miprimita.com

La nena de Mami

en Amor filial

(Esta es una historia de ficción, y sólo refleja una fantasía; por lo tanto, así debe ser interpretada. El autor no es partidario de ninguna clase de conducta abusiva –sexual o no- por parte de individuos mayores en perjuicio de menores de edad)

La nena de Mami

(Primera parte)

Mami siempre me decía que había deseado una nena. Tal vez por eso, desde que papá nos dejó, me trataba como tal. Nunca me permitía jugar con los demás chicos de mi edad –yo ya tenía doce años-, porque, según sostenía, "son niños sucios y groseros, cariñito; tú eres demasiado delicado y estás mejor aquí, conmigo..." Quizás tuviera algo de razón. La verdad es que no pocas veces me confundían con una niña, y esas equivocaciones me provocaban una extraña turbación; una mezcla de regocijo y vergüenza que no acertaba a explicarme...

"Vaya, ¿eres un niño...? Lo lamento, señora, pero, ¡es que es tan bonito que pensé...!" Mami generalmente sonreía, y asentía: "¡Ya lo sé, señora mía! Y no es porque sea mi hijo, pero es realmente un niño precioso... ¡Y es tan dulce y sumiso...! Verá usted: la verdad es que creo que haya pocas niñas que sean tan buenas como él. Además, le gusta ayudarme con los quehaceres domésticos y, cuando mis amigas vienen a tomar el té, él nos sirve, vestido con un delantal... ¡Viera usted lo mono que queda...!"

Ante estas manifestaciones, yo enrojecía y agachaba sumisamente la cabeza. La verdad era que no me gustaba mucho hacer esas cosas; pero Mami era muy estricta conmigo, y una respuesta descomedida de mi parte traía aparejada una soberbia azotaína sobre mi trasero desnudo: Mami, si mi comportamiento lo ameritaba, solía calentar primero con la plancha un recorte de gruesa tela, y me obligaba a sentarme sobre él con las nalgas desnudas; esto me arrancaba los primeros ayes, gemidos y lágrimas. Pero después venía lo peor: terminaba de desnudarme por completo y, recogiendo sus faldas, me colocaba sobre sus bonitos muslos cubiertos por medias de encaje, y me azotaba hasta el llanto con una cuchara de madera o un cepillo de cabello. Mi culito terminaba totalmente rojo y ardiente... Por eso trataba de evitar disgustarla... Aunque debo confesar que luego Mami me estrechaba entre sus brazos, me besaba y mimaba mientras yo hacía pucheros, y me acariaba tiernamente las posaderas doloridas... En más de una ocasión, apretado contra su turgente pecho, mientras me comía a besos y me acariciaba las nalgas, sentía un extraño y delicioso calorcillo recorriendo mi cuerpo, una extraña sensación que hacía que mi pene se pusiera tenso y duro como una varita. En esos momentos, sentía una extraña compulsión por tocarme. Pero no lo hacía, por si acaso... Creo que a Mami no le pasaban desapercibidos estos extraños estados míos, aunque nunca decía nada...

Pese a que ya estaba por cumplir trece años, Mami insistía en dejar sin cortar mi cabello rubio, que me llegaba ya hasta los hombros. Además, insistía en vestirme con prendas que eran a todas luces inadecuadas para mi físico preadolescente; no es que fuera un niño corpulento o atlético, muy lejos de ello, pero Mami me obligaba a llevar ceñidas blusas marineras que me llegaban apenas a la cintura y, peor aún, unos pantaloncitos cortos, tan cortos y estrechos, que parecían a punto de estallar por la mera presión de mis rozagantes posaderas. De hecho, continuamente debía estar tirando de su borde para cubrirme las nalgas.

Por esas épocas comencé a experimentar extrañas y turbadoras sensaciones: por las mañanas, solía despertar agitado y jadeante, y con mi pene tieso, húmedo y cosquilleante, luego de soñar toda la noche sueños perturbadores y raros... sueños que me provocaban una malsana excitación y me incitaban a aferrarme el miembro y manosearme, mientras revivía las escenas que terminaban por desvelarme. Esos manoseos –primero inexpertos, pero rápidamente depurados por la constante práctica- concluían cuando una sensación cosquilleante, casi eléctrica, me recorría el cuerpo y me obligaba a sofocar un jadeo de placer y sorpresa...

