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El recreo

en Jovencit@s

Cada pocos minutos, Raúl intentaba meterme mano bajo el pupitre. Yo trataba de disimular y seguir haciendo los ejercicios, como todo el mundo hacía. La falda se encontraba ya demasiado arriba, menos mal que estábamos en las últimas filas y nadie podía ver nada por delante. La mano de mi novio se colaba por un lateral y, acariciando suavemente mi muslo, iba subiendo hasta el borde mis braguitas. Jugaba al despiste haciendo caricias en círculo en el muslo y luego me tocaba el coño, aunque fuera por encima de las bragas. Entonces yo bajaba una mano y le apartaba. Y vuelta a empezar. Cuando sólo quedaban cinco minutos, tomó mi mano y la llevó a su paquete. Tenía una erección muy severa. Aunque con un poco de vergüenza por hacer tales cosas durante la hora de clase (lo que hizo que mis mejillas enrojecieran casi imperceptiblemente), me alegré de que estuviera así, pues era signo de que no se había desahogado con otra.

Era lunes y el caso es que yo había estado fuera el fin de semana por motivos familiares, por lo que no habíamos podido tener ningún encuentro. Apreté la mano durante unos segundos hasta que me dí cuenta del lugar donde estaba. Mis mejillas volvieron a enrojecerse. Tocó entonces el timbre que indicaba el inicio del recreo. El profesor esperó a que todos estuviéramos fuera para cerrar la clase. Hasta hacía prácticamente un mes teníamos bastante libertad y, en ocasiones, hacíamos manitas en clase. Pero hubo una ola de robos y el director tomó la decisión de no permitir la presencia de alumnos en las clases mientras no hubiera profesores, tal y como es el caso de los recreos. No obstante, pronto encontramos otro lugar para, de vez en cuando, poder tener algo de intimidad. El edificio de la escuela tiene una especie de callejón en la parte trasera, que comunica con la cocina y alguna salida de emergencia. Bien, pues allí nos dirigíamos precisamente. Íbamos cogidos de la mano, aunque Raúl casi iba tirando de mí. Cuando creímos estar fuera de miradas indiscretas, nos besamos intensamente. Las manos de Raúl fueron a mi culo rápidamente. Me aupó un poco para que llegara a su boca con facilidad.

La verdad es que aún no me he descrito. Soy bastante bajita, si llego al metro y medio de estatura, es con suerte (y algo de plataforma o tacón :P). Me llamo Ana, pero dado mi tamaño, Anita es como suelen llamarme más a menudo mis allegados. Soy rubia, con el pelo liso y corto a la altura de los hombros, ojos marrones claros y guapilla de cara. Tengo poca chicha, la verdad. Soy más bien delgada, cuarenta y pocos kilos, caderas estrechas aún y pecho poco desarrollado (talla setenta, para los entendidos). La verdad es que no es poco pecho para mi edad, pero si me comparo con Luna, que es la tetona de la clase y tiene ya casi una noventa, pues salgo bastante malparada. Con el resto más o menos sí doy la talla, aunque de las que menos tiene entre mis amigas y compañeras. No soy virgen, aunque lo de la penetración lo he hecho poquitas veces. Cuando lo hice por primera vez, me gustó, pero a la semana siguiente tenía una fama entre los chicos y chicas de mi clase de bastante “permisiva” en el sexo. Eso me molestó bastante y desde entonces elijo mejor con quien acostarme. Eso no quita que disfrute del sexo, aunque de otros modos. Tampoco es que sea ninguna viciosa, sólo sé disfrutar de mi cuerpo cuando me apetece, que no es decir poco a estas edades ;).

Entre el sobeteo y que me había aupado, la falda del uniforme se había arrollado ligeramente, dejando mis muslos más a la vista de lo normal. Cerca de cinco minutos estuvimos dándonos el lote.

- Cuánto te he echado de menos!

Me dijo cuando separamos nuestros labios.

- Ya lo veo.

Le dije palpándole el paquete mientras le miraba a los ojos con cara inocente. Eso le encantaba.

- Yo también te he echado de menos.

Añadí. Raúl puso sus manos en mis pechos durante unos segundos. Luego hizo ademán de quitarme el jersey, cosa que le facilité. Ambos íbamos vestidos con el uniforme de la escuela. Éste consiste en pantalón gris, camisa y jersey azul marino para ellos y falda tableada de cuadros, camisa y jersey también para nosotras. Los típicos calcetines hasta la rodilla y unos zapatos negros sin apenas tacón completaban mi atuendo.

