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Historias de adolescentes: haciendo pellas

en Jovencit@s

El timbre del instituto había sonado por última vez hacía un par de minutos escasos. Algunos alumnos retrasados se apresuraban para no llegar tarde a clase. Todo lo contrario que Beatriz, que esperaba impaciente en la misma puerta, produciendo vaho al espirar a causa del frío que hacía. El ruido de un scooter la hizo girar la cabeza. "Ya era hora" pensó. Ahí estaba Antonio, su novio desde hacía dos meses. Nada más llegar, se dieron un apasionado beso con lengua. Después de las presentaciones, Antonio se excusó diciendo que la moto no arrancaba. Le tendió el casco a Beatriz, la cual se lo colocó en la cabeza con la maña de alguien que lo hace bastante a menudo, y se pusieron en marcha.

Apenas un par de manzanas, un pequeño de rodeo, y ya estaban de nuevo en casa de Antonio. Beatriz se apretujaba contra la espalda de su novio. Subieron tranquilamente hasta el tercer piso, subiendo por la escalera pues no había ascensor. Beatriz iba delante y de vez en cuando Antonio trataba de tocarle el culo. Tenían tiempo de sobra; eran apenas las nueve y media y hasta las dos por lo menos, no volvería nadie a casa. Una vez en casa, la temperatura cambió radicalmente, ya que Antonio había tenido la prevención de dejar la calefacción puesta. Los escasos cinco grados de la fría mañana se daban de bruces contra las ventanas, pues unos primaverales veinte grados reinaban por toda la casa.

Pasaron directamente al salón, donde dejaron las ropas de abrigo. Se produjeron unos tensos segundos de silencio mientras Antonio observaba atónito el deslumbrante cuerpo de Beatriz. Llevaba unos pantalones rojos ajustados que realzaban sus piernas y su figura. Unas caderas marcadas aunque estrechas y ese culito respingón que era una delicia tocar por doquier. Arriba una típica camisa que llevaba por fuera del pantalón y un jersey blanco de cuello alto. Sus tetas podían pasar fácilmente desapercibidas bajo aquella ropa, pero él las conocía ya demasiado bien como para infravalorarlas. No eran excesivamente grandes, pero estaban en su punto justo. Y su cara, qué decir de su cara? Luminosa y resplandeciente, eclipsaba a todo lo demás con una pequeña sonrisa; una como la que mostraba en aquel momento, acompañada de cierta inocencia que Antonio sabía perfectamente que no tenía, y que sus propios ojos, unos ojos claros y cristalinos, desmentían.

– Quieres tomar algo?

Fue lo único que se le ocurrió a Antonio para romper el hielo que se habían traído de la calle. Aún estaban algo fríos, y lo cierto es que no tenían prisa alguna. Se dirigió a la cocina y trasteó algo por los armarios, buscando dos tazas. Cuando se giró se encontró a Beatriz justo enfrente. Le agarró por las muñecas, obligándole a dejar las tazas en la encimera al tiempo que avanlanzaba su boca hacia la de su novio. Sus labios se encontraron con alegría y sus lenguas danzaron alborotadas de un lado para otro. Cuando, unos minutos más tarde, se separaron para tomar aire, Beatriz respondió:

– Sí, a tí.

Suficiente para terminar de caldear el ambiente. Antonio agarró las nalgas de su chica y volvió a besarla con lujuria en mitad de la cocina. La ropa ya empezaba a sobrar y allí mismo se deshicieron del jersey de ella y la sudadera que llevaba él. La camisa quedó a medio abotonar y Antonio vislumbró el sujetador negro de encaje y un sugerente escote. Metió su cabeza en el mismo, colmando de besos los senos de la chica, que jugueteaba con el cabello de su novio y reía ante las cosquillas que le producía el incipiente bigote de adolescente. Cuando él desabrochó la camisa por completo, Beatriz le interrumpió:

– Vámonos a algún sitio más cómodo, no?

– Qué más da? Pienso hacértelo en todas las habitaciones de la casa.

– Qué animado te veo – Dijo entre risas -. No, en serio, vámonos a la cama.

