Sorpresas te da la vida (II)
Casi dos horas estuvimos charlando sobre las impresiones que
teníamos de la experiencia vivida. Ellas continuaban desnudas y mirándose de
manera que todo hacia presagiar que no había sido un calentón esporádico y que
ahí iba quedar todo. Comentaban lo delicioso del sexo femenino, que no esperaban
que fuese tan placentero comerse un coño y que sentían lástima de haber perdido
tanto tiempo para probarlo.
- De haberlo sabido, no te hubiese dejado ir sin comértelo aquella tarde, aunque
tengo que confesar que desde que te acaricié, cuando éramos jovenes, en cada
ocasión que me masturbaba, chupaba mis dedos cuando la excitación llegaba al
punto cumbre, en busca del sabor de mi propio sexo. Pero no es igual, el sabor
de tus jugos, recogidos de tu raja no tiene comparación - señaló Alicia, que
cada vez me sorprendía más, a pesar de los muchos años que llevábamos juntos.
- También yo creo que hemos perdido un tiempo maravilloso, pero aún estamos a
tiempo de recuperarlo en parte - asintió Luisa.
- Sí, sí
todo eso está muy bien, señoritas, pero ¿y nosotros?, ¿es que ya no
recordáis los momentos que nuestras pollas se han dedicado en cuerpo y alma a
vuestro exclusivo placer? Tantos años de esforzado trabajo no merecen que las
dejéis así
- aseveró Fernando, sacando su polla erecta y gorda, posándola sobre
la mesa y ofreciéndola a las mujeres.
- Eso digo yo, mirad como os señala, la pobre, triste y desahuciada, con la
guerra que le queda aún que dar - dije yo, señalando la polla de Fernando, un
espléndido ejemplar que podría volver loca a cualquier mujer.
- Bueno Juan, ya que estás tan solidario con la tranca de Fernando, podrías
consolarla dándole unos besitos en su punta, igual se alivia un poco - entre
risas y poniendo cara pícara, me dijo mi mujer.
- Ni hablar. Bastante tengo con buscar alivios para esta, mi amiga - dije,
bajándome los pantalones y sacando mi polla, que estaba tan empalmada que no
recuerdo haberla visto así ni en tiempos de juventud, cuando la vitalidad está
en su máxima expresión.
La conversación se mantuvo en todo momento sobre sexo y más sexo. Ya los cuatro
desnudos alrededor de la mesa, decidimos jugar a las cartas, el perdedor debía
cumplir una penitencia elegida por el ganador que, como no podía ser de otra
manera, consistía en hacer algún acto sexual a otra persona elegida también por
el ganador. La primera partida la gané yo, perdedora Alicia, mi mujer. Su
penitencia fue hacerle una mamada a Fernando durante cinco minutos. Para ello,
Fernando debía sentarse sobre la mesa, con las piernas abiertas y Alicia desde
su silla debía cumplir la penitencia. Así lo hizo, entre vítores y ánimos míos y
de Luisa. Como si de una competición se tratara. Cogió su polla, que parecía a
punto de expulsar toda la leche acumulada y acariciándole los huevos con la mano
izquierda, la derecha la destinó a dirigirla hacia su boca, lamiéndole el
capullo e introduciéndosela lentamente en principio, pero aumentando la
velocidad a medida que la polla de Fernando palpitaba alocadamente entre sus
labios. Cuando se cumplió el tiempo, Fernando se sintió molesto, ya que estaba a
punto de correrse e intentó continuar, pero nos negamos aludiendo que las reglas
están para cumplirlas.
Fernando propuso abandonar el juego y pasar directamente a realizar un
intercambio de pareja, ya que estábamos tan excitados que debíamos aprovechar la
ocasión. Ni que decir tiene que, ante la posibilidad de follar con Luisa con la
que había tenido algún sueño erótico y había sido la musa de muchas de mis
pajas, me puse a favor de la propuesta de Fernando. Ellas se miraron, sonrieron
y, casi al unísono, dijeron que sí, que era una buena idea pero que previamente
había que nivelar la balanza, teníamos que follar juntos los dos hombres.
- Eso no es justo, nosotros no tenemos intención de hacer una cosa así - dijo
Fernando.
- Si ustedes habéis tenido sexo juntas, es porque habéis querido, sin que nadie
haya impuesto que lo hagáis, así que esa propuesta no vale. Para estar en
igualdad de condiciones, no podéis imponer reglas dije.
- Ok, no imponemos nada. Dijo Alicia, levantándose y recogiendo su ropa para
colocarla en el pequeño armario.
