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Mi beca Orgasmus

en Hetero: General

Mi beca Orgasmus

Ha sido una experiencia inolvidable. Ya había salido antes de España, pero con mis padres. Esta fue la primera vez en que me lancé al mundo sin red: Mi destino, Londres. Y allá que fue la nena con su beca Erasmus.

Pero no digo toda la verdad. No fui sola. Me acompañaba Marcos, un buen amigo de mi chico, que también obtuvo beca. El fue quien gestionó nuestro alojamiento en una casa típica unifamiliar de un barrio residencial a 15 kilómetros del centro de la ciudad. Tenía su jardincillo, su chimenea y una escalera tan empinada y vertical que casi me mata el primer día, porque poco faltó para que me despeñara con maleta y todo. Regentaba la casa un matrimonio mayor y los huéspedes éramos tres: Nicole, una chica francesa de color –había nacido en la isla caribeña de Guadalupe- que compartía habitación conmigo, -o mejor yo con ella, porque ya estaba cuando yo llegué-, y Marcos, que se acomodó en la buhardilla y tenía que moverse con mucho cuidado porque el techo de su habitación era la parte baja del tejado a dos aguas y se daba en la cabeza a cada momento, y yo.

Las comunicaciones con el centro eran fáciles. Teníamos cerca una boca de metro y en media hora nos plantábamos en Trafalgar Square, cada uno con su diario "packed lunch"-un sándwich de jamón Cork con lechuga y mantequilla, una bolsa de patatas fritas con sabor a bacon y una bebida gaseosa de marca desconocida-, dispuestos a estudiar y aprender inglés.

En los trayectos de ida y vuelta, en que por cierto se mascaba una especie de pánico a los atentados, Marcos me hablaba de su novia –yo la conocía de vista pero poco más- y de lo enamorado que estaba de ella. Yo, por mi parte, estaba loca por Carlos, mi chico, y, a la menor ocasión, me iba al cyber café y me pasaba las horas muertas chateando con él. Hasta que a las dos semanas de vivir en Londres, pasó lo que pasó.

Lo recuerdo como si estuviera ocurriendo ahora mismo. Nicole había salido al cine con unos amigos. Yo me estaba cambiando de ropa. Unos golpes en la puerta de mi cuarto dados con los nudillos.

"¿Estás visible, Nati?".

Era Marcos. Le abrí, todavía remetiéndome la blusa en la cinturilla del pantalón.

"Pasa".

Estaba serio.

"¿No te enfadarás conmigo te diga lo que te diga?".

La curiosidad me ha perdido siempre. Bastó que empezara así para sentirme interesadísima y pendiente de sus palabras.

"Llevamos ya quince días en Londres –empezó- y las hormonas me salen por las orejas. Supongo que a ti te ocurrirá lo mismo. ¿No te parece una tontería que nos masturbemos cada uno por su lado pudiéndolo hacer juntos?"

Fui a protestar, pero me paró con un gesto.

"Nati, no te lo tomes a mal. Se trata de ser prácticos. Tú quieres a tu chico y yo quiero a mi chica. No pretendo ponerles los cuernos ni que nos liemos tú y yo. Solo se trata de hacer la masturbación más agradable. Tú por ejemplo me masturbas y yo ni te toco, y luego, cuando tú quieras fiesta, lo hacemos a la inversa".

"¿Pero estás loco?- salté- ¿Cómo se te ocurre proponerme tamaña barbaridad?".

Me vio tan furiosa que echó marcha atrás.

"Si no te apetece no pasa nada, pero recuerda que has prometido no enfadarte".

Hice de tripas corazón. Nicole nos contó, en la cena, la película que había visto en una mezcla de francés e inglés con acento caribeño. Yo disimulé mi enfado y cambié un par de frases con Marcos. Y, a su tiempo, nos deseamos "good night" y dimos por finalizada la sobremesa.

Los ingleses se acuestan a la hora en que lo hacen las gallinas. A las diez de la noche no había una sola luz encendida en la contornada. Yo, en España, nunca me acuesto antes de medianoche. Aunque en Londres seguía las costumbres del lugar, me costaba muchísimo dormirme, y esa noche todavía más porque no paraba de darle vueltas a la insensata propuesta de Marcos y de repetirme que se había comportado como un salvaje. Pero ¿cómo podía haber pensado que yo iba a agarrarle la polla –hasta me daba vergüenza ese nombre- y acariciársela hasta que se corriera? ¿Había pensado que era una puta?