Esto último lo dijo con cara de hacer pucheros, realzando los morritos y con ojos de carnero degollado. Cómo negarse? Así que la agarró del culo y la aupó sobre él mismo. Ella se le abrazó y así fueron hacia el dormitorio. Con la casa para ellos sólos, lo mejor era la cama de matrimonio de sus padres, para poder estar bien cómodos. Una vez allí, la ropa fue desapareciendo más rápidamente. Las zapatillas, los pantalones, la camisa; ella se quedó en ropa interior. Él tenía el torso desnudo, el cual se encontraba ahora Beatriz besando por doquier. Ambos estaban de rodillas en el centro de la cama. Un gran espejo que estaba en frente de la cama los reflejaba a ambos. En la pausa que hizo el chico para terminar de desnudarse, ella se dio cuenta.

– Qué? Te gusta? Es como si estuvieras viendo a otra pareja montárselo.

– Sí, mola. Vamos, sube aquí.

Él ya estaba totalmente desnudo. Al juntarse con ella para dejar que sus lenguas volvieran a demostrarse su mutuo afecto, el pene en semierección rozó con el bajo vientre de Beatriz. Ella le iba acariciando y besando por todo el cuerpo. Cuando topó con su polla, esta ya saludaba alegre en plena erección. La tomó delicadamente con sus manos bien cuidadas y decoradas, la acarició y la masturbó durante unos segundos. Los jugos preseminales no tardaron en aparecer y con un breve lametón los esparció por todo el capullo. Era hora de dar el relevo. Beatriz se recostó sobre la almohada y Antonio se dedicó a trabajarle los pechos ya desnudos con inquietud. Los amasaba y apretaba al tiempo que acercaba la boca de vez en cuando para lamer sus pezones. Mientras su lengua y su mano izquierda permanecían en faena, la mano derecha se escabulló hacia territorios más calientes, bordeando las braguitas negras de encaje por su parte superior. Pero justo en el momento en que la mano traviesa estaba levantando ligeramente las braguitas, a punto de traspasar la barrera, ella se lo quitó de encima y se incorporó. Él, sorprendido, se dejó hacer cuando la vio agacharse delante suyo para empezar a practicarle una deliciosa mamada. Era la primera vez que se lo hacía. Una de sus manos se movía por todo el tronco de arriba abajo mientras sus labios entreabiertos engullían la parte superior del miembro. Tras unas cuantas chupadas hizo una pausa y levantó la cabeza, aunque siguió pajeándole:

– Qué tal lo hago? Te gusta?

– Ohhh, sí, cariño, es genial.

– Me ha estado dando clases Lucía. Estuvimos casi una hora chupándosela a su hermano.

Antonio abrió los ojos como platos, para comprobar como Beatriz se empezaba a partir de risa. Aunque lo cierto es que aquella "bromita" le había excitado más si era posible. Sólo de imaginar a Ana y Beatriz juntitas de rodillas...

– Pues te ha enseñado de puta madre.

– Ajá - Fue lo único que acertó a responder mientras asentía, pues volvía a tener el capullo dentro de su boca.

Su lengua, hasta aquel entonces inexperta, se movía apresurada de un lado para otro mientras tenía el glande en su boca, provocando una extraordinaria sensación en su dueño. Cuando la polla estaba saliendo, sus labios apretaban con fuerza ejerciendo una placentera presión y un pequeño "plop" cuando salía por completo. Su mano, en ocasiones, situaba la verga en vertical y ella se encargaba de dar un lento lametón desde los huevos hasta la punta y, sin perder el contacto, volvía a introducirla en su boca. Todo esto mientras la otra mano permanecía pajeándole a ritmo constante. Cuando fue notando que estaba cercano el final, Beatriz le dio el golpe de gracia con una improvisada cubana. Su talla 85 de pecho sería suficiente para albergar entre sus senos la verga de su novio. Bien empapada en una mezcla de saliva y jugos seminales, la situó en el valle de sus senos e hizo que estos se juntaran apretando con sus manos. Él apenas podía mover un poco el pene, pues estaba en la gloria, a punto de correrse. Fue ella la que le imprimió ritmo al asunto, frotando sus pechos de arriba abajo. Beatriz sintió las convulsiones del pene del muchacho, las notaba perfectamente en sus pechos, vibrando ante la inminente corrida. Notó entonces la primera eyaculación en su mejilla izquierda. Entre los gemidos del chico, fue viendo y sintiendo cómo su semen caía por su cuello y se desbordaba entre sus tetas, formando un pequeño lago en el valle que formaban junto con la polla. Él se separó ligeramente para sentarse en la cama, mientras ella se mantenía de rodillas en la misma, con el semen correteando por diversos hilillos hacía su abdomen plano y, más allá, sus braguitas negras.

