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Sed, MUCHA SED (2)

en Hetero: Infidelidad

Sed, MUCHA SED

Para quienes no hayan leído la primera parte de este relato y estén interesados, aquí dejo enlace: http://www.todorelatos.com/relato/25329/
Para quienes sí hayan leído la primera parte, aquí tenéis el desenlace de una noche sedienta.
Para todos, espero que lo disfrutéis.


Parte II

“Ahora te toca a ti. Siéntate por favor”, le dije situándome de pie tras la silla a la vez que me desprendía de mi sujetador, única prenda que por entonces se mantenía aún en su posición original. Respondió con cierta sorpresa pero accedió impaciente a mi petición. Una vez se hubo sentado, apoyé mis manos en el respaldo de la robusta silla y comencé mi turno con una sed insaciable por beber de aquel cuerpo que minutos antes me había llevado al más profundo éxtasis conocido entre los límites de mi piel.

Ataqué por la espalda con sugerentes caricias en orejas, cuello, cabeza y hombros utilizando ambas manos y mi lengua. El dejaba la cabeza suelta, dejándose hacer, abandonándose a mis manos, dócil y confiado, como si su cuello estuviera aletargado.

Recorrí su brazo derecho muy despacito desde el cuello hasta su mano. Después conduje su mano a mi posición tras el respaldo hasta que el tacto le indicó que eran mis piernas desnudas lo que sentía. En ese momento comenzó a contestar a todas mis caricias con ambas manos, escalando distraídamente entre mis piernas, tocando mis labios suaves desiertos de vello, resbaladizos por su leche que comenzaba a descender desde lo más recóndito de mi ser.

Yo continuaba mordisqueando sus orejas, besándole el cuello desde atrás, dejando un delgado rastro de saliva con mi lengua, susurrando excitantes gemidos que le avanzaban lo que tanto deseaba hacerle... “Te voy a beber entero”. Su piel respondió agradecida mostrándose alborotada en cada vello, encrespada de deseo.

Me recreé en esa reacción: cuánto me gustan este tipo de recompensas a corto plazo. Avivan aún más mi deseo y hacen que me esmere en ser generosa hasta límites insospechados.

La ligera inclinación que había adoptado tras su espalda me permitía llegar hasta su torso y cubrirlo también de caricias húmedas hasta llegar a sus pezones. Comenzó a sentir mis pechos posándose en su nuca y en sus hombros. Era una caricia mutua muy placentera, me encantaba rozarlos con su piel. Habían pasado pocos minutos cuando la sensación de placer se acentuó a medida que mis pezones comenzaron a endurecer de excitación con la vista que ofrecía aquel plano de su polla completamente recuperada, apuntándome cual arma cargada en pleno duelo.

Necesité más cercanía, así que abandoné su espalda para situarme a su izquierda. Ahora veía su polla sin inclinarme. Me hubiera abalanzado sobre ella en ese mismo momento pero me retuve... quería esperar, alargar este momento todo lo posible y acariciarle todo lo que me quedaba.

Desde esta posición también él tenía mejor acceso a mi sexo. Me contempló por un momento desnuda y descalza y sin dudarlo continuó acariciando mi rajita con una sola mano, cuya palma miraba hacia arriba. Recorrió mi abertura longitudinalmente con los dedos, sintiendo la proximidad de una piel desposeída de vello en movimientos pausados que le permitían explorar los pliegues de mi sexo aún ahuecado, recién colmado de placer.

Miraba mis pechos con un gesto de deseo que correspondí dando un paso adelante para ponerlos más cerca de sus sentidos. Acercó su rostro y por su forma de inhalar, concentrado, con los ojos entreabiertos, diría que estaba embriagándose con nuestro olor, mezcla de saliva y fluidos sexuales; el olor del placer, en cuya esencia nunca antes había reparado.

Me parecía increíble que un desconocido me estuviera mostrando tantas sensaciones que hasta el momento me habían pasado desapercibidas. Me repetí mentalmente que no podía perder esta oportunidad, que tendría que confiar en que el sueño profundo de mi marido no se alterara aquella noche, y que, al fin y al cabo, también él saldría beneficiado de todo lo que unilateralmente estaba descubriendo. ¿Autoengaño? Mmmsí..., quizás, pero ahora ya no había marcha atrás, así que seguí la única dirección posible dejando al margen cualquier atisbo de culpabilidad o remordimiento.