Nicole soltó una especie de quejido. Iba a preguntarle si se encontraba bien cuando me di cuenta de que sí…y mucho. Se llevaba un trajín en la cama de lo más escandaloso. Se estaba dando su ración de gusto al cuerpo. Imaginé que Marcos no tendría tampoco las manos quietas en la buhardilla, y así, poco a poco, me fue entrando un no sé qué, una inquietud, un hormigueo, que no menguó cuando Nicole gritó, más que susurró, un ohhhhhhh larguísimo que me alborotó las buenas maneras y me espantó definitivamente el sueño.

La verdad –pensaba- es que a Marcos no le faltaba razón en lo que había dicho, solo que había sido demasiado brusco. Pero bueno…¿cómo podía disculparlo? No, muy mal. Lo que ocurría es que me sentía sofocada. Me puse un sueter gordo sobre el pijama, agarré la linterna –todavía no me desenvolvía bien a oscuras por la casa y nunca acertaba con la posición exacta de los conmutadores de la luz- y fui al cuarto de baño a echarme agua a la cara. La razón de que luego de secarme con la toalla no volviera directamente a mi habitación sigue siendo para mí un misterio. No encuentro explicación al hecho de que trepara –porque trepé- por la escalera de la buhardilla y, todavía entiendo menos, que entrara en la habitación de Marcos y me sentara en el borde de la cama, pero lo hice, vaya si lo hice.

Marcos dormía. Lo hacía boca arriba. Tanteé con cuidado la manta que le cubría el cuerpo –aquí debajo está el pecho, aquí la cintura, aquí el vientre- con tacto ligero, sin llegar a dejar caer el peso de mi mano. Aquí está…sí, aquí está. Marcos no despertaba. Tenía el sueño pesado. Asustada de mi propia desvergüenza, introduje la mano derecha bajo el embozo y, por sobre la sábana bajera, fui acercándome más y más a la entrepierna de Marcos. Me costaba respirar. Era como si, en vez de aire, me entrara algodón en los pulmones. Despacio, muy despacio, fui avanzando hasta sentir bajo la yema de mis dedos, y a través de la tela de su pijama, el calor dulce y chiquito de la polla en reposo. ¡Qué loca fuiste, Nati! Estaba a oscuras en una habitación ajena, sentada en la cama de un hombre que dormía, y le acariciaba el sexo. Y lo peor de todo es que cada vez me sentía más excitada.

Insistí en la caricia. Marcos todavía no despertó, pero su polla se iba ¿cómo diría? desperezando. Ganaba textura, tamaño y dureza. Se enderezaba. La rodeé con la mano. Marcos se removió.

"Nati ¿eres tú?".

"Calla o me voy. Y no me toques".

Obedeció. Permaneció muy quieto mientras mis dedos, cada vez más audaces, buscaban la goma del pantalón del pijama para colarse dentro y asir la verga, ya francamente en forma. Me sentía protagonista de una situación irreal. A oscuras, sentada en la cama de Marcos, y moviendo la mano arriba y abajo, arriba y abajo, saboreando-porque la saboreaba por más que no la tuviera en la boca- su masculinidad. Mentiría si negara que cada vez me sentía más excitada. Con la mano que me quedaba libre, comencé a frotarme el monte de Venus y, de cuando en cuando, bajaba el dedo índice un poco, solo un poco, para, sobre el pantalón, apretarme la zona del clítoris. Me notaba el sexo lleno de jugos. Por un momento olvidé lo peculiar de la situación. Apretaba la verga de Marcos, la masajeaba, acomodaba el ritmo de la masturbación a los latidos de la polla, cada vez más fuertes y continuos, hasta que la carne se hizo acero y, el acero, surtidor que llenó mi mano de semen caliente y abundante. Dejé de tocarle y de tocarme, me levanté de la cama y le di un beso en la frente.

"Buenas noches, Marcos".

Y me fui corriendo.

Ya en la cama, arrebujada en las mantas, acabé de masturbarme con lentitud, mientras me chupaba la mano que olía a macho en celo y la olisqueaba, rememorando cada detalle de lo recientemente ocurrido. Me llenó un orgasmo total y redondo que me dejó en paz con el mundo y me llenó los ojos de sueño. Y me dormí.