Y como luego, durante el transcurso del día, mi pene solía endurecerse ante la sóla evocación de esas inquietantes sensaciones, o cuando, fingiendo estudiar, rememoraba los extraños sueños que perturbaban mi descanso nocturno, se comprenderá lo angustiante que era para mí tener que vestirme con esa ropa infantil. No había manera de disimular mis turgentes erecciones, las cuales formaban una visible protuberancia en el frente de mis ceñidos pantaloncitos.

En poco tiempo, y gracias a diálogos sueltos de los chicos mayores que oía en la escuela, comencé a ampliar mis conocimientos al respecto de mis turbadoras sensaciones, ayudado además por algún librillo pornográfico. Así, comencé a masturbarme en regla. Lo hacía varias veces por día; a la mañana, antes de levantarme, cada vez que iba al baño, y antes de acostarme. Aún no eyaculaba, pero ya había comprobado que en mis excitaciones manaba de la punta de mi pene –que ya sabía que se llamaba glande- abundante y claro líquido, que contribuía a lubricar mi tiesa verga y hacía más fáciles y placenteras mis masturbaciones.

Y un día sucedió algo que, definitivamente, cambiaría mi vida: Mami, que solía entrar sigilosamente a mi cuarto, me sorprendió haciéndome una paja. Creyéndome sólo, ni siquiera fingía que estudiaba y estaba absorto, sentado a mi escritorio, apretando y manoseando mi pene tieso por encima del pantaloncito; una visible mancha húmeda y pegajosa se había formado en la cima de la protuberancia, y sentí que se aproximaba ese inenarrable momento que yo ya había aprendido que se llamaba orgasmo. En ese momento, cuando la primera oleada de placer comenzaba a esparcirse por mi cuerpo tenso, Mami carraspeó detrás de mí.

"¿Estudiando, dulzura...?", me preguntó, con una fría sonrisa.

"¡Ohhh...! Mami, yo...", intenté balbucear, con los ojos despavoridos, mientras Mami contemplaba con mirada entre enojada e irónica mis contorsiones orgásmicas que, incapaz de controlar, me hicieron casi resbalar de la silla. Pero al mismo tiempo que un placer inenarrable, como nunca antes había experimentado, sentí que algo denso y caliente brotaba de mi pene y terminaba de empapar el interior de mis pantaloncitos... algo que nunca me había pasado...

Rojo de vergüenza, casi llorando de terror, volví a tratar de balbucear algo, pero Mami ya se había ido.

Corrí al baño –se aproximaba la hora de mi ducha- y me desnudé: en efecto, mis pantalones estaban completamente empapados, en su interior, por una sustancia blancuzca y pegajosa, que además empapaba mi miembro, que se había encogido luego de la irrupción de Mami en mi cuarto, pero que aún cosquilleaba con cierta excitación. Me dí cuenta que había eyaculado por primera vez en mi vida. Una eyaculación completa y, por lo visto, bastante abundante. Pese a la agitación, pese a la vergüenza, sentí que mi pene volvía a endurecerse.

La voz de Mami, detrás de la puerta del baño, me paralizó nuevamente. "Cariñito, ¿estás ahí...?", preguntó, con dulzura. "Ehhh... Sí, Mami, aquí estoy... Voy... voy a tomar mi baño...", respondí, con voz balbuceante. Y de pronto, Mami abrió la puerta. Sonrió ante mi desesperación por cubrir mi desnudez con los empapados pantaloncitos. "Oh, vamos, dulzura... ¿Acaso no soy tu Mami...? ¿O acaso estabas haciendo cosas de hombres...?", dijo, mientras me taladraba con sus bonitos y fríos ojos grises. "Oh, no, Mami... Yo... yo... iba a bañarme, y... ehhh...", musité, ruborizado hasta las orejas. "Muy bien, jovencito –respondió Mami, callándome con un gesto-; yo voy a ocuparme, de ahora en más, de tu higiene personal. Por lo visto, es necesario". Y, ante un intento de débil protesta de mi parte, le bastó una mirada para silenciarme. "Además –agregó, en tono inflexible- resulta evidente que tenemos que trabajar sobre tu comportamiento, como queda claro luego de lo que he visto hace instantes..." Ante esto, sólo pude agachar la cabeza, con mi rostro contrito, y más ruborizado aún... si ello fuera posible...

