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Carta a Penthouse

en Jovencit@s

Carta a Penthouse.

Esta carta fue publicada originalmente en Penthouse, edición española, en noviembre de 2003. Es mucho más larga que las que publican en la sección en que apareció, pero los editores consideraron oportuno publicarla completa. La cuelgo aquí previo permiso expreso del autor para entretenimiento de todos los internautas.

Estimados lectores de Penthouse:

Esto, damas y caballeros, aunque no lo crean (no se me ocurre poner en duda que duden de mí), ocurrió de verdad. Yo hice que ocurriera, y no me arrepiento.

Me llamo Diego, y tenía 15 años. La verdad es que no creo que importe demasiado cómo soy ahora ni cómo era antes, sino lo que hago en esta historia, así que paso de describirme. Mi mejor amiga desde la más tierna infancia se llama Julia. Era una chica con mucho morbo, un año mayor que yo. Pero no es de ella de quien trata la historia, sino de su hermana pequeña.

Mientras, como decía, Julia tiene morbo (que es una manera de decir que despierta las ansias sexuales de los tíos sin ser especialmente atractiva) su hermanita Olga es un portento de la naturaleza. En aquel entonces tenía once años, así que no está formada como mujer (en aquella época, a diferencia de ésta, no tenían curvas a una edad tan temprana), pero era una preciosidad con una cara de ángel pícaro que hacía (y hace) que cualquier cosa con más testosterona que estrógenos se ponga cachonda cuando la ve. Morena de arriba abajo, con unas pupilas de color verde oscuro en las que te puedes perder si no andas con cuidado. En cuanto al cuerpo, pues eso, un cuerpo de niña, delgadito y fibroso. Lo mejor de estos especímenes es su piel, tierna y tersa, inmaculada y suave. Sobre todo si es aceitunada, como en este caso.

La verdad es que tenía poco trato con la pequeña, debido a la diferencia de edad. Para su hermana era sólo una pesada que no la dejaba en paz. Yo le daba la razón, aunque por las poderosas razones que he citado antes, me encantaba que se pegara a nosotros como una lapa.

Lo que estáis esperando comenzó una noche en que sus padres celebraban su aniversario con una cena romántica (sus padres son un par de gilipollas chapados a la antigua. Esto no tiene que ver con nada, pero sigue siendo un dato) y Julia había aprovechado para ir con su novia al cine, cuando se suponía que debía quedarse con su hermana. ¿Adivináis a quién recurrió para que soportase a su hermana "solo por un par de horas, cuatro a lo sumo"?

Es lo que tiene ser el mejor amigo de una piba. Lo peor es la carita de suficiencia que se le pone al novio en cuestión cada vez que me ve. Parece pensar: "Ya te gustaría a ti, pero está conmigo". Yo sonrío por dentro con chulería, que es una modalidad de sonrisa que tengo para que no me partan la cara y pienso en la gama de enfermedades venéreas que una chica como ella puede pegarle a un tío. Ey, es mi mejor amiga, pero una cosa no quita la otra. Si transcribiera su diario en esta página, ibais a tener que pagas por él, os lo aseguro.

En principio no pensaba hacer nada (bueno, digamos mejor que no pensaba que fuera a hacer nada). Para matar el rato había alquilado Airbag, unas de mis pelis de humor favoritas. No sé si la conocéis. Va sobre unos tipos que se van de despedida de soltero a un puticlub, y el que se casa pierde la alianza en el culo de una mulata. La alianza la encuentra el chulo, y los protas lo van siguiendo por sus numerosos puticlubs que el proxeneta regenta en busca del anillo. Aunque parezca mentira es una peli de humor, no porno, y desde ya queda recomendada a todo el mundo. Cine español, ya sabéis.

La estábamos viendo tumbados en el sillón. Olga flipaba y se hacía la avergonzada, mientras que yo le quitaba hierro al asunto.

Ahg, ¿pero qué le está haciendo la piba a ese tío?

Meterle el dedo por el culo.

¡Dios, qué asco! –y apartaba la vista.

¡Muchacha, sí es lo más normal del mundo! ¡Mira qué bien se lo pasan!

Le voy a decir a mi hermana que me has traído una peli porno.

Con tu hermana vi yo esta peli por primera vez, así que te callas...

