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Historias de adolescentes: el bien contra el mal

en Jovencit@s

La verdad es que no sabría decir exactamente cómo surgió todo el asunto de la apuesta y sería demasiado difícil y extenso pararme a contarlo aquí, a parte de tener escaso interés para ti, lector. Por aquel entonces casi ninguna de nosotras tenía novio fijo, a excepción de Arantxa que llevaba 5 meses con uno que era dos años mayor y que la manejaba a su antojo. Más de una vez les habíamos visto follando, y ellos a nosotras, lo cual no hacía que se detuvieran ni nada. Pero bueno, eso tampoco viene al caso. Eso no quita para que ya hubiéramos cogido nuestra experiencia en materia sexual. Éramos jóvenes, no monjas ;).

Nuestro grupo estaba formado por cinco chicas: Elena, Rebeca, Susana, Lorena y yo. Y luego aparte solían juntarse Arantxa y su novio y, de vez en cuando, alguien más, pero las habituales éramos esas. Todo el asunto este de la apuesta terminó teniendo de rivales a Rebeca y a mí.

Rebeca es castaña, con el pelo rizado y largo. Ojos con una cierta tonalidad azul y de cara ligeramente pecosa. Es de estatura media y bastante delgada. Va bien provista de delantera, alrededor de una talla 90 (centímetro arriba, centímetro abajo) y un buen culo.

Yo soy bastante bajita, alrededor de metro y medio de estatura. Me llamo Ana, Anita para los amigos. Soy rubia, con el pelo liso y corto a la altura de los hombros, ojos marrones claros y guapilla de cara. Soy más bien delgada, cuarenta y pocos kilos, caderas estrechas aún y pecho poco desarrollado (talla setenta, para los entendidos).

El día acordado para la apuesta fue un fin de semana durante los carnavales, así podríamos llevarla a la cabo sin coger ningún tipo de mala fama. De hecho, incluso nos pusimos de acuerdo en los disfraces. Rebeca iba de diablesa, con un disfraz de una pieza rojo y negro, la cara maquillada completamente de rojo, diadema con cuernos, tridente e incluso una cola. Yo iba vestida de angelito, con un traje cortito de color blanco (“demasiado corto”, insistía mi madre, pero ni el culo ni las bragas llegaban a vérseme de pie ;)), antifaz, purpurina en las mejillas y un precioso par de alas a la espalda. Bonito, verdad?

La noche en cuestión también habíamos cuidado de disponer de una casa libre, para beber allí algo antes de salir y para, una vez terminada la apuesta, hacer los recuentos. Esa casa era la de Lorena, cuyos padres habían salido ese fin de semana, y que además pillaba realmente cerca del parque más famoso entre los jóvenes de mi ciudad. Ya sabéis, ese parque donde solemos reunirnos a beber hasta hartarnos y que es, casi siempre, punto de partida de la noche.

Bebimos durante una hora aproximadamente, lo suficiente para ponernos a tono y perder las vergüenzas pero manteniendo el equilibrio. Y a las once de la noche, daba comienzo la apuesta. Teníamos de tiempo hasta la una de la madrugada, momento en el cual terminaba la contienda. Mientras bajábamos por la escaleras, aún pudimos escuchar algunos comentarios provenientes de la puerta del piso.

- Están completamente locas!

- A qué salida se le ha ocurrido esta apuesta?

- Vaya par de ...

Ya no oímos más. Salimos a la calle y la primera sensación fue de frío. Era una noche bastante fresca como para ir con aquel vestidito. Por lo menos Rebeca iba casi completamente cubierta, pues el disfraz era de pantalón y le tapaba las piernas. Yo las llevaba desabrigadas. Además llevaba también cubiertos los brazos por una especie de guantes negros que le llegaban hasta el codo prácticamente, aunque sus manos sí estaan al descubierto. Aún no habíamos llegado al parque, andábamos en silencio, yo maldiciéndome por no haberme puesto medias, Rebeca pensando en vete tú a saber qué, cuando nos detuvieron los gritos de un grupo de chavales. Cargaban aún con bolsas del Carrefour, con lo que parecía que aún no habían empezado la noche. Eran cinco.