Me senté sobre sus muslos mirándole de frente, dejando mi busto a la altura de su boca y rodeando su cuello con mis brazos extendidos. No quería perder la oportunidad de que me comiera los pechos hambrientos de caricias, ya que, no sé si por descuido, prisas o porque prefirió centrarse en comerme mas abajo, habían quedado casi vírgenes en su reciente actuación. El caso es que lo echaba de menos. “Lámelos”, le dije a la vez que me inclinaba sobre él para que su lengua llegara en su plenitud: amplia, plana, húmeda, cálida y suave, dotándome de espléndidas caricias.

Me encanta ver como lamen mis pechos en primer plano para no perder detalle; alimentar el sentido de la vista, el tacto y el oído lleno de gemidos, todo simultáneamente en ese momento maravilloso. Me encanta ofrecerlos en mis propias manos hasta una boca receptiva, candente y delicada al principio, que se torna animalizada más tarde.

Así que sucumbiendo a mis propios gustos rodeé cada pecho con una mano dejando los pulgares en el ángulo de las axilas y los pezones endurecidos entre pulgar e índice. Los acerqué a su boca y cogiéndome por la cintura con ambas manos comenzó a lamerlos. Tras haber captado los primeros planos del espectáculo, mis espalda se arqueó y también mi cuello cedió hacía atrás. Me agarré al respaldo de nuevo y mis pechos quedaron a su entera disposición. Quería recuperar la vista de lo que estaba pasando así que volví a estirar la espalda, paralela al respaldo de la silla y acaricié mis pezones mientras sus manos subían por mis costados desde la cintura, en la misma dirección. Cuatro manos acosaban mis pechos ensalivados que sentí endurecer violentamente por tanta excitación. Entonces se me ocurrió ofrecerle su contenido con la completa seguridad de que nunca antes lo habría probado, y si así fuera, hacía tanto, que no se acordaría.

“¿Y tú? ¿Tienes sed?” , sin mirarme a la cara me contestó que luego bebería, que no quería parar ahora. Cogí su mentón con una mano y levanté su cara para que mirara la mía. “¿Quieres un poco de mi leche?”, le propuse, con la presunción de que entendiera que no era agua lo que le estaba sugiriendo beber. Sonrió en un intento de hacerme ver que había entendido la supuesta broma. Entonces sentí la necesidad de despejar cualquier duda. Traje su cabeza hacia mi pecho derecho sujetándole por la nuca con una mano mientras presionaba mi pecho con la otra, entre pulgar e índice en las proximidades de la aureola. Pudo ver brotar un par de gotas de leche que instintivamente lamió en su camino de descenso por la cara sur de mi pecho. Sé que le gustó porque comenzó a succionar ávidamente rodeando con sus labios toda la aureola mientras una mano libre apretaba mi otro pecho del que también brotaban gotas de leche.

Nunca pensé que dar de mamar a una boca ansiosa de deseo en forma de leche sería tan placentero para ambas partes. Me saboreó durante unos minutos con total delicadeza y admiración. Mientras mamaba de un pecho apretaba el otro y la veía caer. Entonces soltaba el que tenía entre sus labios y volaba hasta el colindante. Me estaba volviendo loca ante aquel goce compartido. Necesitaba cada vez más.

Le pedí que, manteniendo la posición frente a frente, sentada sobre él, abriera un poco las piernas. Con ellas se separaron mis nalgas. Entre su sexo y el mío se dibujó un rombo en cuyo interior apareció su polla dura y amenazante apuntándome a la cara, próxima a su abdomen. Quise que sintiera mi humedad, así que apoyé las plantas de mis pies en el suelo para colocarme mejor, más cerca de él. No siendo esto suficiente, subí mis pies al asiento y me quedé en cuclillas sobre su polla, agarrándome al respaldo de la silla a cada lado de su cuello. Mis caderas se elevaron buscando su glande en la entrada de mi vagina. Me movía cada vez mas agitada cual hembra en celo deseosa de sentir su polla dentro. Entendió perfectamente mis intenciones y se reclinó sobre el respaldo colocando su trasero en el borde del asiento a la vez que el final de su espalda se separaba del respaldo. Comencé a tener una visión verdaderamente excitante: tenía su polla justo debajo de mi sexo en posición perfecta para clavarse en mí con tan sólo dejarme caer. La cogí con una mano y la pasé por mis labios varias veces para que recibiera todo mi caudal hasta que no pude más. Mi cuerpo demandaba ser atravesado. Y así lo hice. Invadí su terreno dejándome caer sobre sus muslos, encajándome en su polla que entró perfectamente hasta el fondo. Pude bajar los pies al suelo y apoyándome de puntillas comencé a moverme arriba y abajo. Mis pechos pasaban por su lengua en cada movimiento. Me aferré a su cabeza con ambas manos, atrayéndola hacia mi pecho. Mi espalda cambiaba de postura con el mismo ritmo que mis caderas, encorvándose cuando mi pelvis avanzaba y arqueándose cuando retrocedía, sintiendo como presionaba mi clítoris en cada sacudida, recorriendo muy poca distancia para aumentar sus idas y venidas.

