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Mi novio es masajista

en Hetero: General

Mi novio es masajista

Hola, soy Nacho, siento no poder atenderte en este momento. Por favor, deja tu nombre y tu número de teléfono, y contestaré a tu llamada lo antes posible. Gracias.

Piiiiiiiiiiiiiiiiii.

Vamos Nacho, cógelo. Es la tercera vez que te llamo hoy. Nacho, sé que estás ahí. ¡Oh, Dios mío! Nacho, por favor, no me hagas esto. Me tienes todo el día suplicando, persiguiéndote,...todo el día. Cógelo, ¡¡cógelo, joder!! Bien. Seré clara esta vez: ¿Es que te pone cachondo que te ande rogando? ¿Es eso? ¡Di! Podrías ponerte en mi lugar, cielo. ¿Puedes por un momento imaginar...? Bah... Mira, nene, si sigues haciéndote el duro vas a conseguir que te odie... Ahhh... Está bien, está bien,... llámame cuando termines. Siento haberte interrumpido otra vez; me debo estar volviendo loca. ¿Cómo no voy a estarlo? Ay, Nacho..., si tú quisieras no tendrías que volver a...

Piiiiiiiiiiiiiiiiii.

 

¿Sra. Briolas? Pase, por favor. Póngase cómoda. ¿Está bien así? ¿Cómo se encuentra?

¿Que cómo me encuentro? Desesperada. Impaciente, soy una impaciente. Trataré de resumirle mi situación, para que entienda lo que me está ocurriendo.

Conocí a mi novio a través de un anuncio en la peluquería: Joven masajista se ofrece para trabajos a domicilio previa cita. Nacho. Llamar noches. Teléfono 555-7543320." Cinco Cinco Cinco, siete cincuenta y cuatro, treinta y tres, veinte. No se me olvida; aunque lo tengo memorizado en la agenda de mi móvil siempre lo marco. Lo llamo tantas veces... Aún guardo el pedacito de papel que arranqué de cuajo del tablón. Es el primer recuerdo nuestro que tengo. De esto hace cuatro meses, tres días y ... a veeeer... mmmcasi seis horas.

Mi amiga Mariángeles me dio la idea una tarde tomando un té. Le comenté que lo de las batas blancas me resultaba muy impersonal. Esos centros de fisioterapia donde te tienes que desnudar casi por completo para un masaje de espalda a mí no me van. Lo mismo te toca una chica que un chico, cada día uno distinto... La verdad, yo así no me relajo. Prefería coger confianza y ser tratada por un solo profesional que conociera mis dolencias y me diera un trato mas personalizado. Lo ideal era encontrar un masajista que viniera a casa. ¡Claro que sale más caro!, pero mientras me lo pueda permitir lo pago con gusto, que la salud es la salud y el dinero es para disfrutarlo.

Desde el primer masaje Nacho consiguió recolocarme todos los músculos agarrotados. La verdad es que me encuentro mucho mejor de mis dolores de espalda, ¡y hasta mi humor ha agradecido haberlo encontrado! Recuerdo el momento en que lo recibí en el salón para la primera sesión. Marisa se sorprendió cuando le pedí que nos dejara solos, que yo misma le ofrecería algún refrigerio. A finales de junio el asfalto de la Castellana ya abrasa las suelas de los zapatos en hora punta, así que el pobre venía todo acalorado. Yo acababa de almorzar y él supuestamente también habría comido. Descubrí que no era así cuando en lugar de un café con hielo o una copa, prefirió tomar una cerveza. "Ando muy solicitado últimamente y con los atascos que hay pierdo mucho tiempo en los desplazamientos, así que hoy no me ha dado tiempo ni a comer", me explicó algo incómodo. Y en cierto modo me traslado esa incomodidad embarazosa porque no me parecía bien comenzar el masaje de dos horas sabiendo que mi recién conocido masajista tenía el estómago vacío y en cualquier momento le rugirían las tripas.

Pedí a Marisa que le preparara un sándwich y le acompañé tomando un té con mucho hielo y mucha conversación. Qué chico más simpático y qué desenvuelto; gesticulaba mostrando sus manos cuidadas y sus brazos bien moldeados. Hablaba y hablaba entusiasmado contando las múltiples anécdotas de su creciente clientela.