He de reconocer que me la puso dura la peli. Bueno, más bien la situación en sí. Me sentía como un sátiro pervertidor, ¿y qué queréis que os diga? Se siente uno de puta madre. Y aunque no pensaba hacer nada, la presión de mi bragueta parecía impulsarme a meterle mano a aquella criatura. Si no hice nada en aquel momento no fue por miedo, sino por precaución. ¿Cómo se le entra a una niña pequeña? Yo solo había follado con tías mayores que yo, y no es que tuviera que trabajármelo mucho, ellas me escogían y me ligaban (tampoco os penséis que me pasa habitualmente).

¿Te hago un masaje?

...

Oye...

Estoy intentado ver la peli –y se echó hacia el otro lado del sillón. Me estaba bien empleado por gilipollas. El truco del masajito funcionaba cuando yo era pequeño.

Sin embargo la nena estaba jugetona, y apoyada como estaba con la cabeza en el otro reposabrazos, se puso o molestarme con los pies. Que si te los pongo delante de la cara, que si te hurgo en la oreja con el pulgar. Yo sonreía y seguía un poco el juego, pero me cago en San Quintín, cómo me estaba poniendo la niña.

La sujeté por el tobillo y le retorcí un poco la pierna (sin hacerle daño, sólo para que no pudiera soltarse con facilidad). Empecé entonces a hacerle cosquillas. Ella se retorcía y me daba patadas con la otra pierna, y gritaba y se reía. Lo típico cuando a uno le hacen cosquillas y no puede evitarlo. Paré cuando vi que se ponía morada de tanto reírse. Quedó espatarrada, jadeando. Vaya cuerpo iba a tener de grande si no se echaba a perder. Se me agotaban las ideas. Decidí probar otra táctica. Me levanté aprovechando que estaba fuera de combate, y medio doblado me deslicé hacia la cocina.

¿Por qué andas así?

Es que se me durmió la pierna –grité desde la cocina. Joder con la niña- ¿Qué vas a merendar?

¡Un sandwich de jamón y queso, pero sin corteza!

Abrí la nevera. Chacina, pan de molde, cola. Perfecto.

Oye, esto me aburre, lo voy a quitar...

¡Tú misma con tu organisma! –sí, realmente dije eso. Me excuso sosteniendo que el riego sanguíneo se me había concentrado en un punto lejano del cerebro.

Abrí casi todos los putos armaritos de la cocina. Empecé a pensar que el papi se había vuelto abstemio. Entonces lo encontré. Whisky del malo, pero whisky. Jurl, jurl. Tenía que ser poca cantidad para que no notase el sabor, pero eso no era problema porque también es más pequeña que la gente que se coloca con whisky normalmente (se supone). En el equilibrio estaba la clave. Preparé los sandwiches en un momento y me puse a ello. El primero me salió un poco cargado. Deberíais haberme visto en ese momento, catando el "cóctel" como si fuera vino: olor, sabor, color... El segundo me salió mejor. Una pa´prender y otra pa´saber, ya sabéis. Hora de volver al tajo. Respiré hondo, tratando de no pensar en el lío en el que me estaba metiendo, y salí de la cocina.

Había puesto Shin-Chan. Yo no lo conocía, y me quedé asombrado por dos cosas. Primero, por lo malos que eran los dibujos. Segundo, porque aquellos dibujos eran más fuertes que la peli que había alquilado. Mientras Olga devoraba el bocadillo sin quitar los ojos de la pantalla, yo observé cómo el Shin-Chan ese le levantaba la falda a una tía, luego le enseñaba la polla, y finalmente se echaba la siesta junto a su hermana, soñando que le chupaba los pies a la tía de antes cuando en realidad se lo hacía a su hermana, que por sus colores y sus gemidos (que habían conservado de la versión original) estaba a punto de convertirse en la persona más joven de la historia en correrse. Alucinaba.

¿A ti te gusta esto?

Claro, se sale. Eh, ya podrías hacerme eso a mí –contestó, refiriéndose a la escena de fetichismo de pies. Yo me quedé callado- Todos los hombres deberían arrodillarse ante mí y besarme los pies.

Anda ya, piojo, termínate eso.

Ya había dado cuenta del sandwich. Se bebió el refresco de un golpe.

¿Quieres más?

No gracias, estoy llena. Aunque un poco de refresco más si me bebía, si no se lo dices a mi madre. No le gusta que beba cosas con cafeína tan tarde.

Tranqui...