- Eh, preciosas a dónde vais?

- Por qué no os quedáis aquí con nosotros a pasarlo bien?

Nos miramos la una a la otra con una sonrisa cómplice.

- Una tregua?

- Vale, pero qué pasa con el quinto?

- Pues la más rápida.

- De acuerdo.

Nos acercamos a ellos, que estaban sorprendidos de habernos convencido. Estuvimos charlando menos de cinco minutos, ya que aquello era una competición y no podíamos perder el tiempo indefinidamente. Así que Rebeca, ni corta ni perezosa, se acercó a uno y poniéndole la mano en el paquete, le dijo al oído:

- Mira, yo lo que quiero es que te corras. Me harías ese favor?

El tío se quedó con los ojos abiertos como platos y balbuceando.

- S..s...sii..i

- Vale, tienes condones?

Sacó la goma tan rápido como sus manos temblorosas le permitieron. Los otros chicos, que no habían oído las palabras de mi amiga, miraban curiosos la escena, sin saber que estaba pasando. Su colega le dio un preservativo a Rebeca.

- Te lo pongo yo?

- S...s..i..ii

Cuando abrió el envoltorio, le bajó los pantalones al chaval y le colocó el condón, no cabía ya lugar a dudas de qué iba a aquello. Los otros cuatro seguían patidifusos, con erecciones de impresión en sus partes bajas. Rebeca escupió saliva sobre la verga cubierta y la extendió con su mano de uñas pintadas de rojo sangre. Antes de que aumentara el ritmo, yo decidí ponerme también en marcha:

- No tendréis también vosotros alguna gomita por ahí, verdad?

Los cuatro echaron mano rápidamente a sus bolsillos, aunque sólo uno fue el más rápido. Traté de aligerar la ceremonia, pues Rebeca ya me llevaba algo de ventaja. Le puse el preservativo y metí directamente su pene en mi boca, castigando aquel miembro con lamidas rápidas y succiones profundas. El chico de Rebeca se puso a dar gemidos como loco cuando le vino el orgasmo. No pude evitar mirar al tiempo que mi mano ocupaba el puesto de mi boca. Rebeca desenrolló el preservativo con cuidado, hizo un nudo con él y lo guardó en el bolso. Se giró entonces sobre sus talones y, mirando a los tres que quedaban en pie, dijo:

- Siguiente?

De nuevo se pelearon entre ellos. Aún estaban casi decidiendo a quién le tocaba cuando mi primera víctima también terminaba. La corrida fue realmente abundante. A pesar de ello, me esforcé en escurrir hasta la última gota. Un nudo y al bolso. No tuve ni que decir nada, inmediatamente otro chico me tendía un cuadradito con las letras durex por su superficie. Rebeca terminó antes y se llevó el tercero. Tras la primera batalla, que había sido conjunta, me ganaba tres a dos, aunque los números eran puramente especulativos, luego ya veríamos la cantidad real.

- Tías, sois impresionantes. Dónde podemos encontaros otra vez?

- No podéis.

Respondió Rebeca que, acto seguido, añadió con voz fingida y aprovechando nuestro vestuario:

- El bien y el mal disputan su supremacía una sóla vez al año.

- Ah, sí?

Dijo uno de los chicos con una sonrisa incrédula en la boca.

- Y qué recibe la ganadora?

- La ganadora tendrá a la perdedora como esclava hasta el próximo año.

- Suena bien.

Apuntó divertido otro de los chavales. Rebeca soltó una carcajada y se arrejuntó a mí. Me rodeó con una mano, puso la otra cerca en mi pecho izquierdo y me acarició el cuello suavemente con la punta de su lengua. Entonces, siguió hablando:

- Muy bien, sin duda. Y lo mejor de todo, la vencedora se queda con la cosecha de almas de ese año.

Rompió a reír exageradamente entonces y nos marchamos, dejando allí a los chicos, tan perplejos que ya no sabían si incluso creerse la explicación de mi amiga.

