mientes...

-Eres una mujer muy testaruda. Acabemos de una vez.

-¿Sabes? Ahora recuerdo a tu hermano. Sí... Era un joven muy atractivo, ¿verdad?

Oswick se detuvo y contempló a Nereia en silencio. La mujer sonreía con malignidad.

-Suplicó por su vida como un perro cobarde antes de que yo lo matase.

-¡Maldita seas! –Oswick se abalanzó hacia ella con furor homicida.

V. RETRIBUCIÓN

Tengu se sobresaltó cuando el encapuchado entró en la habitación. Se levantó de la mesa, casi derribando la botella de vino que había sobre ella. No había pegado ojo en los últimos días.

-¿Y bien? ¿Está muerta?

El encapuchado asintió. Tengu siguió hablando con nerviosismo. –Ya sabes, necesitamos una prueba para que mis hermanos froslines sepan que su reina ha muerto. ¿Qué has traído?

Un objeto golpeó la mesa. Tengu lo observó con una mezcla de repugnancia y fascinación. Era una pálida mano amputada, con los dedos flexionados como una garra en un último rictus. Y en el dedo anular, el anillo de plata de Nereia. Tengu lo acarició con una mueca de lástima.

-Todo ha acabado. Era digna de lástima, ¿no crees, Oswick? Partió para matar a una bestia, sin saber que ella era la bestia que debía morir. Ahora que ha fallecido, nunca más habrá un rey sobre los froslines. Ningún tirano nos dominará y por fin podrá haber paz entre los froslines y Marán. El reinado de sangre de Nereia por fin ha concluido.

La voz del encapuchado erizó el vello de la nuca del froslín.

-Yo... Yo te amaba.

Tengu se giró aterrorizado hacia su interlocutor. –No puede ser...

Con su mano izquierda, Nereia se quitó la capucha. Nunca había sido una mujer muy atractiva, pero los últimos días habían hecho mella en ella. Su rostro parecía haber envejecido varios años. Estaba muy demacrada, con unas grandes y oscuras ojeras que contrastaban con su piel, demasiado pálida incluso para los froslines. Pero sus ojos brillaban de odio contenido.

-¡No puede ser! –Tengu se giró hacia la mano seccionada sobre el mueble y de nuevo a Nereia. –¿Eres un fantasma?

La reina froslín, sonriendo sin humor, le mostró su muñón, mientras con su mano izquierda desenfundaba su larga espada curva y apuntaba al cuello del que fuera su amante.

-El imbécil con el que te asociaste no sabía que yo era ambidiestra. Le provoqué, se descuidó y le destripé antes de que pudiese terminar conmigo. Una muerte demasiado clemente. Pero no podía creer que fueses tú quien había ideado el intento de asesinato. ¿Cómo pudiste, hijo de hiena?

Dos guerreros entraron tras la reina y apuntaron con sus lanzas a Tengu. Éste, viéndose perdido, se irguió cuanto pudo y desenfundó su cuchillo con desesperación.

-Guarda eso, idiota. No eres rival para mí.

La voz del froslín casi se quebró al hablar. –¿Dices que me amabas? Eres incapaz de amar a nadie. Eres un monstruo de hielo. Un terrible monstruo sanguinario que asesinaría a todos los froslines para satisfacer sus ansias de poder. ¿Cuántas personas has matado? ¿Cuántas más morirán hasta que tu insaciable sed de sangre acabe?

-Tengu, Tengu, mi pobre Tengu. No sólo eres un estúpido ingenuo, también eres un tonto peligroso. Te han utilizado. ¿Crees que Marán quiere la paz? Nórbak, cuéntaselo.

Uno de los guerreros tras la reina habló con voz grave.

-Nuestros espías nos han informado que Marán está agrupando otro ejército. En pocas semanas se dirigirá hacia nosotros.

Tengu quedó boquiabierto, incapaz de responder. Nereia habló de nuevo.

-Ya ves las intenciones de tus pacifistas caballeros. Están desprotegiendo sus fronteras del sur para acabar con nosotros. Les da igual que su imperio se hunda con tal de aniquilar a nuestro pueblo. Mientras Marán exista, nunca estaremos a salvo.

Nereia clavó su mirada en el froslín. –Guardias, llevaos al prisionero. Quiero interrogarle personalmente.

Las lágrimas caían por la mejilla de Tengu. –No te daré el placer de torturarme, asesina.

El froslín se atravesó el corazón con su daga. Su cuerpo cayó pesadamente al suelo ante la mirada impasible de Nereia. La reina se dirigió hacia la mesa, agarró la botella de vino y bebió un buen trago antes de soltarla. Habló sin mirar directamente a los guardias.

-Sacad esa basura de mi vista. Ah... y una cosa. ¿Os parezco un monstruo asesino?

Los guerreros dudaron antes de que uno de ellos respondiese. –Por supuesto que no, mi reina.

-Eso pensaba. Y ahora iros. Quiero estar sola.

La puerta se cerró detrás de los atemorizados guardias. Con su única mano, Nereia extrajo con dificultad el anillo de plata de la mano muerta sobre la mesa y lo encajó en el dedo anular de su mano izquierda. Contempló su muñón. Había sido cauterizado con fuego.

No solamente se enfrentaba a Marán. Sabía que a partir de ese momento, otros froslines verían en ella una presa fácil e intentarían retarla para convertirse en reyes. A partir de ese momento debería ser más dura, más cruel, más despiadada.

Volvió la vista hacia la botella y la vació de un trago. Sorprendentemente, se hallaba muy tranquila. La resistencia de Marán era fútil.

Los froslines vencerían.