Después de semanas de tensión, decidí escribirle una carta a Sandra, mi mejor amiga y, por desgracia, hermanastra con la que compartimos madre común.
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"Querida Sandra:
Yo no sé qué me has dado desde hace un mes, pero no puedo dejar de pensar en ti. Tal vez porque nunca me había planteado que tú, siendo quien eres, pudieras llegar a interesarme de manera distinta al amor fraternal.
Te quiero muchísimo, desde hace tantos años que me había
olvidado que eres una mujer exquisitamente atractiva. Supongo que es desde que
mamá ha cambiado el turno y pasamos muchas más horas juntos. Puede que también
tenga que ver con que está volviendo el buen tiempo y tú estás empezando a darte
cuenta que tu cuerpo podría ser un lugar de culto para los hombres, entre los
que me incluyo.
No creas que esta carta te la he enviado a la primera de cambio. Primero he
tanteado el terreno y he utilizado muchos puntos de vista para ver mi situación.
Si no hubiera notado que intentas calentarme con esa ropa provocativa o
dejándote la toalla floja para que se te caiga del baño a tu cuarto, no te
escribiría nada. Pienso, mi dulce Sandra, que tú quieres que esta carta llegue a
tus manos, ¿me equivoco mucho?
Tú ya tienes 18 años y has tardado mucho más que las otras
chicas en desarrollar. Así que mientras todas tus amigas ya tenían los pechos
como bollitos, dulces y suaves, tú seguías pareciendo una niña de menor edad.
Por eso yo me deleitaba con esos cuerpazos que se les quedaban a alguna de tus
amigas: sobre todo a Sara y a Cristina.
Han pasado los años y ellas están algo más rellenitas y aparentan ya los
veintitantos, mientras tú has florecido como una bella flor, a destiempo, para
que todos los ojos se posen en ti.
Sé de buena tinta que ahora los chicos han dejado de lado a aquellas niñas que
usaron antes y ahora se pierden por los pasillos del instituto pidiéndote el
teléfono, una cita o un revolcón.
Me pone celoso que lleguen a mí ese tipo de historias y tengo un poco de miedo, como hermano tuyo, a que empieces a volverte loca con tanto chico desesperado por lamer tu cuerpo y poseerlo. En realidad el loco soy yo pensando todas estas cosas.
Ya que he decidido a mandarte esta carta que, si todo sale bien, te encontrarás entre las páginas de tu libro de matemáticas, te explicaré lo que siento por ti. Como sé que tenemos mucha confianza (aunque no creo que tanta como para decírtelo en persona) he creído conveniente hacerte llegar mis sentimientos de la forma que mejor sé hacerlo: escribiendo.
El invierno pasado ya noté que bajo esos jerseys anchos que
te ponías se empezaban a atisbar tus pezoncillos apuntando al techo. Por
supuesto tú siempre has intentado llevar sostenes con algo de relleno,
avergonzándote de tu cuerpo. Pero en casa te los quitabas y dejabas que se viera
lo que realmente había ahí abajo.
Desde los 14 años, cuando las demás ya estaban más desarrolladas, evitaste que
te viera desnuda. Querida hermana, apenas nos llevamos 1 año y medio de edad,
así que eres para mí mi compañera de juegos, mi confidente y mi amiga. Con mis
amigos tengo mucha confianza, de hecho les miro de forma natural en los
vestuarios. Lo mismo me pasaba contigo. Hasta ahora.
Ha llegado la primavera. Tu cuerpo de mujer está naciendo y
estás en tu mejor época. Encima yo no sé porqué te ha dado por pasearte desnuda
o agacharte cuando llevas sólo un camisón cortito o qué sé yo. Debías llevar ya
unas semanas haciéndolo cuando te MIRÉ con mayúsculas. Noté el cambio de actitud
que estabas teniendo y aquello me gustó, porque volvíamos a tener la confianza
de cuando éramos niños.
El problema es que ya no somos niños. Yo tengo 20 años y piensa más mi cabeza de
abajo que la de arriba.