Llegamos al parque entonces, que estaba a rebosar. Había muchísimo ambiente. Allí nos separamos. Pude ver cómo Rebeca le entraba a dos chicos que parecía que esperaban a algún colega. En cuestión de segundos, se los llevaba de la mano hacia “los reservados”. Tampoco era cuestión de ponerse a hacer guarradas en mitad de la multitud que allí había porque podíamos salir escaldadas. En el parque había una zona principal, donde solía reunirse la mayoría de la gente, pero luego había, bien determinadas una serie de zonas. “Los reservados” no eran más que una serie de recovecos y sitios entre los árboles o la maleza que era considerado desde hacía años un picadero. Todos los fines de semana amanecía aquella zona con muestras inéquivocas del placer desatado. Cientos de preservativos usados por todas partes.

Yo decidí comenzar a un ritmo bajo. Ya se sabe, “quien mucho abarca poco aprieta”, y yo tenía mucho que apretar aquella noche. Me acerqué a un grupo de chicos haciéndome la simpática pidiendo sólo un poco de bebida y atención. Al cabo de unos minutos, convencí a uno de los chicos para que me acompañara a hacer mis necesidades. Cuando legamos a “los baños”, que no eran que una serie de callejuelas colindantes al parque, escogí un sitio donde ponerme en cuclillas para mear. Lo cierto, es que ya que estaba, pues aproveché para vaciar mi vejiga. En esa misma postura, le llamé y le seduje, bueno, si se puede llamar seducir a acariciarme el coño visiblemente y decir:

- Estoy cachonda y quiero chupártela.

El caso es que no se negó y allí mismo, sin siquiera subirme las bragas, comencé a chupársela. No bien había terminado de correrse, cuando otros dos chavales pasaron cerca sin advertir nuestra presencia. Me incorporé y recompuse mi vestuario (vamos, que me subí las bragas y bajé el vestido a su posición habitual). El chaval al que acababa de exprimir se pilló un poco de mosqueo porque saliera corriendo detrás de los dos chicos que habíamos visto. No sé por qué, la verdad, él ya había recibido su ración. A pesar del ruido del tacón de mis sandalias blancas no advirtieron mi presencia hasta que les toqué los hombros y exclamé:

- Eh, chicos, vais a alguna parte?

Intercambiamos unas cuantas frases sin demasiado interés, hasta que finalmente les dije mis intenciones. No pusieron pegas. Unos segundos después, estaba agachada chupando y pajeando dos pollas de considerable tamaño. Uno de ellos tardó relativamente poco tiempo en eyacular. El otro me costó más, pero pude finalmente hacerle correrse sin tener que recurrir a técnicas más persuasivas.

Así fue más o menos toda la noche. Tampoco voy a explayarme mucho más porque resultaría repetitiva y cansino, creo yo. No obstante, relataré dos encuentros más, los cuales me resultaron más atípicos.

En primer lugar, a eso de las doce aproximadamente, vi a una pareja dándose el lote. Ella, al igual que yo, también iba disfrazada. Iba vestida de gatita, con bigotes y rabo incluidos. No sé por qué, pero me metí de por medio. Me puse a su altura, por detrás del chico y me apreté contra su espalda. Se dio cuenta e intentó mirar, pero la chica se lo impidió. Ella me miró fijamente a los ojos, y si algo vi en ellos aparte de excitación y morbo, fue permiso. Pasé mis manos por delante y las puse sobre la tremenda erección que mostraba el chico. No me costó demasiado abrir los pantalones y sacar a relucir su polla. La lubriqué y la retorcí, la agité y la apreté. Y mientras tanto ellos seguían besándose. Me desvié de mi objetivo inicial y me dejé llevar por el morbo de la situación. Comencé a tocarla también a ella. Su coñito caliente, su vientre plano, sus tetas blanditas de pezones erizados. Me las apañé para colocarle un condón a él y guié su polla a la raja de la gatita. Desarrollé una perfecta labor de mamporrera y comenzaron a follar como locos. Yo me mantenía junto a ellos, acariciándoles y magreándoles, tocándoles el culo, pero yo también estaba muy caliente. Hice lo que hasta aquel momento no había hecho aquella noche: pensar en mí. Me habría quitado las bragas si las hubiera llevado puestas. Lamentablemente, hacía ya veinte minutos que las había perdido. Llevé mi mano bajo mi vestido de ángel y me acaricié con pasión. Correrme fue cuestión de minutos. Un ratito después ellos también terminaban la faena. Entonces, tranquilamente le quité el preservativo al chico, lo lié y lo introduje en mi pequeño bolsito blanco. Ambos me miraron con cara de no comprender nada. Les besé a ambos. Dos besos calientes y húmedos en los que quise llegar a sus respectivas gargantas. Cuando me iba escuché un tímido “gracias”. Cuando ya casi les había perdido de vista, giré la cabeza y vi que la gatita estaba de rodillas y las manos del chico sobre su cabeza, al tiempo que esta se movía en un suave vaivén.