– Toma – Le dijo extendiéndole el sujetador negro -. Límpiate, no vayas a manchar las sábanas.

No había caído en eso y el miedo a ser pillados era mayor que el asco que le pudiera dar empapar su sujetador de semen. Se limpió a conciencia, primero la cara, luego el cuello, las tetas, el abdomen y finalmente lo poco que había llegado hasta abajo del todo. Sujetándolo de uno de los tirantes, lo tiró al suelo.

– Y ahora ven aquí a darme las gracias, guapetón.

Con una sonrisa en la cara, el chico se acercó gateando y se colocó encima de ella, besándola de nuevo. Fue bajando a la vez que seguía con los besos, hasta llegar al borde limítrofe de las braguitas. Entonces, tiró de ambos tirantes hacia abajo. Ella elevó las piernas para facilitarle la labor y las abrió a continuación, manteniéndolas en alto. El chico se lanzó de lleno a su sexo, ya húmedo por la lubricación natural. Esto, a diferencia de otras veces, le adelantaba trabajo, pudiendo dedicarse desde el principio al pequeño clítoris de Beatriz. Sus dedos deshojaban la sonrojada flor mientras su lengua implacable retozaba con la pequeña perla. Ella se dejó llevar pronto, y sus jadeos se hacían más altos cada vez que la lengua impactaba con su clítoris. De pronto un dedo entra en su interior. Se mueve furtivamente, palpando las paredes de su vagina, complementando el placer recibido por vía oral. Al mismo tiempo, una de sus manos acaricia su melena mientras la otra palpa sus pechos alternativamente. Alrededor de cinco minutos más tarde, el placer es insoportable, no puede más y estalla en un tremendo orgasmo mientras tres dedos de su novio descansan en su interior.

Llega el momento de consumar el amor que se profesan mutuamente. Antonio va a su cuarto y vuelve con un preservativo. Comienza a colocárselo metódicamente. Ya está listo. Beatriz le espera con las piernas abiertas y arqueadas. Él se acerca y se sitúa entre ambas piernas, colocando su pene a las puertas de aquel coño joven. Y por fin la penetra. Ella gime en la primera estocada, que se prolonga en el tiempo. La va sacando lentamente, y vuelve a penetrarla hasta el fondo; ella vuelve a gemir. La respiración de ambos es muy agitada. Repite la operación no menos de diez veces, con descansos cada vez más pequeños, cogiendo ritmo poco a poco. Atendiendo el resto de sus cuerpos al mismo tiempo, compartiendo saliva por enésima vez en un morreo chispeante y cargado de pasión, cariño y lujuria.

Al rato después, ya la penetra continuamente. Ella gime sin parar cada vez que acoge aquel miembro en su interior, él jadea ante el esfuerzo, se cansa y decide cambiar de postura. Se pone debajo y sujeta su pene en posición vertical. Ella se pone en cuclillas a la altura de la verga. Le tienta repetidamente pasando su coño chorreante por la punta de la polla. Él la eleva intentando penetrarla. En uno de esos múltiples intentos, le mete el glande y ella finalmente se deja caer, dándose por derrotada. Una vez penetrada hasta el fondo, se mueve en círculos. Antonio se retuerce de placer debajo de aquella chica. Sus uñas le arañan los pezones suavemente, volviéndole más loco aún. Los movimientos circulares se convierten en un delicioso vaivén de adelante atrás, cada vez más rápido, más fuerte... Sus tetas botan ante sus ojos, él tiene sus manos sobre la cama, agarrando las sábanas, desbordado de placer. Si no para va a terminar ya, está a punto de conseguirlo... pero ella se detiene.

