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Una pintura entre las sábanas

en Erotismo y Amor

Una pintura entre sábanas

- Debo confesar que soy muy traviesa...- le susurro lentamente, mientras recorría el interior de su oreja con la lengua. Sabía que eso lo enloquecería y por esa noche algo de locura no estaba nada de mal.

Lucía conoció a Rafael en un curso de apreciación artística en la universidad y a primera vista no le llamó la atención, al contrario le pareció un tipo común y corriente con el que no valdría la pena ninguna fantasía nocturna.

Desde que terminó con su última aventura, habían transcurrido cuatro meses; cuatro largos meses sin compañía, sin una caricia masculina y sin sentir reventar el mundo entre sus piernas. Pero ella sabía como darse el placer que necesitaba. Durante las noches le gustaba sostener prolongados juegos íntimos, donde sus dedos cobraban vida propia y recorrían su entrepierna hasta producirle esa conocida y ansiada sensación de cosquilleo que se gestaba en medio de su ser.

Le gustaba fantasear desnuda, cubierta apenas por la delgada sábana. Comenzaba acariciando lentamente los pezones hasta que se endurecían, humedecía sus dedos con la cálida saliva y continuaba acariciándose, mientras imaginaba que esas no eran sus manos, sino las del amante. Continuaba así, bajando y subiendo sus manos, hasta llegar al centro mismo del placer.

- Realmente sabes como controlarme – respondió él con voz seca y pastosa, los efectos de la excitación se expandían por su cuerpo. Mientras pensaba como llevarla rápidamente a la cama no dejaba de acariciar su cuerpo.

Por el contrario, Rafael quedó prendido de Lucía desde que la vio, pero no pensó, hasta ese momento, en la posibilidad de hacerle el amor. Al contrario, como pintor creyó encontrar a la musa inspiradora tras ese suave rostro de niña, con atrevido cuerpo de mujer. Cuándo la conoció, se sorprendió al saber que tan sólo era un año menor que él y que no era una chica del colegio, sino una alumna de último año de la universidad; y que detrás de ese rostro dulce e inocente existía una personalidad fuerte, seductora y acorde a su descomunal cuerpo.

Rafael era como cualquier artista, muy apegado a sus emociones, estricto con su rendimiento, amante de la bohemia, las copas y las mujeres. Era un buen amante, sus diversas compañeras de cama podrían dar fe de ello, pero Lucía quería comprobarlo por si misma. El pintor, trabajaba desde hacía varios meses en un proyecto, quería plasmar el rostro de sus amantes justo en el momento del orgasmo, quería dejar una muestra palpable del placer en sus rostros; realmente no se la hacía muy fácil encontrar modelos dispuestas a ser excitadas y amadas, para después terminar sus rostros colgados en una exposición.

Pero para Lucía resultaba un interesante reto. Rafael la citó en su estudio a las cuatro de la tarde, para comenzar los bosquejos. La tranquilizó diciendo que aún no deberían comenzar con el juego de seducción y que ese primer encuentro serviría para conocerse y tomar algunas decisiones con respecto a la pintura. Aunque él era un hombre lleno de libido, trataba ser profesional, mientras su entrepierna se lo permitiera. Por su parte, Lucía estaba decidida a salir del estudio con algo más que una amistosa platica.

Se preparó con esmero para ese encuentro, eligió un vestido sencillo, pero que la beneficiaba bastante. Mientras se miraba en el espejo se sonrió y delicadamente deslizó sus bragas hasta sacarlas... no creo que las necesite, pensó.

Puntual, llegó al lugar acordado y encontró la puerta junta, sin dudarlo entró. Se sorprendió de encontrar una habitación iluminada y en aparente orden, el aire acondicionada lograba un ambiente propicio para la creatividad. Continuó mirando todo, cuando sus ojos se encontraron de pronto con los de Rafael, quien estaba afanado en un lienzo, sin la polera y dejando al descubierto un torso firme y modelado, con fuertes brazos y la suavidad de un niño.

Rafael pareció sorprendido de verla allí, pero lo que Lucía no sabía, es que con tanta luz su vestido se traslucía y a través de la delgada tela ofrecía un exquisito espectáculo que deleitaría al mayor de los voyeristas y que el aire frío surgía efecto en el cuerpo de la chica y sus pezones parecían dos fresas maduras, a punto de explotar y que por supuesto, el pensaba degustar. Lucía notó como su presencia cambió drásticamente el escenario y como se abultaba la entrepierna de Rafael, no pudo evitar imaginar que se sentiría galopar sobre semejante hombre y ese sólo pensamiento humedeció la suave y hambrienta cavidad de placer.