Al día siguiente no me atrevía siquiera a bajar a desayunar. Estaba avergonzada y no sabía como comportarme con Marcos. Remoloneé en el baño mientras Nicole se duchaba –tenía unos pechos increíblemente firmes, de areolas marrones y pezones largos-y aguardé a que estuviera lista, para bajar juntas a la cocina. Marcos estaba normalísimo. Me habló como si nada hubiera pasado y así, poco a poco, me fui tranquilizando.

El día transcurrió como cualquier otro… hasta el viaje de vuelta a casa. Me explico. Tomamos el metro en Leicester Square. El vagón iba lleno hasta los topes, y lo más curioso es que casi todos los viajeros eran hindúes; no sé, tal vez hubiera alguna fiesta multitudinaria en algún punto a lo largo de la línea de metro. También estaba el imprescindible policía de uniforme –ya dije que hay mucha vigilancia en los transportes públicos para evitar atentados-. No sé cómo -debo ser un imán- en un dos por tres estaba apretujada, embutida en una masa de hindúes con la única excepción del policía que, como quien no quiere la cosa, no se despegaba un milímetro de mi trasero. La marea humana había apartado a Marcos que intentaba en vano acercarse a mí. En la media hora que duró el viaje aprendí dos cosas importantes: Primera; los hindúes no tienen dos manos como el resto de los mortales, sino muchas más. Son igualitos a esa diosa suya, cuyo nombre no recuerdo, que está llena de brazos. Segunda; se equivocan quienes dicen que los policías ingleses no llevan armas. El policía que tenía contra mi trasero estaba armado y bien armado. Mi culo podía dar testimonio de ello. Soy feminista, que conste, pero aquella tarde, tal vez por el episodio de la noche anterior, tal vez porque me iba a bajar la regla, me sentía otra. Disfrutaba de que me sobaran, me pellizcaran y me palparan. Incluso me encantaba ese olor tan penetrante, como a pachulí y a especias, que los hindúes tienen y que ya me impregnaba el cuerpo y la ropa. Se me hizo corto el viaje, palabra, y cuando bajé, me sentía tan excitada que me costó trabajo no restregar el monte de Venus contra las esquinas.

Nuestra casa estaba muy cerca de la boca del metro. Marcos y yo no hablamos en todo el trayecto. Solo cuando llegamos a la puerta hice de tripas corazón, tragué saliva y me decidí a dar el paso definitivo:

"Esta noche –dije- me gustaría que hicieras por mí lo que yo hice por ti ayer".

"Cuenta con ello"-sonrió Marcos de oreja a oreja.

Los minutos me parecían siglos. Por fin cenamos y nos retiramos a nuestros cuartos. Solo restaba aguardar a que Nicole se durmiera para subir a la habitación de Marcos y organizar mi fiesta particular.

Apagamos la luz. Retuve el aliento aguardando a que la respiración de mi compañera me indicara que se había dormido. No tardó mucho. Me dispuse a emprender mi erótica excursión, pero, antes de que tuviera ocasión de levantarme, se abrió la puerta, entró Marcos y se metió en mi cama.

"¿Pero estás loco?"-le dije en cuchicheo- ¿Por qué has venido? ¿No te das cuenta de que Nicole va a oírnos?"

"¿Y qué si nos oye? –me susurró Marcos al oído- Así es más aventura".

Tampoco le faltaba razón. Procuré tranquilizarme, aunque notar el calor del cuerpo de Marcos no era la mejor forma de recobrar la calma.

"¿Te quitas el pantalón del pijama?"

Me lo quité, abrí los muslos y dejé que la mano de Marcos comenzara su faena.

No se explicaba mal el chico. Sabía dónde frotar, dónde masajear, dónde acariciar. Pese a que no quería hacerlo, mi mano rodeó la polla de Marcos que se encontraba magníficamente dispuesta. Y justo entonces, cuando nuestras respiraciones se entrecortaban, cuando la calentura tocaba a rebato en mi corazón, se produjo la sorpresa. Se encendió la luz.

Nicole nos miró sonriente desde su cama.

"¿Vuestra fiesta es privada o se puede participar?"- no sé si hablaba en francés, inglés o caribeño, pero se le entendió todo.

Me quedé de piedra. Marcos, que tenía muchas más tablas, reaccionó de inmediato.

"Dónde disfrutan dos, disfrutan tres. Adelante".

Y Nicole se metió en mi cama.

"Ya puestos, podemos dejar la luz encendida ¿no?"