Tan absorto en su placer estaba que había pasado por alto la excitación de Beatriz, la cual había conseguido correrse. Podía notar ahora con su polla las vibraciones de aquella vagina. La echó sobre la cama y muy despacio, fue reemprendiendo las penetraciones. Ella estaba aún degustando las últimas oleadas de su orgasmo cuando él reanudó el polvo. Pero lejos de molestarle, se dejó llevar y en apenas un par de minutos estaba otra vez disfrutando al máximo. Antonio estaba ya desbocado y sin frenos, penetraba sin ton ni son, su novia había desaparecido para convertirse en un simple coño. Una y otra vez entraba y salía con todas fuerzas. Iba a terminar ya, una vez más y lo conseguía, una vez más y se correría, una vez más y... comenzó a descargar en chorros largos y abundantes.

Jadeante, se separó de ella y se fue quitando el preservativo. Fue a tirarlo y cuando volvió, se la encontró con las piernas cerradas, frotándose los muslos con una mano en su entrepierna, masturbándose, terminando su segundo orgasmo. Aplaudió ante tan bonito espectáculo. Ella abrió los ojos y se puso colorada.

– Maravilloso! Como te veo entretenida... voy a aprovechar para salir. Tengo que comprar condones. Puedes darte una ducha si quieres. Cuando vuelva seguimos, vale?

Beatriz asintió. Antonio se vistió, desapareció tras la puerta y al cabo de unos segundos oyó cómo se cerraba la puerta de la calle. Acababa de disfrutar de su segundo orgasmo. De momento, estaba satisfecha. Así que no se le ocurrió otra cosa que ponerse a cotillear en el vestuario de su suegra. Sobre todas las cosas le llamó la atención un picardías negro semitransparente. Le costó decidirse, pero finalmente se lo puso. Le quedaba un poco grande, y su pecho no terminaba de amoldarse, pero le gustaba mucho. Tomó una revista de las que ella misma tenía en su mochila y se puso a leerla distraída sobre la cama. Al cabo de unos minutos se quedó dormida.

Le despertó el ruido de la puerta al cerrarse. Beatriz supuso que sería su novio Antonio de modo que gritó:

– Toni, cariño, menos mal que llegas, ya me estaba enfriando!

No recibió respuesta.

– Toni, o vienes o voy a tener que volver a hacérmelo yo solita... - Dijo esta vez con voz melosa.

Silencio otra vez. Iba a hablar otra vez cuando oyó el sonido de unos pasos por el pasillo. Sonrió. Se recostó sobre la almohada, con las piernas arqueadas semiabiertas, una mano bajando sensualmente el escote del picardías y la otra atusándose el pelo. Entonces vio aparecer a un hombre mayor en la puerta. Dio un grito y acto seguido intentó taparse con lo que podía. Finalmente, pudo envolverse en las sábanas aunque no le cabía la menor duda de que se había recreado la vista a placer.

Efectivamente, era Antonio el que acababa de llegar a casa, pero Antonio "padre". Le dolía la cabeza, o al menos eso era lo que había dicho en el trabajo, porque llegar a casa con un recibimiento así se lo había quitado de un plumazo. Una chica joven, de la edad de Antonio "hijo" vestida únicamente con el picardías negro de su mujer y despatarrada en su cama. Durante los breves segundos que había podido contemplarla en su totalidad pudo vislumbrar la sombra de un coñito pequeño y sonrosado, los pezones transparentados, su sensual y provocativa postura... El dolor de cabeza se había esfumado porque toda la sangre de su cuerpo había ido a concentrarse en un único punto. Su polla lucía una erección que hacía tiempo que no conocía el mundo.

– Te queda bien el picardías.

Fue lo único que acertó a decir. Ella parecía muerta de miedo. Pero dónde estaba su hijo? Cómo podía ser tan irresponsable? Dejar a aquella preciosidad allí sola, sin atención ni cuidado ninguno. Dio un paso hacia la cama. Ella temblaba y lo seguía fijamente con los ojos. Unos ojos claros que expresaban el pánico que sentía aquella chica. Lo que necesitaba era un poco de cariño y comprensión, sí, eso era, cariño y comprensión. Se acercó con paso firme a la cama y se sentó en el borde. Ella permanecía estática de no ser por la tiritera que tenía encima.

– Cómo te llamas?

No contestó.

– Venga, dímelo.

Más silencio.

– Mira, esto se puede solucionar de muchas formas. Te aseguro que por las buenas es lo mejor para todos.

Eterno silencio. Y si era muda?

– Bueno, no me dejas más opción que llamar a la policía. Por si no lo sabes, esto es allanamiento de morada.

– No, por favor, espere, no llame a la policía. Beatriz, me llamo Beatriz.