Se fue al baño, se duchó, salió para ponerse ropa interior, el camisón y dando
las buenas noches a nosotros y un apasionado beso a Luisa, se metió en la cama.
Luisa y Fernando se marcharon a su cabaña y yo, con un impresionante galimatías
en mi cabeza, me quedé sentado, desnudo y con mi gozo en un pozo. Me puse un
whisky doble y me dispuse a escuchar música.
¿Habría sido un error los acontecimientos que se sucedieron en tan pocas horas?
¿Sería el final de una relación que se había desarrollado sin altibajos durante
tantos años?, una secuencia de preguntas se sucedían en mi mente.
Si bien en muchas ocasiones había tenido la fantasía de ver a Alicia teniendo
relaciones con otra mujer, me aterraba el pensamiento de que se apagara la
pasión que había demostrado por mí. Mi polla ya no era una polla, sino un
pequeño trozo de pellejo que apenas sobresalía de los vellos. Parecía asustada.
En poco tiempo había pasado de tenerla como nunca la había visto a ser casi
invisible, inerte. Un nuevo whisky y la idea de vivir sin Alicia hicieron que
brotaran lágrimas de mis ojos y comenzara a llorar como un niño. Alicia, a la
que suponía dormida, al escuchar mi llanto, se incorporó para pedirme que
descansara para mañana continuar con el desarrollo del fin de semana, ya que
nuestro propósito era hacer una ruta de senderismo por la montaña. Yo, entre
sollozos, me metí en la cama y le dije:
- No quiero perderte, Alicia, eres demasiado importante para mí y no consigo
hacerme a la idea de estar sin ti.
- Eres bobo y además estás borracho. ¿Qué te hace suponer que te voy a dejar? Lo
de Luisa ha sido una fantasía que ha estado muy bien pero, de veras, no es
comparable con tantos ratos de satisfacción que hemos tenido juntos. Ni por mil
Luisas cambiaría todas tus atenciones de estos años y, además, ¿Sabes cuántas
veces me has hecho tocar el cielo con las manos con esta cosita? - metió su mano
entre mis sábanas y me cogió la polla, bueno, mejor dicho, la cosita - Uf, pero
mira qué pequeñita que está, nunca la había visto así - exclamó alarmada.
Dándome un beso, me dijo:
- Anda, duerme, amor, que mañana te espera una limpieza de cerebro, para que se
te vayan esas estúpidas ideas y verás como todo vuelve a su cauce.
Ya más tranquilo, me dormí profundamente, con mi mano sobre el cuerpo de Alicia,
como para evitar su marcha. Estaba claro que los efectos del alcohol habían
hecho estragos en mi cabeza.
A las 8 de la mañana, hora en que quedamos con Luisa y Fernando para la ruta de
senderismo, yo no estaba en condiciones de levantarme. Entre bromas, mientras
hacían café y tostadas, se dedicaron a mantearme, quintándome las sábanas. Mi
polla estaba nuevamente tiesa, sin motivo aparente. Parecía como en los tiempos
de adolescente que siempre nos levantamos con el arma en ristre. Se sucedieron
los comentarios sobre la situación. Luisa, uniendo sus manos y con gesto de coña
comentó:
- Pobre, pollita, aún no se ha desahogado. Pero, Alicia ¿tan mala eres que
mantienes el castigo?
- Déjala estar, que le espera un día ajetreado.
Se puso de rodillas acercando sus labios a mi polla y le dio un sonoro beso. Por
fin pude levantarme y me metí en la ducha, a ver si era capaz de aclarar mi
cabeza. Después de desayunar nos encaminamos hacia la montaña. Elegimos una ruta
que iba paralela al río, ya que era la más corta posible. No estaban los cuerpos
para mucho esfuerzo. Noté que Alicia no dejaba de mirarme, aprovechando
cualquier ocasión para agarrarse a mí. Parecía que tenía cargo de conciencia o
algo así. Llegamos a un bosque de eucaliptos y decidimos descansar un buen rato.
Yo me senté sobre el suelo apoyando mi espalda en uno de los árboles. Alicia se
sentó entre mis piernas, apoyada sobre mi pecho, con la cabeza sobre mi hombro.
