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Vendetta (2)

en Grandes Relatos

Me acerqué más a él. Continuábamos estando desnudos, tumbados en el suelo enmoquetado del pasillo. Pese a sus titubeos iniciales se había portado bien. Muy bien. Debo reconocer que me había puesto especialmente cachonda su transformación de hombre tímido y apocado, avergonzado por haberme mirado directamente al coñito desnudo al hombre grosero y soez que me había llamado puta mientras me metía la polla en la boca y empujaba sin descanso. Puede que no esté bien que lo diga, en estos tiempos es difícil que una mujer admita que la gusta ser llamada puta mientras es follada; tan feministas somos para algunas cosas, y para otras, sin embargo... Pero he de ser sincera. Me gusta que me digan guarradas, que me llamen puta, que me griten que me la van a meter hasta el fondo, que cumplan cuando se les enronquece la voz y aseguran que me van a reventar con su pedazo de polla, que se corran en mi boca y tragarme la lefa caliente, espesa y salada: así soy yo, y a quien no le guste, ya sabe lo que tiene que hacer.

Así que si, el novio de mi jefa me había puesto cachonda primero para dejarme exhausta después y yo estaba más que dispuesta a repetir la experiencia.

-¿Te ha gustado? –Si tenía que ponerme mimosa, me pondría, si tenía que ponerse viciosa, lo haría, y si tenía que ser sumisa, también lo haría. Cualquier cosa por otro orgasmo. Cuando me pasan estas cosas pienso que quizá el psicoterapeuta al que me envió mi madre en los tiempos del instituto tenía razón y soy una adicta al sexo. Aunque otras veces, cuando no estoy calentorra por encontrarme cerca de una buena polla y con la promesa de un polvo a la vuelta de la esquina, pienso que fue él quien me pervirtió. Pero ese es un tema del que hablaremos otro día. Ahora volvamos al suelo del pasillo, al olor a sexo, a semen y a coño mojado que impregnaba la estancia, al deseo que bullía en mi interior.

-Si, pero... no debería haber sucedido esto, no está bien.

-¿No?

-No... –Miraba al suelo, evitaba mi mirada, mi cuerpo. Pero yo apenas me moví para que mi pecho tocase sus nalgas.

-Entonces deberíamos hacerlo mejor.

-¿qué? –Preguntó confuso volviendo hacia mi su mirada. No sabía disimular, en sus ojos había culpa, satisfacción, deseo y miedo a partes iguales.

-Que si te ha parecido que no está bien deberíamos esforzarnos por hacerlo mejor.

-No, no. Yo no me refería a eso. Yo quería decir que...

-Que nada. –Le interrumpí girándome hasta casi ponerme sobre él. Tenía mis tetas sobre su miembro todavía flácido y la boca a la altura de su pecho. –Seamos claros. A ti te ha gustado lo que hemos hecho y a mi también. Y tenemos todo el día, para qué desperdiciar esta oportunidad.

-Yo...

-Yo quiero ser tu puta y tú quieres que lo sea. Lo sé. –Apreté más mis tetas sobre su polla y con la punta de los dedos rocé suavemente sus huevos, que comenzaban a tomar forma de nuevo.

-No está bien que digas eso de ti.

-¿El qué? ¿Qué soy una puta? Tú mismo me lo has gritado antes mientras me follabas por la boca.

-No lo pensaba, es que estaba...

-Calentorro.

-Bueno, nervioso.

-Excitado. Cachondo perdido. No importa que lo digas, ya lo sé. Pero admite que es lo que pensaste cuando me viste el coño, que era una puta y que me querías follar.

-Bueno... tal vez si. –Admitió.

-Y tenías razón, pero no lo hago por dinero, ¿sabes?

-¿no? ¿y por qué lo haces?

-Por joder. Y por follar. Que en este caso no son lo mismo. –Sonreí imaginando a la perra de mi jefa pillándonos a cuatro patas fornicando como locos frente a la puerta de la entrada, quizá mientras los vecinos de enfrente salían de su casa. Era una imagen prometedora, un gran recibimiento para ella y un gran triunfo para mi. Por si no tenía ya bastante ganas de meterme ese nabo entre las piernas esa imagen me acabó de poner cachonda. Me moví de nuevo para que su pene quedase encajado entre mis tetas y me pregunté si alguna vez le habrían hecho una cubana al matemático. Apostaba a que no.

-¿Qué... qué haces? –Preguntó cuando empecé a moverme para abrirle la polla con las tetas.

-Quiero que se cargue otra vez tu pistolón.