El "piojo" se bebió media botella. No me di cuenta hasta que fui a llenar el vaso por sexta vez. Shin-Chan hacía rato que se había acabado. Julia debía estar saliendo ahora del cine. Y a Olga le pesaban un poco los párpados. Se había echado cuan larga sobre el sofá, ocupándolo casi todo. Sonreía adormilada, con ese sopor alcohólico tan erótico que les sube a las chicas a la cara cuando están achispadas. Yo la observé desde el quicio de la puerta y entonces comprendí en qué había fallado antes.

Por muy buena que estuviera, seguía siendo una niña. Yo era el adulto, yo tenía que llevar las riendas. Un ejemplo. Si le preguntas a una chica con la que notas que hay química si la puedes besar, seguramente sonreirá y te dirá que no. Si la besas sin más, probablemente la sorprendas agradablemente. Y aunque luego se lo tome a mal, pues que te quiten lo bailado. Aunque esta situación era más complicada por aquello de la pedofília, tenía que actuar con decisión. Dar marcha atrás no era una opción para mí, que me había bebido la otra media botella.

Avancé hasta el sofá, le agarré los pies y se los levanté para hacerme hueco. Me senté cerca de su culo y puse sus piernas sobre mi regazo. Y mis manos descansando sobre sus piernas.

¿Qué haces? –preguntó abriendo un poco más los ojos.

Pues sentarme. Te coges todo el sillón –contesté con más dureza de la que pretendía. Comencé a pasar las yemas de los dedos por sus rodillas, acariciándolas apenas.

Se me quedó mirando fijamente, supongo que para achantarme. Le devolví la mirada mientras mis manos subían un poco más. Una de sus piernas descansaba estirada, pero la otra estaba ligeramente doblada y hacia fuera, lo que facilitaba el acceso a la cara interna de sus muslos. Sin embargo, no toqué esa zona. En cada pasada parecía que iba a meter la mano entre sus muslos, lo cual hubiera provocado su rechazo inmediato, pero me quedaba ahí. Acariciaba con suavidad, la piel se le erizaba, me acercaba a aquel punto erógeno... pero no llegaba. No era la primera vez que acariciaba a una mujer. Expectación. Y entonces sucedió. A pesar de toda la fijeza y seriedad con que me miraba, tragó saliva. Y desvió la mirada hacia la pantalla, que miraba sin ver. Había conquistado la primera etapa del recorrido.

Puse mis ojos en la tele sin dejar de masajear. Ya no me hacía falta mirar para saber dónde tocaba. Y poco a poco, comencé a masajear el interior de sus muslos. Apenas un centímetro cada vez, en lentos círculos, sin dejar de observarla de reojo para ver como reaccionaba.

La piel de aquella zona también se erizó, y cuando dejé su muslo izquierdo para pasar al derecho, contrajo este último en un acto reflejo. Y por su cara pude ver que estaba nerviosa. No asustada, sino nerviosa. Se estaba excitando. Seguramente sabía todo lo que había que saber sobre sexo, pero una cosa es verlo en la tele y otra que ocurra en tu sillón, ¿verdad?. Dejé de trazar círculos y comencé a acariciar el muslo a lo largo, de abajo arriba, un poco más rápido. Y cada vez que subía, tocaba con los nudillos su entrepierna. Pom. Abajo. Y arriba, pom. Y a cada pom ejercía una momentánea presión.

Aquella niña morena de increíbles ojos verdes y piernas finas y suaves muslos estaba ya bastante excitada. No se atrevía a mirarme directamente, pero tampoco fingía mirar la tele. Todo lo que me separaba de realizar mi mayor fantasía eran unos shorts rosas y un fino top de las Supernenas. Mis manos se detuvieron. Me despegué del respaldo. Olga, un poco confusa, dobló las piernas para dejarme levantar, pero me giré en el sitio separando un poco su pierna izquierda, doblada, y estirando la derecha. Quedé así entre sus piernas. Le falló la respiración cuando me incliné sobre ella. Volvió a tragar saliva. Yo también. En la tele había comenzado un programa que me encantaba, pero a quién le importaba en ese momento. Me miraba a los ojos con nerviosismo. En su entrecejo se formaron algunas arrugas. Creo que casi temía lo que iba a pasar a continuación.