- Hazme una paja, Anita.

Le miré extrañada. Normalmente no hacíamos nada en el colegio, sólo nos magreábamos y nos besábamos. Aunque no iba a ser la primera vez tampoco. Le desabroché lentamente el pantalón. La excitación del momento crecía según iban apareciendo sus calzoncillos. Una imponente erección se le marcaba. Metí la mano para sacarla de su escondite. Estaba caliente y palpitaba en mis manos. En la punta, unas gotas de líquido preseminal mojaban el capullo. Yo misma extendí esas gotas, lo cual le hizo soltar un jadeo de placer. Escupí repetidas veces sobre mi mano y me di a la labor de extender mi saliva por toda su polla. Mientras yo le iba pajeando, él se avalanzaba sobre mi cuello, colmándome de besos y mordisquitos. Ahí estábamos los dos de pie, yo con su polla en la mano, él sobando mis escasas tetas y besándome. Si lo pienso, la verdad es que yo también habría reaccionado como ellos.

- JO – DER!

- Juanma, qué demonios p...? Ay va la ostia!

Justo en ese momento mi mano rodeaba todo el capullo. Me paré en seco, con la polla firmemente sujeta con la mano. Raúl también se había quedado helado. Juanma y Roberto eran unos compañeros de nuestra misma clase. Juanma era repetidor y Roberto un vecino suyo, por lo que se llevaban bastante bien. Se acercaron lentamente. Yo seguía con la polla bien cogida.

- Así que es esto lo que hacéis en los recreos, por eso nunca se os ve el pelo.

- Menudos listillos.

- Si se enterara Don Agustín.

- No le gustaría nada.

- Nada de nada.

- Seguramente os expulsarían.

- Se enteraría todo el mundo.

- Vuestros padres.

- Todos los padres.

- Seríais el tema de conversación de todo el patio de recreo.

- Qué vergüenza!

En aquellos instantes estaba tan tremendamente acojonada, que no sé ni cómo logré articular las palabras:

- Pero... vosotros no vais a decir nada... verdad?

Todos fijaron la vista en mí, incluso Raúl.

- No veo por qué tendríamos que callárnoslo.

- Sí, eso, no veo por qué.

- Podríamos daros algo a cambio.

- Algo a cambio... algo a cambio, qué podríais darnos?

- Os daré veinte euros a cada uno.

Intervino Raúl con voz quebrada.

- Ja! Veinte euros dice, menudo negociador estás hecho.

- No puedo daros más, en serio.

- Qué pena! Roberto, deberías ir a llamar a Don Agustín.

- Sí, claro.

- Espera! Yo... bueno, yo...

- Sí, tú...?

- Yo podría haceros una paja como a él

Enrojecí completamente de vergüenza. Nunca imaginé que podría haber dicho eso, y mucho menos que fuera a cumplirlo! No obstante, mi mano seguía aferrada a la polla de Raúl, que se había emblandeciendo poco a poco, pero ahora había recuperado parte de su vigor.

- No sé, no sé. La verdad es que Sofía ya me hace unas pajas de vicio. Tú qué opinas Roberto.

- Bueno, yo creo que podríamos dejarlo pasar. Al fin y al cabo tampoco es para tanto, no?

- De acuerdo, aceptaremos con una condición.

- Cuál?

- En vez de una paja, nos harás una mamada a cada uno.

- Una...?

- Sí, una mamada. No te hagas la inocente ahora. Hay o no hay trato?

- Vale.

Respondí finalmente con la cabeza gacha y voz débil. Mi cara debía parecer un tomate de lo roja que estaba. Ambos se bajaron la cremallera y sacaron sus pollas ya duras. Por fin solté la polla de Raúl.

- Vamos, nena, te están esperando.