El primer día que se te cayó la toalla mínima que te habías
puesto, noté que tenías el monte de Venus depilado en un perfecto y pequeño
triángulo, con el pelo poco espeso y recortado. Por supuesto, como toda la
familia somos bastante rubios y barbilampiños, no tenías pelos en las axilas, ni
en las piernas. Tus pezones, de color marroncito claro estaban puntiagudos
porque aún hacía un poco de frío para andar así por casa.
Yo me quedé mirándote, sin mucha preocupación. Por la noche me masturbé pensando
en esa fugaz visión de tu cuerpo desnudo. La semana siguiente me castigué con el
celibato (incluso manual y autocomplaciente) por haber hecho una cosa así. De
verdad que me sentí muy sucio y despreciable. El mundo está lleno de tías buenas
y me tenía que fijar justo en mi hermana. Era demencial.
No sé si notaste que hubo unos días que estuve distante. Yo siempre tenía prisa, incluso cuando me necesitabas en los estudios, donde yo era tu profesor particular día sí, día también. Rehuía de tu cuerpo tierno, blanco y suave. No quería siquiera pensar en él, ni verte maquillarte con los pechos descubiertos.
Luego se me pasó poco a poco. Eras mi hermana, pero también eras una chica sexy. Desde luego no iba a mirar hacia otro lado si a ti no te importara que te viera. Tú me estabas dando confianza, otra vez.
A los pocos días todo fue como antes e incluso hice bromas sobre que ya era hora de que esos granitos que tenías en el pecho se te empezaran a hinchar. Tú te reías porque sabías que no lo decía con malicia.
- Nunca más te podré llamar nadadora: nada por delante y nada por detrás - te dije.
Recuerdo que me diste una colleja que me dejó marcada la nuca durante toda la tarde. Tú siempre tan adorable.
El caso es que me estoy yendo por las ramas, creo que a propósito. Tengo miedo de lo que puedas pensar de mí al terminar de leer esta carta, así que prefiero que sea larga, para que tengas tiempo de asimilarlo todo.
Sandra, te lo digo de verdad, me pones cardiaco con las minifaldas (¿pero tú tenías esa ropa en tu vestuario del año pasado?). Te pones unos escotes de aúpa y a veces nos llevas sujetador. No te puedes imaginar lo que me ponen a mí unas tetas puntiagudas. Bajo tus camisetas se te marcan los pezones muchísimo y yo no puedo evitar mirarlos. Encima, cuando me pillas mirándote, pones una sonrisa de medio lado como si te gustara que lo hiciera.
El pasado viernes, antes de salir con tus amigos a no sé qué discoteca, me dijiste que si estabas guapa con ese vestido.
- Sergio ¿se me notan mucho las tetas con este vestido tan finito? - me preguntaste.
Yo te dije que un poco, pero que eso se llevaba. Luego me puse colorado y no pude volverte a mirar. Cuando te hablé miraba al suelo. Soy consciente de que debía estar como un tomate. Encima tú te pusiste delante de mi escritorio, donde yo estaba estudiando y te echaste hacia delante preguntándome si se te veían los pezones cuando se abría el escote.
- Sandra, mírate en un espejo y así lo puedes comprobar por ti misma ¿no ves que estoy estudiando?
Cogí el boli y se me cayó al suelo. Lo cogí y me senté. Empecé a copiar la página que tenía delante, sin tener ni idea de lo que estaba transcribiendo. Para mí eran todo garabatos que se velaban con la visión de tus pezones enhiestos y duros bajo aquel vestido, que por cierto, te quedaba de maravilla.
Por la noche volví a hacerme una paja en tu honor, ya sin mucho remordimiento. A la mañana siguiente, antes de irme a clase, me hice otra en la ducha. Y así hasta hoy. Todos los días en quien pienso es en ti, cada vez quiero estar más cerca de ti, sentir el calor de tu cuerpo y tu suave fragancia. Me encanta cuando te explico alguna asignatura, en tu último año de instituto y me acerco para ver si lo entiendes. Tu pelo desprende el mejor olor que olí en toda mi vida.