Antes de que pudiera reaccionar, Mami me arrebató mis pantaloncitos, que yo sujetaba contra mi desnudez. Los examinó y sonrió: "Vaya, dulce, parece que nos estamos haciendo unos hombrecitos, ¿eh...? Ya nos ocuparemos de eso...". Luego, con displicencia, lo arrojó en la pila de ropa para lavar. Vanamente, yo temblaba mientras trataba de tapar mis partes pudendas. "¿Y bien? ¿Qué es eso...? ¿Acaso no te he dicho que soy tu Mami y te conozco desnudo? ¡Vamos, quita las manos de ahí, y ponlas en tu nuca...!". Traté de protestar, pero, sin hesitar, Mami me aplicó una terrible bofetada, que me hizo saltar las lágrimas. "No lo repetiré, cariñito...", me lanzó, con un tono que no admitía dudas. Con las lágrimas corriendo por mis tersas mejillas –una de las cuales me ardía por el bofetón- coloqué las manos detrás de mi nuca. Quedé plenamente expuesto, desnudo como el día en que nací, delante de mi Mami.

Mami sonrió y se volvió hacia el placard, de donde sacó su bata de baño. Dándome la espalda, se volvió hacia el enorme espejo del lavatorio y, para mi incredulidad, comenzó a desnudarse como si yo no estuviera allí. Turbado, contemplé con ojos perplejos cómo se quitaba el vestido y revelaba un corto camisón negro de encajes, que parecía revelar más plenamente sus encantadoras formas. Colocando sus piernas esbeltas por turno sobre un banquillo, se quitó sus medias de seda con movimientos lentos y premeditados. Para mi sorpresa, sentí que ciertos escozores recorrían mi cuerpo tenso y, horrorizado, comprobé que mi pene se erguía y nada podía hacer para evitarlo. Para peor, no podía quitar la mirada del hermoso cuerpo de Mami. Se quitó el corto camisón y, en corpiño y bragas, parecía una de las mujeres que figuraban en las revistas que ocultaba en mi armario, con las que alimentaba mis fantasías masturbatorias. Horrorizado, sentí mi pene totalmente tieso, batiendo con excitado ritmo contra mi terso vientre. Sentí una conmoción: Mami, totalmente desnuda ahora, me miraba a través del espejo, con un brillo extraño en su mirada. Una tenue sonrisa decoraba su lindo rostro. Giró hacia mí, despampanante, y sentí que mis latidos se aceleraban y la boca se me secaba. Se colocó la bata y me sonrió.

"Bien, caballerito. De ahora en más me encargaré de tu baño diario yo misma. Y además, aplicaré ciertas reglas, inamovibles, para cuidar tu comportamiento", dijo, y se acercó a mí, aparentemente ignorando mi vergonzoso estado de excitación. Se sentó en un banquillo y sin contemplaciones me colocó sobre sus muslos desnudos. Mi pene erecto quedó sujeto entre sus piernas, que apretó fuertemente. Pese a mi terror, sentí una sensación de placer tan intensa que, durante un momento, temí eyacular entre las piernas de Mami. Pero pronto dejé de pensar en ello: una tremenda azotaína comenzó a caer sobre mis nalgas desnudas, haciéndome chillar de dolor y retorcerme frenéticamente. Al mismo tiempo, mi verga tiesa, apretada entre sus muslos, se movía hacia atrás y hacia delante, provocándome un placer contra el que no podía luchar... Lloré y grité y pataleé, tanto por el dolor de los azotes de Mami, como por las vergonzantes y malsanas sensaciones eróticas que me causaba la forma en la que me tenía sujeto. Creí perder la cabeza cuando sentí, desesperado y lloroso, que estaba a punto de experimentar otro orgasmo...

