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Vendetta (3)

en Grandes Relatos

Estaba cansada pero satisfecha, y todavía con las suficientes ganas de guerra como para continuar con el juego. De hecho estaba tan a gusto con él (con el juego, bueno, y también con el novio de mi jefa, debo admitirlo) que me daba pena culminar mi venganza tan pronto. ¿Cuántas veces podía correme o hacer que él se corriese antes de dar por zanjado el asunto? Debía admitir que unas cuántas. En ése instante tenía bastante claro que más tira una polla que... El caso es que estaba divirtiéndome, disfrutando, y no quería dejarlo tan pronto. Eso sin contar con que me moría de ganas de que me metiese el cipote hasta el fondo. Estaba ansiosa por tenerlo dentro, y soy  caprichosa (cuando quiero algo lo quiero ya y no paro hasta conseguirlo) lo admito.

 

Le lamí suavemente el cuello antes de susurrarle mi pregunta:

-¿Hasta qué día te quedas?

-Toda la semana. Por... ¿por qué?

-¿Tú por qué crees? –me miró con ese gesto entre esperanzado, temeroso, avergonzado y orgulloso, tan difícil de definir y que tan cachonda había logrado ponerme ya antes. –Tengo ganas de montarte y follarte, y que tu cipote me atraviese hasta el fondo, pero no voy a conformarme con una sola vez.

-¿ah, no?

-No. Voy a follarte de mil maneras y quiero que tu hagas lo mismo conmigo. Quiero que me la metas por delante, por detrás, que vuelvas a correrte en mi boca y tragarme toda tu lefa, montarte, que me comas el coño... quiero correrme y que te corras encima mío, sacártelo con las tetas y que tu semen se desparrame encima mío, y otras cosas que no voy a decirte aún y que ni te imaginas. Pero que te van a encantar. –Su rostro iba cambiando por momentos, y hasta su polla comenzaba a ponerse firme de nuevo. La rodeé suavemente con mis manos: me encanta sentir como crece una polla, ya sea en mi mano, en mi boca, en mi culo o en mi coño. Me da una sensación de poder tan especial...

-Bueno...

-Bueno no. Vamos a hacerlo. ¿Acaso no quieres?

-Si, si que quiero, pero.... –Miró hacia la puerta, lo cual me hizo sonreír.

-Ella no volverá antes de su hora. Llevo mucho tiempo trabajando para ella y aún no lo ha hecho nunca (su polla vibró entre mis dedos) Vamos, levántate. –Me incorporé con cuidado, sin soltarle la verga que ya era de un tamaño más que aceptable y una dureza que prometía buenos momentos, y le rocé los huevos aún no completamente firmes, como de pasada, como sin pretenderlo. Sus ojos brillaron en un chispazo de deseo. Estaba demasiado necesitado o demasiado deseoso o demasiado intrigado, no lo sé con exactitud, para dejar pasar la oportunidad.

-Ella se enterará. –Sus referencias a mi jefa no hacían si no que s eme humedeciese el coño. Pensar en su cara de haba cuando nos pillase follando enfrente de la puerta de entrada, era un aliciente más. Me imaginaba cómo se correría encima mío delante de sus ojos y me ponía cachonda como una perra. Me encantaba esa situación.

-No lo hará. Te lo garantizo. A ninguno de los dos nos interesa que lo haga, ¿no?

-No. No, claro que no.

-Pues eso. –Contesté mientras le empujaba suavemente hacia el baño. Si quería continuar montándomelo con él alguien tenía que encargarse de mi trabajo, y tenía la persona perfecta en mente: Sonia. Sonia era mi compañera de piso: azafata de congresos, lesbiana , viciosa  y completamente colgada conmigo. Estaba segura de que haría lo que fuese a cambio de algo como dedicarle una noche entera. ¿Y qué tiene de malo pasar una noche con una lesbiana colgada de una? Os lo digo yo; nada. No tiene nada malo. Al contrario, tiene muchas, pero que muchas ventajas: Sonia come coños mejor que ningún tío, amén de otras habilidades no menos interesantes.

-Follar conmigo no es cualquier cosa, ¿sabes? –Asintió en silencio y a mi me gustó ver cómo se sonrojaba. Por qué será que me ponen tanto los tíos tímidos. Claro que también me ponen mucho los bestias. Si, vale, me ponen mucho muchos tíos, puede que sea una puta, pero yo soy así. Lo grave sería que no me pusiera ninguno. –A mi me gusta hacerlo bien, y para eso hay que recuperar fuerzas, campeón.

Puse el tapón de la bañera y abrí el grifo para  que se llenase. Mi idea era dejarle descansando en el agua templada mientras telefoneaba a Sonia, quien estaba segura no rechazaría mi propuesta. Luego dejaría la llave bajo el felpudo para que ella entrase a limpiar mientras me le tiraba en la bañera. Con un poco de suerte, él tendría fuerzas para un polvo más y Sonia, que además de trabajadora es cotilla, nos espiaría por la puerta entreabierta, lo cual me pondría más cachonda si cabe. Lo tenía todo pensado y bien pensado.

-Dejemos que se llene, ¿vale? –Sin embargo, a ese juego no jugaba yo sola, lo cual quiere decir que podían surgir imprevistos. Y así fue porque de pronto sentí como me alzaba en brazos para posarme en la bañera, lo que me dejó un poco sorprendida.

-¡Ey! .Protesté sin mucho entusiasmo.  –El que necesita reponerse eres tú, cariño.

