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En los probadores

en Hetero: General

LO ESTÁS HACIENDO MUY BIEN, by Semen Up.

Sabía que trabajaba en una mercería. Una de esas mercerías con solera que hay en todas las ciudades, de esas en las que todavía se almacenan los botones, los corchetes y los hilos en estrechos cajones de madera que adosan las paredes hasta el techo, una altura de casi dos pisos, con sus escaleras de biblioteca antigua para alcanzar los cajones más altos y cuyos empleados aún lucen cinta métrica de costurera colgada al cuello, junto con las tijeras atadas con cinta de color blanco y atadas a la cinturilla de la bata de uniforme. Una de esas mercerías donde todavía compran las señoras y las modistas, una de esas mercerías en las que al entrar una tiene la impresión de haber entrado en un túnel del tiempo que la ha hecho retroceder de golpe cincuenta años.

Sabía que trabajaba allí, y no sé qué absurda idea se me cruzó por la cabeza cuando ya estaba apunto de entrar a clase de matemáticas, mates de 2º de BUP, un suplicio terrible para empezar la mañana de un lunes, demasiado para empezar la semana, porque casi con un pié dentro del aula me di la vuelta y me lancé a una loca carrera escaleras abajo, fuera del instituto, fuera del patio, fuera del barrio, hacia el centro, hacia el mismísimo Casco Viejo, hacia aquella mercería que parecía sacada de una película en blanco y negro.

En ese momento, lo juro, aún no sabía lo que iba a hacer, no lo tenía pensado, sólo quería fumarme la clase de mates, verle, guiñarle un ojo desde el otro lado del mostrador y luego marcharme por donde había venido, dejarle toda la mañana pensando en mi y marcharme a jugar un futbolín en los billares de la Calle Chica.

La mercería tenía tanta gente como un supermercado, señoras demasiado señoras como para dejar que nadie se colase, así que mientras echaba un ojo alrededor para ver cuál era su zona en el mostrador (un mostrador en U, todo de madera) me entretuve haciendo como que me interesaba por unos picardías de encaje que colgaban de unas perchas.

Fue en el momento en que uno de aquellos picardías insultantemente sexys (lo eran incluso colgados desmañadamente en viejas perchas de madera), semitransparente, negro, con mucho encaje, resbaló al suelo cuando decidí probármelo. Y sin más preámbulo que hacerle una seña a una de las dependientas me metí en el probador con él. Dejé la mochila en el suelo del probador, y sobre ella la ropa, toda mi ropa, también la interior, y sin descorrer la cortina de terciopelo oscuro que hacía las veces de puerta me deslicé al exterior, hacia el almacén. Tuve que esconderme para que no me viera una de las dependientas que salía cargada con unas bobinas de tul y ni siquiera tuve que esperar más que un par de minutos hasta que le vi aparecer escoba en mano.

Su cara es una de esas cosas que una nunca puede olvidar, una de esas imágenes que una almacena en la memoria para recordar siempre, cuando las cosas vayan mal, porque en aquel momento, reflejada en sus ojos, me sentí una Reina, una Diosa.

No sé quién arrastró a quién al probador, aunque debí de ser yo, ya que él no sabía cuál era, pero lo cierto es que no lo recuerdo, porque lo único que recuerdo de ese instante es su mirada.

Recuerdo que le empujé contra el espejo de una de las paredes (había espejos en las tres) y me puse de rodillas en el suelo, metí la cabeza bajo la bata de su uniforme y con una destreza sorprendente para una novata como era entonces yo le desabroché los vaqueros. Creo que no me sorprendí al sentir rozando mi mejilla aquel bulto que otras veces había quedado oculto dentro de su pantalón, un pene perfecto, una polla art decó, grande, gruesa, caliente, dura, tiesa, fuerte, una polla que, no lo pude evitar, sin llegar a tocar con las manos, dejé que se deslizara hasta la comisura de mis labios, la besé, la lamí suavemente, la acaricié con la lengua, con los labios, curiosa, zigzagueando con delicadeza la hendidura del glande, y el murmuraba no sé qué palabras mientras me sujetaba la cabeza, viendo todo en tres dimensiones reflejadas en los espejos del probador. Y cuando ya no podía más, cuando estaba a punto de suplicarme que se la comises entera, que me la metiese entera en la boca y acabase con su excitantemente dulce sufrimiento, entonces, sin previo aviso, la engullí, toda su polla en mi boca, su polla entera dentro de mi boca hasta casi cortarme la respiración. Era un descubrimiento para mi. ¡Me gustaba tanto sentir su pene dentro de mi! Y mientras succionaba su glande, mientras me balanceaba para que su polla entrase y saliese de mi boca al ritmo de una respiración, mientras sus manos habían dejado de sujetar mi cabeza para elevar parte de mi cuerpo y sus manos jugueteaban bajo el picardías, una acariciando mi espalda hacia abajo, masajeando mi culo, la otra avanzando descarada hacia delante, por entre mis piernas, acariciando mis otros labios, los que no estaban comiéndole la polla en ese momento, avanzando hacia dentro, dentro de mi, poco poco, a su ritmo, sin descanso, un dedo dentro de mi primero, dos dedos dentro de mi, tres dedos dentro de mi a la vez...

Sentía tal fuego dentro de mi que no pude si no acelerar el ritmo marcado, comerle entero, mientras un torrente de palabras resonaban en mi cerebro recalentado, como una letanía que me aceleraba un latido en la entrepierna, en el fondo de si sexo ya no húmedo, mojado, un latido ancestral que estaba a punto de estallar en lo más hondo de mi interior (pene, polla, verga, mamada, follar, clítoris, sexo, cipote, conejo, calor, semen, comer, excitación, cueva, pene, polla, verga, mamada...) una y otra vez, una y otra vez.

Y de pronto toda la excitación que sentía se convirtió en una sacudida de él, un gemido ahogado entre las voces de la gente de la mercería y la horterada que sonaba en el hilo musical, y mi boca se llenó de semen, ese líquido biscoso de sabor indefinido que era él, y me tragué el semen ávida, ávida de él, mientras su puño entero se movía con fuerza dentro de mi, un puño tan duro como hasta entonces había estado en mi boca su cipote (correrse, polla, cipote...), y mi cabeza salió de debajo de su bata de uniforme para poder contemplar en tres espejos a la vez cómo su puño volvía a hundirse dentro de mi una y otra vez, una y otra vez (masturbación, paja, excitación...) y tuve que morder la dichosa bata de uniforme para no soltar un grito cuando me corrí entre espasmos y sin aliento. ORGASMO. (Orgasmo).

El no va más.

Tuve que empujarle fuera del probador sin darle tiempo a decir nada y vestirme deprisa para que no sospechase nada nadie. Me miré en uno de aquellos espejos que habían sido testigos de nuestro encuentro y me vi despeinada, las mejillas encendidas, la respiración aún acelerada... Feliz. Y sin preocuparme lo más mínimo salí a la tienda abarrotada de señoras, hice una seña a la dependienta y colgué el picardías de la misma percha donde lo había cogido apenas unos minutos atrás.

Sólo cuando iba a girarme para salir de la tienda me fijé en la mancha que su semen había dejado en el borde de encaje del escote, pero lo olvidé enseguida porque ahí estaba él, con esa cara que me decía que era una Diosa, mirándome desde detrás del mostrador, sorprendido, alucinado y satisfecho.