Voy a serte sincero. Me moriría por probar las fantasías que tengo contigo. Lo mismo me dejabas de gustar de esta manera y volveríamos a ser hermanos como siempre. Yo entendería que sólo somos hermanos se sexos opuestos y no seguiría martirizándome en soledad pensando en que hacemos el amor en tu cama, en la mía, o en la de nuestra madre y tu padre.
Me gustaría hablarlo cuando quieras, querida Sandra. Pero no lo dejes pasar que estoy pasándolo realmente mal.
Te quiere, tu hermano. Sergio
PD: Por favor, no le enseñes a nadie esto que te he escrito."
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A los dos días desde que le dejé la carta a Sandra yo estaba como un flan. La miraba un poco esquivo, pero ella seguía tratándome igual, e incluso mejor, si cabe. Empezó a arrimarse mucho más a mí, de una forma más provocativa. Nuestros padres (mi madre y mi padrastro, que era su padre) no notaban nada porque siempre habíamos estado muy unidos.
Aquella misma tarde estábamos solos en casa y yo estaba
viendo una serie en el salón: un verdadero rollo, pero no tenía mucho más que
hacer.
Teníamos dos tresillos como sofás y uno estaba libre, pero Sandra apareció por
la puerta y se sentó justo en el mío con la excusa de que es el que está
enfrente de la tele y se ve mejor. Yo estaba sentado mirando la tele. Se sentó
primero, para luego recostarse en mi regazo.
- ¿Te importa que te use de almohada? Es que tengo un poco de
sueño - Aquello sonaba un poco extraño, pero dije que no me importaba y allí se
quedó.
Llevaba una batita japonesa corta de una tela que no sé especificar, pero era
suave y brillante, parecida al raso. Tampoco se la había visto nunca. Esta
hermana mía era un cúmulo de sorpresas.
Cerró los ojos y pareció dormirse. Cuando ya llevaba un rato
así yo no podía quitar mis ojos de ella. No sé qué llevaría debajo de la bata,
pero no sería una prenda con poca tela porque se le notaba todo. Sandra se
encontraba recostada hacia la derecha, sobre mi pierna izquierda. La batita era
realmente corta y en esa postura encogida que había tomado se hacía mucho más
corta.
Vi sus piernas brillantes. La bata acababa justo donde empezaban sus braguitas,
así que pude ver un triangulito negro de sus bragas. Dios, yo estaba a mil y la
niña allí acurrucada sobre mí. Se revolvió y se le abrió la bata, dejando ver
que sólo llevaba el tanga negro. Uno de sus pechos se quedó fuera. La tapé como
buen hermano que soy, pero ella volvió a destaparse, se abrazó a mi brazo y me
dejó la mano tocándole el vientre.
Mi bragueta comenzó a hincharse. Me estaba poniendo nerviso que ella notase cómo creía algo debajo de mi pantalón. Aquello era inminente que pasara. Tenía a la belleza más excitante que yo jamás hubiera visto. No sé si porque estaba obsesionado con ella o porque el despuntar de su cuerpo hacia la madurez era increíblemente hermoso.
Seguí observando aquel cuerpo de Afrodita. Mi pene hacía tiempo que había pasado de ser un trozo de carne fláccida a un gran miembro que sólo pensaba en penetrar a mi hermanita. Necesitaba descargarme, vaciarme o lo que fuera, pero no podía estar allí por más tiempo si no quería delatarme.
- Sandra, me voy a ir a estudiar a mi cuarto, ¿me dejas? Yo te pongo un cojín en lugar de mis piernas.
La reacción que conseguí con eso es que ella se abrazara más fuertemente a mí y que quedara aún más desnuda. Aquella bata era una gran enemiga o amiga, según se mirase. Se torció más y vi cómo el hilillo negro del tanga se le metía por el culito. Tenía que seguir ahí un poco más, para no molestarla. En realidad me estaba gustando todo eso tanto que no veía la hora de despertarla e irme. Ahí tenía material para varios días de fantasías solitarias.