Traté de no retorcerme mientras los azotes se multiplicaban sobre mis nalgas ya rojas y ardientes pero, para mi horrorizada sorpresa, Mami comenzó a frotar sus muslos entre sí, sin por ello dejar de azotarme. Rechiné los dientes y gemí, mientras sentía que mi verga chorreaba de fluido preseminal. Ya no podía contenerme más. Los movimientos de los muslos de Mami se aceleraron y sentí algo así como una descarga eléctrica que me recorría el cuerpo y creí que me desvanecía mientras comenzaba a experimentar sensaciones de placer sexual inenarrables. En ese preciso momento Mami dejó de azotarme y, sujetándome de los brazos, con fuerza irresistible, se puso de pie y me colocó, sudoroso, ruborizado y jadeante, frente al gran espejo del baño. Azorado, con el rostro bañado en lágrimas, y retorciéndome presa de los espasmos orgásmicos que recorrían mi cuerpo, me contemplé a mi mismo, con ojos desorbitados y lanzando grititos de sorpresa y placer, mientras de mi verga húmeda y batiente brotaban, descontrolados, espesos chorros de semen que pronto empaparon mi vientre contraído y mis muslos crispados.

Mami, sujetándome de los brazos con fuerza, impidió que me tocara y contempló mi orgasmo con sardónica sonrisa. Sentí su cálido y húmedo aliento en mi oreja, mientras yo aún me retorcía y gemía, casi en puntillas de pie y lanzando mis caderas hacia delante, acompañando la eyaculación de las últimas gotas de mi esperma.

"Ahora, señor, es el momento de su baño", anunció Mami, mientras por fin me abandonaba, medio derrengado, y me permitía sentarme en el banquillo del baño aunque, eso sí, con las piernas abiertas y las manos detrás de la nuca. Mami llenó la amplia bañera con agua caliente y, algo que yo nunca hacía, echó en el agua humeante sales aromáticas. Mami me ordenó que me recostara en la bañera, cosa que hice con placer, tanto para que las burbujas y la espuma disimularan un poco mi desnudez, como porque realmente lo necesitaba, porque había quedado hecho polvo. Además, en mi estado de confusión, me sentía incapaz de oponerme a ningún deseo de Mami.

Mami, tiernamente, me enjabonó y frotó todo el cuerpo con una suave esponja; enjabonó mis pezoncillos rosados y jugueteó con ellos. Al escapárseme una risita, me preguntó si tenía cosquillas. Y otras risitas y cosquillas experimenté cuando Mami, concienzudamente, comenzó a enjabonar y frotar mi pene. "¡Mami...!", traté de protestar, cuando ella, con la mano bien enjabonada, tomó mi miembro y comenzó a frotarlo, arriba y abajo, con increíble suavidad. Se me escapó una tonta risita y, algo turbado, sentí que mi verga comenzaba a erguirse nuevamente. "¿Si, cariño...?", preguntó Mami, en tono distraído, sin dejar de frotar mi pene, que se había endurecido otra vez al máximo. "Este, yo... ¡Ahhh...!", gemí, porque Mami había hecho ahora un anillo con su dedo pulgar y su índice, y lo deslizaba arriba y abajo por mi verga erecta.

"¿Juegas con tus partes, dulzura? ¿Te tocas...? Vamos, cuéntale a Mami...", me dijo, sin dejar de masturbarme, y mirándome a los ojos. Ella estaba arrodillada frente a la bañera, y su bata se había abierto, de manera que uno de sus poderosos senos estaba literalmente contra mi rostro enrojecido. "Yo... yo... mmmhhh... –balbuceé- A... a veces... ahhh..." Sentía que mis testículos bullían, listos otra vez para descargar su contenido. Estaban duros como piedras y Mami, con su mano libre, comenzó a juguetear con ellos, haciéndolos rodar uno contra otro. Esa maniobra me hizo emitir una especie de maullido de placer. "¿En qué piensas cuando te tocas? ¿En Mami...? ¿En alguna niña...? ¿O en algún amiguito...?", me preguntó, sin dejar de frotar mi pene erecto. "Yo... no sé... ¡Mmmhhh...!", gemí. "Bien –dijo Mami-; vamos a terminar con eso. Primera regla: no podrás tocarte sin mi permiso. ¿Está claro?". Su tono no admitía lugar a dudas. Había interrumpido sus maniobras y me miraba seriamente. "Si, Mami, si... –respondí, ruborizado y jadeante- No... no me tocaré sin... sin tu permiso..." Mi pene latía, erecto. Pero Mami, para mi inmensa frustración, dejó las cosas ahí y me ordenó que me apoyara sobre el fondo de la bañera, sobre mis manos y rodillas.