- Wow! No te esperaba tan puntual, pero descuida, en unos momentos estaré contigo- le dijo jovialmente, intentando ocultar su momentánea turbación. – No te preocupes- contestó ella, - está tarde soy para ti.- Rafael arqueó las cejas sorprendido y ella rápidamente agregó – para ti y el arte, no lo olvides- y río seductivamente.

Se acercó a ella y la besó en el rostro, muy cerca de los labios, fue un beso corto, pero cargado de excitación y humedad. Ella lo respondió y por unos segundos estuvo dispuesta a besarlo y descargar la pasión contenida, pero se retuvo para no parecer impaciente. – Cuéntame que es lo que haré, o mejor dicho, lo que me harás- preguntó Lucía, dejando en su comentario una abierta solicitud de sexo y desenfreno.

-Por ahora es muy simple, sólo recuéstate sobre el diván y quédate quieta- ella asintió. Camino hacía el lugar indicado y se acomodo de espaldas con el rostro ladeado y mirando a Rafael. – Eso es, por ahora haré los bosquejos de la pintura -.

Los minutos ahí recostada, le parecieron eternos y mientras esperaba estoicamente que el pintor le diera otra instrucción imágenes con fuerte carga erótica acudían a su mente. Se imaginaba así, desnuda frente a ese misterioso hombre, cerró los ojos y podía sentir su aliento en el cuello, susurrándole obscenidades justo antes de penetrarla y hacerla suya. Se vio sobre él, montándolo salvajemente, con los cuerpos pegados por el sudor y deseo; con sus senos balanceándose al compás del ritmo amatorio, imaginaba el tamaño de ese ansiado miembro, en como le daría placer y como era lo que necesitaba. Comenzó a sentir como la temperatura de su cuerpo aumentaba rápidamente y como deseaba ser amada por ese hombre ahí y ahora. Asustada, abrió los ojos y se desilusionó al notar que Rafael estaba inmerso en el lienzo y aparentemente no se había percatado de su turbación. Por ahora está bien, pensó, entregándose a sus fantasías.

Sin darse cuenta deslizó su vestido y la mano se dirigió hacia el sexo húmedo, comenzó a acariciarse y no pudo evitar que se le escapara un gemido. Rafael, por su parte estaba concentrado en la pintura y en como en un par de días más esa mujer le ayudaría a descubrir la verdadera cara del placer. El gemido de Lucía lo trajo de vuelta a la realidad y se vio bastante sorprendido al comprobar que su amiga estaba jugando y sin invitarlo. Dejó los pinceles de lado y se acercó a ella con determinación. – Me parece que necesitas ayuda- le susurró mientras introducía su mano a los confines de esa húmeda cavidad.

Aunque a Lucía le avergonzó que la descubrieran, agradeció la mano que le ofreció Rafael y decidió que sus cuatro meses de soledad y ansias terminaban esa tarde y en las manos y miembro del pintor. – Pequeña zorrita, veo que comenzaste la fiesta sin mi, cuéntame que es lo que te vuelve loca y yo te haré tocar el cielo.

Ella lo miró jadeante, a él le bastó ver sus ojitos de perra en celo, para saber de las noches de angustia y soledad, de las ganas de ser amada y de cuanto lo necesitaba en ese momento. - ahhh!! Pequeña yo sé que sucede y te prometo que sabré aliviarte- de aquí en adelante todo fue borroso y excitante.

Mientras sus dedos jugueteaban bajo la falda, su otra mano se perdía acariciando sus pechos, duros y apunto de explotar. Sentía su calor y como su miembro quería entrar en el juego, pero Rafael decidió que aún no era momento y que bien valdría la pena esperar un poco. Tenía que bajar las revoluciones y se detuvo en seco. Los gemidos de Lucía también cesaron y ella se vio muy molesta, exigió que continuara. Él accedió con la condición de que después sería su turno, ella asintió y se dispuso a disfrutar.