Entonces, como los bebés, cogió su mano izquierda y se la metió en la entrepierna. Esa misma postura que hacemos cuando queremos calentarnos las manos. Todo eso fue demasiado para mí. Los pantalones me aprisionaban y con solo un pequeño aroma de su pelo que llegó a parar a mi nariz, tuve un orgasmo. Era mejor que un sueño húmedo, pero mucho más embarazoso.
Necesitaba limpiarme todo ese semen que ya estaba traspasando
los pantalones. Si algo no quería era manchar el pelo de mi adorada hermana.
Me armé de valor y la quité como pude, dejando un cojín bajo su nuca. Ella se
puso boca abajo y siguió dormida. Cuando iba a salir del salón, volví la cabeza
atrás y vi que había entreabierto las piernas. No me quise imaginar si no
hubiera llevado ese tanga lo que habría visto. Era cierto que la había visto
desnuda en más de una ocasión (sobre todo recientemente) pero nunca había podido
ver el agujerito de su vagina. Tampoco hoy tuve suerte.
Fui corriendo hacia mi habitación, entré y tuve que masturbarme otra vez pensando en lo que acababa de pasar. Sandra sería totalmente ajena a ello y estaba dormida, por lo que me permití gemir un poco. Cuando estaba a punto de llegar al orgasmo, abrí el primer cajón de mi mesilla para coger un kleenex y allí vi, encima de todo, una carta cerrada. Rebusqué un pañuelo y me vacié ahí sin dejar de mirar la carta que sabía muy bien de quién era. Me cambié de ropa, por si se despertaba.
Un escalofrío me recorrió la espalda. Lo que pusiera en
aquella carta determinaría el tipo de trato que íbamos a tener mi hermana y yo
desde entonces. Rompí el sobre y saqué un único folio, blanco y escrito en tinta
azul con letra redondeada. Decía así:
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Hola Sergio:
Primero, he de decirte que casi me pilla Cris la carta porque le dejé el libro de mates. En el último momento vi un papel y le dije que me dejara un momento otra vez el libro, para coger el "marcapáginas". Si lo llega a pillar, no veas qué lío.
He tardado en escribirte porque quería ver cómo te comportabas conmigo desde que me diste la carta. Ya he visto que nuestro trato no ha cambiado y eso me gusta mucho.
Sé que he sido una niña mala paseándome en pelotas delante de ti, pero es que quería saber si de verdad se me está poniendo un cuerpo tan bonito como dicen mis amigas. No sabía si eso a ti te haría algún efecto, aunque ahora ya sé que sí. Je,je.
Todo empezó como un juego, como ya sabes, pero ahora me excita ponerte cachondo (siento no escribir tan sutilmente como tú, sabes que yo soy de otra manera).
Si antes sentía vergüenza al desnudarme delante de ti era porque no me sentía agusto con mi cuerpo. Ahora sí lo estoy y me encanta. El caso es que ahora estoy cambiando mucho y me siento sexy. Me encanta gustar y que las miradas se centren un poquito en mí.
Tú también me gustas mucho, pero ambos sabemos que somos hermanos (aunque no compartamos el mismo padre). Estaría muy mal visto que nos liáramos y se enterasen los demás, pero me encantaría tener una aventurita sexual contigo. Tal vez así se nos pasara el "encaprichamiento" que sentimos por el otro, ¿no?
Yo me he marturbado muchas veces pensando en ti, eso no lo niego. Además, no he sentido vergüenza por ello, porque es algo natural. Eres un tío muy decente (a mis amigas ya sabes cómo las pones), estás muy bueno y es normal que me fijara en ti.
Creo que esto tenemos que hablarlo en persona, solos y tranquilos y tomar una decisión. ¿No crees? Juntos podremos afrontarlo mucho mejor.
Un beso,
Sandra.
PD: El jueguecito que te acabo de hacer en el sillón (si ha
salido bien) ya estaba pensado. ¿Te ha gustado?
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Entonces vi que entraba en mi habitación y me daba un abrazo. Teníamos que hablar y ese era un buen momento.
Hoy no me siento capaz de decir cómo terminó todo eso, pero si sucede algo entre mi hermana y yo, lo segundo que haré (lo primero será disfrutarlo) será escribirlo aquí.