"Prefiero que nos tuteemos si a ti no te importa, Nacho." Para nada le importó. Era ridículo tratarnos de usted. Teníamos muchas sesiones por delante hasta recomponer del todo mis vértebras, eso por un lado, y por otro, no cabía duda que nos habíamos caído bien. Yo diría más; nos gustamos mucho. El muy picarón no me quitaba ojo del escote.

Cuando nos quisimos dar cuenta había pasado casi una hora de cháchara y no me había puesto la mano encima. "Discúlpame Nacho, siento interrumpir esta agradable conversación, pero a las seis tengo una cita, así que sugiero que empecemos con el masaje para no dejarlo a medias." Mis amigas no volverían a dirigirme la palabra si faltaba a una reunión más, así que aunque hubiera preferido seguir disfrutando de su agradable compañía, mis obligaciones sociales pusieron el límite. De todas formas mucho más no hubiéramos tardado porque él deseaba comenzar a magrear mi cuerpo tanto como yo dejarme, así que se disculpó por su verborrea y nos dirigimos a la sauna, donde tengo la camilla de masaje.

Se quedó impresionado por la decoración neoclásica de la sala bodycare, me lo confesó en una de las siguientes visitas. Pobre chico, acostumbrado a dar masajes en una camilla plegable, mi casa debió parecerle un palacete.

Definitivamente los masajes a domicilio son mucho más íntimos y personales que los de esas clínicas de rehabilitación. Cambié mi ropa por una bata corta de seda y encaje, y salí del aseo descalza para dirigirme directamente a la camilla, donde Nacho me estaba esperando. No se me olvidará nunca la cara de sorpresa que puso al verme ataviada con esa sugerente prenda que dejaba entrever mis curvas y mis relieves.

"Tú dirás", le dije arqueando las cejas. Me pidió que me tumbara boca abajo y me recogiera los cabellos por encima de la nuca. Se volteó discretamente cuando hice amago de desatar el cinturón de la bata y la dejé caer a mis pies. Me tumbé dejando a la vista mi cuerpo desnudo y sin emitir más que un carraspeo de garganta cubrió mis nalgas con una toalla y se untó las manos de aceite aromático. Té verde. Me encanta. Siempre usa ése.

"Es normal que te duela un poco al principio porque tienes los músculos muy agarrotados, debes aguantar mientras puedas, pero si te doliera mucho, dímelo". Su voz era tan sugerente, tan cálidas sus manos, tan relajantes sus movimientos, que enseguida deseé que cubriera mi espalda con la toalla y masajeara mis nalgas entonces ocultas.

Sus manos amaestradas recorriendo mis muslos, prensando mis cachetes redonditos, separándolos y juntándolos de nuevo entre sí haciendo círculos concéntricos..., y sus suspiros, sus interminables suspiros... Separaría las piernas para dejarme hacer, para dejarme oler y abandonarme a sus caprichos, supeditada a lo que mi perfume y mi sabor le sugirieran. Todo pasión. Todo llegaría.

Terminó el primer masaje y tuve la certeza de que nunca antes me habían dado uno tan doblemente efectivo. Por un lado sus manos calmaban mis músculos contraídos y por otro despertaban en mí sensaciones placenteras y deseos más allá del mero masaje corporal. No sé si me explico... El caso es que terminaba cada sesión temerosa de que se notara algo de humedad en mi ropa interior.

Durante semanas Nacho me visitaba cada martes y esta situación tan embarazosa terminó por ser la habitual. Me masajeaba a conciencia, sabiendo muy bien el placer que me producían sus caricias. Su mirada penetrante erizaba mi clítoris que asomando entre mis labios buscaba el roce de cualquier relieve en la camilla.

Siempre se despedía cortésmente, como si nada hubiera pasado entre nosotros.

Durante una de las sesiones del mes pasado su móvil nos interrumpió un par de veces nada más comenzar. Le sugerí que lo apagara y no volvió a sonar, pero sus escuetas conversaciones entre dientes me dieron suficientes detalles para saber que no tenía novia ni plan para el siguiente fin de semana, así que antes de que diera por finalizada aquella visita le pregunté si creía conveniente darme otra sesión el sábado a la misma hora. "Lola, verá... es que los fines de semana no trabajo." "De tú, Nacho, de tú". "Perdona, es que hablando de trabajo no me sale...", se sonrojó. "Te decía que el sábado no trabajo, pero lo cierto es que este fin de semana no voy a estar muy ocupado, así que...""No se hable más", sentencié con un guiño. "Vente a las cuatro. Entenderé que tu tarifa sea distinta por considerar el sábado día no laborable, déjalo de mi mano..."