Mantener esta posición es realmente cansado, así que le pedí que me ayudara a seguir el ritmo cogiendo mis caderas y llevándome hacía sí. Muchas veces, cada vez más rápido hasta que sentí la necesidad de volver a colocar mis pies sobre el asiento para moverme feroz mientras sus manos amasaban mis nalgas.

Los dos estábamos agotados. Quise cambiar de postura antes de correrme, así que dejé escapar su polla durísima y me di la vuelta. Volví a acomodarme sobre sus muslos. Sus manos pasaron por debajo de mis brazos y se llenaron con mis pechos mientras lamía y besaba mi espalda insaciable. Abrió las piernas y me encajé de nuevo entre ellas.

En esta posición la presión que ejerce la polla es siempre mayor. Digamos que entra a contrapelo en el ángulo casi recto de la vagina forzando su dirección natural. Al principio se la siente irrumpir violentamente, pero una vez alojada es muy placentero apreciarla con toda su dureza recorriéndome por dentro.

Nuestra complicidad iba en aumento. Sin necesidad de hablarnos, ni tan siquiera mirarnos, estuvimos de acuerdo en que entrara despacito para no hacernos daño. Estaba muy mojada, así que no tuvimos dificultades. Nuestros cuerpos se alinearon en una diagonal que partía del suelo y terminaba apoyada en el respaldo de la silla. Coloqué mis manos de nuevo sobre el asiento y comenzamos a movernos rítmicamente, aunque más despacio que en la posición anterior. Al bajar un poco el ritmo, pudo lamer y morder mi nuca, mientras yo sentía su glande agitándose dentro de mí y sus manos poseyendo mis pechos. Hubiera parado el mundo en ese momento. En medio de toda esa posesión sentí cada vez mas cerca la llegada de un orgasmo no buscado. Mi boca dejó escapar un gemido ahogado a la vez que mi cuerpo alcanzó su máxima rigidez para luego sentirme desvanecer.

Necesité mirarle a la cara. Mi cuerpo recuperó la verticalidad y en el mismo movimiento su polla abandonaba lentamente mi túnel húmedo. Me giré ya de pie para ver sus ojos entreabiertos amenazantes de deseo. Le reté a seguir penetrándome antes de terminar. Contestó a mi petición hundiendo su mano entre mis piernas, moviendo sus dedos a lo largo de mis cavidades de alante hacia atrás, desde mi clítoris hasta mi culito, extendiendo y mezclando mis fluidos y los suyos como si de un cóctel se tratase. Sentí sus caricias en mis labios hinchados y mi vagina dilatada. Apoyó su cara de frente en mi abdomen, una mano se quedó alojada en la entrada de mi vagina mientras la otra me rodeaba una pierna hasta llegar por detrás a la entrada de mi culito escondido entre mis nalgas. Me giró un poco para alcanzarme mejor. Separé mis piernas para facilitarle la búsqueda. Sentí entrar su dedo con suma facilidad. A continuación lo intentó de nuevo con dos dedos. Me recreé en esa sensación de ser penetrada teniendo la vagina libre y quise oírle decir que quería follarme el culito, así que le pregunté directamente. “¿Qué quieres ahora? ¿Deseas follarme el culito con tu polla?”

Nunca antes había tenido una polla en mi culito, así que la idea me seducía a la vez que me causaba cierto respeto, pero decidí dejarme hacer. Sus movimientos eran tan suaves, tan dulces, que me costaba pensar que estaba siendo follada.