-¿qué? ¿por qué? –Y en su tono de voz había más ansia que vergüenza o culpa. Los hombres son así, van de benditos por la vida y si no follan más es porque no se les presenta la oportunidad. Este no iba a ser distinto. Además, ya sabemos que los que van de decentes son los peores.

-Porque esta vez vamos a hacer otra cosa. Ahora voy a hacerte una mamada.

-¿otra? –Lo que yo decía. Su tono era de esperanza y emoción, no de arrepentimiento.

-Lo de antes no era una mamada, antes me has follado por la boca. –Susurré lamiéndome y los labios y dejando que la punta de la lengua apneas rozase la hendidura de su capullo. Fue como si una descarga eléctrica de baja intensidad le pusiese las pilas.

-¿No es lo mismo?

-Claro que no. –Mi lengua lamió suavemente su capullo en movimientos rotativos. Luego bajó y subí por toda la verga a diferentes velocidades al tiempo que mis tetas continuaban meneándosela. Su tamaño y su dureza ya eran dignas de ser admiradas. -¿No notas la diferencia? Antes me la has metido hasta la garganta empujando sin descanso. Ahora soy yo quien te va a dar placer. –Mi habilidad par hablar y mamar pollas a la vez es algo que he ido perfeccionando con la experiencia y no es tan difícil como pudiera parecer. Cualquier mujer puede hacerlo si dedica a esas actividades el tiempo suficiente. En eso, como en todo, el entrenamiento y la experiencia son un grado.

-Si... si... –murmuró. Su manos se habían enredado con mi cuerpo. Con una me agarraba el cabello por la nuca, y la otra me acariciaba suavemente la espalda. –Pero así yo no puedo hacer que te corras.

Me metí la polla de golpe en la boca y tuvo que interrumpirse con un gemido gutural. Hice el mismo movimiento varias veces rápidamente, succionando al llegar al fondo y luego dejé que casi se saliese de mi boca para volver a envolver la punta de su nabo a pequeños y suaves lengüetazos.

-Me gusta comer pollas. Puede correrme del gusto sólo con hacerlo. –Aspiré su capullo una, dos, tres veces, y volví a engullirla de nuevo para acabar pellizcando la punta de su pene con mis labios. Los cambios de ritmos me ponen cachonda. Mi coño estaba bastante resbaloso. Tenía ganas de meterme algo dentro. Y dos dedos no eran suficiente. –En clase me llamaban Adriana-chupa-pollas. ¿Te imaginas por qué? –Asintió sin hablar, los ojos prendidos de mis tetas: metí la lengua en la hendidura de su rabo y dejé que zigzagueara unos segundos para después volver a chuparla con fruicción, relamiéndome. Sabía bien, más fuerte que la vez anterior. Su olor penetrante me embargaba, su dureza en mi paladar hacía que algo me palpitase dentro de coño y cada vez me estaba poniendo peor. O mejor, para ser más exactos.

-Ahora –susurré mientras mi lengua recorría de nuevo su rabo a lo largo y a lo ancho. –Voy a darme la vuelta, voy a seguir mamándotela y haciéndotelo con las tetas pero tú vas a colaborar masturbándome con la botella, ¿vale?

-si, si...

Suspiró cuando dejé su nabo pero no protestó, y para no perder el tiempo le dije lo que estaba deseando decirle mientras ponía mi coño más que húmedo, mojado, sobre su cara y acomodaba una vez más su cipote entre mis tetas.

-Esto no ha hecho más que empezar, luego ya me meterás el rabo en el chocho y empujarás hasta el fondo para reventarme, pero ahora me muero porque vuelvas a correrte en mi boca. Me pone cachonda chuparte el rabo y quiero beberme toda tu leche. –Bajé de nuevo la cabeza sobre su verga para metérmela en la boca. A partir de ahora no tendría mucho tiempo de hablar. Pensaba esmerarme en sacarle hasta la última gota de lefa. Cerré la boca para que su polla dura y caliente sintiese todo y sin dejar de mover las tetas comencé a subir y bajar rápidamente por ella.

Unos segundos después ahogué un grito en mi garganta al sentir cómo la botella se colaba en mi culo. El muy torpe se había equivocado de agujero, pero como se suele decir, no hay mal que por bien no venga. Sus manos masajeaban mi culito prieto y estuve segura de que parte del néctar que se me escapaba del chocho había caído sobre su boca, porque oí cómo se relamía. Debió de gustarle el sabor, porque pronto sentí su lengua rasposa acercándose a mi coño demasiado suavemente para mi gusto, pero de manera prometedora.