Valiente chorrada le acababa de soltar. No obstante, funcionó a las mil maravillas, como era de esperar. No era más que una cría, una cría aterrada.

– Bien Beatriz. Mira, a mí me da igual que te folles a mi hijo. De hecho me da igual que lo hagáis aquí. Mejor aquí calentitos y con higiene que en cualquier motel de mala muerte o en la calle con el frío que hace. Pero a mi mujer no le va a dar igual. Y yo mantengo plena confianza con mi mujer, cómo no! Cómo iba a ocultarle esto?

– Por favor, no diga nada, por favor...

– No estás en condiciones de pedir nada, no crees?

– Pero...

Se la veía algo más relajada. Lo suficiente para que la sábana estuviera levemente caída y se pudieran ver sus tetas a través del picardías semitransparente. Antonio "padre" decidió lanzarse al ataque.

– Claro que... tú podrías convencerme de algún modo.

– Yo... no tengo dinero, lo siento.

– Dinero? Oh, no. Yo me refería a esas... cositas – Le apartó un mechón de pelo con la mano – que sabéis hacer las mujeres... para convencer a los hombres.

Quizá sólo fuera una cría, pero no era tonta, lo entendió a la primera. Y rompió a llorar.

– Oh, vamos! No te pongas así, cariño. Ven aquí.

La atrajo hacia sí y la abrazó, besándola en la frente y arrullándola. Había salido ya de debajo de las sábanas, estaba encantandora con el picardías de su mujer. Se fue desabrochando los pantalones mientras la consolaba. Le cogió entonces una mano y la llevó hasta su miembro, enhiesto y ya al aire. Sentir aquella mano de piel juvenil y suave le hizo estremecer. Tuvo que guiarla al principio, pero sólo hasta que ganó la suficiente confianza. Luego ella sola lo siguió masturbando. Pero entonces pensó que una paja sería poco. La estaba disfrutando, sí, pero gozaría mucho más con su polla en aquellos tiernos labios. Así se lo hizo saber.

– Venga, seguro que a mi hijo se lo haces.

La cara roja de vergüenza valía más que mil palabras. Se levantó y se colocó de pie al borde de la cama. Allí acercó la cara de la chica a su miembro. Beatriz comenzó a chupársela tímidamente. Los ánimos que le infundía aquel hombre la hacían calmarse, pero aun así se sentía mal por lo que estaba haciendo. No obstante, a pesar de ello, Antonio "padre" estaba disfrutando enormemente de aquella mamada, lo suficiente como para acercarse peligrosamente al orgasmo. Intentó meterla entera en la boca de la chica, pero aún le faltaba práctica y se atragantó, dando una arcada. Le costó que lo retomara, pero lo consiguió. Le dijo que le pajeara al mismo tiempo y lo hizo. Era una marioneta en sus manos. Empezó a pensar que también se la follaría. Total, ya que se le ofrecía.

Pensando en ello, sintió cómo su polla se tensaba y comenzó a correrse. La joven intentó apartarse pero se encontró con la fuerte oposición de una mano en su nuca que le impidió hacerlo. El semen comenzó a llenar su boca, que se vio rápidamente desbordada. Cuando terminó de correrse, la liberó y ésta empezó a toser. Tenía la boca llena de esperma, el cual le goteaba por la barbilla cayendo sobre el picardías.

– Ves lo que has hecho? Lo has manchado! Verás cómo se va a poner mi mujer cuando se entere.

– Lo siento.

– No, niña, no. Esto se ha escapado de mis manos. Voy a tener que contárselo todo.

– Pero... usted me lo prometió.

– No, no te lo prometí. Sin embargo, quizá haya algo que podamos hacer. A ver, túmbate.

Dudó durante apenas diez segundos. Tras esto, se tumbó dócilmente. El picardías no llegaba a taparla por completo. Beatriz tenía una estatura similar a la de su esposa, quizá un poco más bajita, lo cual le tapaba parte del pubis. Pero aun así, podía verle el coño enrojecido.

– Ya habéis follado, eh?

Ella asintió. Los dedos de él la inspeccionaban.

– Habéis tomado precauciones, así me gusta. Te quedan preservativos?

– No...

– Vaya. Pues tendremos que esperar a que vuelva Toni, no?