La otra situación que me gustaría resaltar ocurrió ya cerca de la una. En ese momento, la polla de un chico alto y rubio se encontraba alojada en el interior de mi boca. Estaba completamente absorta en mi trabajo, por lo que no pude percibir la llegada de más gente. Al parecer, era un grupo que ya se marchaba del parque y quiso la casualidad que conocieran a mi víctima.

- Eh, Ander! Joder, tío, te estábamos buscando.

- Pues ya ves macho, me fui a mear y a la vuelta me encontré a esta ninfómana por el camino. Y claro, no me pude negar.

Me detuve en ese momento, y miré al grupo. Eran tres chicas y cinco chicos. Era una buena oportunidad para tomar algo de ventaja. Las chicas miraban la escena entre sorprendidas y divertidas.

- Bueno, venga, te esperamos a que termines, que luego ya sabes que nos metemos en cualquier local y no nos localizas.

Aquello tampoco me lo esperaba, pero me lo ponía fácil para intentar exprimirlos a todos. Retomé la mamada en vista de que iban a quedarse, pero aquel mocetón rubio no se corrió ni a la de tres. Estaba empleando mis mejores trucos y nada de nada. Entonces, una de las chicas me advirtió:

- Eh, bonita.

Miré con la polla aún en mi boca.

- Sí, tú. Chupando no vas a conseguir que Ander se corra. Te lo digo por experiencia.

El chico sonrió al mirarme. No sabía cuanta verdad podía haber en sus palabras, pero lo cierto es que llevaba casi un cuarto de hora comíendome el miembro de aquel chico y no había resultados. Visto lo cual, me tocaba cambiar de táctica. Me incorporé y me subí el vestido lo suficiente para que se viera mi rajita bien arreglada. Cogí la polla entre mis manos y yo misma la conduje hasta mi coño. Su verga entraba y salía de mi interior. Iba a correrme por segunda vez en la noche. Me aupé sobre él y crucé las piernas en su cintura, de tal forma que la penetración era más profunda. Finalmente, aparte de darme un orgasmo, él también consiguió el suyo. Tras guardar cuasi religiosamente el preservativo usado en mi bolso, me volví sudorosa al público y me acerqué a paso lento a la chica que me había aconsejado. Le acaricié el pelo con una mano. Mi boca se acercó a la suya y nuestros labios se juntaron. Durante aquel morreo de dos minutos hubo vítores y exclamaciones. Cuando por fin me separé de ella, porque me separé yo, que ella estaba muy a gusto, le di las gracias y acerqué mi boca a su oído. Le conté mis propósitos, lo cual le provocó una sonrisa. Un suave beso en la oreja dio por finalizada mi explicación. Asintió.

Entonces me puse al lado de otro de los chavales del grupo y le pedí una goma. Al mismo tiempo, la chica del consejo hizo lo mismo con otro de sus amigos. Y allí mismo, las dos a la vez le comimos las pollas a todos los chicos del grupo. Al terminar, recogí todos los condones repletos de semen. Intercambié el número de teléfono con la chica, que se llamaba Laura, prometiendo volver a vernos. De ahí puede salir una buena amistad, sin duda. Y eché a andar camino a casa. No me quedaba ya tiempo para mucho más, aunque por el camino pillé a otro incauto viandante, que estaba paseando al perro (vaya horas para sacar al chucho!!).