Me puse en cuclillas delante de ellos, cogí el miembro de Juanma y me lo llevé a la boca lentamente. Saqué la lengua y chupé el glande. Tenía un vago sabor a orina, pero rápidamente desapareció bajo la influencia de mi saliva. Lo saqué de mi boca y tomé la de Roberto. Repetí la misma operación. Escupí varias veces sobre ambas pollas y con las manos fui extendiendo la saliva. Volví a la verga de Juanma, que ya estaba resbaladiza y me la metí en la boca. Entró y salió de mi boca unas cinco veces. Entonces cambié y fue Roberto quien penetró mi cálida boca con su miembro. Y así estuve un rato. Entonces noté unas manos sobre mis tetas. Era Raúl, que finalmente se había animado a participar. Me desabrochó la camisa y mi sujetador blanco de encaje fue contemplado por todos los que estábamos allí.

Yo lo único que quería era que aquello terminara cuanto antes, de modo que me dediqué en cuerpo y alma en ordeñar a aquellos dos chicos. Daba varias cabezadas rápidas en las que sus pollas entraban y salían a velocidad de vértigo, entonces me detenía en la punta, jugando con mi lengua sobre la pequeña obertura. Hacía circulitos por todo el capullo, ampliándonos poco a poco. Entonces, apretaba entre mis labios el glande, como si estuviera aspirando, ejerciendo una deliciosa presión sobre sus jóvenes miembros. Al mismo tiempo, mi lengua jugueteaba rápidamente y se movía nerviosa de un sitio a otro por toda la boca sin dejar zona intacta. Luego de eso, bajaba lentamente introduciendo lo que podía de verga en mi boca, casi entrando en la garganta. Volvía a sacarla y meterla otras cuatro o cinco veces y cambiaba de pene, pasando al del otro.

Una cosa sobre la que no habíamos hablado era dónde iban a correrse. A mí la verdad es que se me pasó completamente, pero ese acontecimiento tenía que llegar. Fue Juanma quien terminó el primero. En ese momento, su polla se hallaba alojada en mi boca, siendo acariciada por mi lengua juguetona. El estallido de placer me tomó por sorpresa, de tal forma que los tres primeros chorros inundaron mi boca con facilidad. Retiré entonces su polla, que aún rezumaba esperma, aunque en chorros no tan potentes ni abundantes, pero que consiguieron mancharme un poco la cara y las piernas. Y sin tiempo a reaccionar, de hecho ni siquiera había escupido aún el semen de mi boca, Roberto comenzó a correrse como un poseso. Los gruesos chorros mancharon mi pelo y mi uniforme. Escupí entonces el semen de mi boca, aunque el sabor ya me había inundado por completo.

- Bueno, ya está, no?

- No, qué va! Mi polla está sucia de leche. Termina tu trabajo.

- Serás cabrón.

- Un trato es un trato.

Me volví a agachar y les limpié la verga a ambos con no demasiada delicadeza, pues estaba algo cabreada. Entonces, Juanma añadió:

- Y ahora dame las bragas.

- Qué!?

- Pues eso. Ha sido una mamada bastante normalita, no me he podido correr a gusto en tu boca y encima nos las has limpiado de mala gana. Si te hubieras esforzado más... Venga, dámelas ahora mismo o me chivo de todo.

De mala gana metí mis manos bajo la falda y agarré mis braguitas por los laterales. Según las iba bajando, se iban enrollando típicamente. Doblada sobre mí misma, levanté el pie derecho y luego el izquierdo alternativamente para sacármelas y, hechas un revoltijo, se las entregué. Encima eran de mis favoritas, unas braguitas rosas con los bordes blancos, un lacito en la parte delantera y en la trasera un dibujo de un osito. Las estiró y las miró durante unos segundos. Luego se las guardó en el bolsillo.

- Sabía que esto te gustaba. Tu cuerpo no miente.

Y se marcharon. Y allí me quedé sin bragas, con mi novio al lado con la polla tiesa al aire. Se la chupé, por supuesto, metidos en faena, lo mismo daba. Estaba en ello, con el capullo en la boca, chupando con fruición al tiempo que mi mano derecha agitaba su polla y con la izquierda acariciaba sus huevos, cuando sonó el timbre de final de recreo. Apuré el ritmo hasta conseguir que Raúl se corriera, esta vez con cuidado de no mancharme nada. A pesar de todo, un par de goterones en mi faldita a cuadros evidenciaban lo que había ocurrido.

Lo peor de todo fue el rato que pasé cuando mi madre vino a recogerme a la salida de clase y me preguntó por las manchas. Completamente avergonzada, argumenté que era pegamento que me había caído en clase de “Trabajos manuales” (bueno, era una mentira a medias :P).