"En tu higiene diaria el lavado de tu ano tendrá de ahora en más un lugar muy importante", me anunció Mami. Sin darme tiempo a reaccionar, ya que seguía aún muy excitado por sus tocamientos, Mami se enjabonó bien las manos y deslizó sus dedos por la hendidura que separa mis pimpantes nalgas, haciéndome emitir un sofocado jadeo. Tragué saliva y cerré los ojos cuando sentí los largos y fuertes dedos de Mami explorando mi abertura más íntima, rosada y virginal. Deslizó su mano libre por debajo de mi vientre y aferró mi pene aún erecto, haciéndome suspirar. Pero mi cuerpo se tensó y crispó cuando, de improviso, sentí que su dedo mayor comenzaba a forzar la entrada de mi delicado y estrecho esfínter. Sin hacer caso, Mami comenzó a lubricar mi ano con abundante jabón. "No te resistas, cariño –susurró contra mi oído-; sólo aflójate... Verás qué bien se siente..."

Para mi estupor, apenas pude emitir un breve jadeo y un suspiro cuando, sin inconvenientes, Mami deslizó de improviso su dedo hasta el fondo de mi ano. Inconcientemente, curvé la espalda y sentí que mi verga erecta se encabritaba en la mano libre de Mami, al comenzar a experimentar una extraña sensación... ¿de placer...? Mami comenzó a deslizar su dedo adentro y afuera, presionando con delicadeza los músculos tensos, hasta que estos comenzaron a relajarse y cedieron definitivamente ante la intrusión. No pude contener un gemido: "Ahhh... Mami... Ahhh..."

Mami ahora me masturbaba al mismo ritmo con que penetraba mi ano. Chapoteé en la bañera y tenues gemidos brotaron de mi garganta acompañando cada movimiento de Mami. Aprovechando mi creciente excitación, Mami introdujo ahora dos dedos en mi ano. Gimiendo y lanzando grititos de excitación, comencé a elevar mis nalgas en movimientos espasmódicos, directamente yendo al encuentro de los dedos de Mami, que exploraban mi esfínter con ritmo creciente, adentro y afuera. Ya no me masturbaba y se limitaba a cerrar su mano sobre mi pene tieso, ya que yo mismo me encargaba de masturbarme contra su mano. Con voz suave, Mami me dijo: "¿Vas a correrte, cariño...? Vamos, dímelo..."

Sentí un millón de cohetes que explotaban en mi vientre, y en sucesivas ondas expansivas desperdigaron por mi cuerpo crispado oleadas de indecible placer. Literalmente estallé en un orgasmo tan fuerte y profundo que me hizo sollozar al correrme, y derramar oleadas de espeso semen en el puño de Mami. "¡Ay, si! ¡Ay, si! ¡Si, Mami! ¡Siii...! ¡Siii...! ¡Ahhhhhhh...!"

Mami me llevó a su propio cuarto, desnudo, y me hizo sentar a su tocador. No pude evitar una sonrisita tonta al sentir la suave pana del taburete en mis nalgas desnudas. Mami me secó el cabello y cepilló y peinó mis bucles. Cada tanto, yo elevaba mi rostro hacia ella y, con un mohín, le pedía un beso. Mami, tiernamente, depositaba cada vez sus suaves labios sobre los míos y, con su lengua, los abría y me aplicaba un largo, húmedo y caliente beso, que me hacía suspirar. Mi verga estaba nuevamente erecta, y Mami me dio permiso de tocarme, lo que hice espiándola mientras se vestía con un vaporoso deshabillé de encajes sobre su cuerpo desnudo.

Pero no me dejó correrme. Al verme algo frustrado, me pidió que esperara un momento. Buscó algo en el cajón de un chiffonier. Cuando lo encontró, me lo mostró con una sonrisa: era un par de diminutas braguitas de seda, de color rosa, con encajes y puntillas. La miré, boquiabierto. "Esta, cariño, será tu ropa interior a partir de hoy", me dijo. Apenas atiné a balbucir una tímida protestas: "Pero... pero... Mami...". Ella me miró con fijeza y enarcó una ceja. "¿Si...?". Yo sólo pude bajar la vista y, ruborizado, limitarme a asentir: "Nada... nada... Yo... está bien, si tu lo dices...".