– No, por favor... no quiero que se entere de esto.

En ese momento, se oyó el ruido de la puerta.

– Tarde.

En realidad eso no estaba dentro de su plan, pero ya que había surgido así, no se iba a detener.

– Bea, ya he vuelto! Espero que no te me hayas enfriado mucho. Verás que...

En ese momento entró en la habitación y se quedó embobado viendo a su padre. No está claro qué fue lo que le impactó más, si encontrarse a su padre en la habitación, si ver a Beatriz con aquel picardías que suponía de su madre, o que su padre tuviera la polla al aire y Beatriz tuviera la cara llena de leche.

– Joder! - Fue lo único que pudo decir.

– Sí, Toni, joder. Eso es lo que vamos a hacer, joder, porque si habéis venido a joder, vamos a joder. Así que pásate los preservativos. Venga!

Le tiró la caja y su padre sacó uno rápidamente. Lo abrió y se lo extendió a la chica.

– Verás, cariño, no tengo mucha práctica. Por qué no me lo pones tú?

Lentamente, y roja de vergüenza ahora que también estaba Antonio "hijo" delante, le colocó el condón y comenzó a desenrollarlo sobre su polla de forma lenta. Cuando terminó la chica, el padre se situó y comenzó a follársela. Ella se quejaba continuamente. Dónde habían quedado la ternura y compasión de minutos antes? Una vez más, la estaban follando como si de un trozo de carne se tratara. Un simple coño. Y además el tío parecía que no se corría nunca. Mientras tanto, Antonio "hijo" permanecía de pie, sin perder detalle del coito y con una creciente erección en sus pantalones. Su padre hizo una pausa.

– Date la vuelta, nena. Así, a cuatro patas. Toni, acércate.

Su hijo se acercó ipsofacto.

– Mira qué preciosidad de culo. Bueno, qué te voy a contar! Tienes buen gusto hijo. Venga, anda, desenfunda que te veo que no puedes más.

Le costó convencerse a sí mismo, pero finalmente su calentura pudo más que su mente. Se deshizo de la ropa y buscó rápidamente un preservativo. Su padre le había cedido el puesto y él penetró a la chica a cuatro patas. Era una sensación completamente nueva, era una gozada follar desde atrás. Advirtió entonces que su padre le metía un dedo a la chica por el agujero del culo, dilatándolo poco a poco. Se acercó a la mesilla de noche y revolvió entre la ropa interior. Sacó un pequeño botecito de lo que parecía ser lubricante. Y para eso lo usó, para lubricar. Virtió una buena cantidad en el agujerito trasero de Beatriz y lo refregó. Luego, le hizo sacar la polla a su hijo y le roció con el lubricante la polla.

– Tranquila, Bea, ya verás como al final esto te encanta. Tú tranquila. Toni, vamos, no creo que tenga que darte muchas explicaciones más.

El chico no se esperaba algo así. Estaba como atontado. Su padre tuvo que darle un grito para que se pusiera en marcha. Colocó la polla resbaladiza en el culo de Beatriz y se fue apoyando más y más. Con mucho tesón, consiguió introducir el capullo. Beatriz comenzó a quejarse. El padre la consolaba e intentaba tranquilizarla. Toni por su parte estaba en la gloria más absoluta de todas. Aquel agujero tan apretado era sumamente placentero. No podía moverse, si lo hacía se correría. Su padre le obligó a intentar llegar más adentro, pero él entonces se corrió, no pudo evitarlo.

– La ostia con el niño, qué poco aguante! Bueno, Bea, pues nada, otra vez será. Porque yo podría hacerte mucho daño si lo intentara hoy. En fin. Date otra vez la vuelta, que tengo que terminar.

Se puso boca arriba y Antonio se la metió de un certero golpe. Comenzó a mover a un ritmo frenético, ignorando los gemidos y las quejas de la joven. Cinco minutos más tarde, también se correría.

La mañana se había pasado volando, entre unas cosas y otras. Eran ya cerca de las dos y la madre de Toni estaría al caer. No obstante, a Beatriz le dio tiempo a ducharse y adecentarse un poco. No coincidieron por escasos diez minutos. Cuando la mujer llegó, se encontró a su marido en la cama, aquejado de dolor de cabeza. Más tarde llegaría su hijo de clase. Una familia de lo más normal.