Sabía que aceptaría porque ciento veinte euros más la voluntad por dos horas de trabajo nunca vienen mal, máxime si uno no tiene nada mejor que hacer. Además, ¡qué leche! No son dos horas de trabajo, que Nacho disfruta de lo lindo refregando mi cuerpo. Nunca lo admitirá porque además de no resultar muy profesional ese tipo de confesiones, él es más tímido que un curilla recién salido del seminario, pero su mirada lujuriosa habla por su boca divina y a una mujer no se le escapan esos detalles. Y si no, ¿por qué empieza siempre masajeando suavemente y se aceleran sus movimientos a medida que baja por mi cintura? Bien que se arrima a la camilla rozando su entrepierna cuando se inclina sobre mí tratando de abarcar piel y más piel con sus manos ágiles, delicadas, robustas cuando la ocasión lo requiere. Yo aprovecho para ladear la cabeza hacía el lado en que se sitúa y es en esos momentos cuando más se excita al tener mis labios tan cerca de su sexo. Debe sentir la llamada de mi aliento cálido e imaginar la humedad de mi lengua envolviéndole en placer. Mmmmm... cualquier día le tiraré de ese pantalón de deporte para abajo y saltará desde dentro como un resorte su polla deliciosa, tersa y suave, apuntando a mi cara.

El sábado a las cuatro en punto llegaba Nacho a casa, y allí estaba yo, espléndida, esperándolo en mi salón de té. "Hola cariño, me alegro de verte. ¿Cómo estás?". Nacho no tiene un pelo de tonto pero le gusta hacerse el desentendido. De sobra sabía que la cita de ese sábado daría mucho de sí, así que para no perder tiempo -porque debía venir con la boca hecha agua y la erección a punto de caramelo-, me sugirió que empezáramos cuanto antes.

Pasamos a la sala de bodycare que previamente me había encargado de decorar con velas aromáticas y una luz muy tenue. Allí le pedí que me ayudara a bajar la cremallera del sugerente vestido que elegí para la ocasión y se acomodara mientras me despojaba de él al otro lado del biombo. Procuraba no dejar de hablarle mientras dejaba caer mis prendas al suelo, una a una. La idea de tener mi atractivo cuerpo desnudo a escasos metros del suyo, absolutamente predispuesto para el placer, debió excitarle aún más que la idea previa de practicar sexo sobre una camilla. Entre las rendijas del bambú lo vi dar vueltas en círculos concéntricos con las manos en los bolsillos, dejando sobresalir el relieve de los nudillos para disimular el bulto.

Mi sujetador y mis braguitas quedaron colgados de lo alto del biombo de manera que no existiera duda acerca de mi completa desnudez. "Nacho, ¿te importa acercarme una toalla?" Jajajaja... ¡qué cara puso cuando me vio emerger del dorso del biombo con la toalla sobre los hombros, apenas cubriendo mis pechos!

"Acércate mi amor, no te empeñes en disimular tu deseo. Ambos nos hemos gustado desde el principio, así que basta de hipocresía y diplomacia". De los labios de Nacho no salió ni una palabra, su rostro no mostró ni una mueca. Me tomó por una mano y me ayudó a subir a la camilla. Creo que en el fondo él se sentía más seguro con esas filigranas que lo hacían todo más profesional. Se avergonzaba de anhelarme, de haber dejado que la lujuria se hiciera dueña de su deseo. Supongo que son cosas de la inexperiencia y la juventud, que campa libre y traviesa y luego recae en la culpabilidad. Para mí eso son pamplinas. Ya no me importa mantener las apariencias ni ando tonteando. Tengo muy claro qué es lo que quiero y sabía que Nacho me lo podría dar esa misma tarde, lo mismo que yo a él.