El hombre se arrodilló y hundió su cara en la entrepierna de Lucía, el calor de esa área era impresionante, también los olores y sabores que surgían de ella. Comenzó recorriendo con la lengua la anatomía del lugar, para después concentrarse en el clítoris, succionándolo y mordiéndolo. El efecto fue inmediato, Lucía sintió que moriría ahí mismo entre el dolor y placer vivió un orgasmo fenomenal que la dejó casi exhausta y a Rafael totalmente bañado en sus líquidos. Ella buscó su rostro para agradecerle y comenzar con la otra parte del trato, pero él no la dejó; al contrario no pensaba detenerse. Se abalanzó sobre su boca y mientras la besaba bruscamente jugueteaba con sus senos, turgentes y cálidos. Ella lo sujetaba por la cintura, obligándolo a presionare contra su cuerpo, nuevamente sus manos se alborotaron y mientras su boca mordía los pezones, sus dedos la masturbaban sin parar. Un nuevo orgasmo la invadió.

Hasta ahora, a pesar de lo logrado, el jugueteo había resultado de lo más casto y casi infantil, eso lo sabían ambos, pero Rafael pensaba terminar con ello. No quería nada más que penetrarla, su pene era bastante grande, para mantenerlo quieto y se apresuro a bajar los pantalones para liberar a esa bestia. Lucía casi se infarto cuando vio su real tamaño supo exactamente que debía hacer y como retribuiría a su amigo el favor

- Debo confesar que soy muy traviesa...- le susurro lentamente, mientras recorría el interior de su oreja con la lengua. Sabía que eso lo enloquecería y por esa noche algo de locura no estaba nada de mal. Su mano se apoderó del miembro y comenzó a moverlo, acariciarlo y recorrerlo. Sabía que era demasiada la tensión y necesitaba liberarla. Golosa, lo llevó hasta sus labios y se entrego a la ardua tarea de prodigarle el máximo placer, unos mordiscos en la punta, casi lo dejan sin aliento, a los pocos minutos, acabó en la boca de Lucía. Rafael estaba exhausto.

- Realmente sabes como controlarme – respondió él con voz seca y pastosa, los efectos de la excitación se expandían por su cuerpo. Mientras pensaba como llevarla rápidamente a la cama no dejaba de acariciar su cuerpo. Pero en que pensaba, para que necesitaba una cama si esa mujer estaba dispuesta a todo en ese lugar y moverla los distraería.

- y bien, pequeña golosa, que haremos ahora? Le dijo casi con ternura.

- no sé que harás tu, pero acá hay algo que me interesa... y sin pensarlo dos veces, se subió sobre su amigo y se propuso despertar a la bestia. Comenzó moviéndose lentamente en círculos, sobre él, acariciándole el pecho y el rostro, no quería presionarlo, sabía que necesitaría su tiempo y ella se lo daría. Se movía seductivamente, balanceaba sus pechos y se tocaba, dejándolo loco. Él por su parte disfrutaba del espectáculo y sentía resurgir su miembro. Ella también lo notó y en el momento justo se lo introdujo hasta dejar sólo los testículos afuera, aunque si de ella dependiera hubiese entrado la caballería completa. Parecía una fosa sin final, que amenazaba con devorar lo que entrara en ella.

Él acariciaba sus pechos y ella, se sujetaba de sus caderas, sus respiraciones se perdían en una sola que al mismo compás buscaba el ritmo del placer. Los gemidos acudieron tímidamente, hasta parecer surgidos del fondo de sus cuerpos con voces que no eran las suyas. El placer aumentaba a cada momento, las piernas se tensaron, los senos estaban rígidos y firmes, sus rostros casi desfigurados y con un extraño brillo, los ojos cerrados, percibiendo hasta el más mínimo cambio del otro, totalmente compenetrados. Al mismo tiempo abrieron los ojos y supieron que pronto acabarían, estaban alcanzando los niveles máximos de placer, una ola los invadió seguido de un desgarrante grito de satisfacción. Ahí quedaron, en el suelo, uno sobre otro, desnudos y exhaustos, mojados de sus sudores, saliva, semen y lubricantes, extrañamente satisfechos y plácidamente dormidos.

Algunas horas más tarde, cuando Rafael tomaba una reconfortante ducha, llegó a la conclusión de que para ser un bosquejo no estaba nada de mal. Por su parte, Lucía sabía que esto de ser modelo de artistas no era una mala opción; sobretodo cuando su pintor necesitaba trabajar horas extras para terminar la exposición que planeaba. Llegó a su casa a relajarse con un baño de tina y rápidamente a descansar, porque mañana la esperaban a primera hora en el estudio para continuar con las creaciones.