Cuando llegué a casa de Lorena, Rebeca aún no había llegado. Llegué rota, la verdad, cansadísima y con la mandíbula casi desencajada de tanto chupar. Las chicas estaban ya todas en pijama, lo cual me indicaba que mientras Rebeca y yo participábamos en la apuesta, ellas no se habían aburrido. Arantxa y su novio no estaban, aunque no me extrañaría nada que también hubieran tomado parte activa de cualquiera de los jueguecitos de mis amigas. En el salón habían dispuesto dos vasitos con graduación de esos de laboratorio sobre una mesita pequeña.

- Qué pronto llegas!

Ni siquiera respondí, me dejé caer sobre el sofá sin cuidado alguno. Elena cogió mi bolso y echó un vistazo. Susana se dio cuenta de la falta completa de ropa interior.

- Vaya, vaya, utilizando todos los recursos, eh?

Me limité a sonreír. Ya les contaría, ahora mismo solo quería descansar un poco. A la una menos cinco llegó Rebeca, también sin decir palabra. Entregó su bolso a Elena, que miró en su interior.

- Buff, la cosa está muy igualada chicas. Lorena, toma, tú ve echando los de Rebeca, yo me ocupó del recuento de Ana.

Pasaban los minutos y los vasos se iban llenando de esperma poco a poco. Verdaderamente la cosa estaba igualada. Diez minutos después, no quedaban ningún preservativo por vaciar. Sorprendentemente, había empate.

- No me lo puedo creer!

- Lo habéis hecho a posta, o qué?

- Increíble...

Me pronuncié al respecto:

- Y ahora qué?

- Pues... no sé qué decir. Esto es jodido de hacer un día normal. Tú qué opinas Rebeca?

Rebeca nos miró a todas con una mueca en la cara. Se señaló a sí misma con el dedo.

- Sí, tú. Di algo no?

Seguimos las acciones lentas y parsimoniosas de Rebeca. Se levantó, dio dos pasos hasta la mesa con los vasos, se agachó a mirarlos, y entonces acercó su boca al borde del suyo y entreabrió los labios. Para sorpresa de todas las presentes, un hilillo de esperma empezó a resbalar por el vaso hasta el interior. El nivel de este subió lo justo para evidenciar mi derrota. Una vez terminó de escupir el semen, se volvió con una amplia sonrisa y sentenció:

- Me parece que he ganado, no?

Rompió a reír y a dar saltos de alegría. El empate podía soportarlo, pero perder... Si hubiera chupado una más... sólo una. Qué mala suerte!

Rebeca explicó la razón. Al parecer, se había quedado sin condones, y cuando ya iba a subir al ascensor, apareció el portero para quejarse por los ruidos. Tanto Rebeca como yo miramos inquisitivamente a las otras chicas. De modo que le hizo una felación para relajarle, y como estaba tan cerca, decidió guardarlo por si hacía falta.

- Bien, pues me parece que durante los próximos siete días a partir de ya, me perteneces. No es así?

Asentí apesadumbrada.

- Pues, mi primera orden es... que antes de dormir te bebas un vaso de leche.

Ninguna entendió a qué se refería Rebeca hasta que esta cogió un vaso y me lo tendió. Tras intentar inventarme mil excusas, tuve que asumir la derrota con deportividad y acatar la orden. Me bebí el vaso repleto de esperma, el cual notaba como bajaba por mi garganta, pegándose a las paredes. No es una experiencia que recomiende a nadie, la boca me supo a semen durante dos días.

Y bueno, hasta la historia de la apuesta y la victoria de la diablesa sobre el angelito. Muchas otras cosas deplorables me mandó durante aquella semana de esclavitud. También otras muy divertidas, excitantes y morbosas. Pero eso pertenece a otra historia, que no sé si llegaré a contar algún día. Por lo pronto, aquí concluye esta.