 

Entonces me guiñó un ojo con cara de niño travieso y cerró el grifo.  Bueno, si iba a ponerse burro y metérmela ahí a lo bestia no es que me importase, pero vaya, que no me lo había imaginado. En cambio, me sorprendió abriendo el otro grifo, el de la ducha, y apuntándome con él directo al coño. UFFFF, ¿Qué mujer no se ha masturbado alguna vez de esa manera? Al menos de niña, luego siempre aparecen otras maneras más... Más expeditivas, digámoslo así, de hacerlo.

-Vaya, qué juguetón. Eché la cabeza hacia atrás y cerré los ojos para concentrarme en todas las sensaciones. Juraría que no era la primera vez que lo hacía, porque acercaba y alejaba el aparato para que la intensidad de los chorros de agua cambiasen. En mi coño empezaban a mezclarse el agua con mis propios jugos. Cientos de diminutas descargas eléctricas en mi chocho me estaban poniendo cardiaca. No podía quedarme ahí quieta mientras ocurría, tenía necesidad de algo más. Yo siempre tengo necesidad de algo más.

-Acércate- susurré. –acércate, por dios...

-Se acercó enseguida y no necesité abrir los ojos para saber que tenía su polla muy cerca de mi cara. Apenas tuve que moverme para que mis labios rozasen sus huevos, que ya estaban de nuevo henchidos, cargados y duros. La potencia vigorosa de aquel hombre me sorprendía. He visto tíos que parecen mucho más fuertes y son incapaces de correrse dos veces seguidas. El agua seguía chocando contra mi chocho de un modo tan placentero que no pude evitar que mi respiración se agitase: tomé su pene con mi mano izquierda, aprisionándolo suavemente entre mis dedos al tiempo que lamía su capullo, esa punta gruesa y dura pero suave y apetitosa, entre dulzona y salada, que tanto me había gustado antes saborear. Luego, sin dejar que mi lengua dejase de zigzaguear entre su hendidura utilicé mi mano derecha para darme otro tipo de placer: comencé a frotarme con ímpetu la raja entera del coño, desde el mismo monte de venus hasta el culo, con la palma abierta, para abarcar bien cada pliegue de piel, cada poro, cada punto importante. Cuando mi mano dejaba de acariciar un punto lo hacía el agua de la ducha. –Me estás volviendo loco –dijo él con la voz entrecortada, y aquello hizo que mi chocho se abriese aún más y que segregase aún más jugos. Saber que enloquezco a alguien siempre logra ponerme cachonda.

-Dime cosas. –Me gusta que me digan burradas, me enerva los sentidos, me enloquece. Chupé su polla con ansia y por un instante pensé que podía pasarme la vida chupándosela, pero fue sólo un instante porque cuando empezó a hablarme empecé a perder el control y a poder dejar de pensar.

-Eres una puta, no te basta con chupárme la polla, no te basta con que yo te masturbe, además tienes que acariciarte. Me gusta cuando te abres el chocho, zorra, ábretelo y métete el teléfono de la ducha, quiero que el agua te entre en el coño como luego te va a entrar mi lefa. Métetelo de un golpe, puta. –Sus palabras eran como una letanía, como las palabras de un hipnotizador, sus palabras eran órdenes: dejé de frotarme el coño  para coger el teléfono de la ducha con la mano, y sin  parar de lamerle el cipote ni de empujarlo adelante y atrás, abriéndolo y cerrándolo rítmicamente, acerqué el  aparato hasta la entrada de mi chochito, y con apenas un par de movimientos logré que entrase en mi coño empapado y jugoso: los chorritos de agua golpeaban las paredes interiores de mi vagina y resbalaban hacia fuera de mi chocho. Mi respiración se aceleraba, me subían los calores y sentí la necesidad de agitar su polla más rápidamente, al tiempo que la chupaba con fruicción. El, ya con las manos libres, me agarró la cabeza para dirigir los movimientos y el ritmo de la felación: esa mamada  perfecta y a su gusto. Y  al mío, porque la que sentía dentro de la boca los movimientos de su verga, el sabor de su cipote, el grosor y la dureza de su pene, era yo.

-Chúpala así, putita, lo haces muy bien, chúpala más adentro, hasta que salga mi leche.

 

Retiré la mano de su cipote para poder engullirlo entero y al tiempo mover el teléfono de la ducha hacia dentro y hacia fuera de mi chochete. Estaba al borde de correrme nuevamente, no sabía si iba a tener fuerzas de hacerlo y comérsela al mismo tiempo. Pero tenía que hacerlo. Me gustaba demasiado para parar, es más, tenía que acelerar mis movimientos. Meterme la polla más adentro, el aparato de la ducha más adentro, mi cuerpo estaba tenso y vibrante, y ya no oía lo que me decía, entendía palabras sueltas, puta, polla, pero no sé lo que me decía, tenías la sangre agolpada en el interior de mi coño y no era capaz de pensar, y sus palabras se mezclaban con gemidos, se entrecortaban, se aceleraban, parecían pequeños aullidos de placer. Y gritó. Y grité. Y mientras mi coño encharcado se convulsionaba repetidamente sentí un calor viscoso corriéndome desde la boca hacia el cuello, sobre las tetas, y el sabor salado de su lefa en mi boca, espesa todavía, con a mi me gusta, y sin poder dejar de gritar y con mi coño aún vibrando de placer, sentí como su lengua lamía su propia lefa de mi cuerpo, su lengua rasposa entre mis pezones duros. Y aún seguí agitándome encendida unos segundos más, hasta que el aparato de la ducha salió fuera de mi chocho y él soltó un juramento para cerrar el grifo abandonando mis tetas, dejándome exhausta tumbada en la bañera, agradecida, plena y saboreando en mi boca su lefa pegajosa.

Y así me quedé dormida.