Mami me hizo poner de pie. Mi verga aún estaba tiesa por mis tocamientos anteriores, pero ella no hizo ningún caso. "Verás qué bien te sientan, dulce...", me dijo, y deslizó las suavísimas braguitas por mis piernas, hasta que la delicada tela se deslizó con susurro apenas perceptible entre mis nalgas y pareció envolver mi pene erecto con una caricia tan sutil que me hizo estremecer. Pese a mi ruborizada consternación, se me escapó una risita nerviosa, excitada. Aquello... aquello estaba mal... ¡Eran bragas de mujer...! Pero se sentían tan bien... Sin poder hacer nada para evitarlo, mi pene tieso comenzó a vibrar de excitación erótica. Mami, advirtiéndolo, sonrió con dulzura: "Y bien, ¿no te dije que te sentarían bien...? Ahora, siéntate ante el espejo..."

Mami me aplicó una base de maquillaje, y luego, cuidadosamente, me aplicó rimel y rubor, y pintó mis labios con un lápiz de intenso rojo carmín. Para finalizar su obra, sujetó mi largo cabello hacia arriba con un moño de color rosado. "¡Es perfecto...! –exclamó, alegre- ¡Ahora sí pareces una niña...!" Azorado, me contemplé en el espejo. No podía reer lo que veía: Mami me había convertido en una... en una mujercita... Parecía una precoz niña adolescente... o una prostituta muy joven... según se mire. El corazón me dio un vuelco... Mi propio aspecto me turbaba y me maravillaba al mismo tiempo. Me sentía tan suave, tan delicado... tan femenino... "¡Oh, Mami...!", musité, mientras mi verga formaba una protuberancia indecente en la suave tela de mis braguitas rosadas, tan prominente que éstas parecían a punto de estallar...

Pero Mami me tenía reservada otra sorpresa. Tomando asiento en un taburete hizo que colocara las piernas en su regazo y, con la práctica habilidad que caracterizaba las maniobras que llevaba a cabo con el evidente objetivo de transformarme en una nena, pintó las uñas de mis piececitos con un esmalte de intenso color rojo. Tras soplar para que se sequen, me hizo poner de pie y me entregó un par de sandalias de cuero rojo, de taco alto, pero sin hebillas, que sólo se sujetaban al pie con una tira de cuero por encima de los dedos. Satisfecha de su obra, me colocó, de pie, ante el enorme espejo de su cuarto. Quedé perplejo y, ruborizado y con los ojos desorbitados, no pude contener un gritito de sorpresa al contemplarme: desde el espejo, me contemplaba una esbelta niña adolescente, semidesnuda y ruborosa. El único detalle incongruente parecía ser la impresionante erección que ostentaba, la cual amenazaba hacer estallar el frente de sus delicadas braguitas...

Alcé las manos hacia mi delicado rostro, excitado y turbado hasta lo indecible y, cuando miré hacia mis pies, enfundados en esas pícaras sandalias, mis piernas suaves y torneadas parecían medir un kilómetro de largo. Tragué saliva, mis latidos se aceleraron y sentí que todo daba vueltas en torno de mí; de improviso, la sutil caricia de las delicadas braguitas sobre mi pene embravecido se volvió más insidiosa y provocadora. Sentí que la excitación crecía en mí con una fuerza incontenible y, lanzando grititos entrecortados, me retorcí espasmódicamente en un furioso orgasmo, que me hizo inundar de semen mis braguitas. Casi sollozante y aún sacudido por continuos estremecimientos, me volví, tembloroso, hacia Mami, mientras mis fluidos infantiles goteaban por mis muslos y llegaban hasta mis pies. "Ohhh, Mami... Yo... Yo no pude evitarlo...", musité, desesperado. Ella meneó la cabeza de un lado a otro, con aparente seriedad, pero con un extraño fulgor en sus maravillosos ojos: "Qué pena, preciosura... Has arruinado tus bragas, así que deberás permanecer desnudo hasta la hora de acostarte..."

(Fin de la primera parte. Continuará, mes amis, si la historia les interesa lo suficiente y así me lo hacen saber. Hasta cualquier momento...).