Mientras engullía su rabo y amagaba con morderle suavemente, su lengua entró más adentro y sin dejar de masajearme el culo sus pulgares empezaron a rozarme las paredes del coño, abriendo poco a poco el camino a su lengua. Me estaba poniendo cardiaca. Cachonda como una perra. Tenía que correrse en mi boca para que yo también me corriese o meterme el rabo hasta el fondo.

Paso a paso, Andrea, me dije a mi misma. No seas impaciente.

Me concentré en masajearle yo los huevos bien duros y cargados y en aspirar la punta de su polla la tiempo que metía la lengua muy dentro de la hendidura de su glande moviéndola sin descanso. Notaba cómo se ponía cada vez más dura, más rígida, y yo también me ponía más cachonda a cada momento. Estaba segura de que podía ahogarse con mi néctar, tanto líquido segregaba mi coñito excitado.

Chupé y chupé su rabo golpeando los huevos con mis tetas grandes y duras, y apretándolos suavemente con las manos: su respiración se hizo entrecortada mezclándose con mis gemidos. Y yo seguí mamando como la mujer viciosa que soy, como la chupapollas experimentada que me gusta haber conseguido ser, las telas arriba, lengüetazo a su capullo, las tetas abajo, su rabo casi tocándome la campanilla de la garganta, una vez, y otra, y orta, y de golpe: CHOFFFF un golpetazo de lefa caliente en mi boca y un grito ahogado sólo por mi coño tapándole la boca. Se había corrido en mi boca. Otra vez. Tragué su semen con miedo a que algo se cayese al suelo. No me gusta desperdiciar ni una gota de lefa; es demasiado preciado para hacerlo. Me relamí golosa y mientras recuperaba el aliento me giré sobre mi misma: quedé tenida sobre el suelo, junto a él: saqué el botellín de cerveza de mi culo y él, que respiraba satisfecho pero tenía los ojos abiertos se asustó: estaba segura de que iba a pedirme disculpas, segura de que nunca me lo hubiese metido a sabiendas ahí. Apostaría a que ni siquiera se imaginaba que pudiera gustarme tanto su equivocación. A cambio me lo metí en el chocho hasta sólo dejar fuera el cuello y lo moví con ansia desmedida mientras los jugos de mi coño manchaban la moqueta. Estaba tan caliente que no iba a tardar en correrme. Ahora lo haría con eso pero en cuanto su rabo se recuperase quería que me lo metiera hasta el fondo, que me reventase empujándo hasta el fondo.

Imaginé que el botellín era su pene enhiesto, entraba y salía de mi chocho con fuerza, mi puño golpeaba mi vagina por fuera, comenzaba a quedarme sin fuerzas para seguir empujando: entonces él tomó la iniciativa y asió el botellín con una mano mientras la otra se agarraba a mi teta; subí las piernas sobre sus hombros y dejé que siguiese metiéndome y sancándome la botella, chupando los jugos que se escapaban de mi coño con el mismo deleite con que yo había bebido su semen, sin querer desperdiciar ni una gota de ellos como no había querido yo que se desperdiciase ni una gota de su lefa.

 

Luego cerré los ojos, demasiado mareada para seguir pensando, concentrándome tan solo en las sensaciones dentro de mi chocho. Fuerte, más fuerte. Rápido, más rápido. Dentro, más dentro.

Ahí, ahí,ahí... Si SI!!SI!!! SIIIIIIIIII IIII!!!!!!!!!!!!

Ya

Me había corrido de nuevo. Estaba tan agotada y tan satisfecha que apenas tuve tiempo de sorprenderme porque estaba comiéndome el coño: no lo lamía como antes, ni siquiera lo chupaba, me lo comía, con ansia golosa: todos mis jugos estaban en su boca y mi coño volvió a palpitar de nuevo, ¿podría hacerme correr dos veces seguidas? Todo mi chocho se encharcaba de nuevo, chapoteaba entre su boca, con sus labios, su lengua, sus dientes. Aquel hombre era sorprendente, iba a lograr hacerme desfallecer. Tenía un entusiasmo que superaba con creces el valor de su experiencia.

Y apenas tuve fuerzas para gritar al convulsionarme de nuevo, agotada y satisfecha, pletórica, radiante.

En ese momento mi mente quedó en blanco y tal vez fuese mejor así porque aquel tío empezaba a engancharme. Y eso que aún no me había metido el cipote hasta las trancas.

Pero lo de su rabo en mi chocho os lo contaré en la próxima entrega, que recordándolo me he mojado las bragas y voy corriendo a hacerme una pajilla tempranera.