Me recosté sobre la camilla y dejé ante sus ojos mis pechos desparramados, mi vientre y pubis hambriento de sus caricias, pero Nacho no se decidía. Nacho no me miraba a los ojos. Nacho escurría su mirada a lo largo y ancho de mis caderas. Nacho extendía sus deseos a lo largo de mis piernas tragando saliva una y otra vez, como quien mira un manjar desde el otro lado del escaparate. No sabía por dónde empezar. Debió sentirse sobrepasado por mi disposición y seguramente estaba tratando de asumir la suerte que había tenido de topar con una mujer como yo, una mujer que le ofreciera su cuerpo sin límites y le pagara por horas.

Pensé que la mejor manera de invitarle al banquete sería empezar yo misma, así que deslicé mis manos por mis costados desde las axilas hasta las caderas. A continuación humedecí mis dedos en la boca y con los ojos cerrados fui bajando de nuevo hasta mi pubis. Entreabrí las piernas flexionando las rodillas e inicié una perezosa autoexploración digital con una mano mientras la otra despejaba el camino separando mis delicados labios. Continué con los ojos cerrados para no intimidarle con mi mirada y respetar su cobardía dejándolo que disfrutara sin prisas de verme excitada con la espera. Quería que fuera libre de tomar la iniciativa cuando se sintiera seguro.

"Te propongo que hoy me des el masaje en esta posición, boca arriba". Sin embargo, prefirió seguir disfrutando de la vista.

Y me acaricié durante unos minutos ansiando que sus manos ocuparan los poros que cubrían las mías, elevando mis caderas como pude sobre la camilla para ofrecerle una vista mas amplia del sexo que deseaba ser invadido. La espera se me hizo eterna, cada segundo no hizo más que acrecentar mis ganas de ser acariciada, lamida, apretada y penetrada justo donde el caudal de mi deseo parecía desbordarse.

"No tengas miedo, Nacho. Si los masajes se te dan bien, esto no puede ser menos, mi niño..." Nacho no contestó. "Tenemos toda la tarde... Mi cuerpo te está esperando." Nacho seguía sin contestar. "Nacho, sé que me deseas tanto como yo a ti. Acércate y bésame en los labios." Nacho ni siquiera respiraba. Entreabrí los ojos y Nacho no estaba a la vista. Detuve los movimientos de mis manos. "¿Nacho? ¡¡Nacho!!" Me incorporé y giré para no encontrarle tampoco a mi espalda. Nacho no estaba en la sala.

Sorprendida por su reacción, bajé de la camilla torpemente. Me enfundé un albornoz y fui hacia el salón. "Marisa... ¡Marisa! ¡¡Mariiiisaaaa!!" Marisa acudió a mis gritos alarmada, sacudiéndose la cofia. "Marisa, ¿ha visto salir al masajista?" "Sí señora, se despidió hace un par de minutos. Apenas crucé un buenas tardes con él, parecía turbado. ¿Se encuentra usted bien? ¿Dónde ha dejado sus muletas?"

Fatal. Me encontraba fatal. Estaba hasta mareada. Una bajada de tensión arterial, supongo. Nunca pensé que Nacho fuera a impresionarse de ese modo con mi atrevimiento. Conservo un cuerpo bonito, me ocupo de cuidarlo. No es como cuando tenía veinte años, pero mis pechos aún se mantienen firmes y son generosos, mis caderas son proporcionadas y mi rostro aunque maduro, sigue despertando el interés de la prensa rosa; sin embargo soy consciente de que muchas modelos de actualidad poseen la viveza que yo he ido perdiendo; a cambio tengo algo que ellas tienen que trabajarse: de mis años de cabaret mantengo la autoconfianza. Además, tengo mucha iniciativa y mucha personalidad. Digo yo que es normal, porque si a los sesenta y dos años no hubiera cultivado una personalidad contundente habría desperdiciado mi vida. Ahora sé muy bien lo que quiero y Nacho tendrá otra oportunidad, ¡claro que la tendrá! Pobrecillo,...no se habrá topado nunca con una mujer madura tan desinhibida como yo y mira por dónde, para una vez que se le presenta la oportunidad, la timidez, el recato y las buenas maneras le dejan con la miel en los labios.

Y ahora que le he puesto en antecedentes, dígame, Dra. Iruña, ¿cómo cree que debería enfocar el reencuentro? Usted que es especialista en psiquiatría es la persona indicada para orientarme sobre cómo vencer la timidez de mi novio. ¿Debo llamarle de nuevo?

 

 

 

Espir4l,

Julio 2005