Se levantó de la silla y me pidió que me apoyara en el asiento dándole la espalda, dejando mis nalgas y su centro geométrico a su antojo. Sentí como se acercaba su polla por detrás. Sus manos pellizcaban mis nalgas suavemente y dejaban escapar algún cachete que no hizo sino excitarme más aún entre apretones y fricciones. En plena excitación sentí sus besos y su lengua a la entrada de mi culito, donde habían jugueteado sus dedos. Dejó su saliva chorreando hacia mi perineo y sin más esperas sentí por fin su glande abriéndose paso entre mi presión. Ambos gemimos. Apoyó su pecho en mi espalda y alcanzó mis pechos con sus manos mientras su polla seguía avanzando muy lentamente.

Increíble. Éramos auténticos desconocidos y estábamos plenamente compenetrados. Podía sentir su piel tan cerca como la mía propia. Las palmas de sus manos recorrían mis costados cubiertos de poros erizados. Tanta piel en mi piel... Nunca me había sentido tan abandonada al placer.

Sus manos se detuvieron en mi cintura y se incorporó arrastrando con él ese mástil que me estaba haciendo enloquecer. Le pedí que continuara, que me estaba gustando mucho y en plena liberación de la presión que estaba sintiendo volvió a llenarme de él entre gemidos que brotaban al unísono, mordisqueando mi nuca mientras sujetaba mis caderas firmemente, lamiendo mi espalda. Cada vez entraba mejor, más suavemente, más resbaladiza, así que nos recreamos en nuestros jadeos oyéndonos respirar agitadamente, sin acelerar demasiado el ritmo.

Al cabo de unos minutos noté como mis piernas empezaban a flaquear y le pedí que parara, que se sentara de nuevo en la silla. Me acerqué de pie mirándole a los ojos, exhausta de placer y deseo. “Ahora quiero comerme tu polla”, le dije muy cerca de su boca. Cogió su polla entre sus dedos y me la ofreció gustoso acomodándose en la silla.

Me arrodillé entre sus piernas para tenerla a la altura de mi cara. “Me encanta ver de cerca esta polla que me folla tan bien, que me explora, que me vuelve loca, que me da tanto placer...”  Estaba durísima. Me pareció la polla más apetitosa que jamás hubiera podido degustar.

 

Me humedecí los labios y me acerqué a su raíz. Besé y lamí toda su base, por la cara vista y los costados; por arriba, haciéndome sitio, apartándola suavemente con la mano. Se levantaba agradecida a cada lametazo. La cogí con mi mano y la apreté levemente entre mis dedos y la palma. Con la otra mano acariciaba sus huevos, muy pegaditos a ella, endurecidos de placer. Le miré mientras abría la boca para mostrar mi lengua puntiaguda acercarse a su glande sin dejar de presionarla en mi mano, y sin dejar de acariciar sus huevos. Estaba deseando mimarla con mi lengua mientras mi mano seguía recorriendo su tronco arriba y abajo. Cuando mi mano llegaba a la base, mi lengua alcanzaba su glande y al subir mi mano hasta el límite de su glande se separaba mi lengua dejando a su piel deseosa de mi humedad hasta la siguiente lamida.

Todos mis sentidos estaban puestos en su sexo. Podía escuchar el éxtasis en sus gemidos ahogados y en el clap-clap del chocar de su polla con mi lengua húmeda. Comencé a gemir de placer pidiéndole entre jadeos que se corriera en mi boca. Supliqué tener su leche, sentir las contracciones de sus piernas, los espasmos de su vientre y el impulso de su orgasmo en mi boca.

Aumenté un poco el ritmo de mis succiones, cada vez más seguidas, cada vez más intensas hasta que se contrajo sobre sí mismo encorvando la espalda. Me miró para ver cómo mi lengua recogía su recompensa, que era tanta que no abarcaba a traer dentro de la boca. Rebosaba por mis comisuras y caía por mi cuello mientras mi lengua enloquecida rodeaba ahora toda la polla en mi cavidad bucal haciéndole sentir mi calor, mi suavidad y mi humedad hasta que la sentí morir de placer en mí.

Estaba amaneciendo, así que no pude entretenerme como me hubiera gustado, recreándome en el placer. Me vestí rápidamente y me despedí con una caricia de agradecimiento y un guiño. “Gracias por el agua. Quédate las monedas, que ya no voy a comprar; no volveré a tener sed hasta dentro de un rato, y para entonces ya será de día. Por cierto, ...estaremos aquí hasta el viernes que viene. Siempre tengo sed de madrugada.”