Mientras acercaba mi cara a la suya traté de grabar en mi memoria todos los detalles de su rostro, que ahora veía más de cerca que nunca. Las cejas negras y perfiladas que enmarcan esas dos esmeraldas que tiene por ojos, en los que me veía reflejado como un borrón. Las pequeña y delicada naricilla, que no se había formado del todo todavía pero que ya apuntaba maneras de respingona. La curva entre su nariz y sus labios. Y estos últimos, pequeños y carnosos, de un color rojo e intenso por naturaleza, secos en el exterior y húmedos, más colorados en la zona próxima al interior de la boca, señalando el camino. Y a través de ellos, entrevistos cuando abrió la boca para hablar, sus blancos dientes, que deseaba que mordiesen los míos apasionadamente hasta hacerlos sangrar si era preciso. Acaricié el borde de su cara, desde la sien, hasta la cicatriz del mentón, de una caída del triciclo, y cuando estaba a punto de pegar mis labios a los suyos definitivamente, los movió para decir:

Me gustas mucho.

Lo dijo con un hilo de voz y cerró los ojos con fuerza. Y me olvidé de todos los mordiscos y toda la brutalidad de los besos apasionados entre los adultos, y la besé con pasión, sí, pero con delicadeza. Con ternura. Casi con amor paternal. Una y otra vez separé sus labios para dejar entrar mi lengua, hasta que pilló el ritmo y el movimiento y los besos se volvieron más fluidos. Largos besos con lengua, en los que retiraba un poco sólo para sentir que levantaba la cabeza para no romper el contacto. Pequeños besos apenas esbozados con los que tratábamos de sorprendernos, y preciosos picos en los que simplemente presionábamos nuestros labios sintiendo el calor de nuestra piel.

Y de repente se incorporó con tanta brusquedad que me propinó un cabezazo, echó a correr hasta su cuarto y se encerró allí hasta que volvieron sus padres y yo me fui. No fui a buscarla, ni para engatusarla ni para suplicarle que no contara nada. Simplemente me quedé allí sentado en la misma posición en la que me dejó al apartarme, con la vista perdida en un el vacío, pensando.

Sus padres llegaron antes que Julia, y se enfadaron mucho al ver que había salido por ahí en vez de quedarse con su hermana. A mí me agradecieron mucho el cuidarla. Quisieron pagarme, incluso. Mientras bajaba las escaleras de su edificio todo lo veía ralentizado, como si algo hubiera afectado al tiempo. Parecía que me había tomado un éxtasis.

Pensaba en esos besos, en el deseo, en como había provocado aquella situación por el simple hecho de añadir una muesca a mi cinturón. Pero sobre todo pensaba en aquellas palabras y en por qué había sentido la necesidad de decírmelas, y veía una y otra vez sus ojos cerrándose, cediendo. Y por primera vez pensé que quizá había obrado mal. Que no se trataba de lo que yo deseaba hacer, sino de lo que a ella le convenía. Entonces rememoré los besos, la ternura, la situación, y me di cuenta de que en un momento dado había dejado de sentir la necesidad de follármela. Me bastaba con el intercambio de ternura y amor puro que nos prodigamos, y llegué a la conclusión de que había habido algo mal en todas mis relaciones sexuales anteriores. Un ansia, una necesidad imperiosa de llegar, una cierta violencia. Hay algo mal en la forma en que concebimos el sexo.

Jamás tuve una experiencia como la de Olga. Fue algo que sólo pasa una vez en la vida. Dos, a lo sumo. En cualquier otro momento o situación, no se hubiera dado aquella química, aquella conexión. Y con el paso del tiempo puedo decir que no me arrepiento de lo que ocurrió, aunque me alegro de no haber llegado más lejos. Jamás se lo contó a nadie, que yo sepa. Desde luego, no a sus padres, o a día de hoy estaría bajo tierra en vez de escribiendo esto.

La volví a ver a las dos semanas, cuando a su hermana le levantaron el castigo. Tras unos segundos de incertidumbre reaccionamos con naturalidad, y al rato todo era igual que siempre, no hubieras notado nada. No hablamos de ello jamás. Y no volvimos a repetirlo, ni nada parecido. Pero una vez, unos cinco meses después, creo que fue, toqué a la puerta de su casa. Abrió Olga. Julia no estaba. Y antes de despedirnos, me miró durante un momento, sólo fue un momento... Y supe (para bien) que ella tampoco olvidaría la tarde del aniversario de sus padres que nos quedamos en su casa viendo la tele.

Hum, lo siento por aquellos que esperaban una historia en la que una niña pequeña perdía la inocencia para transformarse casi instantáneamente en una experimentada folladora en cuyo culo me acabase corriendo, pero ya he dicho que pasó de verdad. Y por mucho que diga el Penthouse, cosas como las que acabo de mencionar no pasan. O son muy adulteradas por sus narradores.

Espero que os haya gustado,

Diego P. (Canarias)