Se giró y me besó. Cogió mis brazos y los llevó a sus pechos, que al poco
comenzaron a proyectar sus pezones. Mientras Fernando se entretenía en lanzar
piedras al río, Luisa asistía al manoseo que yo le estaba dando a Alicia que ya
se había desabrochado la camisa y soltado el sujetador. Bajé una mano,
metiéndola entre su pantalón de chándal. No llevaba bragas. Supongo que para
tener menos obstáculos. Su coño estaba ya humedeciéndose y sus jadeos comenzaban
a hacerse más sonoros.
Luisa no perdía detalle de la acción. Alicia se volvió, se situó de rodillas
delante de mí y puso un pecho en mi boca que lo lamí con desesperación mientras
metía mi mano para acariciarle el culo. Bajó mi pantalón, los slips y se tumbó
sobre la hierba, comenzando a darme una mamada que me dejó impresionado. Luisa
ya estaba con su mano derecha tocándose el coño, apoyada sobre un árbol frente a
nosotros. Fernando a lo suyo, tirando piedras al río e intentando cazar algún
pájaro a pedradas, se ve que estaba satisfecho, por lo que supuse que Luisa le
dio su ración en la cabaña durante la noche. Comencé a sobar la entrada de su
ano, lo que le produjo una serie de espasmos, levantando su culo para que
pudiera tener mejor ángulo para el magreo. Con la humedad de su coño lubriqué su
culo y le metí muy despacio mi dedo índice, provocando que lanzara su cuerpo
hacia atrás, buscando el máximo de penetración posible. En esa postura, comencé
hacer círculos sobre las paredes de su recto. Esto la volvía loca de placer. Sus
lamidas y la follada que le estaba dando a su boca provocaron que comenzara a
lanzar chorros de leche abundante que bozaban por la comisura de sus labios. Mi
dedo en su culo consiguió que Alicia gritara de puro gusto, consiguiendo un
orgasmo sin necesidad de tocarse el clítoris. Luisa se levantó, aún con su mano
en el coño, dirigiéndose hacia nosotros con cara de vicio, mordiéndose el labio
inferior. Sacó su mano, acercándola a nuestras bocas para ser lamida. Volvió a
colocarla en su coño, moviéndola hasta que un ruidoso orgasmo acabo por dejarla
exhausta abrazada a nosotros.
Cuando nos incorporamos, arreglándonos nuestras ropas, vimos a Fernando hablando
con un señor de unos 50 años, pastor de la zona que, al parecer había asistido,
parapetado tras los árboles, a nuestro apasionado "descanso". Tras negarnos a
sus pretensiones de participar en la fiesta, nos alejamos del lugar, dejándolo
con su impresionante polla en la mano, masturbándose.
Ya de vuelta, sobre las 2 de la tarde nos fuimos a comer a un chiringuito junto
al río, cerca de las cabañas. La normalidad se había instalado de nuevo en
nuestras relaciones o, al menos, eso parecía. Mientras tomamos un aperitivo, en
espera de una paella que pedimos, comentamos la enorme polla del pastor,
compadeciéndonos de él, por haberlo dejado allí con esa tremenda erección. Nos
reímos un rato hasta que, de nuevo, salió el tema de la dichosa homosexualidad.
Pero esta vez no estábamos dispuestos a ir más allá de comentarios dentro de la
sensatez. Luisa comentaba lo curioso que le resultaban los placeres ocultos en
nuestras mentes y que todos los seres éramos bisexuales en mayor o menor medida,
pero que era cuestión de dominio de la mente. Decía que, con lo de ayer, quedó
demostrado que dos personas a todos los efectos heterosexuales, habían
disfrutado con otra persona de su mismo sexo y, una vez salvado los prejuicios
iniciales y desinhibidos de ellos, saborearon con sumo placer el coño de otra
mujer. Fernando preguntó si estaban dispuestas a repetir la experiencia, a lo
que Alicia fue la primera en contestar diciendo que eso nunca se sabe pero que
lo que realmente deseaba, en cuanto a sexo se refería, era que yo disfrutara
todo lo posible y que si tenía que repetir fuese únicamente si yo participaba en
el acto. Esto me subió mi autoestima. Me dio un beso y me dijo que de ninguna
manera me quería hacer daño. Yo contesté que siempre estaría dispuesto a hacer
lo que Alicia me pidiera. Luisa dijo que, a pesar de que Fernando se comportaba
a veces como un animal, no podría mantener una relación sin él a lo que Fernando
contestó en tono guasón: "es que también es aficionada a la zoofilia, ya veis,
es completa la muchacha". Nos reímos por la ocurrencia largo rato. Pedimos otras
cañas y, al poco, llegó la paella. Comimos, tomamos el cafelito de rigor y nos
marchamos a las cabañas.