La dejamos. Y empezamos a jugar.

Nunca antes me había acostado con un hombre y una mujer. Era una situación nueva y desconocida para mí. Al principio estaba un poco cortada. Nicole y Marcos no. Se desenvolvían como peces en el agua.

"Tú déjate hacer".

Jamás sabré si lo que ocurrió fue casual o si me habían preparado la encerrona. El caso fue que, sin necesidad de palabrería, Nicole y Marcos se esmeraron en hacerme disfrutar. Aquí la nena solo tuvo que dejar su cuerpecito de veinte años a disposición de la pareja. Y la pareja sabía lo que se hacía, he de reconocerlo.

La boca de Nicole. Labios gruesos, carnosos. Labios que conseguimos las blancas a base de inyecciones de colágeno y que en ella eran seña de identidad de raza. La boca de Nicole, cálida y sabia, de lengua dulce y apasionada. Me besaba, la besaba, nos besábamos. Mientras, Marcos me chupaba los pezones. Me besaban a la vez en la boca y en los pechos. Cuatro manos –un flash de los hindúes- me recorrían al tiempo el cuerpo, hurgaban en cada uno de mis agujeros, apretaban mi carne y estimulaban mi piel. Decidí emplear mis manos, una de ellas en la polla ya conocida de Marcos, la otra en el sexo de mi compañera de habitación. Me llamó la atención el tacto del vello púbico de Nicole. Eran pelillos duros, casi como de alambre. Por un instante vi el interior absurdamente rojo de la vagina. Me parecía vivir un sueño. El programa Erasmus tiene por finalidad intercambiar experiencias. Lo estaba consiguiendo. Algunos le llaman programa Orgasmus. No les falta razón. La polla de Marcos latía y el sexo de Nicole destilaba jugos y deseo. Luego Nicole me dijo al oído:

"Ahora vas a disfrutar de verdad".

Se escurrió hacia los pies de la cama, colocó su cara entre mis muslos y comenzó a lamerme el sexo. Sabía hacerlo. Los chicos proporcionan placer, no lo niego, pero a veces parece que desafinen. Abandonan el punto más sensible cuando una está tan a gusto y se centran en zonas en que se siente poco. Nicole era otra historia. Una maestra. Una delicia. Todo. Lo más. Yo sentía tan fuerte que arqueaba la espalda sin darme cuenta, envaraba el cuerpo, abría más y más los muslos. En tanto Marcos me mordía y pellizcaba los pechos. Me lastimaba un poco –cuando se acerca la regla tengo los pezones muy sensibles- pero tampoco me importaba, incluso me gustaba, y eso que no creo tener nada de masoquista. Tuve que morderme la mano para no gritar de placer, porque la lengua de Nicole me llevaba no sé si al cielo o al infierno, dónde más a gusto se esté. Incluso lo que podía tener de homosexual la caricia –que lo tenía, para qué vamos a engañarnos- se compensaba por el tacto de la polla de Marcos que yo seguía rodeando con la mano que no tenía entre mis dientes. A poco sentí como subía y subía, y como el centro del mundo y del universo entero estaba en mi clítoris, y un lengüetazo más y sí, sí, sí, ya viene, aquí está, aquí estoy, colmada, vibrando como una nota particularmente alta, chapoteando en placer, en paz con el mundo, en paz.

Fui la primera en rendirme. Marcos y Nicole siguieron. Como sabía que Nicole tenía preservativos en el cajón de su mesilla, me levanté en cuanto las piernas me sostuvieron –que no fue enseguida- y le tendí uno a Marcos. Fue también la primera vez en que ví hacer el amor a una pareja a un palmo de mi cara. Era aquél un día de novedades. Nicole era una batidora. ¡Cómo se retorcía la condenada! Se puso sobre Marcos, sentada a horcajadas sobre la polla, y galopó, galopó, los dos a mi lado, Nicole apretándome una mano con fuerza, hasta que Marcos se estremeció y acabó la cosa…por esa noche. Porque hubo muchas noches más, y a lo largo de mi beca Orgasmo me ocurrieron varias aventuras que tal vez cuente en otra ocasión, si bien puedo adelantar y presumir con la cara muy alta de que nunca le puse los cuernos a mi novio porque ningún hombre me metió su cosa dónde sabéis, y total, lo que hice fue por jugar y no tiene tampoco demasiada importancia, ¿no os parece?